“Ya no me exijo nada/Mi paz es la libertad de las masas”, declara Jack White en Entering Heaven Alive, su segundo álbum del año. Como su carta de presentación lo indica, lo siguiente no es ninguna novedad: a lo largo de estas más de dos décadas, concretamente desde la disolución de The White Stripes, al músico no le ha interesado establecer una imagen en particular. Experimentando con su personaje, sonido, elección instrumental y tinte de cabello en su diario vivir, se ha convertido en Jack blusero; Jack, el ‘drugo’ de La naranja mecánica; Jack, el tipo de una banda; Jack, el baterista de un grupo; y Jack, el joven manos de tijera del rock.
Los discos que han acompañado cada una de estas facetas han sido igual de variados, pero exasperantes. Su catálogo después de los Stripes se ha elevado a una serie de visitas a una feria de pueblo, con él siendo ese guía extraño y a veces peculiar que nos dirige a diferentes espacios sonoros. Tan solo unos cuantos meses atrás, Fear of the Dawn se sintió como una colección de efectos de sonido con ritmo, con el músico utilizando ocasionalmente un acento medio oriental o intentando hacer una imitación de Chuck D.
Si Fear of the Dawn tuviera un vecino que respeta las normas, sería Entering Heaven Alive, que se nos presenta con su última y probablemente inminente variación: un Jack serio y acústico. Similar a Folklore y Evermore de Taylor Swift, el álbum está sumergido en tenues acuarelas y su voz está enmarcada entre guitarras, cellos y otro tipo de adornos elegidos cuidadosamente. Si contamos su recopilación de demos y canciones acústicas, Acoustic Recordings 1998–2016, esta no es la primera vez en la que se ha adentrado en este terreno, pero su último disco es su intento más premeditado de hacer art-pop. Es fácil imaginarse a White tocando estás canciones en la recién revivida serie Unplugged de MTV, acompañado de una pequeña pero prodigiosa banda y un montón de velas.
Manteniendo su profundidad, las canciones tienen el nivel confesional de un disco de algún cantautor del rock de antes. Para alguien que ha cultivado un aire de misticismo y lejanía, parece que White está dispuesto a luchar contra los fantasmas del pasado y a participar en lo que suena como unas sesiones de terapia. En ‘Please God, Don’t Tell Anyone’, prácticamente le ruega al Señor que no permita que su padre se entere de “las formas en las que he pecado/Desde el inicio/Él no lo entendería”. En ‘If I Die Tomorrow’, en donde reflexiona sobre su muerte prematura, pide ayuda para cuidar de su madre “con la cantidad de cosas que necesita de vez en cuando y día tras día”. Otros cortes como ‘Love is Selfish’, tienen una sensación reflexiva: “Voy en un tren pero no puedo descansar sobre él/Voy en un tren pero no me quedaré en los rieles”.
El álbum fue grabado el año pasado, antes de su matrimonio en tarima con la guitarrista y vocalista de Black Belles, Olivia Jean. Ya estuviesen inspiradas en ella o no, otras canciones ven a White meditando sobre su necesidad de amor y devoción. En ‘Help Me Along’, confiesa que viajaría “hasta los confines de la tierra” por su ser amado, y se deleita con una lujuria compartida en ‘Queen of the Bees’: “Demos un paseo hacia el final de la calle/Mete tu mano en mi bolsillo para que los vecinos lo vean”.
Las reglas del pop dictan que ese tipo de sentimientos suelen requerir un acompañamiento quisquilloso y super delicado, y White está de acuerdo. Entering Heaven Alive está repleto de melodías sorprendentemente ágiles y fluidas que te recuerdan lo hábil que puede ser cuando no está sobre produciendo su música. Algunos de esos temas, como ‘If I Die Tomorrow’ y ‘A Tree on Fire From Within’ están entre los más llamativos y menos autocríticos que ha hecho en años. Son minimalistas y, gracias al uso de varios instrumentos acústicos (a veces tocados por él mismo), logran ser discretos y a la vez dramáticos. Teniendo en cuenta cómo podrían haber sonado canciones como éstas en otras manos más convencionales, el desagrado es excesivamente bajo.
Lo que apunta al argumento principal de Entering Heaven Alive: afortunadamente para él (y para nosotros), White no puede ser normal ni siquiera cuando quiere serlo. A su manera, es tan excéntrico y alucinante como casi todo lo que ha hecho. ‘All Along the Way’ comienza de forma sensible y delicada antes de convertirse en el equivalente sonoro de un paseo por un bosque espeluznante. Con su mezcla entre un pedal wah wah, un piano, ritmos funk ligeros y su voz imitando el sonido de las guitarras, ‘I’ve Got You Surrounded (With My Love)’ se las arregla para ser íntima e inquietante al mismo tiempo. La línea descendente de violín que abre ‘Help Me Along’ te prepara para un lamento, pero rápidamente se convierte en algo parecido a una melodía pop –o un tema de una sitcom vintage– que nunca perfeccionará.
Desde luego, White no puede evitar pasarse de la raya. La surrealista ‘A Madman from Manhattan’ es el retrato de un tipo “con odio de hombre y una alfombra hecha de satín” y el ángel que “viene a él y le canta”, y es tan desquiciante como suena. A lo largo del disco, de vez en cuando deja que su voz se deslice hacia el tono burlón de un elfo de Tolkien, algo que no suele ser su punto más fuerte.
En momentos como estos, puedes sentirlo cambiar de forma a la siguiente variación de Jack White. ¿Está siendo sincero o se trata de otra personalidad? Esta pregunta persigue al disco. Pero por ahora, Entering Heaven Alive lo presenta como una criatura de carne y hueso, rumiando su pasado y futuro antes de que la luna llena lo transforme en otro tipo de bestia.