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El olvido es una plaga

En su segundo largometraje, el joven director antioqueño Juan Mesa explora el dilema de quedarse

Juan Sebastián Mesa 

/ Daniel Ortiz, Paula Andrea Cano, Laura Gutiérrez

Por  RODRIGO TORRIJOS

El retorno, el olvido y la incertidumbre son tópicos fundamentales en las premisas de esta cinta.

ALEJANDRO PÉREZ

A mediados de los 90, Colombia vivió un episodio de florecimiento conocido como la bonanza cafetera; la calidad del producto y su cotización internacional hicieron germinar esperanzas de progreso que con el tiempo se han marchitado.

En esa época, la principal amenaza fue la roya, una plaga que devoraba los cultivos y los hacia inservibles, trayendo miseria a los cultivadores. Las comunidades lograron superar la adversidad, sin embargo, los sobrevivientes de esa época enfrentan un presente difícil en el que la plaga del comercio está devorando el esfuerzo que hacen para sacar sus cargas de café.

El segundo largometraje de Juan Sebastián Mesa sucede en un presente en el que los jóvenes de estas regiones deciden dejar de sufrir los paisajes majestuosos de Antioquia para aventurarse a otra vida en las urbes. Mesa nos lleva a este mundo a través de los ojos de Jorge, uno de los que han decidido quedarse.

Una realidad en la que se desvanecen los recuerdos.
ALEJANDRO PÉREZ

A él lo encontramos en días previos a las fiestas del pueblo, cuando muchos de los que se han ido regresan. Quienes vuelven, lo hacen marcados por la vida de la ciudad; sus cuerpos están cubiertos de tatuajes, arrastran el ensordecedor sonido del reggaetón, de la música electrónica, y abrazan el consumo de drogas sintéticas. Vuelven a sus orígenes con propósitos turísticos y depredadores, con un apetito voraz, alimentado por las posibles humillaciones con las que deben lidiar para abrirse un espacio en la ciudad.

Aunque no se hace referencia directa, Mesa establece un paralelo entre las plagas, logra establecer la analogía sin entablar juicios, retrata con una lente prístina el interior de su protagonista y la exuberancia del paisaje. En ese marco se concentra en una historia sobre el campo colombiano que inicialmente no parece mediada por los relatos de la violencia.

La roya aparece en un momento interesante del cine colombiano, en el que varios autores han entregado relatos apasionantes sobre los jóvenes y el país rural. Los reyes del mundo, La ciudad de las fieras, Amparo, El árbol rojo, y La jauría, han logrado amplia repercusión en el circuito de festivales internacionales, planteando relatos en los que el retorno al origen tras décadas de guerra es un asunto fundamental. La roya también se instala dentro de la filmografía de Mesa, que en su anterior película, Los nadie, servía como testigo a jóvenes rebeldes urbanos que encuentran su destino huyendo de la ciudad hacia las carreteras de Latinoamérica. En su cortometraje Kalashnikov se preguntaba qué sucedía con un campesino que encuentra un cargamento de fusiles que han “caído del cielo”. Su acercamiento al conflicto ha sido desde las sombras, recorriendo esos trazos invisibles de la violencia, proponiendo una interesante exploración sobre cómo transforman lo sueños de los jóvenes que habitan un país en guerra.

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