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Los boxeadores trans están subiendo al ring, ¿Les permitirán seguir allí?

Un viaje de resistencia, identidad y desafíos en el boxeo profesional

Por  BEN WYATT

noviembre 16, 2023

Patricio Manuel (derecha) durante su tercera pelea profesional masculina.

CRIS ESQUEDA/GOLDEN BOY

Patricio Manuel está sentado en silencio en el backstage del Fantasy Springs Resort Casino en Indio, California. Está en un quiosco cubierto con una lona blanca mientras espera a que lo llamen al ring de un centro de eventos con 3000 sillas, y desde allí el boxeador puede escuchar a la multitud y las ráfagas de rap que usan en la prueba de sonido. Pero nada parece molestarlo y se ve concentrado al rascar su barba.

Han sido ocho semanas de pruebas, comida saludable y de mucho entrenamiento para la tercera pelea profesional de Manuel, y quizá la más difícil hasta el momento. El boxeador de 38 años tiene muy buen estado físico: su torso tatuado es delgado, y siendo parte de la categoría de peso superpluma, ayer pesó casi 59 kilos.

Lo único que le queda por trabajar a su astuto entrenador, Victor Valenzuela, es el autocontrol de su peleador. Bien sabe que, además del usual peligro que conlleva boxear, esta noche hay muchísimo más en juego. Esto se debe a que Manuel es un talento excepcional en el deporte: fue cinco veces campeona nacional amateur y es una exatleta olímpica, cuya transición en 2013 lo llevó a convertirse en el primer hombre trans en pelear de manera profesional en Estados Unidos.

En 2018, en su primera pelea profesional después de la transición, Manuel pasó a la historia al vencer a Hugo Aguilar por decisión unánime. La victoria de un luchador trans sobre un hombre cisgénero resultó tan controversial que le tomó a Manuel cinco años de trabajo duro, golpes y determinación para agendar su siguiente pelea. Cuando el enfrentamiento se llevó a cabo, en marzo de este año, una segunda victoria le siguió: venció a Hieu Huynh con un nocaut técnico. Esta noche será un paso más en este camino desconocido y desafiante.

Y esta noche casi no se da; el luchador de 33 años y peso ligero Alexander Gutierrez confirmó su participación apenas dos días antes del encuentro, en una llamada de última hora que le quitó a Manuel el beneficio de poder estudiar a su oponente como parte de su preparación, y que dejó a Gutierrez sudando toneladas ante la poca antelación para lograr el peso. Pero, como profesional con solo dos peleas en 10 años, Manuel no tenía intención de quejarse: “Siendo honesto, a la mierda. ¿Qué más puedo decir? Solo quiero pelear, y no tengo mucho más tiempo en este deporte, tomaré cualquier oportunidad que tenga para hacer lo que amo”.

La mayoría de carreras en el boxeo demanda sangre y coraje en cantidades iguales, pero en el caso de Manuel, su identidad como luchador le ha obligado a superar los prejuicios también. Por eso esta noche es tan importante, y su autocontrol es clave.

Los ojos de Manuel siguen a Valenzuela cuando el entrenador le comienza a vendar los nudillos tatuados, cubriendo las palabras “bash back”. Luego, el luchador se pone su ropa de boxeo: pantalones cortos de seda negra adornados con un ribete naranja de una boutique africana local, en honor a sus antepasados por parte de su papá. El árbitro, Jack Reiss, entra en la carpa para informarle las reglas del ring y para revisar su protector de ingle. “Buena suerte, hombre”, le dice antes de irse.

A medida que le ajustan los guantes, la expresión de Manuel se endurece.  Valenzuela palmea su hombro y le sonríe. Manuel asiente con la cabeza, está listo. ‘Black Dog’ de Led Zeppelin suena en los parlantes del camerino mientras salen de la carpa y se dirigen al ring. Hora de rockear.

El boxeo siempre ha sido deporte para los excluidos. En vez de becas universitarias y programas preolímpicos, los grandes talentos suelen haber sido de los más desfavorecidos por la sociedad, donde los traumas y la falta de oportunidades se convierten en perseverancia a través del dolor.

Por ello, una de las reglas no oficiales en un gimnasio de boxeo —el tipo de lugar donde el sudor mancha el piso y la comunicación suele ser monosilábica— es que todos son bienvenidos. En un deporte que depende de la clase baja para su futuro crecimiento, al igual que la iglesia, conviene no ser quisquilloso.

Tal vez por eso muchos que han sufrido rechazo en otras áreas de su vida encuentran consuelo aquí, en el combate, donde el respeto se gana a través de fuertes entrenamientos físicos, mucha disciplina y el coraje que se necesita para dar un paso adelante y pelear. Es una mentalidad rara pero poderosa que puede reunir a las personas sin importar su raza, edad, capacidad y género, en el ambiente pesado y sudoroso de un gimnasio.

La clave para esta comunión es dejar de lado toda etiqueta menos la de luchador. Pero, ahora, el boxeo —así como la natación, el atletismo, el ciclismo, e incluso el ajedrez internacional— intenta encontrar la mejor manera de responder al deseo de atletas trans de competir en niveles más altos.

Nolan Hanson fundó un grupo para boxeadores trans en el gimnasio Gleason’s en Brooklyn. FOTOGRAFÍA POR CRIS ESQUEDA/GOLDEN BOY.

En diciembre, Mauricio Sulaimán, presidente del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) —una de las cuatro principales organizaciones que controlan el boxeo mundial—, anunció su intención de crear una “división transgénero” donde los luchadores solo podrán competir con oponentes de su “mismo sexo de nacimiento”. Dicha decisión fue recibida con hostilidad de parte de varios luchadores de la comunidad trans; no solo afectaba a boxeadores trans como Manuel, cuyo estatus como profesional sería revocado bajo las nuevas pautas, sino que también parecía ir en contra del espíritu de inclusión del boxeo.

“No quiero estar en una división trans, ¿sabes?”, dice Manuel. “Entiendo que haya personas que se sientan más cómodas con esa etiqueta, y no puedo hablar por ellas, pero cada vez que entro al gimnasio, que entro a entrenar, soy visto como un hombre. Para mí, no hay otra manera de competir que en la división masculina. El que tenga que escuchar al líder de mi deporte decir que no puedo ser un hombre, que no puedo competir, aunque es lo que he hecho todo este tiempo, no sé, duele bastante”.

Para Manuel, el gimnasio de boxeo ha sido un lugar de aceptación desde hace tiempo, desde que entró al ahora cerrado L.A. Boxing and Fitness Club hace ya 20 años. “Voy a utilizar otro pronombre porque, en ese entonces, un entrenador me dijo: ‘Espero que ella esté aquí para boxear. Parece ruda’. Para alguien como yo, que no se sentía fuerte, pero que siempre quiso intentarlo, en ese momento supe que aquí pertenecía”.

Para ese punto, Pat sentía que varias cosas estaban fuera de su control: se había cambiado de universidad, sus calificaciones cayeron en picada y ganó peso después de dejar las artes marciales y el softbol. La pubertad exacerbó su dismorfia de género, haciéndolo sentirse “desconectado”, según él, de su cuerpo.

Gracias a las clases que su abuela le regaló por Navidad, el gimnasio de boxeo no solo le proporcionó una estructura en medio de la confusión, sino también una salida para su ira. “Son tres minutos de trabajo y luego un descanso. Siempre es igual. Tenemos un ritmo, un régimen, una disciplina, y eso me hizo sentir más cómodo que en cualquier otro lugar en el mundo”, afirma.

Después de mucho entrenamiento, Manuel salió a buscar peleas en Los Ángeles, asistiendo a los torneos femeninos locales los “viernes, sábados y domingos”, cuenta, para tener la mayor cantidad de tiempo posible en el ring, supliendo las ausencias y abandonos.

Le tomó años de trabajo duro y persistencia hacerse a una reputación entre los amateurs, pero en el momento en que hubiera podido tener una carrera en la división femenina, Manuel se enfrentó a una decisión que le cambió la vida y amenazó con acabar por completo con sus ambiciones como luchador. “Pensé que podría entrar en la división femenina e intentar ser campeona mundial, una de las mejores del boxeo. Y no quiero ofender a ninguna luchadora, solo era algo que pensaba para mí. O podría asumir el riesgo y mantenerme fiel a quien soy”.

Manuel escogió lo último y comenzó la terapia hormonal en 2013. Un año después, se sometió a cirugía de busto. De acuerdo a las pautas establecidas por el Comité Olímpico Internacional (COI), su cirugía de reafirmación de género y la terapia de reemplazo hormonal de dos años lo calificaron para regresar al ring como hombre trans, y en 2016, USA Boxing (USAB) le otorgó una libreta para pelear como hombre amateur.

Fue durante este periodo que recurrió a Valenzuela, un miembro del Salón de la Fama del Boxeo de California que les había enseñado a muchos de los oponentes con los que Manuel había luchado como mujer amateur. Valenzuela administraba el Duarte Boxing Gym desde su base en el centro de adolescentes de la ciudad y tenía la reputación de formar campeones. Sobre su relación, Valenzuela comenta: “Le dije a Pat que lo iba a entrenar como a uno de los chicos, no habría trato diferente. ‘Vamos a trabajar duro, eres un luchador y eso es todo’”. Después de todos estos años, todavía se mantienen cercanos.

“Todo el mundo sabía de la transición de Pat, y varios de los chicos y de los entrenadores no querían luchar contra él”, cuenta el entrenador. “Pensaban que no había nada que ganar: si ganabas, le ganabas a alguien que era mujer; y si perdías, te había derrotado alguien que era mujer”.

Las peleas profesionales que Manuel ha tenido hasta la fecha han sido en gran parte gracias al apoyo de Golden Boy Promotions, una compañía de emparejamiento fundada por la leyenda del boxeo Oscar De La Hoya. En 2018, cuando Eric Gómez, presidente de Golden Boy, leyó el artículo de Los Angeles Times sobre Manuel, se sintió “obligado” a contratarlo.

“Era una historia increíble… y le dije: ‘Ya eres un campeón con tan solo haber pasado por lo que pasaste y por la transición’. Y si el sueño era pelear como un luchador hombre profesional, quería hacer todo lo posible por ayudar a hacerlo realidad”, comenta Gómez.

“Me reuní con mi socio Oscar [De La Hoya], lo discutimos, y dijo que sí. Pero algo que también dijimos fue que ‘no lo hacemos por publicidad, no lo vamos a anunciar, no lo vamos a hacer público. Si la gente se entera [sobre la transición de Manuel], está bien, pero solo lo haremos y ya’. Y lo hicimos. Solo intentamos ser buenos seres humanos”.

La primera ronda transcurre en su mayoría según lo previsto.

Aunque Manuel pesa apenas medio kilo más que Gutierrez, es más musculoso y lo usa para establecer una ventaja temprana, golpeando dos veces el cuerpo y la cabeza para preparar ganchos de izquierda y derechazos, siempre avanzando hacia adelante. Durante toda su carrera ha sido un golpeador de frente, prefiriendo presionar a sus rivales conectando golpes por dentro, incluso si eso significa también recibir un par. Esta noche, se enfrenta a un oponente habilidoso y favorito local Manny “Gucci” Flores, pero no por eso está dispuesto a cambiar quién es.

En la segunda ronda, sale con los puños volando en todas direcciones, ansioso de aprovechar su ventaja inicial en una pelea de cuatro rondas, pero Gutierrez se agacha y esquiva, para luego contraatacar con un gancho de izquierda a la mandíbula de Manuel, seguido de otro. Manuel persigue a Gutierrez por el ring, caminando directo hacia dos uppercuts de su oponente que animaron a la multitud, y después de un clinch, le vuelven a dar otro derechazo al boxeador trans. “¡Ahí lo tienes!”, gritan los entrenadores de Gutierrez desde la esquina, felices por la recuperación de su peleador. “¡Arráncale la puta cabeza!”, grita otro desde la primera fila. “¡Pat no tiene poder!”.

Cuando suena la campana, un tema de rap se escucha por todo el lugar y Manuel regresa tambaleando a su esquina. Una chica con pantaloncillos cortos negros desfila por el ring, mostrando el cartel de Tercera Ronda al público, y Valenzuela le ruega a Manuel que deje de lanzarse, pero es más fácil decirlo que hacerlo para un peleador impulsivo, especialmente cuando la oportunidad de participar en más peleas como esta podría volverse casi imposible.

En un intento por aliviar la angustia de los organismos gubernamentales de todo el mundo, el COI publicó nuevas directrices en noviembre de 2021. “Ningún atleta podrá ser excluido de la competencia a causa de una ventaja competitiva injusta no verificada, presunta o percibida debido a variaciones de sexo, apariencia física y/o condición transgénero”, escribió el COI antes de agregar que cualquier restricción debe implementarse solo si se tiene una “investigación solida y revisada por expertos”.

No obstante, a pesar de todo su peso moral en el panorama deportivo, el COI no tiene jurisdicción sobre los organismos que dirigen el boxeo profesional como el CMB y, en consecuencia, los peleadores profesionales compiten bajo las reglas y pautas específicas del organismo que aprueba sus combates de boxeo. Sulaimán, del CMB, habló sobre la falta de estudios médicos específicos para personas trans financiados por el CMB para tomar una posición informada, pero sostuvo que, a pesar del incumplimiento con el COI, sus planes se hicieron teniendo en cuenta la seguridad como máxima prioridad.

“No se han realizado estudios independientes para el boxeo transgénero”, confirma Sulaimán. “Sin embargo, hemos creado un comité y estamos escuchando las preocupaciones de la comunidad [trans]”. La comunidad que el CMB ha “estado escuchando”, según admite el presidente, consiste en un número muy limitado de individuos, y solo tres son luchadores activos. En base a esto, una división transgénero es casi imposible por la falta de personas. Entonces, ¿por qué el CMB está presionando tanto para crear una resolución que podría acortar la carrera de Manuel y sus colegas?

Sulaimán dice que le “preocupa la seguridad de Manuel. Tiene 38 años y compite contra hombres con diferente estructura ósea e índices más altos de conmociones cerebrales”. La posición del CMB sobre los atletas trans se formó en gran medida a partir de estudios realizados en mujeres luchadoras hace casi una década, donde se utilizaron “muchos datos médicos”, según Sulaimán, para determinar las reglas específicas de mujeres. El comunicado de prensa del CMB de 2014 enumera razones como el ciclo menstrual, porque genera cambios físicos, y el que las mujeres sean más “físicamente propensas a tener más contusiones” para adoptar esas pautas en todo el deporte.

“No es seguro que las mujeres peleen más de 10 rondas de dos minutos”, me reiteró Sulaimán a través de una videollamada. “En el tenis, las mujeres juegan tres sets; en el golf, juegan desde una distancia más corta; etc.”. Un tiempo de competencia más corto para las peleas femeninas sigue siendo tema de discusión por los supuestos hallazgos del CMB, que provienen de un informe que nunca se ha compartido públicamente, a pesar de las solicitudes de Rolling Stone, y que sigue siendo disputado entre neurólogos y expertos médicos.


“Pensé que podría entrar en la división femenina e intentar ser campeona mundial… o podría mantenerme fiel a quien soy”.


La doctora Meeryo Choe, especialista en salud cerebral femenina y neuróloga pediátrica de la UCLA, que participó en el estudio y que formó parte de la junta médica asesora del CMB, le dijo a The Ringer
en 2018 que su trabajo había sido malinterpretado, y que, a pesar de lo que había afirmado el CMB, no había forma de determinar estadísticamente que las mujeres tuvieran “casi un 80 % más de probabilidad de tener una contusión que los hombres”. (Choe no respondió a la solicitud de comentarios de Rolling Stone).

Y en un informe publicado en la revista Orthopedic Journal of Sports Medicine, basado en una reseña de 25 estudios sobre contusiones cerebrales relacionadas al deporte femenino, su insinuación sobre que las mujeres son más propensas a las conmociones cerebrales y sufren de síntomas más prolongados que los hombres fue advertida por el hecho de que las deportistas siguen siendo una “población poco estudiada” en este ámbito y la investigación explica por qué las atletas mujeres tienen peores consecuencias al ser “limitadas”.

“Se ha trabajado con muchos hombres y menos del 10 % son mujeres. Todo es muy sesgado”, afirma Robert Cantu, profesor clínico de neurología y neurocirugía de la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston y cofundador de su Chronic Traumatic Encephalopathy Center. Según Cantu, también hay otra razón clave por la que los estudios publicados expresan una mayor vulnerabilidad de las mujeres frente a las conmociones cerebrales:

“En promedio, [las mujeres] son más honestas a la hora de informar sus síntomas, y, probablemente, también lo sean al informar los que persisten. Así que, esa teoría, por sí sola, podría explicar por qué la incidencia de conmoción cerebral es mayor en las mujeres que en los hombres y por qué sus síntomas duran más. En mi opinión, la literatura puede ser defectuosa por el sesgo de la información”.

Dejando el tema de las mujeres por un momento, Cantu no está “al tanto de ningún buen estudio” —que él describe como una población de 50 a 100 atletas evaluados a lo largo de 10 años, con un costo de entre 500 000 y un millón de dólares— que se esté llevando a cabo en el momento sobre contusiones cerebrales en personas transgénero. “Las habilidades y destrezas de uno deben dictaminar si [los luchadores transgénero] pueden hacer algo o no”, afirma Cantu. “No creo que haya datos médicos sólidos que digan que su cerebro es más vulnerable”.

El CMB ha estado evaluando la viabilidad del boxeo transgénero durante “tres o cuatro años”, según Sulaimán, pero no fue hasta 2022 que presentaron las conclusiones de su comité en un comunicado de prensa que proclamó el “apoyo inequívoco del CMB a los derechos de las personas transgénero”, seguido poco después por su intención de lanzar una división trans en 2023.

Hasta ahora, los planes están en pausa, y cuando se les presiona, Sulaimán admite que varias cosas podrían cambiar en los próximos meses y años si surge una investigación médica convincente. Para organizaciones como USAB, un boxeador que hace la transición de hombre a mujer es elegible para competir en la categoría femenina solo después de una cirugía de reasignación de género y un mínimo de cuatro años con hormonas. Las pruebas para determinar los niveles correctos de testosterona también son un requisito previo para la competición.

Sonya “the Scholar” Lamonakis es la vicepresidenta de USAB en Nueva York, así como la cuatro veces ganadora de los Guantes de Oro y excampeona mundial de peso pesado de la OIB. Curiosamente, en 2009, ganó uno de sus campeonatos nacionales junto a Patricio Manuel, y aún conserva una foto de ellos celebrando. Lamonakis supervisa todas las peleas amateurs autorizadas en Nueva York y, por ende, está en contacto con aproximadamente 40 boxeadores trans que entrenan, pero solo “uno o dos” que participan en peleas. Para la vicepresidenta, usar la misma política que tenían para los amateurs, en el ámbito profesional, debe hacerse con cautela.

“No pueden sacarse los hombros, no pueden sacarse la envergadura, no pueden extirparse los pulmones [corazones y órganos] más grandes [que tienen los hombres]. En la liga de aficionados está bien, todos usan cascos, guantes de 12 onzas [que son más acolchados] y hay procedimientos de seguridad, pero ¿en la liga profesional? No estoy segura de que deberían hacerlo”.

El gimnasio Gleason’s ha sido un pilar de la escena boxeadora de Nueva York desde que fue fundado en 1937. Ubicado originalmente en el Bronx, el gimnasio se trasladó a Brooklyn en 1978 y desde entonces ha acogido a más de 130 campeones, incluidos Jake LaMotta, Roberto Durán, Muhammad Ali, Julio César Chávez y Mike Tyson. Inicialmente, el gimnasio estaba reservado para luchadores profesionales, pero cuando Bruce Silverglade se hizo cargo en 1982, Gleason’s comenzó programas para hombres de cuello blanco y, lo que es más controvertido, para mujeres. Lo que comenzó con un puñado de boxeadoras ha crecido a más de 400 miembros activos en la actualidad, y es solo uno de los varios programas que Silverglade tiene para promover la inclusión y la diversidad.

“Te tiene que gustar el boxeo y tienes que querer probarlo. Lo que haces afuera o en tu vida privada no me interesa”, dice Silverglade. “A todos los tratamos igual. Mike Tyson pagó su membresía aquí. Cuando Hilary Swank quiso entrenar para Million Dollar Baby golpeando un saco de boxeo, tuvo que esperar su turno. ‘Sammy the Bull’ Gravana, la mano derecha de John Gotti, también entrenó aquí. Mientras las personas sean respetuosas y tengan en cuenta las reglas del gimnasio, son bienvenidas. Todos pagan lo mismo y reciben el mismo trato. Excepto Muhammad Ali, él era diferente”.

Además de las clases para veteranos, niños, personas neurodiversas y que sufren de Parkinson, Gleason’s también es el hogar de Trans Boxing, un grupo fundado por el entrenador Nolan Hanson en 2017 que se dedica a apoyar a aquellos que quieren boxear sin las limitaciones de la “identidad de género”.

“Es un proyecto para atacar temas como el racismo, la misoginia, la transfobia y el capitalismo tardío, todas esas cosas que apoyan nuestro sistema económico patriarcal”, expresa Hanson, el atlético entrenador de 32 años mientras pasamos junto a los luchadores que entrenan con los enormes sacos de boxeo, y las cadenas que los sostienen crujen con cada golpe. Hanson ha dirigido talleres para boxeadores trans en San Francisco; Portland, Oregón; Seattle; y Nueva Orleans, pero es en Brooklyn, en los ring de pelea de Gleason’s y rodeado de pósteres de Ali y Sugar Ray Robinson, donde sus sesiones encontraron un hogar permanente. “Aquí encontré mucha aceptación”, comenta Hanson, dirigiendo a uno de sus estudiantes mientras salta una cuerda frente a un espejo de cuerpo completo. “Bruce ha sido increíble, me siento muy cómodo con él”.

Silverglade recuerda ser cautelosamente optimista cuando Nolan le presentó la idea por primera vez. “No había duda de que iba a permitir que [boxeadores trans] entraran, pero había un miembro de 20 años, un peso pesado profesional al que no le gustó eso. Así que tuve que decirle que su actitud no era la correcta, que tenía que ser tolerante con todo el mundo, de lo contrario, tendría que irse”.

Según Hanson, el peso pesado —que eventualmente fue expulsado— había acosado a uno de sus compañeros en el vestuario de tal manera, que el peleador nunca volvió. Gleason’s ahora tiene carteles que detallan la ley de Nueva York con respecto a la expresión e identidad de género. “Fue aterrador, estuvo horrible, pero he estado casi dos años aquí y solo ha sucedido una vez”, comenta Hanson.

Al acercarse al borde de un ring, Hanson saluda a otro de sus peleadores, que está calentando para una sesión de entrenamiento: Kerry “Miles” Thomas, un entrenador y trabajador social certificado por la USAB, que se unió al proyecto Trans Boxing en 2018. “Hubo un momento en que pensé que nunca podría entrar a un gimnasio de boxeo y ser bienvenido”, dice durante un descanso de una serie de sentadillas.

“Creo que, para muchos de nosotros en la comunidad, con todo lo que hemos tenido que pasar, el rechazo de las familias, todo eso, [el boxeo] puede ayudarnos a recuperar nuestra autoestima, nos ayuda a encontrar fortaleza”, dice Thomas, especialista en atención basada en trauma y crecimiento postraumático. “Definitivamente me ha ayudado a encontrar esa resiliencia. Es un mecanismo muy sano de defensa”. Thomas dice que casi “perdió la vida” hace 20 años, antes de comenzar la transición. Ahora, a sus 38 años, espera que ser visible aquí les muestre a otras personas trans que no tienen que “esconderse en las sombras”.

Cuando Thomas completa sus sentadillas, Hanson lo ayuda a colocarse el casco para entrenar. El luchador contrincante, un hombre cisgénero, ya lo está esperando en el ring, y con la siguiente campanada, comienzan a intercambiar golpes. Hanson le grita consejos desde la esquina: “¡Toma distancia, Kerry! Solo dale, dale. Ahí lo tienes. Ten cuidado con tus pies, se entrecruzan. ¡Oye, cuidado con eso!”.

Aunque tanto Hanson como Thomas son amateurs y no planean pelear profesionalmente, ambos están molestos por los planes del CMB de crear una división transgénero y su evaluación binaria de los luchadores de su comunidad. “Están intentando adelantarse a un problema que no existe en realidad, que es que las mujeres trans invadirán la categoría femenina de élite y las despojará de sus cinturones”, dice Hanson, con los ojos aún fijos en los movimientos de su luchador. “Soy una persona trans, soy entrenador de boxeo, estoy en este mundo, conozco boxeadoras profesionales, pero no conozco a ninguna boxeadora trans de élite. Por lo tanto, esta política está lidiando con un problema fantasma”.

Thomas, al recuperarse de su sesión, está de acuerdo con la opinión del entrenador. “Actualmente estoy involucrado en un estudio sobre la terapia de reemplazo hormonal [en los deportes]”, comenta. “Confío en la medicación exógena de testosterona, pero realmente creo que, una vez tengamos todos los datos, la ciencia mostrará que no tengo ninguna ventaja o desventaja [sobre otros boxeadores]”.

Cuando suena el timbre, todos los luchadores de Gleason’s vuelven a sus actividades de entrenamiento y Hanson se va a buscar a los que dejó saltando la cuerda. “No es inclusión, es segregación, ¿sabes lo que digo?”, me pregunta. “Estoy seguro de que habrá unos hijos de puta que digan: ‘Quiero un cinturón del CMB’. Y bueno, háganlo, pero no está bien. Este tipo de retórica no está haciendo ningún bien”.

Para cuando suena la campana que marca el final de la cuarta y última ronda, Patricio Manuel tiene sangre en un costado de su cara; un choque accidental de cabezas al comienzo de la ronda le cortó gravemente el ojo. A pesar de todo, los dos luchadores se golpean los guantes y esperan a que el presentador se acerque al micrófono con el veredicto. “Bueno, aquí tenemos la puntuación”, dice generando suspenso. “Los tres jueces lo ven igual, 40 a 36. El ganador, por decisión unánime… y aún invicto: ¡Patricio Manuel!”.

El árbitro Reiss levanta la mano de Manuel y el vencedor saluda a la multitud que lo vitorea. Necesita algunos puntos en su ojo antes de que termine la noche, pero primero, se dirige al quiosco donde comenzó la noche para comentar sus reacciones después de la pelea. Está tranquilo, claramente feliz con la victoria, pero se nota reservado y contenido. “Me siento contento de haber conseguido la victoria, pero todavía estoy un poco decepcionado de mi desempeño. En mi próxima pelea verán mucha más madurez de mi parte”, afirma mientras su perfeccionismo deja de lado cualquier tipo de arrogancia. “Un luchador histérico es un luchador que puede ser un peligro para sí mismo, así que intento siempre tener el control de mi persona”. El control y la confianza de Manuel también le han ayudado a sus más cercanos a soportar sus peleas en el ring.

Hanson impartió clases en todo el país antes de llegar a Gleason’s. “Aquí encontré mucha aceptación”. FOTOGRAFÍA POR CRIS ESQUEDA/GOLDEN BOY.

“Para mí es estresante verlo. Ningún padre quiere ver a su hijo herido y sangrando”, expresa la madre de Manuel, Loretta Butler, sobre las más de 70 peleas en las que ha visto a su hijo. “Pero, es el sueño de su vida, así que eso supera cualquier dolor físico. Recuerdo que un día volvía de la tienda cuando me dijo que iba a hacer la transición. Lo primero que le pregunté fue: ‘¿Y qué pasará con el boxeo?’, porque sabía que le gustaba”. Su madre había visto la lucha de Manuel en los rangos amateur del boxeo femenino, y su depresión después de una lesión terminó con el sueño de competir en el primer torneo olímpico de boxeo femenino en 2012.

En ese entonces, siendo cinco veces campeona nacional amateur, hubo muchos que pensaron que el talento y el poder de Manuel eran suficientes para obtener un título mundial profesional en la división femenina. Sin embargo, para su madre no era una opción realista. “¿Cómo sería feliz si no está siendo fiel a sí mismo? Es decir, el dinero no le dará eso”, afirma. “Y él es un hombre, nació hombre. La biología la cagó en algún momento, pero yo di a luz a un hijo”.

Antes de la pelea, Manuel lamentó cómo la comunidad transgénero está siendo utilizada como un tema polémico para promover el miedo y alimentar el fervor político en Estados Unidos, y lo decepcionante que es que grupos e individuos ayuden a “financiar tales narrativas”. El boxeo se ha utilizado con frecuencia como una plataforma para la defensoría, el foco de atención en el combate actúa como una metáfora de la pelea más grande que ocurre afuera del ring; pero en este momento de triunfo contra la adversidad, Manuel reflexiona sobre la marca que acaba de dejar.

“¿Sabes? Solo vivo mi vida como cualquier otro boxeador”, comenta. “Sé que es emocionante para la gente que no está en el deporte, pero, para mí, solo estoy a un paso de mi siguiente pelea y estoy mejorando. Simplemente soy alguien que quiere vivir su vida como cualquier otra persona. Ese es un deseo muy humano, más allá de tu identidad de género, raza, sexo, o lo que quieras. Todos intentamos vivir nuestras vidas bajo nuestros propios términos. Y para mí, eso significa ser un boxeador. Eso es todo”.

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