Nacida junto a las olas de mar, en la ciudad caribeña Puerto de la Cruz, Venezuela, Irene López dio paso al encuentro de ritmos psicodélicos y frecuencias alternativas que retumban al ritmo del hip-hop. Desde sus primeros recuerdos, la música siempre fue un gran exponente en su vida, desenvolviéndola en el indudable talento con el que nació y encarnar en su mejor creación: Irepelusa.
Sus sueños y ambiciones parecen estar fijados. “Qué increíble cuando tú te planteas y quieres algo con el corazón, cómo el universo conspira para dártelo”, dice. Mientras tocaba violín en la Orquesta Sinfónica, crecía junto a los éxitos de agrupaciones como The Cranberries, Black Eyed Peas o Red Hot Chili Peppers, y gran variedad de géneros que la llevaron a crear su auténtico sello personal años después.
Sin importar el camino que escogiese, Irene estaba destinada a encontrarse frente a frente con Irepelusa, la mayor apuesta musical que se consolidó en 2017 bajo esta identidad. Desde entonces, ha coleccionado experiencias con agrupaciones a las que ha pertenecido, artistas con los que ha colaborado, y aunque su diploma de graduación dice “Ingeniera de Sistemas”, su propósito siempre fue expresarse a través del arte.
Con una guitarra que pidió de cumpleaños a su abuela, y frente a una pantalla viendo vídeos de YouTube, desarrolló un oído musical que la llevó a lo que sería el primer gran momento de su autodescubrimiento como artista. “Me intenté meter en clases de teclado, pero no me fluía. No sé, la profesora se perdía, se iba de viaje, cerraban la escuela. También a clases de guitarra, pero no. Yo necesitaba seguir aprendiendo por mi lado”. Y mientras enfocaba su atención en adentrarse en cada instrumento, aún había algo que jamás había contemplado: su voz.
El viaje lo emprendió ella sola. Lejos de la capital, de escuelas o instructores, y sin el apoyo de su familia, que en sus comienzos no acreditaba la música como profesión. Fue cuestión de tiempo para que ella misma se pusiera “bajo los reflectores” y las oportunidades llegaran. En sus años adolescentes soñaba con liderar una banda, a pesar de que la primera puerta que se abrió fue como teclista y voz secundaria en la agrupación Polyman, la misma que le daría la bienvenida a los escenarios.
“Fui escapando de mi realidad y empecé a relacionarme con un montón de personas metidas en el mundo de la música y darme cuenta de, ‘Hey, mira tú, este mundo grandísimo’, que yo no había visto antes. Todos los días aprendía algo”. Para 2016, junto a Veztalone y Frank Lucas, connacionales de Irepelusa, crearon la agrupación Motherflowers, exponentes de lo que ellos mismos denominan como “retrofuturismo psicotropical”, acercándose cada vez más al proyecto individual de Irene y que, sin duda, fue una de las bases más sólidas que dieron pista a su despegar.
“Yo hace tres o cuatro años estaba detrás de un teclado, estaba detrás de una guitarra, con voces, y no creía en el potencial que puedo tener para desarrollar todo lo que está dentro de mí, que conecta con las personas y se identifican”, dice mientras recuerda ‘Carledos’, su carta de presentación oficial como Irepelusa. La acogida del público le dio la respuesta: era momento de montarse en el bus sola. Este fue el punto de partida para regalar a sus seguidores un puñado de sencillos en su plan ‘prueba y error’ que la encaminaron a fijarse en el estilo musical que la distingue ahora.
Un koala en una palmera llegó este año como su primer álbum. En su “viaje de puros singles”, encapsuló lo que había venido trabajando desde que se aventuró a su carrera en solitario. Como si de un libro se tratase, el disco está puesto para leerse por capítulos: su arte, las canciones y las colaboraciones, todo como un conjunto narrativo que hace recuento de quién es Irene en la piel de Irepelusa desde el momento de su nacimiento. En su deseo de “experimentar diferentes sensaciones, diferentes géneros”, sin quedarse “encasillada en algo”, logró una unidad, irónicamente, heterogénea, explorando el lo-fi alternativo, el hip-hop y el legado de la refrescante costa caribe.
“Me fui encontrando, fui involucrándome más en las producciones musicales, no tanto en escribir y contar, sino también en las instrumentales. Fui conociendo artistas y fui formando ese sonido que yo podía decir que tiene mi esencia”. Los sencillos y EPs que orbitaban su carrera ya no eran suficientes. El álbum reflejó la decisión de pasar la siguiente etapa, de definir los nuevos sonidos que trazarán el camino de sus próximas creaciones.
Con una pandemia de por medio y la cancelación de su gira por Venezuela con los Motherflowers, Irene vio la oportunidad de trabajar sin detenerse. Temas como ‘No’, ‘Curarte’ y ‘Ciclón’,fueron producto del encierro que luego la impulsaron con ambición a conectar con otros artistas y salir de su zona de confort con ‘Double Cheese & Bacon’ junto a Rawayana y Jamebene.
Las colaboraciones que componen parte de Un koala en una palmera fueron piezas claves, no solo para la consolidación del álbum, sino para la misma Irepelusa, la llevaron a preguntarse cómo podía combinar su trabajo con el aporte de sus invitados. Pasando por Uruguay, Puerto Rico, España y Venezuela, los partícipes del álbum son artistas que tienen su completa admiración incluso antes de dedicarse de lleno a la música y luego de trabajar con ellos. lograr plantearse la pregunta:
“Desde mis comienzos me ponía con mi teclado, con mi guitarra, a ver cómo le puedo yo añadir esa esencia a mis instrumentales, porque a veces me cuesta mucho encontrar un productor que tenga un sonido con el que me sienta bien, que sí hay. Por eso me gusta más crear mi propio sonido y ver qué tal”.
Poco a poco el álbum tomaba forma, pero fue un constante de idas y venidas, de quitar y poner, y de buscar un equilibrio. ¿El resultado? Una historia que recapitula los primeros días de Irepelusa y presenta una versión actual, sin perder de vista su promesa de evolución constante. “Cierro el ciclo de la Ire del comienzo, y abro un ciclo a una Ire muchísimo más experimental”, resalta. Y es que, claro, ¿cómo dejar fuera sus primeros y pequeños, pero significativos logros? ‘Aguacero’, ‘Pan con Miel’ y ‘Pasitos’, no son sólo viejos temas, son las bases que recuerdan y plasman los éxitos más incipientes de su vida artística en el proyecto más completo de su autoría, hasta el momento, y que, desde ahora, lleva tatuado en su piel. Literalmente.
El cuerpo ya estaba, pero ¿y el rostro? La identidad visual sería el broche de oro para terminar su gran obra. “El nombre del álbum viene del apodo de una de mis mejores amigas. Me dice koala por la manera achinadita de mis ojos”, aclara. Juan Carlos Boo, un ilustrador mexicano que ya había hecho el arte de canciones como ‘Hierba’, ‘Un día a la vez’ y ‘Parapente’, resultó siendo el candidato perfecto para dejar a su creatividad el nombre que Irene había propuesto. “Le mando el álbum a Juan Carlos y él me manda un boceto de la portada, y digo, ‘OK, ¿cómo lo hiciste?’. No sé, pero esto es el álbum’”. Fue así como entre colores vibrantes, simbolismos y un arte minimalista el álbum ya tenía una cara con la cual salir a la luz.
El día finalmente llegó, y el 27 de mayo, Un koala en una palmera ya estaba disponible en todas las plataformas. Como cualquier proceso, este tampoco fue lineal, pero la buena respuesta del público calmó todas sus ansias y situaciones que pusieron en duda si su proyecto estaba listo.
“Tengo que seguir trabajando, porque las cosas se logran con esfuerzo, con trabajo, dedicación, constancia, paciencia, porque a veces entran momentos de desespero de que quisieras que fuese más masivo o que creciera de golpe. Pero realmente lo bonito del proceso es ese crecimiento lento y constante que se mantiene, ¿sabes? Todas esas cosas me hacen levantarme y decir que sí estoy en el lugar correcto, que estoy haciendo las cosas bien”.
Como mujer en la industria, Irene lleva la batuta. Le apuesta a la reinvención de su arte, y lo que la mantiene arriba es la necesidad de inspirar a otros, trabajar con artistas que “sin importar los números o el alcance, siempre y cuando me guste su música, me voy a relacionar”. Sus letras, ritmos y melodías están todas en la misma sintonía de su esencia, llegado al público que ella espera, de alguna manera, marcar.
“Y lo que me encanta de esto es que así voy, así vaya, vamos a hacerlo así, despacio. Voy paso a paso, y la gente está conmigo en el principio, está conmigo hoy también. Y me voy dando mis golpes, pero voy aprendiendo y eso es lo que me hace crecer”, dice con plena confianza.
Tanto Irepelusa como Motherflowers vienen ganando un importante reconocimiento en la escena latina, llevando estos dos proyectos a su gira más grande por Latinoamérica y llegando, por primera vez, a España. La apuesta de Irepelusa le da nuevo vigor a la golpeada industria musical venezolana, pavimentando un nuevo camino para artistas emergentes que siguen estos sonidos arraigados en sus raíces.
Indudablemente, Irene López se mantiene fiel a su singularidad, y es un claro ejemplo de que no hace falta competir para sobresalir, es más importante aprender y admirar para inspirar. Es justo el momento en el que puede mirar hacia atrás, releer sus páginas y preguntarse: “¿Yo hice todo esto?”.