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Crítica: El bolero de Rubén

Un delirante musical de terror ambientado en Medellín, que incluye sicariato, descuartizamientos y crímenes pasionales.

Juan Carlos Mazo 

/ Diego Cadavid, Májida Issa, Juliana Velásquez, Marlon Moreno, Aída Morales, Jordana Issa

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía.

La premisa inherente a los números de danza y música al interior de una narrativa dramática funciona como una vía de escape hacia un mundo mágico e irreal, que hizo que este género gozara de una inmensa popularidad entre los años 30 y 50, décadas marcadas por la depresión económica y el sufrimiento causado por la Segunda Guerra Mundial. Por esta razón el director Jacques Demy decía que los musicales idealizan la realidad.

Hoy en día, el musical es un género moribundo y con muchos detractores que no lo soportan, puesto que no logran comprender por qué en este tipo de películas, la gente comienza a bailar y cantar sin razón alguna. Quienes rechazan el musical consideran esta premisa como cursi, ridícula y hasta ofensiva (especialmente si se adorna la cruda realidad con música y baile). Es el caso de películas como Cabaret (1972) de Bob Fosse, que abordó los inicios del nazismo o Los paraguas de Cherburgo (1964) de Demy, que explora el engaño y la decepción amorosa. 

El musical oscuro tiene sus antecedentes más recientes en Sweeney Todd (2007) dirigida por Tim Burton, basada en el musical de Broadway del mismo nombre y que a su vez está inspirada en la leyenda urbana de un barbero asesino que convierte a sus clientes en relleno de empanadas para un negocio paralelo que emprende junto a una panadera. También encontramos a Repo! The Genetic Opera (2008), dirigida por Darren Lynn Bousman y ambientada en un futuro distópico donde una epidemia ha llevado a la necesidad de trasplantes de órganos masivos y unos recolectores recuperan órganos trasplantados de una manera violenta y letal.

Ahora, procedente de Colombia, llega un nuevo musical oscuro cuyo título está inspirado en una de las piezas musicales más conocidas del compositor francés Maurice Ravel y que fuera utilizado previamente en El bolero de Raquel (1957) cinta protagonizada por Cantinflas y en 10: La mujer perfecta (1980), que convirtió a Bo Derek en superestrella. “No hay nada musical en él”, dijo alguna vez el compositor sobre su obra.

La historia de El bolero de Rubén se desarrolla en el barrio París de Medellín, donde vive Marta (Májida Issa), una mujer atrapada entre su mísero hogar y el miedo a su marido malandro (Marlon Moreno). Marta soñaba con ser cantante, pero el amor la lleva a abandonar sus aspiraciones. Rubén es un joven sicario que le prometió una vida próspera, pero la rutina y la desilusión van consumiendo a la desdichada mujer hasta que aparece en su vida Yeison (Diego Cadavid), el novio de su mejor amiga (Juliana Velásquez). Al principio, este otro malandro se convierte en su socio, pero luego él se enamora perdidamente y su amor prohibido es correspondido.

La madre de Marta (Aída Morales) sufre de Alzheimer y a Yeison lo obligan a buscar al desaparecido Rubén, quien debe pagar una deuda contraída con Doña Cecilia (Jordana Issa), una malvada prestamista, quien le ordena eliminarlo mientras sumerge una de sus manos en aceite hirviendo. Todo esto lleva inexorablemente a la tragedia.El director Juan Carlos Mazo nos cuenta esta historia del mismo modo en que Ravel confeccionó su Bolero, creando una tensión in crescendo y anticipando el clímax paroxístico. Asimismo, el relato se adorna con saltos intermitentes en el tiempo, que cuentan con la fotografía lúgubre y sucia de Andrés García y el diseño de producción escatológico de Gonzalo Martínez, quienes ayudan a realzar esta cinta cruda y violenta que culmina con cuerpos descuartizados, como si se tratara de una obra del Gran Guiñol; con múltiples muertes, como si se tratara del acto final de la actualización de una tragedia de Shakespeare; y con un final trágico para su protagonista, como si estuviéramos viendo una versión libre de Bailarina en la oscuridad (2000) de Lars Von Trier. Los números musicales no llegan a ser memorables y van desde lo aceptable (Májida Issa es una cantante de verdad) a lo no tanto (Marlon Moreno, además de ser poco convincente como Rubén, es tan cantante como lo es Russell Crowe en Los miserables). Pero no se puede negar el espíritu arriesgado, disruptivo, y salvaje de la propuesta.

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