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Moonage Daydream

Como David Bowie, Moonage Daydream es una obra impredecible. El espectador no se encontrará con el clásico documental colmado de información, es más bien una meditación existencial guiada por la voz de un gurú

Brett Morgen 

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

CORTESÍA UPI MEDIA

David Robert Jones, nacido en Brixton el 8 de abril de 1947 y fallecido en Nueva York el 10 de enero de 2016, fue uno de los grandes enigmas de la música popular y ciertamente, uno de los artistas más volátiles e influyentes en la historia del rock. A lo largo de su carrera, Jones pasó por una verdadera odisea de transformaciones y crisis, antes de establecerse como un intérprete importante.

Comenzó tocando el saxofón en su adolescencia, inicialmente con varios grupos escolares y es allí donde la imagen de la futura estrella del rock se transforma de una manera extraña y circunstancial. Como resultado de una pelea entre estudiantes, el cantante quedó con una pupila paralizada, ya que un compás fue enterrado en uno de sus ojos. Como resultado del altercado, Jones quedó con los ojos de diferente color.

A comienzos de los años sesenta, Bowie usaba ropa “mod” y tocaba sus acordes obtenidos del Rhythm & Blues importado de Estados Unidos. Durante la primera mitad de la década, Jones fue integrante de varios grupos como The King Bees, The Mannish Boys, The Lower Third y The Buzz. Pero es a finales de 1966, cuando cambia su nombre a Bowie (a partir de un cierto tipo de cuchillo), debido a que se le confundía con Davy Jones, el ídolo juvenil de la agrupación The Monkees.

Durante este período, Bowie fue apadrinado por el mánager Kenneth Pitt, quien intentaría impulsar su carrera durante el resto de la década, sin mucho éxito. Un contrato con Deram, subsidiaria de Decca, le dio a Bowie mucha publicidad, pero los sencillos editados por el sello disquero, así como un álbum debut muy promocionado, fallaron en ser éxitos de ventas.

Bowie persistió tomando clases de mímica con el coreógrafo y actor británico Lindsay Kemp, aprendiendo así el valor teatral del performance musical, mientras que Pitt financiaba una película para televisión llamada Love You Till Tuesday, la cual nunca saldría al aire.

Por un tiempo, Bowie cantaría en cabarets, utilizando un estilo crooner que le debía mucho a su ídolo, el actor y cantante Anthony Newley. Los años sesenta llegaban a su fin y Bowie parecía que iba a ser otro artista efímero que iba a desaparecer junto con los años sesenta. La posibilidad de convertirse en una estrella parecía muy remota, pero en el otoño de 1969, finalmente alcanzó el éxito con Space Oddity, un sencillo que se lanzó para coincidir con la llegada del hombre a la luna. Este fue el verdadero comienzo de la odisea artística y existencial de David Bowie.

Cuando al director David Lynch (gran amigo de Bowie) le preguntaron si los artistas están destinados a sufrir para producir, este respondió que el arte es todo lo contrario. Lynch tiene la hipótesis de que Van Gogh encontraba en su pintura momentos de calma y felicidad, y que cuando se alejaba de ella o se le impedía pintar, era cuando su mente entraba en crisis y en un estado de sufrimiento. Las hipótesis implícitas en el documental de Brett Morgen sobre el llamado “camaleón del rock” pueden llevarnos a una inquietante pregunta: ¿Sufría David Bowie de esquizofrenia?

Terry, el querido hermano de Bowie, fue prácticamente el encargado de introducir al niño en el mundo del arte (literatura, pintura, cine, música). Pero Terry terminaría siendo diagnosticado con la enfermedad y recluido en un instituto para enfermos mentales, suicidándose poco después. Pensando en el carácter hereditario de la esquizofrenia y en las temáticas recurrentes de la música de Bowie (muerte, apocalipsis, destrucción y el extrañamiento ante la sexualidad humana), se podría decir que David fue una persona con una mente atípica que tendía hacia lo nihilista y lo destructivo pero que, gracias al poder salvador del arte, pudo adquirir coherencia, sentido, amor y felicidad.

Como el mismo Bowie, Moonage Daydream es una obra impredecible. El espectador no se encontrará con el clásico documental colmado de información sobre la vida, obra y escándalos de un artista. Esta es más bien una meditación existencial guiada por la voz de un gurú, un chamán que hace seis años dejó de estar con nosotros en un plano corpóreo, pero que continúa vivo gracias a su legado. 

Aquí, Bowie nos plantea una hipótesis fascinante. Las personas toman fragmentos de lo que está a su alrededor para conformar su propia existencia. El psicoanalista Jacques Lacan tenía una hipótesis similar. La identidad no es una esencia interna, sino fragmentos de discursos robados de la cultura, que estructuramos constantemente para poder dar cuenta de nosotros mismos y de nuestro papel en el mundo. Es así que nuestra identidad viene de fragmentos del afuera, no es permanente y está sujeta a c-c-c-cambios.

Bowie tomó consciencia de que nuestra identidad está en constante construcción y transformación, y aplicó esta forma de entender nuestra existencia no solo en su música (conformada por fragmentos de pop, folk, rock, ópera, electrónica, disco, reggae, blues, soul, metal, industrial) sino también asumiendo diferentes personalidades a través de su vida (Major Tom, Ziggy Stardust, Aladdin Sane, The Thin White Duke), para convertirse así en la matriz en la que otros artistas se basaron para construir su propia identidad (Gary Numan, David Sylvian, Phil Oakey, Peter Murphy, Midge Ure, Boy George, Trent Reznor, Marilyn Manson, Björk, Brett Anderson, Jarvis Cocker, Brian Molko).

Como bien lo decían el lingüista Roman Jakobson y el autor de cómics Scott McCloud: El arte es contacto. Y ese contacto de Bowie con sus seguidores va mucho más allá de la música. Tiene que ver con identidades (como bien lo plasma Velvet Goldmine, la hermosa cinta de Todd Haynes).  

Brett Morgen, autor de los excelentes documentales Kurt Cobain: Montage Of Heck y Jane, en vez de describir y explicar este proceso de construcción de identidad, se apoya en el lenguaje cinematográfico y en la música de Bowie, para invocar su espíritu y canalizar su energía transformadora. Vamos a ver a muchos jóvenes de décadas diversas, vestidos y maquillados como él; fragmentos de películas de diversas épocas, las cuales inspiraron o fueron protagonizadas por el artista; imágenes del universo en constante transformación, como si se tratara de una versión psicodélica de la miniserie Cosmos; y obviamente, una gran cantidad de metraje sobre el artista, para conformar así toda una experiencia liberadora, en la que Bowie y el espectador van a ser uno solo, por un período de dos horas y quince minutos.   En Moonage Daydream (título también de una de sus grandes canciones), Bowie nos hablará sobre el amor, el arte, la creación y sobre la vida y la muerte, mientras escuchamos su música sin respetar ningún tipo de cronología. Si existe un Monte Olimpo en donde residen los dioses del Rock & Roll, Bowie ocupa el lugar del Oráculo y Morgen lo sabe. 

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