CCKR: el extraño fan club de Kyle Rittenhouse

La desconcertante y fugaz historia del autodenominado "primer centro cultural de derecha" en La Plata y la Argentina

Por  JUAN MANUEL MANNARINO

diciembre 14, 2022

El CCKR Está ubicado en la calle 5 entre 64 y 65, cerca de la Casa de Gobierno de la provincia de Buenos Aires y de la Facultad de Bellas Artes.

Foto: Archivo La Nación

Una mañana de lunes, fines de octubre, después de la victoria de Lula da Silva en Brasil, la voz de Sebastián Poch se escucha cavernosa del otro lado del teléfono.

—Gané una apuesta a un amigo. Sabía que iba a ganar Lula. Igual, es un día triste.
—¿Apostaste por Lula?
—Sí, cien dólares. Gané, pero hubiera preferido perder. Estudié tendencias en la web y Bolsonaro no tenía chances. Pero sigue teniendo fuerza en el Congreso y en la sociedad, y esa es nuestra esperanza —se consuela. Después celebra el reciente triunfo en Italia de la ultraderechista Giorgia Meloni y se expande con verborragia sobre Argentina.
—El año que viene van a ganar Milei o Patricia Bullrich. No me gustaría que gane ninguno de los dos, no tienen carácter. Falta mucha mano dura.
—¿Mano dura?
—Después de lo que pasó con nosotros y otros grupos como Revolución Federal, quedó en evidencia lo débiles que son Milei, Cambiemos, la UCR y los bloques conservadores. Son la derechita tibia, como la llama Nicolás Márquez.
—¿Y a quién votarías?
—Milei es lo mejor que hay, comparto aspectos ideológicos con él. Pero no es suficiente.
Sebastián no es economista ni analista político ni tampoco se reivindica como militante de ninguna agrupación. Ahora dice vivir con su novia, Mariela Suárez, en una casa de La Plata que prefiere resguardar.
—Desde que censuraron el centro cultural, nos siguen amenazando. Por eso decidimos guardarnos.
—¿Quiénes los amenazan?
—Usurparon nuestras identidades en las redes, hicimos la denuncia, pero la policía no hizo nada. Prefiero no decir más.

(Ilustración de RNDR Martínez)

Tiene 35 años, nació en Argentina y vivió un tiempo en España, es dibujante amateur, talador de árboles en altura –aunque actualmente está sin trabajo y se mantienen con el sueldo de Mariela en “bienes raíces”– y se define como liberal en lo económico y conservador en lo cultural. “Si mañana voy a Japón, me adaptaré por respeto a los orígenes de su cultura. En Argentina, aunque no crea en Dios, voy a defender el cristianismo por tradición. En lo económico, soy pragmático. Defiendo la libertad de cada uno sin que el Estado se meta”, explica. “Cuando vivía en España fui de chico a la Cruz Roja a pedir alimentos, porque a mi madre no le alcanzaban los ingresos. Y sentí una gran humillación. El Estado no te da, porque les roba a otros para darte, y ese otro lo necesita”.

Sebastián y Mariela son parte del Centro Cultural Kyle Rittenhouse (CCKR), el “único centro cultural de derecha del país”, según había definido otro de sus integrantes, José Derman, que se hizo conocido cuando un juez de La Plata pidió su detención después de que grabara un video en defensa del atentado a Cristina Fernández de Kirchner.

Hace tres meses, Derman fue internado en un neuropsiquiátrico y el CCKR fue clausurado por el municipio local. Sebastián y Mariela permanecieron en la casa donde funcionaba el CCKR hasta que decidieron irse. Los otros integrantes –en realidad uno solo, un muchacho peruano que prefieren no nombrar, además de Derman– desaparecieron de la escena y dejaron de postear en las redes del CCKR, cuya actividad se frenó luego de la clausura.

“Estamos quebrados, sobre todo emocionalmente. Ni la derecha nos bancó. Y eso que pusimos el cuerpo. Pero son tibios, no tienen cojones”, declama Sebastián Poch, enojado, quien accedió a un par de entrevistas pidiendo grabarlas, cansado de “las mentiras odiosas de los medios”.

No hay timbre. Unas rejas entreabiertas, con el cartel de prohibido estacionar y la voz aflautada de un hombre, que desde adentro de la casa, con persianas bajas, dice atropelladamente: “¿De qué ideología es tu medio? ¿De qué régimen sos?”.

Son las cuatro de la tarde, mediados de septiembre de 2022, y en la puerta del Centro Cultural Kyle Rittenhouse (CCKR), ubicado en calle 5 entre 64 y 65, cerca de la Casa de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, de la Facultad de Artes y del emblemático bosque platense, la voz se pone nerviosa. Después de un largo silencio, suelta:

—Pasá.

A un costado del patio de entrada, entre sillas plegadas y unas botellas de gin y vodka vacías, cuya pared exhibe un mural del joven norteamericano Kyle Rittenhouse apuntando con una metralleta, se encuentra la recepción del centro cultural. Hay olor a humedad, sillones antiguos, ropa vieja a la venta y retratos pintados del Malevo Ferreyra, Jair Bolsonaro, Mohamed Seineldín y Novak Djokovic perseguido por una enorme jeringa rusa. Un hombre algo retacón se apoya en la puerta y dice ser Sebastián Poch, barba candado y patillas, con muñequeras de cuero y botas negras, un celular en la mano y un cigarrillo en la otra. Con su mediana estatura flanquea la entrada a una especie de bar. Por unas escaleras se ve el camino hacia el piso de arriba, donde parecieran estar las habitaciones.

—¿Cómo es bien tu nombre? ¿Tenés Facebook? ¿Dónde trabajás? –pregunta Sebastián.

Desde el fondo del bar, en penumbras y con aire de encierro pese al sol radiante que se cuela por la puerta entreabierta, aparece una mujer que se presenta amablemente con el nombre de Mariela Suárez, remera de Guns N’ Roses y pelo rubio, quien estrecha la mano y se disculpa.

—Perdón, pero por ahora no vamos a decir nada. Nos vamos a asesorar con un abogado, porque se dijeron cosas alocadas de nosotros- dice Mariela, con los ojos cansados.
—¿Qué cosas?
—Que somos neonazis y fascistas. Si el centro cultural hubiese sido de izquierda, todos hubieran salido a defenderlo.

Poch, de pie, pulsa frenéticamente su celular. Detrás de él, hay una barra con copas viejas cubiertas de polvo, un grabado de Javier Milei y la imagen del youtuber El Presto, por esos tiempos condenado a 30 días de prisión por hostigar a Fabiola Yáñez, con el dictado de una perimetral en torno a la primera dama. En el mismo lapso, José Derman, el dueño de la casa donde funcionaba el CCKR y amigo de Sebastián y Mariela, fue detenido por “intimidación pública” tras celebrar en un video el intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner y luego declarado “inimputable” por el juez federal Ernesto Kreplak, quien lo envió al Hospital Neuropsiquiátrico de Melchor Romero.

—José está bien, pero no vamos a hablar, ya te dijimos. Buenas tardes —se despide Mariela, que ronda la misma edad que su compañero. En la casa no aparece nadie más. El viejo chalet de barrio luce el típico aspecto de abandono tras una mudanza.

Interrumpiendo a su compañera, Sebastián arremete: “A José lo está atendiendo una psicóloga kirchnerista en el neuropsiquiátrico. Le dice que somos tóxicos y nos tienen prohibido acercarnos a él. ¿A vos te parece justo?”.

El CCKR fue clausurado por el municipio local después de un allanamiento que incluyó la participación del grupo Halcón en la madrugada del 5 de septiembre. En la casa hallaron un proyectil de mortero de 83 mm, que luego detonaron en un descampado, y un dron. Lo más ofensivo que encontraron fue a Derman, casi a los gritos, en un video de doce minutos que hizo circular por redes sociales: “Celebro el julepe que se pegó la peor basura de toda la historia de la política argentina”. Y luego, en un tono de agite, llamó a tomar las armas para “arrancar de raíz al marxismo”, expresó su “total apoyo al héroe brasileño, Sabag Montiel, que intentó hacer justicia por los argentinos”, y cerró el video con frases como “los hijos de re mil puta del progresismo peronista no tienen cara con venirnos con el principio de no agresión… maldigo que el tipo haya fallado porque hubiera matado a una asesina”.

Poco después, los integrantes del CCKR retiraron la faja de clausura del municipio, pero no recibieron ningún apoyo ni solidaridad. José Derman, Sebastián Poch y Mariela Suárez, según los videos y fotos publicados en la cuenta del CCKR, con pocos likes y compartidos y casi nulas interacciones, son sus únicos portavoces.

“No nos vamos a quejar ni pedir ayuda de ningún tipo porque todo lo que nos pasó es por una cuestión meramente política y nos la vamos a bancar solos como hombres de derechas que somos”, fue uno de sus últimos posteos en su fan page de Facebook, el 1° de octubre.

En la puerta de la casa, escritos a mano y en papel cuadriculado pegado con cinta azul, colocaron unos carteles pequeños: “Nueva gerencia. Centro Cultural de Centro (bien tibio como les gusta a ustedes). Miembros: 1 santacruceño y 2 gatos (el resto huyeron como ratas). Nota: no vendemos nada, en realidad estamos clausurados”, “Liberen a Derman, jueces y psiquiatras hijos de puta”, “José Derman, desaparecido en democracia (una semana sin Derman)”.

Más que grupo operativo, en realidad lo que existió durante apenas unos meses fue un lugar autodenominado centro cultural donde se vendía café, medialunas, bebidas alcohólicas, comida vegana –al decir de sus dueños– y donde cada tanto -según sus vecinos- tocaban unas bandas de punk.
—Somos el primer centro cultural abiertamente de derecha de toda La Plata y de toda la Argentina —se enorgullecía José Dorman, en un posteo de agosto de 2022 en las redes sociales del CCKR. Lo querían presentar en sociedad con un evento especial en primavera, pero el allanamiento se lo impidió.

Desde los primeros meses de 2022 realizaron distintas convocatorias en sus redes de Facebook, Instagram y Twitter: “Compartir con personas como vos sin miedo a ser señalado”, “es fundamental que todos puedan hacer el boca-oreja para llegar a más gente”, y “La Plata, nos atrevimos a plantar cara y hacer frente a quien haga falta”. Al parecer fue un intento frustrado, con pocos concurrentes: los vecinos veían a pibes que cada tanto se acercaban a jugar a la Play Station y no notaron más movimiento que los que generó una precaria feria americana armada en el lugar. El propio Milei descartó en sus redes cualquier conexión con el CCKR, y alguna vez desde el centro cultural se posteó la visita de dos operadores políticos de Patricia Bullrich, aunque nadie de ese espacio lo compartió. Según un allegado al entorno del centro cultural, Derman y Poch fueron recientemente expulsados de la corriente de derecha Fuerza Unitaria Argentina, a la cual, en su momento, dijeron pertenecer, e intentaron acercarse al espacio de Javier Milei, donde tampoco tuvieron suerte.

—¡30.000 desaparecidos las pelotas! Hay que tener un poco de huevos, por estos hijos de puta la estamos pasando para el orto, no nos alcanza la guita. Subversivos y montoneros que ahora nos gobiernan —se indignó Sebastián Poch en uno de los tantos videos publicados en Facebook.
“Los miembros del Centro Cultural Kyle Rittenhouse no son muy asemejables a la derecha tradicional a la que estamos acostumbrados –dice en un primer análisis Lucas Reydó, sociólogo e investigador del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA/UNSAM)–. Más bien, y el nombre del centro cultural es un indicador de ello, su ideología es heredera de los movimientos neo-fascistas estadounidenses y, en menor medida, europeos actuales”.

A tres meses del ataque contra Cristina Fernández de Kirchner, y más allá del video de José Derman defendiendo al autor, no se comprobó ningún vínculo del CCKR con la banda denominada como “Los Copitos”, acusada por el atentado. Como tampoco existe un nexo directo con otros grupos como Revolución Federal –procesados por el juez Marcelo Martínez de Giorgi por “imponer sus ideas y combatir las ajenas por la fuerza o el temor”– y Nación de Despojados, que salieron a la luz después del intento de asesinato a la vicepresidenta.

Si uno quisiera encontrar un hilo conductor de estos movimientos, sugiere Reydó, habría que rastrear la irrupción de la Alt-Right norteamericana, considerado un espacio discontinuo y poco homogéneo que se sostiene en base a lo que se oponen: el feminismo, el islam, el movimiento de Black Lives Matter, lo “políticamente correcto”, una idea conspirativa del “globalismo” y otra idea vaga del “establishment” de derecha y de izquierda. “Contra estas ideologías, la Alt-Right contempla un arco amplio de libertarios, etnonacionalistas, supremacistas blancos y neonazis”, explica Reydó.

El sociólogo piensa que la Alt-Right creció a partir de la crisis financiera de 2008 y los procesos de convergencia mediática en torno a la emergencia de las redes sociales. “Uno podría decir que es una criatura de Internet, con el crecimiento exponencial de haters, trolls y fake news. Es muy común encontrarla expresándose en sus lenguajes típicos (anonimato, memes, léxico propio) y esto puede verse en el CCKR, a través de las pintadas en las que representan a Milei, Bolsonaro, el youtuber negacionista El Presto y al Malevo Ferreyra bajo una forma muy comparable a la de los memes que uno encuentra en 4chan, uno de los principales caldos de cultivo de la Alt-Right”.

El caso de Kyle Rittenhouse tuvo un lugar marginal en Argentina. En Estados Unidos, sin embargo, su absolución en 2021 por el homicidio de dos personas en el marco de las protestas por el asesinato de un hombre afroamericano en Kenosha, Wisconsin, generó controversia. La figura del joven Rittenhouse, de acuerdo a Reydó, se volvió emblemática para movimientos neofascistas como el de los Proud Boys, que promueven la violencia política contra afroamericanos e inmigrantes latinos y asiáticos.

—Rittenhouse es nuestro héroe porque defendió la propiedad privada. Ese es nuestro principio básico —había dicho José Derman en un posteo de Facebook.

Ya no son skinheads ni citan a Nietzsche ni a Carl Schmitt como tampoco hacen el saludo fascista salvo por algunas simbologías como la bandera de Gadsden o el Wolfsangel de la iconografía nazi. En el interior del CCKR, confluyen pintadas como “Vivan los federales. 2do. Batallón de Patricios. Mueran los unitarios” con Donald Trump, el “Kyle was right” con el que se defendió a Ritthenhose en la justicia norteamericana, el símbolo del comunismo tachado con una franja roja y la caricatura de un hombre con anteojos que reza: “Las cuatro fases de la subversión ideológica: 1-Desmoralización 2-Desestabilización 3-Crisis 4-Normalización”.

A Lucas Reydó no dejan de resonarle ciertas tramas que unen a los libertarios con los movimientos neofascistas, en los que asocia al CCKR. No es un fenómeno en decaída, como lo han analizado desde sectores del progresismo. De hecho, según algunos sondeos de consultoras políticas, después del ataque a Cristina el espacio que más creció fue el de los libertarios.

Una de las pintadas en el interior del CCKR reza: “Los libertarios creemos en el principio de no agresión. Es legítimo usar la fuerza física o armada como reacción ante una agresión originaria”.

¿Cuál es la agresión originaria según este precepto?, se pregunta el sociólogo. “En principio, la misma existencia del Estado, a través de impuestos e intervención económica. Pero si uno ahondara en esta noción ambigua sobre el carácter violento del Estado, algunos miembros del CCKR podrían llegar a interpretar que cualquier intervención en torno a equilibrar los desajustes de la desigualdad con respecto a algunos sectores postergados de lo social (personas LGTB, mujeres, los mal llamados “planeros”) es en sí misma violenta”.

Sebastián Poch se define liberal en lo económico y conservador en lo cultural. (Foto: Instagram @poch.sebastian)

Pasado el mediodía del 5 de septiembre de 2022, en un día soleado de invierno, Claudio, un vecino del CCKR, cuenta cómo unos meses antes había ido hasta la casa y se encontró con una verdadera feria de objetos domésticos. “Parecía que estaban rematando todo. Había sillas, mesas, platos, macetas. Los pibes estaban desesperados por vender. Les compré un billete de Cuba con la cara del Che Guevara”, rememora. Cuenta, además, que después de que murió la propietaria del chalet, María Cristina Gioglio, el hijo que vivía con ella se quedó solo. Solo y desorientado: varias veces lo vieron deambular por las calles, dando vueltas manzana y regresando a la casa.

El hijo al que se refieren es José Derman, el líder del CCKR que fue derivado a un neuro-psiquiátrico, en una noticia que para los abonados a la teoría de los lobos solitarios o los locos sueltos encajó perfectamente. Sin embargo, el centro cultural había sido denunciado por sus “discursos de odio” a principios de este año por distintas organizaciones sociales y de derechos humanos de La Plata, que acusaron, entre otros episodios, al CCKR de pintar la palabra “muerte” en un mural sobre rostros de Madres de Plaza de Mayo. El presidente de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) y Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, también rechazó las manifestaciones del CCKR, a las que calificó como “repudiables desde todo punto de vista, no tienen memoria histórica”.

El vecino Claudio no sabía que María Cristina Gioglio, madre de José Derman, había sido una sobreviviente del terrorismo de Estado. Gioglio declaró en varios juicios de lesa humanidad y hoy su testimonio, por claridad y vigencia, es considerado emblemático por los organismos de derechos humanos. Docente y militante del Partido Comunista Marxista Leninista de la Argentina, fue secuestrada en diciembre de 1977 y llevada a la Brigada de Quilmes. Sufrió torturas. De allí fue trasladada al Pozo de Arana, donde estuvo cuatro meses y pasó los siguientes años en la cárcel de Devoto.

Cristina Gioglio armó pareja en las postrimerías de la dictadura con Alberto Derman, quien también había sido sobreviviente del terrorismo de Estado.

Conocido como el “Negro” Derman en los ámbitos de derechos humanos de La Plata, fue secuestrado en 1977 en el Pozo de Quilmes. Trabajaba en el Astillero Río Santiago, era también militante del PCML y representante gremial. José Derman, nacido en 1983, es el hijo de ambos.

“José la acompañó varias veces a los juicios de lesa humanidad donde su mamá declaró como testigo. Ya en ese tiempo estaba con tratamiento psiquiátrico y bajo el amparo de Cristina”, puntualiza un miembro de la agrupación H.I.J.O.S. de La Plata que lo cruzó en aquellas audiencias.

Cristina Gioglio murió el 16 de enero de 2020. Hasta su muerte pidió públicamente por la aparición de Jorge Julio López, testigo clave contra Miguel Osvaldo Etchecolatz y desaparecido el 18 de septiembre de 2006, al que nombraba como compañero de lucha. En un aviso fúnebre publicado en el diario El Día, José Derman fue uno de los que la despidieron: “Mil veces renegué contra vos y también mil veces me di cuenta de lo estúpido que fui. Gracias a vos hoy estoy vivo, entero y puedo reconstruirme cada vez más… Hasta siempre, mamá querida! Tus hijos: José y Federico Derman”.

Los vecinos creen en la teoría de que a José Derman lo quisieron engañar para usurparle la casa. No conocen ni a Sebastián Poch ni a Mariela Suárez más que de vista.

Mariano, un vecino que tiene una agencia de lotería a metros del centro cultural, dice que algo empezó a oler mal cuando vio que pintaron las paredes con “mensajes zarpados”. Habla detrás del mostrador, sin nunca salir de una reja de por medio. No le gustó que en el barrio de toda su vida hubiera manchas rojas y palabras agresivas en “murales horribles, encima de mal gusto”. Y eso que el barrio de toda su vida ya no es el mismo de antes: se queja de los robos, de la prostitución callejera, de la basura en la calle, de la poca iluminación.

Los murales se hicieron en una pared aledaña al CCKR donde funciona un estacionamiento de autos, casi en la esquina de calle 64: “Muertos por comunismo: China 60 millones, URSS 20 millones, Norcorea 2, Camboya 2, Cuba… y la lista sigue”, “Mejor muerto que rojo” (con el símbolo tachado de la hoz y el martillo), “Ni 30 mil desaparecidos ni 30 mil víctimas”. Y, en el centro, una caricatura de Cristina Fernández inclinada y defecando en una bandera argentina bajo palabras como “Basta de Sakeo, -Estado +Nación, Frente de Chorros”.

Mariano no guarda compasión. “Son cuatro gatos locos, unos lúmpenes que ni siquiera laburan. No le pueden hacer daño a nadie”.

Al lado del chalet hay un pasillo que conduce a un PH, con la puerta estropeada: así quedó tras el allanamiento policial. La propiedad pertenece también a la familia Dorman, y la renta le había quedado a José, que no necesitaba trabajar para procurarse ni vivienda ni sustento propio.

Horas antes, en la mañana del convulsionado 5 de septiembre de 2022, dos personas habían enfrentado a los medios que esperaban en la vereda de la casa. Eran Sebastián Poch y Mariela Suárez.

“Somos un grupo reducido de personas que decidimos exponer nuestras ideas en libertad, sin miedo. Y estamos siendo constantemente atacados”, soltó Poch, haciendo un recuento del “hostigamiento y persecución” que, según especificó, empezaron a sufrir desde que el centro cultural abrió sus puertas. “Y sin ayuda del Estado, estábamos esperando la primavera para lanzarnos con todo. Nos financiamos por nuestra cuenta. En el centro cultural Mariela da un taller de lenguaje de señas para chicos hipoacúsicos”.
En un momento de la charla, entrevistado por Chiche Gelblung, dijo: “Cristina es una chorra que debe ir presa, la sociedad civil debe ajusticiarla. No fue un atentado, atentados son los que sufren de hambre todos los días”.

—¿Ajusticiarla? ¿Usted dijo que hay que ajusticiar a Cristina?– preguntó una compañera de Chiche, desde el estudio.
—Sí, es una asesina intelectual. La gran mayoría de los argentinos lo piensa, pero nosotros tenemos el coraje de decirlo. Se terminó el diálogo. Hay que proscribir las que son ideas de izquierda, por ley –respondió Poch, con forzado acento español.
—Usted está haciendo apología del delito, señor –lo interrumpió Chiche.
—Delito es lo que hizo Alberto en una cuarentena de dos años. Grabois y D’Elía son violentos, dicen que quieren matar a Macri y nadie les dice nada. Los políticos roban y mienten y no pagan las consecuencias.
Ante la denuncia de los organismos de derechos humanos que los acusaban de nazis, luego enfatizó: “El dueño del centro cultural, José Dorman, es judío, es un tipazo y ama a los gatos. Acá hay un peruano y yo mismo estuve en África. Es un disparate”. Y en sus últimas palabras dijo que eran novedad en una ciudad como La Plata, donde la “mugre socialista” copaba hasta las universidades.
Semanas después de la entrevista por televisión, Sebastián Poch se quejó de una supuesta “tergiversación”.
—Pusieron lo que quisieron. Así es la prensa –refunfuñó, por teléfono.
—Pero fue en vivo, no la editaron. Es lo que vos dijiste.
—Siempre se las ingenian para confundir a la gente. Ellos son los buenos y el resto son nazis.

Es de noche, en 2020, y José Derman saluda en uno de sus tantos videos grabados con su celular: “Buenas noches, examigos de la coalición femibolche repugnante”. De fondo, el murmullo de la ciudad, en una calle céntrica. Derman agita un encendedor e intenta prender un pañuelo verde. “Todo este circo va a llegar a su fin. No van a ganar, eh”, dice, en tono amenazante. Todo el video es el infructuoso intento por prenderlo fuego, en un gesto torpe.

En el historial de Derman se mezclan varias denuncias de acoso y amenazas a mujeres, como también por vandalización de distintos locales de la capital bonaerense. “Por culpa de femibolches como ustedes es que ya no puedo tener más relaciones sexuales con nadie”, se quejaba Derman, quien fue sobreseído por un tribunal porteño que lo declaró inimputable por las denuncias de violencia de género. El argumento fue que padecía un trastorno “delirante paranoide”, de acuerdo a una pericia psicológica y psiquiátrica. Desde allí, eufórico y triunfal, dedicó su tiempo a fundar el CCKR.

Ser hijo no es un hecho biológico, es una construcción, opina Julián Axat, abogado e hijo de dos militantes desaparecidos durante la última dictadura militar. “En realidad, las identidades que se construyen en torno a la libertad de elección o los cambios de bandos siempre son posibles. Tanto como pasó con los hijos desobedientes, que se desheredaron de sus padres represores, como a los que con nuestras mismas trayectorias decidan cambiar de lugar y de posición política. Pero mientras los hijos desobedientes fueron creciendo, parece ser bastante excepcional que un hijo de desaparecido no se identifique con la historia de sus padres e incluso milite agresivamente en contra de aquellas ideas”, piensa Axat, algo asombrado por el caso de José Derman.

En una de sus últimas charlas telefónicas, por noviembre de 2022, a Sebastián Poch se lo escucha apesadumbrado. Recuerda cómo se sintió humillado cuando el grupo Halcón allanó el CCKR. Se había desvelado viendo videos de física cuántica por Internet, una de sus pasiones. Estaba desnudo en la cama con su mujer cuando escuchó golpes que asoció a los ataques que, dice, recibían en la casa por parte de los kirchneristas y los “zurditos”.

—Si alguien ve nuestros videos en las redes, no pueden tomarnos en serio.
—¿Por qué?
—Nos ridiculizábamos, decíamos “acá están los ultraderechistas” y éramos unos pelotudos. En realidad, siempre fuimos unos pobres idiotas y nada más.
—¿No tienen miedo de terminar detenidos?
—Sentimos orgullo y coraje por nuestras ideas. Fueron por el eslabón débil, el pobre Derman, que es una persona enferma, pero no un psicópata.
No quiere hablar más del CCKR, al que sitúa en un “stand by”. Quiere reencontrarse pronto con Derman, concentrarse en su salud y en la de su novia, y recuperar las visitas a un hijo que no ve desde hace años por “culpa de su madre”.
—No nos van a frenar. Llegamos para quedarnos —son sus últimas palabras, y la voz languidece, suavemente.

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