Si mandan alguna vez una nave espacial argentina a la luna con música dentro de su cápsula, el consenso popular diría que se trate de alguna obra de Charly, Fito, Spinetta, Cerati, Gardel o Atahualpa. Pero si hubiera que eyectar un cohete argentino para destruir el sol, probablemente en sus placas de acero debería ir rubricado bien grande el logo de Divididos.
Y es que, ¿qué otra cosa se puede decir que no se haya dicho en treinta y cuatro años sobre el trío? Tal vez sea necesario bajarlo a términos definitivos: es una banda única en el rock argentino. No por volumen, bravura y estridencia que se le suele exigir al cansador término “power trío”, sino por los vectores de su composición.
Para el inicio de su show en el Quilmes Rock 2022 (su primero para un público masivo en Buenos Aires desde el comienzo de la pandemia), las pantallas mostraron a un Ricardo Mollo de guardapolvos cantando el himno nacional con la orquesta sinfónica de Mendoza. Tiene sentido: ver a Divididos representa una exigencia de escolaridad, la educación elemental para cualquiera que quiera entender al rock vernáculo.
El revisionismo de estas pampas se da a través de ya conocidos y efectivos covers (“Sucio y desprolijo” de Pappo, “Tengo” de Sandro, “Salgan al sol” de Billy Bond y La Pesada), como también del apéndice lógico de Sumo (sonaron “La rubia tarada”, “Crua Chan” y “El ojo blindado”), pero todo eso -que ya triunfa en el ejercicio en sí- podría pasar a segundo plano si se cuenta el repertorio de cosecha propia.
En un set que distribuyó su mayoría en canciones de Narigón del Siglo (“Casi estatua”, “Elefantes en europa” y “Tanto anteojo”) y de Acariciando lo áspero (“Que tal?”, “Azulejo”, “El 38”, “Paraguay”), y algunos puntos del resto de su discografía, Mollo, Arnedo y Ciavarella pusieron a prueba la amplitud de los micrófonos y las pastillas de los instrumentos. El primero, sobre todo, sigue con una ferocidad fuera de lógica, cometido en un envidiable plan de ser nuestro Benjamin Button.
Luego de los primeros cuarenta y cinco minutos del avance implacable de la aplanadora, Divididos también hace un respiro que explica tácitamente a los primerizos que no todo es una guerra de decibeles. El doblete de “Spaghetti del rock” y “Par mil”, también del esencial Narigón…, recuerda el espacio de sensibilidad e introspección que ocupa ese complejo entramado de cultura popular en el ADN del trío. Parte de esa tónica se extendió en homenaje al histórico manager Jorge “Killing” Castro, presente en las pantallas para “Amapola del 66”. “Hace mucho que no tocábamos en un lugar tan grande. Estamos muy contentos. Disfruten de este rato lindo”, dijo el cantante y guitarrista.
Sobre el final, con “Ala Delta”, el terreno especial para que la base rítmica siga sin pausa en su constante puesta en valor propia, Divididos escuchó el pedido de abajo con “Cielito lindo”, y el público obedeció las órdenes de desatar el pogo violento en la segunda mitad punk del ya clásico. Mollo entonces bajó a repartir púas y desaparecer entre la gente mientras Arnedo saludaba con el bajo en alto y Ciavarella pateaba baquetas, besos y sonrisas antes de irse. Otra masterclass irreprochable había terminado.