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Extraños acuerdos inconscientes con Guillermo Arriaga

Un viaje introspectivo con el escritor de Amores perros, 21 gramos, Babel y Los tres entierros de Melquiades Estrada

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

junio 15, 2023

ILUSTRACIÓN POR ALIAS CE, BASADA EN LA FOTOGRAFÍA DE ANA PAULA ÁLVAREZ

En 2001, un año después del estreno de Amores perros, el director Richard Linklater presentó una obra maestra de la animación psicodélica, conocida como Despertando a la vida. En esta película onírica y surrealista, un joven (Wiley Wiggins, animado en rotoscopia) deambula por diferentes lugares y conversa con varias personas sobre la existencia, la identidad y la naturaleza del universo, sin saber si está despierto, si está soñando o si está muerto. En el acto final, el joven se topa con el mismísimo director de la cinta, en un divertido acto de metacine. Linklater le comenta a Wiggins sobre un artículo relacionado con la novela Fluyan mis lágrimas, dijo el policía del escritor Philip K. Dick. De acuerdo con el profeta de la ciencia ficción, su historia floreció muy rápido, como si la estuviera canalizando. Su pluma vomitaba palabra tras palabra y él sentía que una fuerza exterior le estaba dictando.

Guillermo Arriaga, guionista de Amores perros, coincide con la sensación descrita por Dick, y a su vez, descrita por Linklater en su película sobre sueños: “Absolutamente, es así; siento que, cuando escribo, no soy yo, es la historia la que se escribe a sí misma. Pienso que soy simplemente un vehículo de la historia. La historia llega, me atraviesa y se va, dejándome con 14 kilos encima”, dice.

¿14 kilos o 21 gramos? En 2022, Courtney Linder, editora senior de la revista Mecánica Popular, escribió un artículo en donde cita al investigador Duncan MacDougall, quien publicó un artículo tan enigmático como el que leyó Linklater, en donde asegura haber encontrado el peso del alma humana. De acuerdo con el médico estadounidense, cuando llega la muerte, la pérdida de fluidos y heces, lleva a que el peso corporal se reduzca exactamente 21,3 gramos. Más allá de si esto tiene validez científica o no, lo cierto es que tanto el novelista francés André Maurois en El pesador de almas, como Guillermo Arriaga, en el guion de su segunda película, aludieron al tema. “Tengo los triglicéridos por los cielos porque este es un trabajo muy sedentario”, afirma de manera incidental el guionista y escritor mexicano, haciendo evidente el reconocimiento de su propia mortalidad.

FORBES MÉXICO

Al parecer, Arriaga escribió Extrañas, su última novela, así como sus guiones y novelas anteriores, de un modo muy parecido al que atestigua Dick. “Simplemente la historia me inundó. Creo que no es el consciente el que escribe una novela; siempre es el inconsciente, y por eso esta sensación de que es una fuerza extraña a ti la que te dicta”, asegura. “No solamente algunos escritores contemporáneos lo decimos. Lo han dicho durante años otros como Faulkner, por ejemplo. Él decía que no entendía de dónde salían todas esas historias”.

Por esta razón, el mexicano está seguro de que puede ser inútil someter la historia a la consciencia y la planeación minuciosa.  “Así no vas a lograr necesariamente que sea buena. Tú no puedes escribir a voluntad una gran novela. Yo no te puedo decir: ‘¡Voy a escribir una obra maestra! ¡Espérame dos años!’. Tú haces lo que puedes”.

La escritura automática, también conocida como ‘flujo de conciencia’, es un proceso que fue muy defendido por André Breton y los surrealistas, basado en la premisa de que el resultado de la escritura no proviene de los pensamientos conscientes de quien escribe. En otras palabras, es una forma de hacer que aflore el inconsciente y se articule en lenguaje. El procedimiento consiste en colocar la pluma sobre el papel y empezar a escribir, dejando fluir los pensamientos sin ninguna coerción. De esa forma, se genera un escrito libre de toda represión, y el poder creador se emancipa de cualquier influjo castrante.

En el campo del cine, el fluir de la consciencia lo encontramos en las películas hipnóticas, oníricas y fascinantes de Luis Buñuel y David Lynch. Este último habla de cómo su mente (y su alma) están a la deriva y en estado de alerta, en busca de una idea. Y como si se tratara de un hábil pescador, Lynch captura la idea y la consigna en una propuesta de guion. Al tener atrapadas en el papel unas 70 ideas, ese ya es material suficiente para una película.

PARAMOUNT VANTAGE/MURRAY CLOSE

Buñuel y Lynch han producido arte invirtiendo la fórmula, al igual que Miguel Ángel, quien alguna vez dijo que el mármol ya tenía la forma de una escultura y que la labor del artista consiste en tallar, pulir y quitar lo que le sobra a la piedra. ¿Es así como escribe Arriaga? “Sí, definitivamente. Cuando escribo, procuro ir haciendo la novela sobre la marcha. Sé muy poco acerca de lo que se va a tratar, y eso aplica tanto para las películas como para las novelas. Al principio, no sé nada de la historia. Apenas una frase que engloba un argumento muy vago”.

En la película de Linklater, se habla sobre la onirología, término que se asocia a los estudios científicos del sueño, iniciados en el libro La interpretación de los sueños de Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis y, de acuerdo con Breton, del surrealismo. En el libro Dormir y soñar de Dieter Zimmer, el autor cita a William Dement, otro de los pioneros de la onirología, para explicar cómo nuestros sentidos continúan percibiendo los estímulos del medio ambiente, pese a que estemos dormidos, y cómo algunos de ellos se incorporan a nuestros sueños. Asimismo, Freud planteaba en su libro que nuestros sueños parten de sucesos reales que nos impactan, ya sea de una manera consciente o inconsciente. Arriaga es plenamente consciente de esos procesos: “Poco a poco voy descubriendo a los personajes y les voy incorporando cosas del día a día. Si llueve en la realidad, llueve también en mi novela. Por ejemplo, mi perro tuvo una dermatitis y en mi novela previa, los personajes tuvieron una dermatitis”, recuerda.

Todo lo que sucede en su entorno pasa a ser parte de su creación, pero estas técnicas no están exentas de riesgos: “A veces, me doy cuenta de que, a mi pesar y sin yo ser consciente de ello, me repito. No solamente obsesiones, sino actos. El otro día alguien me puso en Twitter: ‘¿Por qué siempre tus personajes aplastan cucarachas con el pie descalzo? Lo hiciste en El búfalo de la noche, lo hiciste en Un dulce olor a muerte y ahora lo hiciste en Salvar el fuego’. Yo no tenía idea. No soy consciente de esos manierismos, la verdad”.

De acuerdo con Freud, debemos prestar mucha atención a los sueños recurrentes, ya que estos revelan de una forma metafórica nuestras obsesiones, deseos y conflictos por resolver de una forma repetitiva. Es mejor dejar a un lado el significado de una cucaracha siendo aplastada por un pie o de unas hormigas caminando por la mano de un sujeto en Un perro andaluz, la obra maestra de Buñuel, ya que descubrir lo que significa, estropearía el disfrute de las obras.  Dalí, codirector de la cinta, decía que a veces es mejor no pensar. Sin embargo, las obsesiones, de acuerdo con Freud, son una especie de tirano que gobierna nuestras vidas. Para Freud, ese tirano era la psicología. ¿Arriaga ve a la escritura como un tirano? “No, yo no la veo como un tirano”.

Jacques Lacan dijo alguna vez que los psicoanalistas han aprendido a estar seguros de que cuando alguien dice: “No es así”, es porque así es, y que cuando una persona dice: “No quiero decirlo”, es porque quiere decirlo. Los psicoanalistas han observado que la indiferencia manifiesta puede enmascarar un intenso interés latente, y cita a la novela El rojo y el negro de Stendhal, al personaje del padre Gabriel Malagrida, quien dijo que la palabra le fue dada al hombre para que ocultara sus pensamientos. Al respecto, afirma (o niega) Arriaga: “Yo veo a la escritura más como un cómplice en la creación. Necesitas cómplices, no tiranos, porque el lenguaje es un cómplice. La estructura es un cómplice. La puntuación es un cómplice. Obviamente, los personajes y la historia son cómplices. Necesitas complicidad más que tiranos. El lenguaje tiene que ser cómplice tuyo, porque si no es así, entonces no vas a avanzar. Estás poniendo todo al servicio de uno de los aspectos de la creación y tú debes estar abierto a todos los aspectos de la creación. Por eso siento que es complicidad la que necesitas tener, no tiranía”.


Más allá de cualquier polémica, la trilogía de Amores Perros, 21 Gramos y Babel resulta definitiva para la historia del cine hecho y pensado desde América Latina.


Las personas se vuelven cómplices en acuerdos inconscientes, establecidos por esos tiranos representados en las obsesiones, delitos, pecados e infracciones. Como lo plantea Lacan, es en la negación, el rechazo y la resistencia, donde se oculta la verdad del deseo y de nuestras intenciones. Los deseos provienen de fantasías que todavía no se han convertido en realidad.

A propósito de complicidad, uno de los cómplices de Arriaga fue Alejandro González Iñárritu, el director de Amores perros, 21 gramos y Babel, cuya asociación terminó de una manera amarga, como sucedió también con la complicidad entre Freud y Jung, así como la de Buñuel y Dalí.Alguna vez, Iñárritu planteó que el cine es un arte muy cercano a la música, porque tiene que ver con ritmo, armonía y compás. Es la “imagen-tiempo” de Bresson, que Scorsese, Tarantino y Michael Mann saben manejar como si se tratara de unos directores de orquesta virtuosos.

¿Está presente la música en el trabajo de Arriaga? La respuesta incluye más resistencias. “No creo ser un escritor particularmente musical. Sí creo ser un escritor particularmente rítmico, pero no musical. No tengo ese sentido de la musicalidad que tiene alguien como William Ospina, por ejemplo, que sí tiene un gran sentido musical cuando escribe. Yo lo que quiero más que la musicalidad, es la intensidad. Que el relato tenga intensidad. Y cuando pulo, ya viene el acto del consciente que es reescribir y corregir, reescribir y corregir, escribir y corregir”, confiesa. “Lo que a mí me gusta es que la puntuación y el largo de las frases te dé la velocidad, la intensidad con la que estás leyendo. Eso sí me parece importante. El trabajo y la puntuación. Para mí, la puntuación es fundamental”.

Lacan estuvo presente en la lectura inaugural de Ulises de James Joyce, una de las obras literarias más importantes del siglo XX y que se caracteriza por un uso muy particular de la puntuación, para que los lectores sintamos un intenso maremágnum de ideas y pensamientos desembocados. Ulises es una novela cuyo nombre le rinde homenaje a uno de los personajes protagonistas de La Odisea que, junto con La Ilíada de Homero, marcaron el inicio de la literatura en Occidente. Pero, al mismo tiempo, la obra de Joyce nos introduce a la literatura postmoderna, que rompe y nos aleja de unas estructuras narrativas tradicionales. Arriaga es, al igual que Joyce, un autor cuyas obras son una eclosión entre lo nuevo y lo viejo, lo tradicional y lo innovador. En Extrañas, Arriaga abandona al México que lo vio nacer, para viajar a la Europa del siglo XVIII y rendir homenaje a los autores que confeccionaron la novela de aventuras, antes de que Joyce generara un quiebre con su Ulises; nos referimos a Daniel Defoe, Walter Scott y Joseph Conrad.

“Es importante saber a qué tradición narrativa perteneces. No a la que quieres pertenecer, sino a la que puedes pertenecer. Eso me parece fundamental para un creador. Porque yo quisiera, por ejemplo, ser un escritor minimalista; ese tipo de escritor de historias donde nada pasa y todo pasa al mismo tiempo. Muy domésticas, de ambientes muy cerrados y muy pequeños”, dice Arriaga. “Pero no puedo por más que lo intento. No puedo. Me gana la naturaleza, la tradición a la que pertenezco. “Mi tradición es la de contar historias, y en esta tradición están Conrad, Defoe, Scott, Stendhal, Dostoyevski, Tolstoi; autores con la vocación de contar historias… Faulkner, Rulfo”.

Entonces, el mexicano hace memoria y recuerda una anécdota muy bonita que le contó su querido compadre, ya fallecido, Eusebio Ruvalcaba: “Él estaba en el Centro Mexicano de Escritores, donde daban clase dos maestros, Salvador Elizondo y Juan Rulfo. Elizondo es un escritor del lenguaje y decía que era lo más importante: ‘Trabajen en el lenguaje, la musicalidad del lenguaje es lo fundamental’. Rulfo lo regañaba, y le decía: ‘Cuénteme, no cante’. Yo creo que pertenezco a esa tradición, la de ‘Cuente, no cante’. Por eso creo que no estoy buscando la musicalidad. Estoy buscando el ritmo para que la historia se cuente lo mejor posible”.

FOCUS FEATURES

David Lean, el director de Lawrence de Arabia y el Puente sobre el rio Kwai, bien puede considerarse como el equivalente cinematográfico de esos escritores contadores de historias. En algún momento, Lean dijo que la diferencia entre el cine y la literatura está en que el escritor cuenta una historia con palabras, el director de cine la cuenta con imágenes. Arriaga es un escritor, pero también es el guionista de Los tres entierros de Melquiades Estrada y el director de Camino a la redención.  Tanto en sus películas como en sus novelas, Arriaga ha demostrado ser un contador de historias que genera muchas imágenes. Sin embargo, como amante de la literatura y el cine, plantea que en su trabajo de novelas y cuentos no hay influencias del cine. “Al contrario, mi cine sí tiene influencia de las estructuras novelísticas de las que vengo haciendo experimentos desde que tengo 23 años”.

Como ejemplo, utiliza su primer libro, Retorno 201, una colección de cuentos que escribió entre los 23 y los 28 años, donde recurre a las maniobras y estructuras que ha hecho evolucionar desde entonces. “Por eso, yo no estoy tratando de crear imágenes”, señala. “La tradición narrativa a la que pertenezco usa los sentidos, porque quiero que se huela, que se sienta el calor. También quiero que se escuche y se paladee. Si tú lees la Biblia, por ejemplo, cuando el rey David expulsa a Absalón, su hijo favorito, bien podrías decir: ‘Esto lo escribió alguien que hace cine’. Si lees la batalla de El rojo y el negro de Stendhal, puedes decir lo mismo. Igualmente pasa cuando lees sobre el asesinato de Raskolnikov en Crimen y castigo”.


“Vamos a cancelar’. […] esto se da en las clases medias altas y altas. Yo, que conozco al campesinado y a los obreros, sé que a ellos les tienen absolutamente sin cuidado todas estas discusiones”.


Esa es la tradición narrativa a la que pertenece, la misma de Juan Rulfo y García Márquez. Más que buscar ser escritores de ideas, utilizan los sentidos para contar la historia. “Somos escritores de movimiento y los sentidos nos ayudan a generar esa sensación de movimiento”.

Lacan siempre coqueteó con el arte y comparó al psicoanálisis con este. Fue el médico personal de Pablo Picasso, fue amigo de Dalí y de Buñuel, su esposa fue la actriz Sylvia Bataille. El psicoanalista veía el arte como un oráculo adelantado a su tiempo, y le supone al artista la capacidad de leer los síntomas de cada época. Por su parte, Arriaga tiene su propia definición: “El arte es la expresión sin compromiso y sin concesiones de una visión particular. Un artista, un creador es alguien al que el mundo atraviesa y se convierte en un difractor de luz. Es decir, esa luz va a agarrar distintos colores o va a agarrar otro tipo de distorsión”, explica y añade que, “la luz se difracta a través del artista”.

Para él, cuando un artista empieza a hacer concesiones, la difracción se convierte en una falsedad, porque considera que la condición del arte es “la no concesión y el no compromiso”. Un creador no puede dedicarse a pensar en cuestiones que vayan más allá de la obra en sí. “Yo no puedo ponerme a pensar si le va a gustar o no al público. No puedo pensar si se va a adaptar o no al cine. No puedo pensar si va a ser o no traducida. Mi compromiso es con la obra nada más, no puedo tener otro compromiso…”.

Para estudiar a la sociedad contemporánea, los padres de la teoría crítica, Max Horkheimer, Theodor Adorno, Walter Benjamin y Herbert Marcuse, utilizaron como autores de cabecera a Sigmund Freud y a Karl Marx, y ninguno de ellos era ajeno al mundo del arte. Marx creía firmemente que el arte necesariamente debía ser político. En ese sentido, Arriaga manifiesta que “el arte representa lo que es la persona que lo crea. Cuando yo daba clases, les decía a mis alumnos: ‘Cuando escriban, nunca traten de ser profundos, ni filosóficos, ni políticos. Ustedes cuenten una historia. Si ustedes son políticos, si ustedes son filosóficos, si ustedes son profundos, la historia, por consecuencia, será así”.

El mexicano, que en marzo llegó a los 65 años de edad, cree que no es posible, a voluntad, hacer que la historia se convierta en algo político, “porque entonces acaba siendo panfletaria”. Allí él encuentra una concesión.

LIONS GATE FILMS VIA EVERETTE COLLECTION

Pese a que está ambientada en el siglo XVIII, Extrañas es una novela que retoma el debate de la sociología contemporánea acerca del centro y la periferia. Tiene que ver con la exclusión y la inclusión de la que tanto se habla hoy en día. Arriaga complementa: “Extrañas es una novela que se lleva a cabo en Inglaterra, en un momento en que Europa está en crisis. Ha habido un movimiento de Ilustración, el llamado Siglo de las Luces. Había un cuestionamiento de los motivos religiosos y de las estructuras de la Iglesia. Hay un movimiento de expansión colonial. Se empiezan a perder colonias. Inglaterra pierde a los Estados Unidos al final del siglo XVIII, pero gana a la India, Egipto y luego a Australia y Nueva Zelanda. No es una relación solo de ida, sino también de vuelta”.

Señala que es muy importante tener en cuenta que gran parte de los instrumentos quirúrgicos usados en Inglaterra durante el siglo XVIII venía de la India y Persia; además, muchos conocimientos de los aborígenes australianos, otros provenientes de países árabes y del Medio Oriente, fueron fundamentales en el avance de la medicina. “Hay toda una gran conexión de saberes que marcan el salto definitivo de la medicina y de la ciencia en el siglo XVIII para entrar al siglo XIX. Estoy pensando cómo, en ese siglo XVIII, el humanismo fue un movimiento que empezó desde abajo y fue brotando”, asegura. “Habla de incorporar al que está afuera, de algo que llamaríamos humanidad”.

El siglo XXI se percibe como una época de grandes contradicciones. Hoy en día se habla mucho de humanismo e inclusión, pero estamos más cerca del totalitarismo y la intolerancia, por eso, nada mejor que un artista como Arriaga para que nos sirva de oráculo: “Pienso que estamos en un momento de cambio severo. Por un lado, aquellos que no habían sido incluidos, están empezando a adoptar un discurso radical y totalitario que quiere controlar el lenguaje, la expresión y la manifestación de ideas. Si tú no estás de acuerdo con una persona que sintió que no fue incluida antes, es sumamente agresiva y descalificadora. Estamos viviendo una etapa muy moralista, sumamente moralista y políticamente correcta, donde se está descartando el humor como forma de relación. Ya no hay humor. El totalitarismo lo primero que suprime es el humor, lo dijo Milán Kundera en La broma”, señala.

“Estos jóvenes de ahora, sumamente moralistas, cualquier cosa que no les suene a lo que ellos creen, te descalifican de inmediato y usan una palabra horrible que es ‘cancelación’. ‘Vamos a cancelar’. Claro que esto se da en las clases medias altas y altas. Yo, que conozco al campesinado y a los obreros, a ellos les tiene absolutamente sin cuidado todas estas discusiones. No creo que ningún campesino mexicano esté preocupado por lo políticamente correcto, está preocupado por subsistir, porque no lo asesinen. Entonces, son como dos mundos que se están separando. Pero sí hay un totalitarismo de ideas en este momento o, por lo menos, una inclinación a tratar de ser totalitarios e intolerantes”.

EAM CINEMA

Llegando al último tramo de esta larga conversación, en el marco de la Feria del Libro en Bogotá, para la cual México fue el país invitado de honor, Arriaga confiesa que si decidiera hacer un libro sobre las películas que marcaron su vida, este tendría como punto de partida tres obras de un mismo director: El Padrino, El Padrino parte 2 y Apocalypsis Now. “Esas son las tres películas que a mí más me marcaron, sin la menor duda. Coppola me parece que tenía una capacidad de dirigir brutal. Cuando la gente me pregunta: ‘¿Por qué Coppola dejó de ser Coppola?’, yo les respondo que la muerte de un hijo desbarata cualquier posibilidad de tener la energía suficiente para dirigir una película”.

Al final, Arriaga, que no se guarda nada y habla como escribe, sin concesiones, deja en mi copia de Extrañas la siguiente dedicatoria: “A quien sabe que es el inconsciente el que dicta nuestras obras. Guillermo”.

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