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Crítica: El sucesor (Le Succeseur)

Una importante figura del mundo de la moda viaja al funeral de su padre y se encuentra con un espantoso secreto.

Xavier Legrand 

/ Marc-André Grondin, Yves Jacques, Laetitia Isambert-Denis

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Cine Colombia

Desde hacía siete años, Xavier Legrand, el actor convertido en director, no nos había entregado un largometraje de su autoría. Su último trabajo, Custodia compartida, fue una obra impresionante centrada en un padre y esposo abusador que hizo brillar al gran actor Denis Ménochet (As Bestas). 

Ahora, con El sucesor, basada en la novela L’Ascendant de Alexandre Postel publicada en 2015, Legrand coquetea con el suspenso canalizando el cine de Hitchcock y Chabrol, con resultados irregulares (la culpa también va para Postel, guionista de la cinta). Su protagonista es un diseñador de moda parisino llamado Ellias Barnès (Marc-André Grondin), quien está al borde de un ataque de nervios, ya que se encuentra en un momento crucial de su carrera. Barnès está a punto de asumir el puesto de director creativo de la prestigiosa Casa Orsino, tras la muerte de su fundador. 

Al principio, el espectador sentirá que se está embarcando en una historia de ambición corporativa, al estilo de la serie Succession o del biopic de Ridley Scott sobre la Casa Gucci, pero no es así. Barnés sufre de asma y de ataques de pánico producto de la ansiedad, lo cual aumenta cuando repentinamente irrumpe la policía a su lugar de trabajo para avisarle que su padre ha muerto. ¿Estamos ante una cinta sobre crímenes corporativos, al estilo de El asesinato de Gianni Versace de American Crime Story o sobre crímenes domésticos como Anatomía de una caída? Tampoco es así.

Sabemos que Barnès es una figura importante en el mundo de la moda y que por más de una década ha hecho todo lo posible para distanciarse de su padre Jean-Jacques (¿por qué? Nunca lo sabremos). El hijo busca apoyo de su madre y esta se niega a ayudarlo (¿por qué? Tampoco lo sabremos). Es así, que, siendo hijo único, debe viajar a Montreal a la casa de su padre fallecido, para encargarse del funeral y de su patrimonio, en un momento crucial para su carrera. Todo parece indicar que estamos ante un drama psicológico acerca de un hijo que debe hacer las paces con su padre si quiere tener una vida propia, al estilo de la serie Six Feet Under o la brutal cinta Affliction de Paul Schrader. Pero ¿adivinen qué? Tampoco es así. 

Barnès decide vender la casa y donar todas las cosas de su padre a la caridad. Dominique (Yves Jacques) es el mejor y único amigo del padre de Barnès y quiere tomar una copa con él y decirle lo mucho que su padre hablaba sobre su hijo y lo mucho que lo amaba. Pero el hijo no quiere saber nada y quiere regresar rápidamente a su trabajo. Además, la bondad de Dominique se siente siniestra. Aquí ya las cosas comienzan a tomar el rumbo del suspenso de Hitchcock y Chabrol. Si tan solo hubiera primado la lógica sobre el efectismo. Los maestros del suspenso sabían que todo está en los detalles y en la construcción meticulosa de los personajes.    

Sin revelar lo que sigue, basta con decir que Barnès descubre un secreto terrible que bien puede (o no) estar conectado con el pasado con su padre (nunca lo sabremos). El hombre maneja las cosas de la manera más absurda posible y puede (o no) que Dominique esté implicado en el asunto. La cosa pudo haber tomado un rumbo escalofriante y violento al estilo de Chabrol, o pudo haberse convertido en una mezcla entre Psicosis, La sombra de la duda o Extraños en el tren. Nada de eso.  

¿Estamos ante una alegoría sobre ese poder ineludible y que trasciende a la muerte de un padre sobre un hijo? No es así ¿Es El sucesor una cinta de suspenso en la que un hijo debe asumir, sin quererlo, los pecados de su padre? No precisamente. ¿Es esta una película con vuelta de tuerca sorpresiva al estilo de M. Night Shyamalan? Pues sí, pero al no revelarnos los secretos del pasado de su personaje (¿qué pasó con el hijo cuando vivía con su padre? ¿por qué la madre vive con el hermano de su padre?) el giro no se siente plausible.   

La cinta de Legrand es de buena factura y está bien actuada, pero se siente como todo un retroceso, si se le compara con lo logrado en Custodia compartida. La ambigüedad no fue un buen recurso a la hora de contar la historia, ya que no hay predicado de base sobre las decisiones tomadas por el protagonista. Asimismo, la manipulación excesiva al espectador termina, en últimas, irritando.   

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