“Me quité los tacones, y me puse los zapatos para empezar a buscar” 

En mayo de 2024, el Congreso de Colombia aprobó una serie de medidas entre las cuales se decreta que cada 23 de octubre se conmemore el Día Nacional de Reconocimiento a las Mujeres Buscadoras de Víctimas de Desaparición Forzada. Este es el testimonio de una de ellas a través de Amnistía Internacional.

octubre 23, 2024

Yanette Bautista

Cortesía Amnistía Internacional

Yanette Bautista no tenía más que 27 años cuando su hermana Nydia fue víctima de desaparición forzada en 1987. Tres años después encontró los restos de Nydia: había sido asesinada por autoridades del Estado, y a la familia le habían ocultado su paradero. Era la primera noticia que tenía sobre las desapariciones forzadas, una cuestión que, incluso hoy, impera en Colombia, donde se calcula que 200.000 personas desaparecieron entre 1985 y 2016, según el Informe Final de la Comisión de la Verdad de Colombia, hecho público en 2022. 

Desde la desaparición forzada de su hermana, Yanette, que ahora tiene 66 años, ha dedicado su vida a ayudar a mujeres colombianas para buscar sin miedo a sus seres queridos. Ha creado su propia organización, y ha liderado un nuevo proyecto de ley que entró en vigor en 2024, en el que se pide una mayor protección para las mujeres que buscan a personas desaparecidas. Aquí cuenta su increíble historia, que abarca ya tres décadas.

“Encontré a mi hermana tres años después de que se la llevaran y la desaparecieran. Sabía que era ella. Vestía la misma ropa que el día en que desapareció. Había sido un día de celebración, el día que nuestros hijos recibieron su primera comunión. Cuando encontramos a Nydia, aún llevaba el mismo vestido y una chaqueta que le había prestado. Lo único que faltaba era su ropa interior. No había ninguna razón para que faltara la ropa interior. Tuve que suplicar a las autoridades que nos entregaran su cuerpo. Incluso amenacé con ponerme en huelga de hambre. Cuando finalmente accedieron a entregarme el cuerpo de Nydia, me lo dieron en una bolsa de basura. 

Cuando mi hermana fue víctima de desaparición forzada yo tenía 27 años. Por aquel entonces, no sabía que existían las desapariciones forzadas. Ella estudiaba economía en la universidad. Sabíamos que pertenecía a un grupo guerrillero de oposición, el M-19, que firmó un acuerdo de paz y se convirtió en partido político legal un par de años después. Creíamos que lo peor que podía pasar era que un juez la enviara a la cárcel por sus actividades políticas. Para mí fue impactante descubrir que vivíamos en un país en el que existía esa enorme falta de derechos humanos. Si apoyabas a la oposición, pagabas por ello. Era una situación de desesperación y confusión. 

Mi padre y yo empezamos a buscar juntos: fuimos a hospitales, a brigadas militares, a la inteligencia policial, la policía secreta y las cárceles para averiguar qué podía haber sucedido. Desde el principio fue peligroso, pues empecé a recibir numerosas amenazas simplemente por preguntar por ella. Finalmente me vi forzada a desplazarme. Dejé mi casa, envié a mis hijos a vivir a otro sitio, y me trasladé a otro lugar. Pronto empecé a recibir llamadas anónimas. En una ocasión, alguien me dijo: “No la busque más, ella está bien”. No fue una llamada reconfortante, y supe que tenía que seguir buscando. 

Pedí ayuda a la ONG colombiana Comité de Solidaridad con los Presos Políticos (CSPP), que nos proporcionó asistencia legal, mientras que la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (ASFADDES) nos brindó asesoramiento. Mientras buscaba a mi hermana, empecé a trabajar con otras familias, y finalmente nos pusimos en contacto con el Procurador de Derechos Humanos de Colombia, que se mostró decidido a ayudar. De alguna manera, encontró un testigo que afirmaba saber dónde estaba Nydia. Para entonces yo había perdido la esperanza de encontrarla viva. Me había dado cuenta de que quienes buscaban a sus seres queridos buscaban a personas que habían sido asesinadas. 

Se abrió un proceso, del que se encargó el reconocido abogado Eduardo Umaña. Me dijeron que el testigo pertenecía al ejército colombiano. Quería confesar, y dijo que Nydia había sido asesinada, y que estaba enterrada en una localidad rural cerca de Bogotá. Junto con el procurador, expertos forenses y nuestro abogado, exhumamos el cadáver. Inmediatamente supe que era ella, aunque la habían enterrado como “NN” (ningún nombre, o sea, no identificada).

Cambio radical de vida

Tras la desaparición de Nydia, mi vida cambió. Yo era secretaria ejecutiva de un importante gerente empresarial, pero aquello me pareció artificial cuando empecé a buscar. Me resultaba imposible continuar en esa burbuja mientras había personas que eran víctimas de desaparición forzada. Por eso me quité los tacones, y me puse los zapatos para empezar a buscar. 

Aunque encontramos el cadáver de Nydia, nunca hemos obtenido la justicia que merecemos. El Procurador de Derechos Humanos sancionó en 1995 a un general y cuatro oficiales del ejército; era la primera vez que eso sucedía en nuestro país. Sin embargo, dos meses después tuvo que huir porque empezó a recibir amenazas. En ese momento, yo promovía un cambio en la ley y denunciaba a los militares; y tenía ocho meses de embarazo. Estaba bajo vigilancia constante. Finalmente, los cuatro hombres sancionados quedaron libres, pese a que estaba claro que era el ejército el que cometía esos crímenes. 

Para entonces, yo corría demasiado peligro si me quedaba en Colombia. Tras un viaje a Alemania, no pude volver a casa. En 1997 me vi obligada a exiliarme a lo largo de siete años. Durante ese tiempo trabajé para Amnistía Internacional, escribiendo e investigando sobre la violencia contra las mujeres. También me convertí en presidenta de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos-Desaparecidos (FEDEFAM), trabajando con víctimas de desaparición forzada en distintos países. 

Regreso a casa

Cuando finalmente regresé a Colombia en 2007, comencé mi propia organización. Había conocido a personas de Filipinas, Albania, Kosovo, Turquía, entre otros países. Habíamos adquirido un enorme conocimiento colectivo. Quería empoderar a las familias para que buscaran a sus seres queridos, así que comenzamos la Fundación en la sala de mi casa, con un pequeño grupo de familias. 

Nuestro colectivo, Fundación Nydia Erika Bautista, está concebido para que las mujeres nos ayudemos unas a otras. No hay jerarquías. Es un intercambio de conocimientos. Proporcionamos apoyo jurídico, documentamos historias y hacemos trabajo de incidencia. Tenemos una escuela de liderazgo para empoderar a las mujeres buscadoras en distintas partes del país. Trabajamos en ocho regiones de Colombia, y apoyamos a 519 casos. 

Nuestro colectivo se compone principalmente de mujeres; nuestras investigaciones han revelado que el 95% de quienes buscan a sus seres queridos son mujeres, madres, hermanas y esposas. En una sociedad patriarcal, es una tarea encomendada a quienes prestan cuidados. Pero, para mí, somos más que cuidadoras. Cuando las mujeres empezamos a buscar, nos convertimos en defensoras de los derechos humanos: buscamos con valentía, desafiamos a las reglas de silencio y opresión impuestas por quienes desaparecieron a nuestros seres queridos, y terminamos defendiendo los derechos de todas las personas. 

Las mujeres que buscan son increíblemente valerosas, aunque no existe apoyo de las autoridades ni voluntad de investigar estos crímenes. De hecho, la desaparición forzada no se considera un crimen; es algo normalizado y, a veces, incluso justificado por las autoridades colombianas.

Seguir avanzando

Como colectivo, queremos convertir nuestro dolor en derechos. Por eso redactamos un proyecto de ley, para empoderar a las mujeres que buscan a víctimas de desaparición forzada y promover los derechos de esas mujeres. La ley entró en vigor en 2024. Sin embargo, nuestra próxima tarea es garantizar que se implemente y se haga realidad. Contamos con el apoyo de tantos aliados, incluida Amnistía Internacional, que eso nos motiva cada día.  

Aunque tengo esperanzas en seguir avanzando, promover esta ley da miedo. Mientras sigo pidiendo que las cosas cambien, las desapariciones forzadas continúan, las mujeres que buscan a sus seres queridos sufren violencia y nuestros fondos disminuyen, lo que dificulta nuestro trabajo aún más. 

Sin embargo, en mis momentos más sombríos, recuerdo a Nydia. Ella soñaba con un ejército de mujeres armadas con su voz, no con pistolas ni fusiles. Estoy decidida a perseguir su sueño, para que las mujeres puedan buscar sin miedo a sufrir violencia o a no poder poner comida sobre la mesa de su familia; para que las mujeres puedan buscar con dignidad y libertad. 

Este artículo forma parte de la nueva campaña de Amnistía Internacional #BuscarSinMiedo, que apoya a mujeres de las Américas que buscan a sus seres queridos. 

Cortesía Amnistía Internacional

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