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Grandes festivales, ¿se lo están tragando todo?

Un periodista español ha escrito y reflexionado profundamente sobre este fenómeno que cambió todas las reglas en la industria musical

Por  RICARDO DURÁN

enero 2, 2024

CORTESÍA YOUREDM

Nando Cruz abre muchísimo los ojos en un gesto que parece decir “¡Nunca se sabe!” cuando aseguro que jamás podré ver en vivo a Led Zeppelin, que es, probablemente, mi banda favorita. Nando es un reconocido periodista musical español, y me recuerda que los Beatles acababan de lanzar una nueva canción. Tiene razón, en la industria de la música puede pasar cualquier cosa. Si Mötley Crüe logra hacer una gira exitosa en medio de las acusaciones del exguitarrista Mick Mars, con Vince ‘Meals’ cantando peor que Axl Rose, y con la misoginia invadiendo el escenario cada cinco minutos, entonces sí, cualquier cosa puede pasar.

Nando ha trabajado durante décadas en televisión, periódicos y revistas de España, además de haber escrito ya varios libros. El más reciente de ellos se titula Macrofestivales, el agujero negro de la música, y en él reflexiona sobre la evolución y el impacto que los grandes festivales han tenido en la música, concentrándose especialmente en su país, donde estos eventos se han multiplicado de forma impresionante en los últimos años.

La primera señal de desencanto que sintió él (quien durante años asistió a emblemáticos festivales europeos) llegó cuando se quedó dormido mientras estaba frente al escenario viendo a una de sus bandas favoritas. “Te culpas por no haber aguantado el ritmo, lo he ido percibiendo con el paso de los años, evidentemente te vas haciendo mayor”, confiesa, y se decía a sí mismo: “Es que eres tú, Nando, que te estás haciendo viejo y no aguantas”.

Con el tiempo entendió que, aunque la edad hiciera lo suyo, los festivales se estaban convirtiendo en maratones de tres o cuatro días llenos de ansiedad en los que se sentía obligado a ver decenas de conciertos. “Este sitio en el que lo pasaba tan bien, de repente se había convertido en un infierno para un melómano como yo”. Empezó a ver que estos eventos eran realmente un modelo de negocio que “funciona muy bien para quien lo organiza, pero no para quien ha de disfrutarlo, la gente aficionada a la música”.  Terminó viendo que el público no era el único que salía perjudicado, y se dedicó a escribir sobre el tema.

Para Nando, los monopolios de la música en vivo han disparado los precios de una manera descomunal, valiéndose de sus alianzas y de los gastos de gestión añadidos; “Ir a un concierto se está convirtiendo en un producto de lujo”, asegura. Para mantener ese modelo de negocio tan rentable, incluso es necesario inflar estrellas para que algún día parezcan dignas de encabezar un cartel.

Este fenómeno global ha venido sumándose a otros tantos que terminan lastimando a artistas, asistentes y comunidades, mientras los promotores pretenden mostrarse como grandes benefactores, motores de la economía y la cultura. Por otro lado, la gente se endeuda y se somete a diversos tipos de abuso (tarifas dinámicas, costos por servicios, letras menudas, etc.) para asistir a estos conciertos, que cada son más onerosos. Quienes organizan los festivales ya cuentan con montones de medios (públicos y privados) e influencers que, a cambio de prebendas y la ilusión de buenos contenidos, se encargan de manejarles la imagen, convirtiendo eventos privados en acontecimientos de supuesto interés público. Y sabemos que no son los únicos, en el deporte pasa todo el tiempo.

RUEVEN TAN.

Ante semejante panorama, concertamos una cita para que Nando, hablando largo y tendido, nos acompañe a exponer otras perspectivas:

Parece que estos festivales son el reflejo de un sistema económico que te vende la ilusión de tener mucha libertad para elegir, pero lo que terminan haciendo es limitar al máximo tus posibilidades de elección.

Cuando se anuncia el cartel, te están vendiendo la ilusión de que vas a poder ver todo eso, pero cuando finalmente se construyen los escenarios, se organizan las actuaciones y se distribuye cada escenario y cada día, ahí es donde ves la realidad. Tú no puedes ver todo eso porque los humanos tenemos dos ojos, dos oídos y dos piernas, y no somos capaces de ver tres conciertos a la vez. Te han vendido una ilusión y tú estabas pensando: “Por este dinero voy a ver a todos estos grupos, me sale barato”. Pero llega el momento de la verdad y descubres que muchos están tocando a la vez o que están tocando a horas en las que vas a estar absolutamente reventado, o que aún no has salido de tu trabajo y no has podido llegar al recinto. Entonces, ya no te sale tan barato porque no puedes acceder más que a un porcentaje mínimo. Después de un momento de entusiasmo te culpas a ti mismo, cuando en realidad está estructurado de una manera en que tú no puedas acceder a todo ello, y se estructura así para gestionar la cantidad de gente que hay en un festival. Los festivales tienen que contraprogramarse a sí mismos y repartir los grupos importantes en espacios distintos para que todo el mundo no se junte a la vez.

Esta idea de que sale más barato termina siendo muy engañosa; los festivales se convierten en espacios autónomos, ahí gobierna el promotor e impone sus reglas. Mucha gente cree que la entrada es barata, pero tienes que sumarle el transporte, la alimentación y las bebidas dentro de ese espacio, que tiene otras regulaciones y donde todo es mucho más caro.

Si es que es así. No sé en Colombia, pero en España hay festivales muy caros y también hay festivales muy baratos, para un público más joven con menor poder adquisitivo, en los que pagas 70 euros y puedes estar cinco días viendo conciertos. Pero, ¿qué pasa? Ahí dentro las cosas funcionan como decide el empresario, y puedes estar pagando por un bocadillo cuatro veces más de lo que te costaría si estuvieras en la calle. Entonces, festivales con unas entradas baratas pueden acabar resultando muy caros, acabas gastando más de lo que te ha costado el abono. Esa es la mejor forma de calcular realmente lo que vale un festival, dónde va el dinero y dónde se generan los ingresos. Cuando un festival te cuesta 100 euros y al final te has gastado 150, quiere decir que hay 150 euros que sirven para financiar el festival y no tienen nada que ver con la música, tiene que ver con los bocadillos, con las cervezas, con el dinero que se te queda en las pulseras con las que estás pagando lo que consumes, con los gastos de gestión y todas estas variables que hay alrededor del festival.

Más allá de un espacio donde se celebran actuaciones, es un recinto en el que el empresario quiere que estés el máximo tiempo posible, y que te gastes el máximo dinero posible. En un concierto de Green Day, tú entras a las 10 de la noche y sales a las 12, solo tienes dos horas para gastar y son dos horas en las que estás viendo el grupo, con lo cual no gastas. En un macrofestival, el modelo de negocios es: “Te voy a poner muchos grupos para que estés mucho rato ahí dentro y ya me encargaré de que gastes el máximo dinero posible”. En España hay festivales que ingresan más dinero por la barra y por la venta de cerveza que por la venta de abonos.

En esas “repúblicas independientes” también te dicen que no puedes ingresar comida, no puedes entrar bebidas, no puedes entrar nada. Seguramente utilizan la excusa de evitar el ingreso de drogas o cosas peligrosas.

En España, a menudo se pone la excusa de: “Puedes entrar comida en mal estado y entonces nosotros, como responsables del festival, no podemos saber si nos la has comprado a nosotros, y si esta persona enferma, la culpa sería nuestra. Entonces, la mejor manera de garantizar que esto no va a pasar es impedir que entres comida”. Tremenda estrategia de cinismo. La otra es que no puedes entrar las botellas con el tapón, porque si lanzas una botella cerrada llena de líquidos puede ser muy dañina para un espectador o para un músico. Aunque tú le puedes lanzar el móvil, que no te lo están prohibiendo, y también puede hacer daño. Son estrategias que se utilizan para generar el máximo de ingresos. Cuantos menos bocadillos entre la gente, más bocadillos tendrá que comer dentro.

En España hay festivales que te están cobrando si quieres salir del recinto. Pagas 100 euros por tu abono, pero si quieres salir del recinto a comprarte un bocadillo fuera, que será tres veces más barato, tienes que pagar un extra. Son estrategias para conseguir vaciar los bolsillos de un público que, en principio, lo único que quiere es ver conciertos y no va a disfrutar de la gastronomía en un festival que en muchos casos es bastante cuestionable. El problema añadido es que, como mínimo en España, las administraciones públicas, los ayuntamientos y los gobiernos no están actuando en consecuencia. Aquí se están vulnerando muchos derechos. La única manera de resolverlos es que los gobiernos y ayuntamientos multen a estos festivales y les prohíban ejercer estas prácticas.


“Más allá de un espacio donde se celebran actuaciones, es un recinto en el que el empresario quiere que estés el máximo tiempo posible, y que te gastes el máximo dinero posible”.


Tratemos de hablar un poco más de la música, que tristemente es cada vez menos importante en los festivales. Para mucha gente estos han sido una panacea, ese espacio donde aparentemente conocen mucha música nueva, ¿qué perspectiva tienes tú ante eso?

Yo creo que siguen siéndolo para mucha gente. Gente con aguante sigue viendo estos festivales como espacios para descubrir música, y lo son. Lo que pasa es que, como empresas insertas en la lógica capitalista, solo quieren crecer y crecer para generar más beneficios, cubrir gastos, y para que el negocio funcione. Para seguir creciendo en un país como España, donde tampoco hay tantos aficionados a la música dispuestos a pagar, llega un momento en el que la única manera de llenar estos espacios es incorporar un perfil de público que no está especialmente interesado por la música, pero sí en pasar un fin de semana medio divertido en un espacio que te da cierto caché; ir a festivales te sitúa socialmente en una esfera respetable.

En España, los festivales tienen un porcentaje de melómanos, otro porcentaje de público extranjero, que es otra manera de llenar los festivales, y un tercer porcentaje de público —cada vez más numeroso— que va allí a pasar un rato, a pasar la fiesta, a ver grupos, pero no de una manera muy apasionada. La música está allí de fondo, pero el motivo por el cual van es socializar y pasarlo bien, cosa que yo no crítico.

Cuando el porcentaje de público profundamente apasionado por la música y que desea descubrir grupos se va reduciendo, y el porcentaje de público interesado en pasar un fin de semana divertido va aumentando, se generan unas tensiones porque el público melómano se encuentra rodeado de un montón de gente a la que no le interesa especialmente la música, que puede pasarse el concierto hablando, y que ocupa mucho espacio.

“A ver, ¿cómo puede ser que haya tanta gente aquí viendo este grupo? Si en realidad no es conocido, y yo quisiera estar en primera fila, pero no puedo porque está lleno de gente y ni siquiera oigo la música porque la gente está hablando”. Estas incomodidades están haciendo que mucho melómano se vaya retirando y empiece a considerar que el festival de música, aunque es un espacio para descubrir grupos, no es un espacio agradable donde escucharlos.

Por otra parte, hay artistas y bandas que no funcionan bien en esos espacios, hay artistas para teatros o para coliseos, que no se ven bien en un espacio abierto. Recuerdo ver en un festival a Alabama Shakes y sentir que aquel campo lleno de charcos no era el lugar para escuchar esas canciones…

Porque es un tipo de grupo que tiene un sonido de club, de sala, íntimo y de contacto directo, de ver a la cara. Nos estamos acostumbrando a perdernos un montón de información en los festivales; por ejemplo, las expresiones faciales de los músicos, el sudor que cae de la cara de los músicos. Todos estos elementos complementan nuestra experiencia musical, y quedan exterminados cuando estás en un macroconcierto viendo esas imágenes a través de la pantalla. Evidentemente hay artistas que tienen las de perder en este espacio.

Muchos grupos, como ven que la única manera de ganarse la vida es tocar en festivales, tienen que invertir parte de su dinero en montajes audiovisuales o en elementos que refuercen su directo porque dan por sentado que la gente los va a acabar viendo desde muy lejos. Empezamos a ver grupos que nunca habían necesitado de espectáculo audiovisual, pero deben incorporarlo, o el grupo que toca en el escenario de al lado se los come porque tiene mucho más atractivo visual. De alguna manera, el hecho de que los macrofestivales se hayan convertido en el principal espacio de trabajo de muchas bandas, hace que su espectáculo tenga que adaptarse a estos grandes escenarios, y a veces incluso la música.

En un gran recinto no va a triunfar nunca un cantante tímido, lo que necesitas son tíos con voces potentes, con ritmos muy marcados para que la gente pueda dar palmas mientras están sonando los estribillos que a veces ni siquiera tienen letras, y todo el mundo se puede incorporar a la canción sin haberla oído jamás. Paralelamente, otros grupos con un sonido mucho más íntimo, más de sala pequeña, han quedado fuera del juego. El macrofestival se ha convertido en un elemento tan importante que ha acabado marcando incluso el sonido de las bandas.

Alguna vez acá, un artista solista recortaba su show por la incomodidad que le producía entre canción y canción, y durante el show, estar oyendo al DJ que tocaba a 200 metros.

Claro, incluso para los propios grupos es un espacio incómodo. Les puede generar mucho dinero, pero puedes estar tocando mientras oyes el bombo del DJ de fondo. Esto para un músico es muy deprimente. Estás allí compitiendo con otro compañero de profesión para atraer al máximo número de público a tu escenario. Esto hace que debas elegir muy bien las canciones que vas a tocar para que la gente no se te vaya. Muchos grupos tienen su repertorio de sala y luego tiene el repertorio de festival, que, por supuesto es más corto, porque tienen menos tiempo para tocar, pero además tiene que ir mucho más directo a solo éxitos y canciones muy enérgicas. Si haces dos canciones medio tranquilas, la gente se va al escenario 8 o al 14, está la sensación de estar compitiendo con otros grupos y contigo mismo. Esta manera de presentar tu propia música tiene que ser muy estresante, y de hecho, lo es.

Alguna vez Noel Gallagher se presentaba en un festival acá (el mismo de Alabama Shakes), tocó ‘Wonderwall’, y cuando se acabó la canción, unas 3000 personas dieron la vuelta y se fueron, sin que hubiera terminado el show. Eso me confirmó la poca importancia de la música para la mayoría de gente que asiste a festivales.

Esto que dices casi trasciende el tema de los festivales. Sobre todo, desde que existen las redes sociales y los móviles, vivimos en una era en la que más que ir a los sitios para estar, vamos a los sitios para explicar que estamos. Una vez hemos escuchado ‘Wonderwall’ a nadie le importa ya la canción que va a sonar tres minutos después, porque tú lo que tienes que explicar es que has oído ‘Wonderwall’, no que has oído la cara B de una canción del nuevo grupo de Noel Gallagher, eso ya no es tan relevante. Nos estamos acostumbrando a esto, a ser espectadores de micromomentos, y el festival nos ofrece muchos. Es como cuando vas a París a la Torre Eiffel a hacerte la foto. El macrofestival es como una secuencia de Torres, de Big Bens y de cataratas de Iguazú, en un mismo espacio te puedes hacer todas esas fotos, y cuando te vuelves para casa, tienes eso y tienes la certeza de que quienes te siguen saben que has estado allí. Claro, eso no se parece mucho a disfrutar la música.

Hace unos meses, Blur tocó en el Primavera Sound de Barcelona, y no sé por qué fui a parar a un video de una actuación de Blur en un macrofestival, uno de los primeros que hubo en España que se llamaba Doctor Music Festival a finales de los 90. Eran imágenes del público viendo a Blur, y si le quitabas el sonido podías pensar que no era Blur, sino era Pantera o Green Day, porque la gente estaba como loca, totalmente poseída por la música, muy metida en el concierto. No existían los móviles, la gente no estaba haciendo fotos de ese concierto, estaban disfrutándolo. Esto ahora es inviable, pero es igual de inviable en un macrofestival que en una sala. Creo que esto va con la forma en la que se nos ha convencido que tenemos que consumir la música. “Consumir” en el sentido más literal de la palabra.

CORTESIA POLLSTAR.

También hay que hablar sobre la precarización que generan los festivales, muchos artistas y bandas emergentes tienen una obsesión por participar en estos eventos porque son como condecoraciones en el pecho de un militar, “Ya estuve ahí”. Tú y yo, que trabajamos en esto, sabemos que probablemente tocaron en una tarima miserable, en un camión de cerveza; en muchos casos no les pagaron, no les dieron siquiera el transporte para llegar al lugar. La precarización de los artistas por parte de esos festivales, que tienen la sartén por el mango, es cada vez más fuerte.

Otra de las decisiones que toma el empresario es: “¿Cuánto voy a pagar a cada uno?”. Al grupo cabeza de cartel va a haber que pagarle mucho más de lo que el empresario querría porque las agencias internacionales ya se encargarán de presionarle, pero cuando se trata de los grupos más pequeños, quien tiene la sartén por el mango es el festival, y va a intentar pagar lo mínimo, porque pagando muy poco a muchos grupos, va a recoger dinero para poder pagar otras cosas. Los macrofestivales son pirámides, en la parte baja están todos los trabajadores, los músicos emergentes, y en la cúspide está el cabeza de cartel. Se trata de pagar lo mínimo a los de abajo.

Muchas veces los grupos emergentes creen que les funcionará decir que han tocado en ese sitio para que luego les contraten y les empiecen a pagar bien. Es el timo de la visibilidad; “No te voy a pagar dinero, pero podrás decir que has tocado aquí, y tal vez tu carrera empieza a ir mejor”. Claro, tienes la opción de negarte, pero los festivales saben que, si este grupo se niega, tienen una lista de 200 más que estarían dispuestos a ocupar ese lugar. Tienen huecos que llenar para que el festival empiece a funcionar, las barras empiecen a vender cerveza y la gente empiece a gastar dinero ahí dentro, pero el nombre de cada uno de esos grupos es perfectamente intercambiable, el cabeza de cartel no es intercambiable. Necesitas a Foo Fighters, a Red Hot Chili Peppers, Green Day o Arcade Fire, pero hay una serie de grupos que no son más de 30, que te funcionan como cabeza de cartel. Artistas que toquen a las cinco de la tarde tienes miles, el que no quiera, pues se escogerá al siguiente.

Como empresario musical, deberías tener en cuenta que todo el dinero que evites pagar a los músicos, va a impedir que estos crezcan profesionalmente, y que acaben siendo tus cabezas de cartel.

Cada vez hay menos verdaderos headliners, verdaderas cabezas de cartel, al punto que muchos festivales ya se ven encabezados por artistas que más parecen influencers, gente que seguramente no podrá encabezar un cartel dentro de cinco años. ¿Qué perspectiva tienes de esto?

Por un lado, los cabezas de cartel están envejeciendo. Hay cabezas de cartel que llevan ejerciendo más de dos décadas. En España, hay festivales donde el cabeza de cartel más joven es Arctic Monkeys, que nos parece un grupo joven, pero publicó su primer disco con el cambio de siglo. Luego tenemos cabezas de cartel que ya lo eran en los 90, tipo The Chemical Brothers, o cabezas de cartel todavía más antiguos, como Metallica o Red Hot Chili Peppers, que ya son bandas de los 80. Los macrofestivales tienen que rejuvenecer a su público, y eso no es tan fácil, porque necesitan artistas jóvenes y unos precios que pueda pagar la gente joven. Al menos en España, el nivel de vida de la juventud, con un 30 % de paro juvenil, es complicado. Entonces, claro, tienes que tirar de artistas que puedan ser efímeros, pero por ahora puedan funcionar. Aquí, en España, Quevedo y Bizarrap han estado en montones de festivales, ¿quién sabe cuántos años durará? Mientras tanto, o rejuveneces los carteles, o te quedas con un modelo de negocio que tiene los días contados, porque el público adulto hasta los 50 años puede ir a festivales, pero a partir de los 60 ya se lo plantea si quiere seguir yendo a estos maratones que te dejan destrozado físicamente.

Estos grandes promotores cuentan con un entramado de prensa y relaciones públicas enorme, y al final del día parece que debemos agradecerles lo que hacen como aparentes dinamizadores de una economía, de una cultura. Es como si estuviéramos en deuda con ellos.

Sí, claro, porque con el paso del tiempo han adquirido un protagonismo y una relevancia como agentes culturales que prácticamente se han apropiado del mercado en muchos casos. Yo veo a melómanos que dicen: “Ojalá este festival nos traiga este artista”, como estuviesen suplicando a los dioses, porque si ellos no hacen ese trabajo de traerte a ese artista, nunca vendrá, porque este país no es merecedor, son países donde la industria cultural ha quedado en manos de muy poca gente. Cuando las cosas están en manos de muy poca gente, los monopolios funcionan así.

En países con una industria musical tirando a pobre o precaria, como pueda ser España, también la prensa musical es precaria y pobre. Para ganarse la vida, muchos periodistas acaban trabajando para estos festivales de forma directa o indirecta, incorporados directamente en su plantilla y trabajando como jefes de prensa, al tiempo que escriben cositas en otros medios, porque si no estás en el radio de amistades de un festival, prácticamente te conviertes en un periodista apestado. Ahí también me refiero cuando hablo del agujero negro que son los macrofestivales, que también absorben mucha de la energía de los medios de comunicación que prácticamente trabajan de manera gratuita para que se vendan entradas de festivales, de la misma manera que han trabajado durante años para que los discos se vendan y los artistas llenen sus salas. Buena parte del periodismo parece que ha asumido que su trabajo es ayudar a que los festivales sigan funcionando, y no cuestionarlos en ningún momento.

Ahí está el impacto que han tenido los monopolios que tú mencionas, en todo el mundo, el impacto en los medios, en la cultura, en los artistas, en absolutamente todo. Por otra parte, probablemente yo nunca vaya a ver a Led Zeppelin en vivo, nunca voy a ver a los Beatles en vivo, ni a Pink Floyd, y no pasa nada. No soy menos persona, ni sé menos de música, ni amo menos su legado por no verlos en vivo. Sin embargo, estos discursos, que se arman desde los promotores, desde la prensa y la publicidad, te están diciendo eso, que eres o vales según lo que has visto.

Claro, ahora ya no te pueden vender que eres lo que vales según los discos que tengas en casa, por lo tanto, la única manera de sacar dinero dentro de la industria es convencer a la gente de que tiene que ver estos grupos. Por un lado, parece que la industria nos intenta convencer de que seremos más como personas, seremos más melómanos, si hemos visto a determinados grupos.

Por otro lado, incluso como melómanos y espectadores, a veces nos autoconcedemos el derecho de poder ver a estos artistas. Es decir, “yo soy muy fan de PJ Harvey, yo tengo derecho a ver a PJ Harvey en mi ciudad”, y este no es un derecho. Los derechos son otras cosas, yo para vivir no necesito ver a PJ Harvey. Estaría bien que mi gobierno me garantizase el derecho al agua potable, a una vivienda digna, a una escolarización decente, pero para ver a PJ Harvey yo no tengo ningún derecho. Estoy oyendo este discurso cuando se cuestiona a los festivales. “Es que, si no hay festivales, yo no voy a poder ver a PJ Harvey”, pero, ¿por qué tienes que poder ver a PJ Harvey? Si te gusta, está muy bien, pero no es una obligación social garantizarte el derecho de que la puedas ver. Ese derecho a la cultura o a la música debería estar más repartido, y no garantizar el derecho a los que tienen más dinero para que puedan completar su colección de grupos que han visto.

¿Qué opinas cuando los festivales abren la venta de sus entradas sin haber siquiera anunciado quiénes van a presentarse?

Esto empezó a hacerlo hace muchos años Glastonbury, porque era el festival más importante del planeta, y era evidente que los mejores artistas de cada año estarían allí, no había tantos festivales y todos los grupos querían ir. Entonces, es normal que ese festival tuviera tanta fama como para hacer que la gente comprase entradas sin saber quién tocaría.

Es diferente cuando hay cientos y cientos de festivales en el país, y en el mundo, que ponen a la venta entradas sin decir ni un solo grupo. Una vez más te están vendiendo la ilusión de que por menos dinero vas a ver muchas cosas, pero no sabes cuáles van a ser. A nivel empresarial, tiene todo el sentido del mundo; ingresas un montón de dinero que permite que las finanzas de tu empresa estén un poco más holgadas, y puedas pagar a los trabajadores que tienes durante todo el año diseñando el festival, a proveedores y a mucha gente que tiene gastos que deben ser sufragados.

Nando Cruz. ©JOANNA CHICHELNITZKY.

Además, pones ese dinero a producir rentabilidad con anticipación.

Exactamente, y también empiezas a pagar en algunos casos a artistas que te están pidiendo dinero por anticipado o estás pagando un montón de cosas que no acabaste de pagar durante el año. Al menos en España hay proveedores que pueden tardar seis meses en cobrar por el trabajo que han hecho. Este dinero que no se paga a los proveedores puede funcionar en el banco para generar intereses.

No solo a los proveedores, sino a los artistas emergentes a los que les pagan seis u ocho meses más tarde.

Claro, es que vuelvo al tema de la pirámide. El cabeza de cartel te pide el 50 % tres meses antes, pero al grupo de abajo tú le puedes pagar cuatro meses después, si le pagas. Al proveedor puedes acabar pagándole un año después, porque sabes que el año que viene seguirá trabajando para ti, aunque solo sea para cobrar lo del año anterior. Es un tema de recibir presión desde arriba por parte del artista más potente, y tú trasladar esa presión a los de abajo. El poner a la venta las entradas antes es una fuente de financiación evidente, y de empezar a generar esta ansiedad, este interés por acudir a un sitio en el que ni siquiera sabes lo que va a pasar. Es ir jugando con la psicología, generar esta ansiedad progresiva en el espectador para que se vaya interesando por el festival y que ponga ese dinero para comprar el abono, sabiendo que le saldrá más barato que dentro de tres meses, aunque no tenga toda la información para hacer la compra. Esto nos pasa en muchos otros aspectos de nuestro consumo como personas. Se parece un poco a lo de los billetes de avión.

En Colombia están estos festivales y conciertos privados, pero el Estado tiene algunos conciertos y festivales propios, eso no se da mucho en otros lados. Acá está Rock al Parque, que es una cosa 100 % pública y gratuita, lo paga el Estado. En España, estos grandes festivales privados tienen subvenciones estatales, pero en cualquiera de los dos casos, tanto en España como acá, seguramente se expande una sombra de corrupción cubriendo lo que pasa detrás de estos eventos.

En España ha habido casos de corrupción clarísimos que estarán por juzgar. El año pasado, por ejemplo, nació un festival de la nada, en Andalucía, que recibió más de cuatro millones de euros de dinero público, que llegaron a través de unos fondos de recuperación europea. Fue un chanchullo a través de un partido político que los desvió directamente para un festival concreto. Eso es un caso claro de corrupción, pero corrupción puede ser también destinar dinero público de una manera injustificada, sea mucho o sea poco, aunque sea de manera legal.

No tiene mucho sentido que millones de euros de dinero público vayan a parar a empresas privadas que son rentables, porque ya tienen sus precios de entradas suficientemente altos, y ya cobran la cerveza suficientemente cara para que estas empresas tengan todavía más beneficios.

Creo que en España hay una obsesión por destinar el dinero público a eventos, cuanto más grandes mejor, en lugar de repartir ese dinero en iniciativas mucho más modestas y pequeñas, que garanticen el acceso a la cultura a gente de todo el país. Aquí lo que se tiende es a poner mucho dinero en grandes eventos porque se sabe que traen mucho turismo, pero eso no tiene nada que ver con la cultura, eso tiene que ver con la economía. En este sentido, a esta corrupción sí que nos podemos referir porque es invertir dinero de cultura en negocios cuyo beneficio no acaba revirtiendo en la cultura en absoluto.

En algunos casos estamos hablando de empresas que han sido absorbidas por fondos buitre, fondos inversores estadounidenses. Es decir, se está poniendo dinero público en festivales cuyos beneficios irán al fondo inversor de California o de la costa este estadounidense. Todo eso es legal, pero desde el punto de vista moral es absolutamente corrupto que mi dinero vaya a un festival al que yo ni siquiera voy como espectador y que los beneficios no vuelvan a mí como ciudadano, sino que se vayan a un inversor estadounidense que invierte en festivales españoles como puede invertir en hoteles en Sudáfrica o en casas de apuestas en Guinea. Más allá de eso, sobre casos de corrupción sistémica en España no puedo aportar datos porque me metería en un lío, además, no está contrastado.

Este es un tema relativamente nuevo, entonces seguramente empezará a haber cuestionamientos tarde o temprano.

Alguna vez oí a un representante de Live Nation decir que ellos no tienen un monopolio, que el monopolio lo tienen los artistas porque solo hay un Roger Waters o solo hay un U2.

¡Qué cinismo!

Sí, porque yo, como espectador, no puedo traer a Roger Waters. Sí hay un monopolio de la contratación de Roger Waters, de U2, o de quien sea; solo hay dos o tres grandes promotores y unas pocas agencias grandes en el mundo, y tienen la sartén por el mango. Entonces el monopolio no es de los artistas, creo que los promotores sí tienden a lavarse las manos y echarles el agua sucia a estas figuras…

Pongamos que hay cinco millones de grupos en el planeta y cinco mil millones de personas en el mundo. Tiene que haber un intermediario que gestione entre ellos. ¿Esos intermediarios cuántos son? Muchos menos. El cuello de la botella está en el intermediario, y esa es su batalla. La batalla de la Live Nation es que haya menos Live Nations en el mundo para que todos esos Roger Waters tengan que pasar por ellos, y para que todos los espectadores esperen que Live Nation les traiga a Roger Waters o Taylor Swift, a Madonna o Arctic Monkeys. Entonces, el monopolio lo ejerce el intermediario que copa más mercado. Es decir, Roger Waters sí tiene el monopolio sobre sí mismo, pero a mí como fan de Taylor Swift me da igual el monopolio de Roger Waters porque yo quiero ver a Taylor Swift. En cambio, si la misma empresa gestiona las carreras de Roger Waters, Taylor Swift, Bizarrap, y todos estos otros, ahí sí que hay un monopolio, porque con cualquiera de esos artistas me van a obligar a buscar a estas empresas.

Eso es lo que les está pasando a los festivales. Hay muchos festivales en el mundo, pero hay muy pocas agencias que gestionen los derechos de la mayoría de artistas. Una manera de ser importantes es tener más festivales, porque si tengo un solo festival y quiero contratar a Roger Waters, tengo el poder de un festival, pero si tengo 70 festivales en el mundo, ahí soy tan importante o más que la agencia. Creo que es lo que está pasando ahora mismo en Latinoamérica, festivales europeos y empresas estadounidenses que están abriendo mercado para tener todavía más la sartén por el mango. Es como decir, “Si tú como artista quieres trabajar conmigo, vas a tener que venir a mis festivales de Europa, a mis festivales de Estados Unidos y a mis nuevos festivales de Latinoamérica”.

CORTESÍA BLOGTO

Finalmente, ¿cómo ves el futuro de este panorama?

De análisis de futurología yo voy flojo, pero creo varias cosas: por un lado, que en España se empieza a ver cada vez más gente incómoda, molesta o desencantada de este consumo de música tan masificado, pero veo también que la maquinaria sigue funcionando y los festivales se siguen llenando. Por otro lado, veo un interés desmedido de fondos inversores que están comprando macrofestivales porque entienden que este modelo de negocio les va a dar beneficios, con lo cual entiendo que todo seguirá funcionando y creciendo. No sé hasta qué momento y no sé cómo explotará esta presunta burbuja de la que hablan, pero, si hay fondos inversores que han decidido invertir en festivales es porque tienen claro que seguirán dando dinero, sea porque cada vez se vendan más entradas, porque las entradas sean cada vez más caras, o porque todo lo que se consume dentro será cada vez más caro y los festivales seguirán encontrando nuevas maneras de exprimir los bolsillos del público. Me temo que vamos un poco por ahí, hacer que la gente se gaste el máximo dinero posible porque le interesa muchísimo la música, o porque quiere pasarse un fin de semana estupendo.