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Crítica: El señor de los anillos: Los anillos del poder Temporadas 1 y 2 (The Lord Of The Rings: The Rings Of Power)

La precuela de la trilogía de El señor de los anillos deslumbra con su espectacular diseño visual, pero sufre de una narrativa pesada y ritmo soporífero.

Juan Antonio Bayona, Wayne Che Yip, Charlotte Brändström, Louise Hooper 

/ Charlie Vickers, Morfydd Clark, Robert Aramayo, Markella Kavenagh, Ismael Cruz Córdova, Owain Arthur, Daniel Weyman, Sophia Nomvete, Charles Edwards, Megan Richards

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

IMDb

Los Episodios I, II, y III de Star Wars y The Lord of the Rings: The Rings of Power son dos gigantescas producciones cinematográficas y televisivas que comparten el objetivo de expandir universos ya establecidos y amados, narrando los preámbulos que conducen a sus respectivas sagas y, al hacerlo, fracasan miserablemente. 

La trilogía de precuelas de Star Wars (1999-2005) se centra en la caída de la República y la transformación de Anakin Skywalker en Darth Vader. George Lucas profundiza en la política de la galaxia, los Jedi y los Sith, y cómo la manipulación de Palpatine lleva a la guerra y al eventual ascenso del Imperio Galáctico. Si bien las películas son ricas en detalles sobre el universo de Star Wars, priorizan la exposición sobre la narrativa fluida, lo que a veces hace que la historia se sienta pesada, lenta y debido a personajes como Jar Jar Binks, casi insoportable.

Por su parte, The Rings of Power también se enfrenta al desafío de construir y expandir un mundo ya conocido: la Tierra Media. Ambientada en la Segunda Edad, la serie (que se planea tendrá 5 temporadas) se adentra en la forja de los Anillos de Poder y el ascenso de Sauron. La serie de 16 capítulos hasta la fecha, se esfuerza por capturar el tono épico y la grandiosidad de las obras de Tolkien, sin embargo, al igual que las precuelas de Star Wars, The Rings of Power se siente densa, sobrecargada y soporífera.

La primera temporada de The Lord of the Rings: The Rings of Power es, sin duda, un espectáculo visual impresionante. Desde el primer episodio, queda claro que la serie tiene un presupuesto colosal (es una de las más costosas de la historia), lo que se refleja en cada paisaje y en cada detalle de la producción. Los vastos paisajes de la Tierra Media, las ciudades élficas, las minas de los enanos, y las aldeas humanas están ricamente representadas, y es fácil quedarse absorto en la belleza cinematográfica de la serie.

Sin embargo, esta magnificencia visual es también uno de los aspectos que la hace divisiva. Al estar tan enfocada en crear un ambiente visualmente impactante, la serie descuida el ritmo narrativo, alternando entre momentos de acción frenética y escenas prolongadas de diálogos filosóficos que, la verdad sea dicha, poco o nada aportan a la trama. Esta disparidad puede hacer que la serie se sienta inconsistente, especialmente para aquellos que no están familiarizados con la historia de Tolkien y francamente insoportable, para quienes no saben mucho de los libros de Tolkien y las películas de Peter Jackson. 

Morfydd Clark, en el papel de Galadriel, se lleva gran parte del protagonismo.Su interpretación de una elfo joven y guerrera fue uno de los elementos más comentados de la serie cuando debutó en 2022. Clark logra transmitir la valentía y la obstinación de su personaje, convirtiéndose en una figura central que lleva gran parte de la narrativa. Sin embargo, su representación a veces peca de ser demasiado rígida y severa, lo que puede dificultar la empatía del público con su personaje. A lo largo de las dos temporadas, muestra momentos de conflicto que enriquecen su actuación, pero su tono imperioso y distante puede no resonar con todos los espectadores. 

Por su parte, Robert Aramayo como Elrond ofrece una interpretación que equilibra la juventud con la sabiduría inherente a su personaje. Su química con los enanos, especialmente con Owain Arthur en el papel de Durin IV, añade calidez y humanidad a la serie. Arthur, en particular, trae una energía vibrante y un sentido del humor necesario al papel de Durin, dando vida a un personaje que rápidamente se convierte en uno de los favoritos de los ringers.

Ismael Cruz Córdova, quien interpreta a Arondir, un elfo silvano, aporta una presencia física imponente y una seriedad que destaca en las escenas de acción. Su química con Nazanin Boniadi, que interpreta a Bronwyn, una curandera humana, es palpable, aunque su historia de amor a veces queda relegada a un segundo plano debido al enfoque en la construcción del mundo por encima de los personajes.

Los Harfoots (o pelosos), un grupo de predecesores nómadas de los hobbits que incluye a Markella Kavenagh como Nori, aportan una nota más ligera y encantadora a la serie. Kavenagh, con su equivalente femenino de Frodo, logra capturar la curiosidad y el espíritu aventurero de su personaje, contrastando con la intensidad de las tramas élficas y humanas. Lenny Henry, como el anciano Sadoc Burrows, ofrece una actuación cálida y reconfortante, aunque su papel se limita en gran medida al apoyo cómico y ligero.

Sin lugar a duda, es el personaje de “El Extraño”, interpretado por Daniel Weyman, el más fascinante de toda la serie. Desde su primera aparición, envuelto en misterio y poder, su identidad y propósito han generado muchas especulaciones entre los amantes de la Tierra Media. El Extraño aparece por primera vez en un meteorito que cae del cielo, aterrizando en un cráter ardiente. Su llegada impactante establece de inmediato su conexión con algo sobrenatural o cósmico. Se encuentra inicialmente desorientado y sin recuerdos, lo que lo convierte en un enigma tanto para los personajes de la serie como para los espectadores. Es rescatado por Nori , quien lo observa con curiosidad y precaución, para luego convertirse en su amiga.

Daniel Weyman logra capturar la naturaleza enigmática de El Extraño con una interpretación contenida pero poderosa. A lo largo de la serie, Weyman utiliza gestos mínimos y expresiones faciales sutiles (imitando a un gran actor inglés), para transmitir la confusión y la lucha interna de su personaje, que está tratando de recordar quién es y cuál es su propósito. A pesar de la falta de diálogo, su presencia es innegablemente magnética, lo que genera un aura de misterio en torno a su personaje. Lo que hace que la interpretación de Weyman sea particularmente efectiva es cómo maneja el balance entre la vulnerabilidad y el poder latente de su personaje. A medida que avanza la serie, se revela que El Extraño posee habilidades mágicas inmensas, lo que sugiere que es una figura de gran importancia en el mundo de la Tierra Media, especialmente cuando llama la atención del hechicero Saruman (un estupendo Ciarán Hinds). Sin embargo, su falta de control sobre estos poderes y su lucha por comprenderlos hace que quienes ya intuimos quién es El Extraño gritemos “¡Ya basta Mithrandir! ¡Utiliza tu magia!” 

Un problema recurrente en la primera temporada es su dependencia enfermiza en la obra de Tolkien y más aún cuando estamos hablando de una serie que no está basada directamente en ninguno de sus libros y no hace parte oficial del canon de las películas de Peter Jackson. La narrativa está cargada de referencias y explicaciones sobre la historia del mundo, lo que puede alienar a los espectadores poco familiarizados con la mitología de la Tierra Media y exasperar a los que ya conocemos de antemano este universo gracias a la lectura juiciosa y la revisión aún más juiciosa de las seis películas de Jackson. Lo peor de todo, es que este enfoque en la construcción del mundo eclipsa el desarrollo de personajes y la acción dramática. Lo que une a los iniciados con los eruditos es que ambos deseamos a toda costa que la maldita acción avance (¡sálvanos Peter!) 

Sin embargo, la segunda temporada de The Rings of Power mejora significativamente en varios aspectos, siendo una evolución positiva respecto a la primera. A pesar de que sigue manteniendo la misma grandiosidad visual, la narrativa encuentra un equilibrio mejor entre la acción y el desarrollo de personajes. Las intrigas y las revelaciones adquieren más profundidad y coherencia, especialmente en lo que respecta a la presencia de Sauron, cuyo rol como maestro manipulador aporta esa capa de complejidad retorcida que la serie necesitaba.

Charlie Vickers, quien interpreta a Halbrand, cobra más relevancia en esta temporada, ahora bajo el disfraz de un elfo llamado Annatar, especialmente tras las revelaciones sobre su verdadera identidad. Vickers logra capturar la ambigüedad y el carisma de su personaje, manteniendo al público en tensión sobre sus verdaderas intenciones. Su dinámica fáustica con Celebrimbor (Charles Edwards), el maestro orfebre, es uno de los puntos más intrigantes de la temporada, y su habilidad para mostrar tanto encanto como amenaza, es un testimonio de su talento.

Si bien es cierto que las obras de J.R.R. Tolkien están impregnadas de profundas connotaciones cristianas, nunca se evidenciaron de una manera tan explícita o dogmática como aquí. Tolkien, un devoto católico, fue cuidadoso al señalar que The Lord of the Rings no es una alegoría directa del cristianismo, como sí es el caso de Las Crónicas de Narnia de su amigo C.S. Lewis, pero la serie no es para nada tímida asociando a El Extraño con la figura de Cristo y a Sauron con el demonio tentador. 

Mientras que en la primera temporada el enfoque en los orígenes de personajes icónicos de la saga fue un tanto forzado, en la segunda temporada, estos personajes comienzan a evolucionar de manera más natural. Galadriel, en particular, se enfrenta a las consecuencias de sus decisiones y lucha con su propia vulnerabilidad, lo que la convierte en una figura más matizada y menos rígida. 

Los enanos y los Harfoots también brillan en esta temporada, aportando momentos de humor y ligereza que contrarrestan el tono más solemne de los elfos. Poppy (Megan Richards) la fiel compañera de Elanor, es el perfecto reemplazo de Sam, y Sophia Nomvete como Disa, la esposa de Durin IV, sigue siendo una de las favoritas, aportando una calidez y fuerza al personaje que complementa perfectamente la energía de Owain Arthur y la tozudez del gran Peter Mullan como el Rey Durin III. Estos tres últimos son unos enanos creíbles, heroicos y entrañables que ofrecen un respiro emocional en medio de las tensiones más oscuras de la serie. El grupo más flojo de la Tierra Media lo constituyen los humanos, con sus conspiraciones tipo Game Of Thrones que carecen de interés y que nos hacen gritar “¡Aragorn! ¡Sálvanos!”

La segunda temporada logra encontrar un equilibrio entre sus diferentes líneas narrativas, lo que hace que la experiencia de ver los episodios sea más fluida y menos pesada que en la primera temporada, aunque hay capítulos que cuesta verlos en su totalidad. Asimismo, un aspecto que sigue destacando en la serie es la calidad de sus efectos especiales. Desde las criaturas (esperen a ver a ese ogro gigante) hasta los efectos climáticos y las secuencias de batalla, The Rings of Power continúa impresionando con su nivel de detalle y realismo. Esto es especialmente cierto en las escenas más oscuras y tensionantes, donde el diseño visual ayuda a aumentar la sensación de peligro y urgencia. La música de Bear McCreary ayuda mucho, especialmente The Last Ballad of Damrod, una fantástica pieza de Extreme Metal en colaboración con Jed Kidman de la banda Meshuggah.

The Lord of the Rings: The Rings of Power es una serie ambiciosa que buscaba tanto atraer a los fanáticos de Tolkien como captar a un público más amplio y lo que hace es alejar a ambos grupos. Si bien la primera temporada tiene problemas de ritmo y sobrecarga de información, la segunda temporada da un paso en la dirección correcta, mejorando en el desarrollo de personajes, en la resolución de conflictos (algunas muertes sorpresivas) y en la cohesión narrativa. Aunque todavía enfrenta el desafío de tratar demasiado para encontrar su propio espacio en el mundo de las series y películas de Sword & Sorcery (piensen en Harry Potter, Juego de Tronos y La casa del dragón), muestra signos de maduración y promete seguir creciendo, si es que llega a haber una tercera temporada.

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