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La crónica que mejor define a Wes Anderson

La décima creación del director revela todos sus trucos, rarezas y peculiaridades al rendir tributo a la revista New Yorker y sus creadores

Wes Anderson 

/ Benicio del Toro, Adrien Brody, Tilda Swinton, Léa Seydoux, Frances McDormand, Timothée Chalamet, Lyna Khoudri, Jeffrey Wright, Bill Murray, Owen Wilson, Anjelica Huston

Por  K. AUSTIN COLLINS

Como es costumbre, el talento abunda en el set cuando Anderson está al mando.

SEARCHLIGHT PICTURES. © 2020 TWENTIETH CENTURY FOX FILM CORPORATION.

A Wes Anderson lo tildan de ser un ‘friki’ por sus peculiaridades, incluso dicen que es demasiado pulido para catalogarlo como ‘friki’. No obstante, aquí eso es inevitable. Afortunadamente no de la manera más obvia.

Anderson siempre ha mostrado afecto por una buena técnica, y esto, así como sus hábitos estilísticos (la tragicomedia romantizada, la nostalgia, la insistencia fantástica y los esquemas codificados emocionalmente por el color), es lo que define sus películas. Y para mí, esa es una de sus mejores cualidades.

La Crónica Francesa, su décima cinta, sin ser un filme antológico, ofrece cuatro historias por el precio de una, rindiendo tributo a la ingenuidad y estilo que han definido sus trabajos previos.

Es una revista en formato de película y Anderson (él escribió el guion, por supuesto) desarrolla el filme artículo por artículo. Más que una antología, esta cinta trata a las personas que la componen, no solo a los escritores y editores, sino también a los sujetos que han inspirado sus artículos, con la misma dedicación y asombro que Anderson le dio al chef de sushi y a los fugitivos en Isla de perros. Cuatro escritores, cuatro historias, cada una repleta de personalidades excéntricas y emocionales. La genialidad, según la película, puede surgir en lugares inverosímiles: en un asilo para criminales dementes, en la cocina de un comisario de policía, o en un movimiento juvenil minimizado por los mayores que no pueden ver la pasión en el idealismo.

Este el involuntario regalo de despedida de Howitzer a sus redactores y lectores antes de morir repentinamente. Los escritores de la nómina pueden o no saber cómo acabará esto: con el testamento de Howitzer definiendo el cierre de la revista. Cuando muere –esto se nos da a conocer desde el principio–, la revista muere con él. Al igual que El Gran Hotel Budapest, La Crónica Francesa es más que una muestra de las cualidades del realizador que, para quienes no se han aficionado a sus películas, son fáciles de caracterizar como cursis y estrafalarias. Es un testimonio de los ideales creativos del pasado, incluido el derecho a disfrutar de la extravagancia. Más que eso, es un tributo a la gente que hace que valga la pena soñar con esos ideales. En los mejores momentos, Anderson ofrece referencias, y no solo guiños, a los escritores que tanto le han inspirado; se trata, en general, de leyendas de una época pasada de esa revista.

Una cinta normal de un solo volumen de Anderson ya estaría repleta de talento delante y detrás de la cámara. (En este último aspecto, el director de fotografía Robert Yeoman, el compositor Alexandre Desplat y otros de los colaboradores clave del texano, han vuelto para hacer un gran trabajo). El reparto es igualmente abundante: Benicio del Toro, Frances McDormand, Jeffrey Wright, Adrien Brody, Tilda Swinton, Timothée Chalamet, Owen Wilson, Bill Murray, Willem Dafoe, Edward Norton y Christoph Waltz, entre otros. Algunos de ellos solo tienen papeles en una escena, o un puñado de líneas, o ninguna. Todos ellos son aperturas distintas en el mundo más amplio que esta película ha construido. Si se eliminara a cualquiera de ellos, se notaría la diferencia.

La verdad de esta película llega, como sus mejores detalles, en miniatura: en los gestos más pequeños, en las miradas que marcan el final de las escenas clave, en las extrañas redes de afecto que definen las historias.

Anderson sigue empeñado en utilizar sus artificios para avivar, en lugar de sofocar, la emoción pura; quiere mezclar y combinar el placer con la melancolía y el humor. Y sigue recordándonos el poder de la cámara, la necesidad de detallar los entornos de los personajes hasta un grado obsesivo. Es un estilo nacido del collage: la fantasía choca con la realidad sentida.

La película es una antología no solo de vibrantes historias que cobran vida, sino de todo lo que Anderson sabe hacer como director. Para algunos, esto parecerá el límite. Para el resto, será uno de sus mejores trabajos. Incluso cuando la película no funciona del todo, simplemente somos felices de ver trabajar a este hombre.

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