En 2007, Cristian Mungiu obtuvo una merecida Palma de Oro en el Festival de Cannes por 4 meses, 3 semanas y 2 días, una cinta brutal e hiperrealista acerca de un aborto clandestino. En 2012, su película Más allá de las colinas recibió los premios en Cannes a mejor actriz y mejor guion por una disección meticulosa sobre el fanatismo religioso, en donde a una mujer se le practica un cruel exorcismo como castigo por tener una voz crítica y de cuestionamiento. Y en La graduación, de 2017, el festival lo reconoció como el mejor director, con este trabajo sobre un médico que entra en una crisis cuando su hija es abusada sexualmente antes de presentar unos exámenes para una beca que le permita abandonar el país que el padre aparenta defender.
Ahora, el cine de Mungiu, que no teme mostrar los graves problemas sociales y la hipocresía actual, regresa con R.M.N., una historia oscura, potente y descarnada, como todo el cine de este fascinante autor.
Desarrollada en la mítica Transilvania, capital del horror sobrenatural gracias a Drácula, en las manos de Mungiu se convierte en una región mucho más aterradora. La amenaza que se cierne sobre Transilvania es real y veremos cómo la xenofobia cobra fuerza en una época supuestamente marcada por los discursos de inclusión, diversidad y tolerancia.
La región está habitada por rumanos, húngaros y alemanes que han vivido en una supuesta armonía por más de 30 años. Allí regresa Matthias (Marin Grigore), un hombre machista y agresivo, que se vio forzado a abandonar su trabajo en un matadero, luego de golpear brutalmente a un colega que lo llamó “gitano perezoso”. El hombre es recibido por Ana (Macrina Bârlădeanu), una esposa que ya no lo quiere.
El conflicto se origina cuando dos hombres provenientes de Sri Lanka son contratados como panaderos. ¿La razón? Ninguno de los hombres de Transilvania quiere trabajar en la panadería, ya que prefieren vivir de la ayuda económica otorgada por el gobierno alemán.
Al mismo tiempo, Matthias se enfrenta a dos problemas. El primero tiene que ver con su padre, un campesino encargado de una granja de ovejas, que se encuentra muy enfermo y debe someterse a una resonancia magnética. En rumano, las siglas de ese procedimiento diagnóstico son R.M.N., pero también puede pensarse en el título de la cinta como la palabra ‘Rumania’ sin vocales.
Esto nos lleva al segundo problema para el matarife, que tiene que ver con su pequeño hijo Rudi (Mark Edward Blenyesi), quien ha dejado de hablar desde que fue testigo de una misteriosa amenaza mientras se dirigía hacia su colegio. Tanto Ana como Matthias desconocen lo que vio su hijo. Pudo haber sido un animal salvaje, un hombre con intenciones perversas, o tal vez un inmigrante. Lo cierto es que el padre de Rudi no quiere que su hijo sea un cobarde agarrado de las faldas de su madre. Por esta razón, le enseña a ser ‘todo un hombre’, educándolo en el machismo, la violencia y el uso de las armas.
El momento más potente de la cinta de Mungiu, un experto en los usos de los planos secuencia, tiene que ver con una espeluznante reunión en el salón comunal, llevada a cabo por los habitantes del pueblo y coordinada por el párroco y el alcalde. En dicha reunión, los habitantes de Transilvania se quejan del trato que reciben los rumanos en el extranjero, pero al mismo tiempo, rechazan y piden la expulsión de los panaderos de Sri Lanka con argumentos irracionales, racistas y xenófobos, como la supuesta falta de higiene y la contaminación del pan, las diferencias religiosas (pese a que uno de ellos es católico) o, simplemente, porque estos forasteros les están quitando el trabajo a los locales, cuando ninguno de ellos aceptó el empleo. Si les suena conocida esta discusión, no es porque esta película sea un remake. Esto es algo que está sucediendo en todas partes del mundo.R.M.N. es una película sobre el miedo y la comodidad que resulta en proyectar los problemas hacia el otro, ya sea un inmigrante, un gitano, una amante o un animal salvaje. Pero R.M.N. también es una cinta sobre el odio que está carcomiendo al mundo entero. Lo más aterrador está fuera de cámara. Y es que, el miedo y el odio están siendo alimentados y explotados por movimientos políticos de ultraderecha cada vez más fuertes, como si se tratara de vampiros dispuestos a sumir al mundo en la oscuridad.