[Archivo RS] Charly García y su regreso de 2009: “Pensaba que no iba a poder tocar más”

En esta primera entrevista tras un largo año de internaciones, el artista le explicaba a ROLLING STONE su costosa y cotidiana batalla por la recuperación

julio 2, 2023

Este artículo fue publicado en Rolling Stone Argentina #137, agosto de 2009.


La sala hierve. Literalmente. Van cuatro horas de ensayo y los últimos acordes de “No toquen” derivan en una escalada incendiaria, que detona en el grito final de “¡No!”: Hilda tira la pandereta; el Negro García López -siempre tentado de convertirse en Hendrix en cada tema- se suelta y revolea la guitarra; el Zorrito se para en la banqueta frente a su teclado y lo golpea con las dos manos; los chilenos -así se conoce al trío que forman el violero Kiuge, el baterista Toño y el bajista Carlos– suben al máximo el ya bastante alto nivel de descarga energética. Charly mira atento, con cierta precisa mueca de satisfacción pero sin perder la concentración en sus teclas. Hay intensidad, alegría. Minutos antes, el propio Charly había preguntado qué hora era y ordenó seguir: faltaban diez minutos para las ocho, la hora pautada para el cierre de la jornada de ensayo.

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Estamos en una sala confortable en pleno Villa Ortúzar, en el horario en que, detrás de las paredes, el extendido subte B y el hipermercado de enfrente se llenan de gente que apura el paso al regreso del día laboral. Creyentes o no, ninguno de los pocos privilegiados presentes en el ensayo -el asistente de la sala, las musicoterapeutas que lo atienden cada mañana y ahora visitan a Charly en el regreso a su hábitat natural-, nadie, duda en usar la palabra más ajustada para definir lo que tienen frente a sus ojos: milagro. Estas no son sólo nuestras ganas de encontrarlo bien. Esto es real. Hay que verlo (y sobre todo escucharlo) para creerlo. Hemos sido, todos, mucho más condescendientes con él en los últimos años; ahora son visibles los logros de su esfuerzo por cantar, por estar ahí.

El repaso de más de treinta temas fue exhaustivo, metódico, y con lugar para detalles y repeticiones: Charly -oficiando de director de esta orquesta rockera- habla poco pero, ya durante el fin de esta primera semana, sus músicos lo entienden de inmediato. Cada seña, cada gesto, cada mirada, cada situación en la que levanta sus ojos del Roland RD-700 es fácilmente perceptible. Alguien no está obedeciendo el libreto, algún volumen debe ajustarse. “Seguimos la letra. Esa es la consigna”, me explica Charly, amable y sonriente, un rato después. “Cuando no estamos seguros de algo, si meter un solo o no, seguimos la letra, como decía John Lennon”, detalla.

Charly García en la tapa de la revista Rolling Stone Argentina #137, agosto de 2009 (Foto: Fernando Gutiérrez)

Una carpeta en el software iTunes de la computadora de Fabián “Zorrito” Quintiero tiene cien canciones de García en sus versiones originales, a las que recurrirán en caso de dudas sobre un arreglo. Alguien pregunta: “¿Esta la hacíamos en dos vueltas?”, y el Zorrito aprieta “play” para que todos tomen nota. Las letras tal como fueron grabadas están impresas y en folios en los atriles de García y cada uno de los músicos. Sesiones ajustadas al horario. Versiones originales. Músicos a la orden de su director. Así de organizada es esta vuelta y la palabra “regreso” se sobreentiende amplia, profunda. Como en una evolución de su propia idea Say No More, Charly, en esta etapa, quiere hablar menos y tocar más. Ya dijo suficiente.

Cuando llega el turno de “Llorando en el espejo”, García le da, apenas, una orden al baterista (“¡Rompela!”), acompañada de una señal con su mano en alto y el dedo índice quebrado en la última falange, marcando el compás. La intensidad de la banda sube otro escalón. Es el verdadero anochecer de un día agitado.

Tres, cinco, diez segundos silencio. Charly mira fijo, piensa, conecta. Y responde: “Sí, muy contento estoy. Realmente. Lo estoy disfrutando. Estoy conectado, enfocado”. Su piel lleva las marcas de la edad, de la vida áspera que eligió darse pero, sobre todo, de la enfermedad epidérmica que condiciona, desde que lo conocemos, el color de sus bigotes y la pigmentación de su rostro. Hay algo de textura escamada, pero no es eso lo que impresiona: estando a centimetros de él, julio de 2009, a poco de cumplir sus 58 años, lo que conmueve y sorprende son sus facciones, acaso porque hace tiempo no reparamos en ellas, tan disimuladas estaban tras el rictus repelente de sus últimos años, ocultas tras esa coraza que él denominó “constant concept” y lo llevó a dese peñarse como un rockero 24 x 7. Recién ahora volvemos a ver su rostro, y caemos en la cuenta de su nariz huesuda y prominente, de sus labios secos, su frente expansiva, de su mirada sincera y vidriosa escondida detrás de los lentes y un par de cejas oscuras. Sus dientes, coloreados por el vicio. “Hoy estoy muy contento: todo lo que me rodea está muy focalizado en que todo salga bien. Y va a dar frutos: creo que la gente va a flashear.”

-Muchas cosas pueden sorprender: cómo estás cantando, la banda, pero sobre todo verte bien.

-Y sí… todo. Va a ser como un concierto, no te digo de frac, pero se va a escuchar así. Ya tenemos veintiocho temas sabidísimos. Y también es, digamos, muy raro estar tocando sin drogas…

-¿En qué momento o parte tuya lo sentis? 

-No sé… Es la diferencia entre subir a un escenario borracho, tocar cualquiera y decir cualquiera, y la de una cosa hecha más matemáticamente. Todos los grandes han pasado por eso. Y muchos han vuelto y les ha ido bárbaro. Ahora está todo hecho para que yo me siente, toque y cante estas canciones.

La charla ahora transcurre en una tarde gris de domingo, en el restaurante Bruni de su amigo y músico Von Quintiero. Un café doble llega sin que lo pida. A la pregunta universal que recibimos todos y cada uno de los que lo vemos-sintetizable en un “¿Y? ¿Cómo está?”-podemos dar la respuesta afectuosa que daría una tía, de esas que identifican sanidad con recuperar peso. O también confiar en la de Nito Mestre, su amigo más antiguo, el que lo conoce como nadie, aun antes de que sea Charly García, desde aquel recreo en Caballito hablando de la película Hard Day’s Night de The Beatles: “Está muy enchufado. Siempre fue tímido, pero su ironía está intacta, más fina aún”. La guerra es día a día. El propio Charly nombrará a Elton John: fue una referencia que lo marcó cuando aprendió que un músico -un pianista- de formación clásica también podía tener actitud rockera; fue su primera salida durante la larga estadía veraniega en la quinta de Palito Ortega cuando, en plena recuperación, llegó hasta la cancha de Boca a verlo en vivo. También es una referencia cuando habla de un ex adicto que sigue entero, sentado frente al teclado, de gira por el mundo, con éxito.

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El asistente de la sala me acerca unos auriculares dorados iguales a los que Charly tiene puestos y me hace una aclaración: lo que se escucha es la misma mezcla que tiene García en sus oídos. La claridad de su voz y la de los coros de Hilda Lizarazu, sumadas a los dos teclados en primer plano, permiten escuchar la tonalidad exacta del cantar de Charly como hace tiempo no pasaba ni en sus discos, ni en sus shows: actual, limpio, cuando no levanta la voz pareciera que estamos escuchando al Charly de otra era. Lo es. No casualmente más de veinte de las treinta composiciones que interpreta con la banda en estos ensayos forman parte de un breve período que va de 1981 (“Llorando en el espejo”, del disco Peperina de Seru Giran) a las sesiones en el estudio Electric Lady de Nueva York, con el productor Joe Blaney para Parte de la religión, en 1987. Son apenas seis años en los que García -en el cenit creativo que hoy se atreve a confesar y tributar- grabó nueve álbumes incluyendo la despedida de Seru, la etapa inicial de su carrera solista (Yendo de la cama al living, Clics modernos, Piano bar, Parte de la religión), un instrumental (Pubis angelical), un maxi single (Terapia intensiva, banda de sonido de una obra teatral de Antonio Gasalla), una colaboración con Pedro Aznar (Tango) y hasta un inédito proyecto con Luis Alberto Spinetta del que resultó el tema “Rezo por vos”. 

-¿Cómo elegiste hoy este repertorio? ¿Por qué? Es conmovedor, pero además representa un cambio radical respecto de lo que venías haciendo.

-Justamente lo elegí porque esas canciones no las estaba tocando últimamente. Al tener ahora una banda tan grande, con dos teclados, dos guitarras, elegí temas que tengan muchos arreglos; no el típico rock and roll. Hoy estoy muy focalizado en cantar. No tengo que tocar la guitarra. No lo necesito. Estoy sentado, concentrado en mi voz y en el piano. Y en las canciones. Por los medios técnicos que andaban mal, siempre se rompían, me distraía mucho. También porque muchas de las cosas que digo en esas canciones se aplican a lo que me pasa hoy. Como “Inconsciente colectivo” o “Llorando en el espejo”.

-El piano, la voz, componer canciones: así fueron tus inicios… 

-Y sí: es volver a otra óptica… Yo viví en el medio de un huracán. Igual producía mucho, pero era diferente… Una canción como “Llorando en el espejo”, que dice “la línea blanca se terminó, no hay señales en tus ojos y estoy llorando en el espejo”, alude también a una cosa de la que me estaba dando cuenta de que estaba mal. Hoy es muy diferente: quiero aprovechar para proyectar más las letras de las canciones, quiero interpretar más. Antes me gustaba tocar, pero no cantar. Estaba más con la guitarra, en plan rocker. Ahora estoy concentrado en eso: en las canciones. Es una práctica, la del intérprete.

Negro García López, Zorrito, Hilda y Charly en pleno ensayo (Foto: Fernando Gutiérrez)

Sentado en un sillón de cuero de dos cuerpos, elevado por uno de los almohadones, descarga su energía en el piano con esos dedos que, si le hiciéramos verdadera justicia a García al describirlo, lo representan tanto o más que su bigote bicolor. Desde allí, puesto en cantante e intérprete de su mejor versión, suelta alguna de esas frases que vale la pena atender ahora de forma minuciosa aunque estén en nuestro (perdón) inconsciente colectivo, porque es él, su voz, la que nos lo exige. Charly, recuperado, vuelve a valorar su propio repertorio, su legado al patrimonio de la música popular argentina, nada menos. Y en su mejor forma: “Se trata de rescatar esas perlitas y sentirlas de nuevo. Ninguna de las cosas que canto las siento vetustas, las siento que todavía están dentro de mí”, explica y parece convidarnos con su nuevo masterplan. Sí, además de memoria y lucidez, García siempre tiene un plan.

“Me pasa al cantar «Vía muerta» [‘No te animás a despegar’], por ejemplo, que además me hace acordar mucho a María Gabriela [Epumer]“, dice mirando el grabador como quien está enviando un mensaje. La frase resuena en la sala, las sílabas se aprietan con la síncopa, las vocales se estiran: “No sé por qué vas a ese lugar, donde todos han descarrilado”. Y Charly vuelve a explicar: “O Inconsciente colectivo». Eran temas que yo tenía como aburridos para tocar en vivo, pero les dimos el lugar, el contexto, tocándolos bien. Son canciones que dicen algo”. Promediando el ensayo puede escucharse, con claridad: “No tengo nada que hacer, no tengo nada que dar, no encuentro la gracia en mi manera de hablar, no quiero volver nunca más. Todos podemos perder, todos podemos ganar, entre las sogas del circo y las trincheras del mal, no quiero olvidarme de hablar. Las pálidas figuras se acercaron hasta mí. Mi mente tuvo dudas y fingí que no las vi. Ya no quiero vivir así, repitiendo las agonías del pasado, con los hermanos de mi niñez; es muy duro sobrevivir. Aunque el tiempo ya nos ha vuelto desconfiados, tenemos algo para decir: no es la misma canción de 2×3, las cosas ya no son como las ves”.

Es un lugar común de las crónicas que pretenden cierta profundidad literaria al abordar al entrevistado. Pero esta vez, les aseguro, tiene un valor extraordinario: el cigarrillo. La última vez que había visto a Charly fue en su casa de Coronel Díaz, en uno de los encuentros que formaron parte de la última entrevista con García en ROLLING STONE, para la edición del décimo aniversario (un homenaje a quien fuera la primera portada de esta revista). La puerta principal de su departamento estaba trabada y no se podía abrir; la de servicio estaba también rota: no se podía cerrar. Abril 2008: la periodista y escritora Mariana Enriquez registró con precisión el momento. Charly disparaba bronca con su decálogo, que incluía órdenes del tipo “Mi capricho es ley”, “Say No More no escucha, emite” y “De todo genio nace un cretino (Adolf Hitler)”, pero a la vez pedía, desesperadamente, ayuda: “Yo soy un genio y no tengo por qué vivir en una cama. Quiero que el país me arregle esto, que alguien me lo arregle. Yo no puedo”.

Esto era un desbarajuste discográfico, económico, emocional, familiar, horario, físico y químico que estalló apenas dos meses después con un episodio violento en Mendoza como detonador. Comenzó un periplo de largos meses, que dura hasta hoy, en el que su vida pasó a ser regida por órdenes judiciales y un curador patrimonial que monitorea sus movimientos al detalle: las internaciones (en los hospitales Argerich y Güemes, dos veces en la clínica Dharma y otra en la clínica Avril), su lugar de vivienda (la quinta de Palito Ortega en Luján, el actual departamento en Palermo Chico), sus gastos, los contratos y sus futuros ingresos. Un control que hizo eje, claro, en una desintoxicación compulsiva de su adicción a la cocaína, pero también en su delicada situación patrimonial. Charly hoy no deja de ser una persona con sus facultades y sus acciones en estado de observación permanente. “Yo ya veía lo que iba a pasar, y pasó. Yo me veía muy lejos de todo, estaba muy metido en mi cosa. La grabadora no me tenía respeto, ni a mí ni a Andrew [Oldham], que había producido Kill gil; no lo podía mos lanzar y después el disco se filtró en internet, y esa fue la gota que rebalsó el vaso. Y además quizá no estaba con las personas adecuadas.”

-Pero era muy consciente tu llamado de atención… 

-En un momento se pensaba que las drogas no hacían nada, que no había efectos secundarios. Y no era así. Como me dijo Oldham, que me vio tomar todo sin decirme nada, “the future is clean”, el futuro es limpio. Él lo vio antes. Y ahora, hoy, estoy disfrutando esto. Porque nunca me pasó… Estar limpio… En algún momento me tomaré un tequila antes de subir al escenario, voy a brindar con champagne en Navidad. Pero ya no quiero depender de nada. Ser una persona más común.

-Charly: ¿cuán dificil es para vos ser una persona común? 

-Adentro de mi casa no me siento Charly García. Soy yo. Mi cuerpo. Y está bueno eso. Estoy como en un túnel más personal. Cuando salgo, la gente me saluda y qué sé yo. Pero estoy metido en esto: terapia y música. Yo leía que Eric Clapton estaba hasta el culo de heroína y vino Pete Townshendy lo ayudó. Elton John también. Mi visión de mi futuro no es ser un monje ni mucho menos. Por ahora no puedo hacer nada que esté enemistado con la medicación que estoy tomando. De acá a un año voy a poder estar tomando un vino tranquilo: como una persona normal. Me aguanto las tentaciones. Ya tiré un misil que es volver a tocar en septiembre, cuan do empiece la gira en Perú. Y va a pasar algo mucho más grande de lo que era. Voy a tener una de las más grandes satisfacciones.

-Me da curiosidad: ¿en cuáles pensás primero cuando evocás hoy grandes satisfacciones?

-[Piensa. Mide bien la respuesta.] Clics modernos: yo estaba en Nueva York, no conocía a nadie. El baterista de Jan Hammer no andaba; lo cambiamos, metimos la máquina de ritmos con Pedro [Aznar] y creamos algo que nadie había hecho. También cuando hicimos Yendo de la cama al living, en el que toqué todos los instrumentos. Fue tremendo. En contraposición, la etapa Kill gil fue espantosa: ver cómo eso se me iba escapando de las manos fue jodido.

-Aquella de Clics y Yendo… era una etapa en que conquistabas a la gente, en la otra parecía que la rechazabas…

-La música sola, el show, la letra de las canciones. Con eso alcanza. Me voy a ganar a la gente con eso, no rompiendo guitarras.

El cigarrillo, decíamos, y su valor en la crónica. Aquella vez, en su casa, denunciaba que la antena sobre el shopping Alto Palermo emitía ondas de maldad que entraban por su ventana y la ceniza era una consecuencia natural, apenas una extensión graciosa de sus dedos dispuesta a dejarse caer sobre las sábanas de su cama, la alfombra, los CD-R con grabaciones recientes. Hoy, en una tarde gris, de confesiones de invierno, se acomoda en el asiento con soltura, arranca el filtro de los Camel con los dientes con precisión mecánica, prende un cigarrillo tras otro y, amablemente, dice: “¿Me traés un cenicero?”. Un cenicero. Así está Charly.

Dinosaurios, planetas, mitos griegos. Esas son las tres referencias que elige cada vez que habla sobre sus genuinos intereses de niño, además del piano. Inquietudes literarias, mundos pasados, lejanos, fantásticos, que hoy vuelven a la rutina doméstica de Charly. “Estoy en casa y veo la tele: a mí me gustan los canales History, toda esa parte. Hago esa vida: lo disfruto, me tomo un té… Tengo mi rutina: me pasa un coche a buscar a las 10 de la mañana y voy al instituto INECO: ahí hago diferentes técnicas, musicoterapia, cosas que me ayudan mucho a soltarme un poquito más, me dan más confianza. Hago también kinesiología, y otras terapias. Pero está todo muy concentrado en el cerebro, en lo neurológico, es muy avanzado: eso me ayuda; no es una preceptora que te dice: «¡No te vas a drogar nunca más…!». Ahí no importa eso. No es una clínica que te mete adentro, en la que sos un drogadicto, encerrado y chau. Hago distintas actividades cada día. Después como algo y me voy a la sala a ensayar.”

-¿Qué hay de distinto en esta etapa? 

-La música en sí. Y estoy absorbiendo todas las cosas que me pueden ayudar a estar todavía mejor. Me interesa mucho la relación entre mi cerebro y lo que me rodea. Siempre me interesó: todo está en la cabeza. Y estoy disfrutando eso y los ensayos: como decía Perón, de casa al trabajo y del trabajo a casa. Hago el tratamiento, todo bien. Además, en cualquier momento se viene la maroma. El ritmo de la gira, los shows…

Al comando del manager Fernando Szereszevsky, un entorno lo rodea y parece empeñado en protegerlo para lograr su misión. La productora Fénix apuesta a darle el marco triunfal al regreso del artista más importante del rock argentino. Su círculo íntimo cotidiano se cierra, apenas, con Mecha Iñigo, la bella Vj de MTV de 20 años que hace unos meses posó para RS y lo acompaña hasta la entrevista. Llega y se va con él.

Charly García con sus dedos largos y flacos posa para la cámara de ROLLING STONE (Foto: Fernando Gutiérrez)

Un año separa esta entrevista del momento crítico de García. Nito Mestre es, acaso, quien mejor testimonio puede dar de esta etapa. No sólo es el primer socio musical de García, sino que-tras haber atravesado una situación similar (su adicción al alcohol, de la que se encuentra limpio hace ya once años)- se transformó en un actor de esta etapa de García, desde el viaje a Mendoza del que Charly volvió atado a una camilla-imágenes de las que la prensa sensacionalista abusó-hasta la última semana de ensayos. “Verlo hoy es increíble. Realmente. Lo veo evolucionar, semana tras semana. Me acuerdo de que el año pasado planeábamos el regreso de Sui Generis: él me lo venía pidiendo y yo lo tomé como un pedido de ayuda, a su modo; no era algo lineal tipo «quiero dejar de tomar esto o lo otro», pero quería que lo sacara de ahí, que fuéramos a ensayar a otro lado, a Miami, quería bucear, hacer cosas placenteras; acá no la estaba pasando nada bien. Cuando me entero de que se iba a tocar a Mendoza, le mandé una carta a través de su asistente, Monitor, que decía: «Tené cuidado. No tem etas en problemas» y más allá de las malas maneras con que lo trajeron al Argerich, en un punto me alegré. Él lo estaba pidiendo. Su hijo, Migue, fue a buscarlo, pero a partir de ahí yo estuve de manera permanente. Lo llevaron a la clínica y le llevé una guitarra acústica, aunque todavía estaba mal y tocaba muy poco. Sé algo por lo que me pasó a mí, aunque en mi caso era una recuperación del alcohol: es un proceso largo ytedioso, porque el tratamiento también es algo fuerte de lo que es difícil de salir. Y la actitud o el modo como reacciona cada paciente es incierto. Para mí es un deber ayudar a alguien y más a Charly, que de verdad es como un hermano, y a veces más que eso. Él pasó por etapas muy duras; estuvo luchando con el demonio y hacerlo bien es largo, no se termina. Ya en noviembre, diciembre, fue un cambio: empezó a grabar temas de tres, cuatro minutos y salían limpios, nada recargados, prolijos. En estas últimas semanas, el quía está mejorando mucho. Sobre todo la actitud de querer ponerse bien. Está enfocado en tocar y eso es buenísimo. Está extremadamente cariñoso. Escucha mucho, demuestra mucho”, cierra Nito.

Así las cosas, quedará para el recuerdo algo que sucedió, casi, en la intimidad: Charly y Nito, junto al Zorrito y Samalea, dieron un show en el auditorio ubicado en el piso más alto de Dharma, para unos treinta internados y una decena de médicos que controlaban tanto como escuchaban. Organizado por el propio Charly, que como siempre mantiene intacta su capacidad de armar y desarmar los asuntos a su antojo, hicieron algunos temas de Sui Generis. También en un momento quiso hacer “Deberías saber por qué” y, aunque la interpretación no fue la más feliz, varios se sorprendieron por un dato: aunque por esos días Charly no podía tocar bien el piano, muchos internos tararearon la melodía y hasta habían memorizado parte de la letra. Él ya les había cantado varias veces la emotiva canción que había compuesto ahí mismo y hoy promete convertirse en hit 2009: “Che, si en verdad me tomás en serio, deberías saber por qué… Todos van hasta ahí nomás…”. En plena reclusión sanitaria, compulsiva y traumática, la resurrección musical de García estaba en marcha. Días atrás, en la misma clínica un titular en la TV decía que Charly había muerto: “Yo estaba ahí con uno de los internados más viejos y lo vi. Nos miramos y él dijo: «Es el muerto más vivo que vi en mi vida». Me dio risa.”

Un par de meses después, en las sesiones de su cumpleaños (que se festejó con el agasajo del asador y anfitrión Palito en su quinta Mi Negrita de Luján), la zapada con León Gieco, el Zorrito, el Negro García López y Fernando Samalea derivó en una secuencia sónica que varios presentes coinciden en definir como “pinkfloydiana”. En ese momento, Charly tarareó unas sílabas que se convirtieron en letra y luego en mantra gospel: “Lord, I’m coming” (“Señor, estoy llegando”). La recuperación musical dio recuperación física y motriz. Recién a partir de ahí paso la podría comenzar la recuperación afectiva. Una batalla cotidiana. Un año exacto separarán ese asado, esa sesión, del esperado retorno de García a los escenarios porteños: si todo sale como se planea, el 23 de octubre festejará su cumpleaños 58 con un concierto en Vélez. Será el premio al esfuerzo y el tezón, también el reencuentro con la alta fidelidad popular que lo espera.

“Charly, Charly, ¡vos sos la música!”. Esa es la frase que un Spinetta sollozante le regaló a García apenas se encontraron en la sala. Fue hace un mes. Al instante, le obsequió una versión de un tema de Atahualpa Yupanqui. Fue una tarde en que Charly se apareció de sorpresa detrás del vidrio de la sala que el Flaco alquila durante todo el año. “Me gustaría que esté cuando presente el show en Buenos Aires… Si leés esta revista, Luis: me encantaría”, dice hoy García agradecido y mirando el grabador. Eso sucedió el mes pasado en los estudios MCL de Villa Ortúzar: ahí también están David Lebón y Pedro Aznar, Tito Losavio con Déborah de Corral y ahí recaló García para este regreso. En cada sala, un abrazo sentido, un rescate emotivo. Puro rock nacional.

La primera grabación de esta etapa que se escuchó fue la que hiciste en Luján con Mercedes Sosa, en el verano. “Desarma y sangra”, un tema de Seru… Sorprendió porque tenías una entonación…

-Cantar frente a frente con Mercedes te obliga a eso. Traté de acoplarme a la visión de ella del tema. Ella hizo una versión un poco diferente y tenés que seguirla. Me salió una voz casi femenina, ¿viste? 

-Eran los comentarios que recibías en la época de Sui Generis…

-Y… si escuchás a Crosby, Stills, Nash & Young o a Yes… En esa época casi todo el mundo lo hacía así. Ahora estoy cantando más como hablo. En mi tono. Hilda ayuda mucho y además es mujer: ella puede hacer voces agudas y femeninas sin problema. 

-¿Cuándo sentiste que había esperanza de volver?

-En realidad esto es algo muy progresivo. Porque en Luján, en diciembre, grabé “Deberías saber por qué”, que va a ser el tema nuevo y todavía no estaba limpio de todas las cosas, de todos los medicamentos fuertes que me venían dando. Pero lo hice casi solo, con máquinas, aunque no parezca, porque el tema es bastante dulce. Pedro [Aznar] toca el bajo y la guitarra, porque yo en ese momento no podía tocar. Lo canté así en ese momento, y aunque después regrabé algunas cosas, quedan muchas de esa grabación. Escucho eso hoy y me pongo contento. Me doy cuenta de la claridad que tengo en el estudio, la sapiencia de cómo grabar cosas… Me vino el Phil Spector. Yo realmente le estoy poniendo toda la energía a esto. Cuando salí de la última clínica y fui a lo de Palito -gracias a Dios y a Palito, gracias totales como dice Soda Stereo-, casi no podía tocar nada por los medicamentos que te dan. Y eso no me impidió seguir. Estando en un lugar como ese, con un estudio, me ayudó muchísimo: aunque yo no tocaba, venían músicos y yo los dirigía, yo estaba ahí. Empecé a cantar, a cantar, a cantar. En ese momento yo pensaba que no iba a poder tocar más. 

-¿Llegaste a pensar eso?

-Sí. Cuando veía que no podía tocar el piano. Eso recién cambió el primer día de ensayo en la sala: con el Zorrito e Hilda y una máquina de ritmos TR 808. Musicalmente, fue como empezar por la parte de arriba, no por la base, deliberadamente: las voces y el teclado. Pero yo tenía la idea de que eso iba a funcionar cuando se junte con la base y las guitarras, ahí fue que se sumaron los chilenos que venían tocando conmigo. Aunque muchos creían que no encajaría perfectamente, suena impresionante. Yo estoy muy contento. Pasé por muchos doctores y clínicas, y cada uno tiene su fórmula. Algunas cosas me hicieron muy mal. Tuve que poner muchos huevos para salir adelante y hacer todo lo que tenía que hacer, en Luján, con los médicos allá. Pero ahora voy de motu proprio a INECO. Todos los días. Y entre la fuerza de voluntad y Dios que me ayuda un poco, se produjo el milagro. Creo que estoy cantando como nunca, concentrado en cada nota y escucho esa música que produce la banda… Es como estar arropado por terciopelo. 

-¿Qué te ayudó además de Palito? 

-Cierto sentido común: a lo que estaba antes no puedo ni quiero volver. Porque ya hice todo lo que se puede hacer. Ya está.

Charly y corte de manga al destino en Luján (Foto: Fernando Gutiérrez)

-La gente que estuvo cerca durante las internaciones, en la quinta, son músicos y de todas tus etapas… Empezando por Nito Mestre…

-Nito estuvo cuando tenía que estar. Es un amigo de fierro. Él pasó por cosas espantosas y ahora está bárbaro. Yo quiero agradecerle a él, a Pedro [Aznar], a León [Gieco]… A Szereszevsky: pusieron más que cosas afectivas. Garantías, guita. Mucha gente que antes ya no se me acercaba, se me acerca: porque yo estaba en mi mambo y chau. No aceptaba nada de afuera. Todos ellos vinieron a verme. En la quinta festejamos mi cumpleaños, cuando salí de la clínica. ¡Y estaba Palito haciendo el asado! Eso era algo impensado.

-Él tuvo un rol fundamental, su familia, de contención afectiva…

-No sólo afectivamente: tuvo que ir a discutir con la jueza millones de veces. Hizo un sacrificio enorme. Y yo no era tan amigo de él. Creo que la vida… Si tenés algún mérito, cuando estés mal puede ser que aparezca algo que te ayude: si no hubiera aparecido él, su quinta, me hubieran mandado a otra clinica, hubiera sido mucho peor, hubiera sido muy difícil recuperarme. Salir de la clínica y entrar en un lugar donde te quieren, te entienden… Además, hablé muchísimo con Palito: todas las noches, casi. Hablamos mucho de Gardel, de Leguizamo. Él es como un hijo de Leguizamo y tiene una memorabilia de fotos impresionante. Nos quedábamos viendo fotos, charlando. Él me dijo: “Gardel, Leguizamo, Charly”. Él es muy caballero. Y el hecho de que haya hecho lo que hizo demuestra una mente muy amplia. Dejé de estar encerrado a pasar a un lugar con estudio de grabación, una pileta, era verano… qué más. 

-Todos coinciden que tener estudio te sirvió para conectarte con la música… 

-En ese momento sufría por no poder tocar como yo quería. Pero estaba feliz, porque venían mis amigos a tocar, a visitarme.

-Supongo que esa sensación de no poder tocar el piano para vos, en ese momento, debe haber sido dolo rosa, traumática…

-Lo único que podía hacer eran basecitas o, después, colchones en un teclado de teclas blandas. Pero no tocar el piano. Ahora en la sala estoy tocando con un Roland de teclas duras, peso de piano, sensibilidad de piano. 

-La satisfacción de mucha gente es volver a verte tocar y cantar. Verte mejor…

-La gente me tiene cariño. Los que no eran fans míos, o fans fans, se dan cuenta del esfuerzo que hice yo para estar bien de nuevo: creo que valoran eso. A mis shows siempre vinieron pendejos: yo no fui de esos artistas que van creciendo y no tienen público nuevo. Creo que ahora en el show se van a juntar las generaciones: ahora voy a cantarle a la hija, a la madre, a la abuela. Tengo un espectro muy grande.

En definitiva eso es Charly García hoy. Un enigma de salud para propios y extraños, una criatura moldeada por la cultura del rock & roll, un genial intérprete de piano sacudido en la adolescencia por los Beatles del film Hard Day’s Night, alguien que no termina de acostumbrarse a las adicciones de la fama y el aplauso, luchando con afán por recuperarse de otras adicciones; un héroe transgeneracional que tiene manos de marfil y teclados de Taiwán. Fue un chico conectado con la ciencia y hoy es este caballero respetuoso que libra una batalla cotidiana. Una rutina que él mismo define como peronista parece aventurar su destino: volverá y será millones. Suenan los acordes de “No voy en tren” y, sin quererlo, la banda parece sonar como pretendería el productor de nuevo soul Mark Ronson. Siguen con “Adela en el carrusel”. La batería electrónica anticipa “No soy un extraño” y frases como “desprejuiciados son los que vendrán, y los que están ya no me importan más: los carceleros de la humanidad no me atraparán dos veces con la misma red”. Él canta con los ojos cerrados, tras el humo de su propio cigarrillo. El groove contagia. La sala hierve. Literalmente. La terapia lo ayuda a conectarse, la música lo cura.

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