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Crítica: Umberto Eco: La biblioteca del mundo

Un estupendo documental que se centra en la pasión del semiólogo e historiador por los libros y la lectura.

Davide Ferrario 

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Italian Screenings

Umberto Eco, uno de los intelectuales más influyentes del siglo XX y XXI, fue un apasionado de la lectura y un ávido coleccionista de libros. Su amor por los libros no solo se reflejaba en su prolífica escritura, sino también en su impresionante biblioteca personal, que albergaba más de 30,000 volúmenes.

En el documental Umberto Eco: La biblioteca del mundo, su director Davide Ferrario, toma la decisión de no contar sobre la vida y obra de este intelectual que nos dejó el 16 de febrero de 2016 a los 84, sino enfocarse en la lectura, una actividad central y esencial de la vida intelectual y personal. Eco consideraba que los libros (“memoria vegetal” como los llamaba), eran ventanas a diferentes mundos y tiempos, ofreciendo una perspectiva única y valiosa sobre la humanidad y su historia. 

El documental nos muestra cómo Eco tenía una fascinación especial por lo que él llamaba “libros mentirosos”, aquellos que contenían falsedades deliberadas, errores, teorías conspirativas y pseudociencia (como los de Kircher). Este interés no solo era académico sino también personal, ya que Eco disfrutaba del desafío intelectual que representaba discernir la verdad de la mentira (“La Iglesia Católica continúa debatiendo sobre el origen del Espíritu Santo, pero nadie duda de que Clark Kent sea Superman”) y explorar cómo la información errónea se propaga y afecta la percepción pública.

Asimismo, se cuentan con mucho humor anécdotas, cuentos y reflexiones que es mejor no revelar aquí (en su ensayo De los espejos y otros ensayos, Eco discute sobre los spoilers, advirtiendo sobre cómo la revelación prematura de información crucial de una obra puede afectar la experiencia estética y emocional del lector o espectador). Estas son narradas por actores, eruditos, amigos y familiares, combinadas con unas hermosas e increíbles tomas de bibliotecas de todo el mundo y una serie de reveladoras entrevistas de archivo (“¡Odio a El Nombre de la Rosa!” exclama sobre su novela más famosa y en otro momento, habla sobre el autor de El código Da Vinci diciendo con sorna “Dan Brown y yo leímos los mismos libros; solo que él les creyó”). 

Eco solía hablar sobre el placer de leer como una experiencia profundamente personal y enriquecedora. Según él, la lectura (no solo de libros, sino también de cómics) es una herramienta para adquirir conocimientos, pero también una fuente de placer estético y emocional. En sus propias palabras, Eco afirmó: “El placer de leer reside en la capacidad de los libros para sorprendernos, para hacernos pensar y para transportarnos a otros mundos”.

Sin embargo, lo más sorprendente de esta cinta (“¿memoria química?”), es ver cómo Eco se adelantaba al futuro, comentando sobre cómo el conocimiento fabricado puede ser letal y cómo los chips de silicio en nuestros teléfonos y computadoras representan una “memoria mineral”, diferente a la orgánica (nuestro cerebro) y a la vegetal (los libros), que posee tanto cualidades como defectos. Eco cita a otro de sus escritores favoritos, Jorge Luis Borges, y su relato Funes, el memorioso para advertir sobre los peligros de esos insondables bancos de memoria y propone que la educación del mañana debería centrarse no en acumular información, sino en cómo seleccionarla y administrarla. Charles Sanders Peirce, el padre de la semiótica, decía que los signos le permiten al ser humano predecir e inferir. Eco decía que un signo es todo aquello que puede ser usado para mentir.

Al igual que Eco definía la lectura, este documental es una forma de diálogo con el autor, una conversación silenciosa en la que el lector/espectador no solo recibe información, sino que también pone a su memoria orgánica a interactuar activamente con las ideas presentadas. Esta interacción provoca cuestionamientos, inspira nuevas ideas, contribuye al crecimiento personal, al entendimiento del mundo y, en última instancia, genera un irresistible deseo por llegar a la casa para disfrutar de un buen libro acompañado de una buena taza de café.