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Crítica: Longlegs: Coleccionista de almas

El hijo de Norman Bates dirige una cinta de terror atmosférica de sangre, muerte y oscuridad que logra aterrar y que impresiona por su estilo visual.

Osgood Perkins 

/ Nicolas Cage, Maika Monroe, Blair Underwood, Alicia Witt

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Diamond

Osgood Perkins es el hijo de Anthony Perkins, el actor que se hizo inmortal gracias a Psycho, el clásico del terror gestado por Alfred Hitchcock. Osgood se inició como actor y curiosamente, su primera incursión en el cine fue en Psycho II, la infame secuela de 1983, en donde encarna a una versión juvenil de su padre. Luego trabajó en papeles secundarios para las comedias Legally Blonde y Not Another Teen Movie, entre otras. 

Gradualmente, Perkins se fue inclinando hacia el terror, ya no como actor, sino como guionista y director. Su ópera prima fue The Blackcoat’s Daughter (2015) con Emma Roberts como protagonista, la cual se estrenaría después de I Am the Pretty Thing That Lives in the House (2016), un relato gótico protagonizado por Ruth Wilson que obtendría una cierta popularidad en Netflix; luego vendría Gretel & Hansel (2020), una versión macabra del cuento infantil popularizado por los hermanos Grimm. Estos tres trabajos beben del expresionismo alemán, la literatura gótica y el cine de David Lynch (Blue Velvet) y Stanley Kubrick (The Shining). En otras palabras, Perkins, es muy parecido al escritor Joe Hill, el hijo de Stephen King: dos talentos que han logrado escapar exitosamente de las sombras de sus padres, para construir unas carreras verdaderamente interesantes. 

La prueba definitiva para Perkins es su cuarto largometraje titulado Longlegs, también escrito por él y con la música de su hermano Elvis. Este trabajo, el mejor de su filmografía hasta la fecha, se aleja del terror gótico para encontrar inspiración en Jonathan Demme y su The Silence Of The Lambs (1990), en David Fincher, especialmente sus populares fusiones entre el terror y el policíaco conocidas como Se7en (1995) y Zodiac (2007); y un estilo visual robado de las potentes incursiones al cine de terror de los directores Roman Polanski (Rosemary’s Baby), William Friedkin (The Exorcist) Richard Donner (The Omen) y Stuart Rosemberg (The Amityville Horror), realizadas a finales de los años sesenta y comienzos de los ochenta. 

La película se centra en la agente del FBI Lee Harker (Maika Monroe, recordada por It Follows), una joven con una intuición que roza con lo paranormal. Aunque su don no es infalible, es suficiente para atraer la atención del agente Carter (un estupendo Blair Underwood), quien la recluta para resolver un caso escabroso. El personaje de Harker, reservado, solitario y rozando con el síndrome de Asperger, se destaca por su capacidad para desentrañar los detalles ritualistas de los crímenes y Monroe ofrece una actuación más que adecuada para ello.

Longlegs, el personaje que le da título a la cinta, es interpretado de manera excéntrica, paroxística y perturbadora por Nicolas Cage (este papel le queda como anillo al dedo). Su asesino en serie, con sus afiches de T-Rex, David Bowie y Lou Reed, y su apariencia y actitud similar a la de Charles Manson, Willy Wonka y el Sombrerero loco de Johnny Depp (o la de un Michael Jackson satánico y decadente), es una figura verdaderamente aterradora. El fotógrafo de videos musicales Andrés Arochi utiliza de manera inteligente la cámara y la puesta en escena para acentuar la amenaza de Longlegs, empleando asimetrías y un encuadre cinematográfico alternado que logra de manera efectiva transmitir locura, delirio y maldad, de acuerdo con las lecciones aprendidas del expresionismo alemán. 
Sin embargo, no todo es perfecto con la cinta de Perkins. Algunas situaciones carecen de lógica y verosimilitud (Harker ocultando información, una institución mental que admite visitas sin ninguna supervisión, un asesino peligroso arrestado pero con una vigilancia paupérrima), y el tercer acto se contamina con elementos importados de Annabelle, que aquí se sienten intrusivos. Si Perkins hubiera optado por filmar un policíaco duro y crudo, similar al de las ya mencionadas Silence Of The Lambs,Se7en y Zodiac, o a las series True Detective y Mindhunter, todo hubiera funcionado a las mil maravillas. Al final, el hijo de Norman Bates terminó optando por la tontería sobrenatural con el propósito de apuntar a una franquicia ¡cu-cú!. De todas maneras, eso no le quita la elegancia y la atmósfera asfixiante a su trabajo.

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