Un tornado. Acaso ese sea el modo más elocuente de definir el paso de Kamasi Washington y su banda por Buenos Aires. La elección estética de formar con una doble batería (Tony Austin y Ronald Brunner Jr.) marca una pauta: un vendaval rítmico que todo lo arrasa.
El único show de Kamasi en la Argentina, hasta el del jueves 2, había sido en el marco del Lollapalooza 2019. Un set potente, pero breve (apenas una hora, o acaso menos), que nos había dejado con ganas de más. Que su esperado regreso haya sido en el Complejo C Art Media no solo es una elección de la producción local, sino de una elección estética. De una construcción de carrera que es un crossover con la cultura de festivales, o la cultura rock, y que nos remite, por ejemplo, a Miles Davis tocando en el Festival de la Isla de Wight, hace más de 50 años.
Hace unos años, en Rolling Stone, el contrabajista Mariano Otero declaró que lo que definía a la generación del Nuevo Jazz Argentino era que se habían criado escuchando rock. Ocurre lo mismo con West Coast Get Down, el colectivo de artistas liderado por Kamasi, cuya educación sentimental no sólo está atravesada por el jazz, sino por el rock y el hip-hop.
El concierto comenzó con “The Garden Path”, un tema que lanzó como single hace apenas unos meses, que le permitió al líder desplegar un solo intenso, mientras el ingeniero de sonido buscaba el modo de equilibrar la energía de esta aplanadora del jazz-rock. En el centro del escenario, Kamasi se lleva todas las miradas, con una imponente estatura, una túnica beige con estampados de linaje afro, a tono con su característica cabellera, y en el índice de su mano derecha, un enorme anillo con una piedra turquesa. Pero su protagonismo no es excluyente: “¡Toco con los mejores músicos del mundo!”, declama. Y a cada uno de ellos les brinda su espacio para la improvisación.
Una clave para entender el delirio: con el contrabajo a vara, Miles Mosley parece emular a los solos de los guitar-hero de los 80, como Joe Satriani o Steve Vai. Es una impronta rockera, que por su energía disrruptiva recuerda a la Orquesta Típica Fernández Fierro. Desde los teclados, Brandon Coleman despliega su inventiva en un abanico de texturas y sintetizadores (del moog al Hammond B3).
Escudado por su padre Rockey Washington en la primera línea, descollando en un saxo soprano que por momentos recuerda a John Coltrane y en la flauta (cómo no evocar a Herbie Mann o James Moody), y por el notable trompetista Dontae Winslow, Kamasi demuestra que el jazz no es un género: es un lenguaje. Buena parte de las canciones son pequeñas suites, que abordan distintos ritmos, donde conviven el funk con la emulación del pop de los 80 (apto para el soundtrack de Stranger Things), el hip-hop con gestos del free jazz, colchones casi easy-listening que recuerdan al soundtrack de “El crucero del amor”, las bases cadenciosas del reggae, y hasta una incursión por el jazz tradicional, en un paseo por el Second Line de Nueva Orleans.
Kamasi es más que un saxofonista virtuoso, más que un compositor notable: es un diseñador de paisajes sonoros, un arquitecto de estructuras musicales que expande fronteras todo el tiempo. Hay una conexión con el baile, con lo sagrado, con lo espiritual, en climas que evocan el gospel y que tienen su correspodencia con las plegarias al cielo de la cantante Patrice Quinn.
La intensidad fue la velocidad de una velada que tuvo momentos emotivos con “Sun Kissed Child”, la pieza que Kamasi le dedicó a su flamante hija, “Truth” (con un clima de intimismo acompañado de luces azules), y “Mutha Africa”, una pieza de Brandon Coleman que coquetea con el afrobeat.
Kamasi se sumó a la ovación en forma de coro de Woodstock (llamativamente, una celebración exclusivamente Argentina), y esa melodía fue el despegue inicial de “Fists of Fury” (la canción que emula el título de un clásico del cine de artes marciales de 1972).
Hubo un bis, “Becoming”, que terminó con Kamasi elevando su brazo derecho, en un gesto de resistencia, muy típico del saxofonista argentino Gato Barbieri. La música como un modo de resistencia y un pedido, “Paz”, que en estos tiempos parece más que un formalismo o una consigna figurativa.
Ya en el frío contrastante de la calle, queda flotando la promesa del regreso, queda flotando la sensación de haber atravesado -más que un show- una experiencia trascendental, queda -incluso- el cansancio físico. Kamasi pasó por Buenos Aires y su paso fue como aquel tornado que arrasó a tu ciudad. Y a tu jardín primitivo.