Javier Heraud Pérez-Tellería, conocido como el “Rimbaud de las letras peruanas”, fue un poeta y revolucionario peruano reconocido por sus bellos poemarios El río y El viaje, los cuales escribió antes de morir a los veintiún años de edad en un enfrentamiento bélico, cuando formaba parte del Ejército de liberación nacional del Perú.
La vida de este artista y activista político fue bellamente contada en el documental El viaje de Javier Heraud (2019) de Javier Corcuera. Ahora es narrada con la libertad dramática otorgada por la ficción por el director Eduardo Guillot (autor de Caiga quien caiga, el polémico biopic sobre Vladimiro Montesinos, el asesor presidencial de Alberto Fujimori. Guillot utiliza dos líneas narrativas paralelas para contar la historia del poeta. La primera nos acerca a los últimos días de Javier (Stefano Tosso), haciendo parte del grupo guerrillero en las selvas de Bolivia y Perú. La segunda línea nos muestra los días de juventud de Javier a finales de los años cincuenta, como un poeta que estudió derecho para no defraudar a su padre Jorge (Lucho Cáceres).
Con un estupendo diseño de producción atento al detalle, y una fotografía evocadora a cargo de César Fe (El limpiador), la película nos muestra al Perú bohemio de la época y nos introduce a varias de las personas importantes en la vida de Heraud, como su gran amigo Degale (Gabriel González), su primer amor Laura (Vania Accinelli), su abnegada madre Victoria (interpretada por la recientemente fallecida Sofía Rocha), así como algunos de sus colegas y mentores, como los fueron Washington Delgado, Javier Sologuren y Mario Vargas Llosa (Sebastián Monteghirfo).
El problema con La pasión de Javier está en sus actuaciones acartonadas y recitadas, algo que estropea cualquier película. Es cierto que la recitación es una actividad ligada a la poesía, pero el cine necesita de interpretaciones más sueltas. No cabe duda que el elenco despliega un gran carisma, pero carece de naturalidad y espontaneidad.
Sin embargo, la reflexión central de Guillot sobre cómo la ingenuidad y el idealismo inherente al activismo político radical, en últimas acabó de manera prematura e innecesaria con la vida de un gran artista, es tremendamente pertinente, provocadora, interesante y abierta al debate.