Bob Marley: One Love. Aciertos y traspiés de una de las biopics más esperadas

La película sobre la vida de la leyenda del reggae gana cuando pone el foco en la extraordinaria música, aunque quizás sea demasiado respetuosa de las reglas del género

Por  Daniel Flores

febrero 15, 2024

Ben-Adir, como Bob Marley, en la biopic de la leyenda jamaiquina.

Llega un punto –no muy avanzado- de Bob Marley: One Love en el que te empezás a preguntar lo mismo que cuando estuviste frente a otras películas sobre Freddie Mercury, Elton John, Jerry Lee Lewis o Johnny Cash: ¿qué tanto se parecerá esta versión al auténtico Marley? Y no hablo de lo físico, ni siquiera de la voz, aspectos de los que los fans traemos cierto grado de conocimiento previo. Me refiero a lo que nunca vimos: la personalidad fuera del escenario, las reacciones y las formas de vincularse con el entorno en distintas circunstancias; un ensayo trabajoso, un picadito con los amigos, una vuelta en auto con los nenes o la hecatombe de un concierto de The Clash en Londres, 1977.

Desde esa perspectiva, el Marley del actor británico Kingsley Ben-Adir, en esta biopic musical tan esperada, puede resonar enfático, solemne, crecientemente mesiánico. Y, sin embargo, cabe preguntarse otra vez: ¿y el verdadero, como habrá sido? Hacia el final de One Love hay un recurso que indicaría que el director norteamericano Reinaldo Marcus Green (King Richard, Monsters and Men), y los productores (es decir, la propia familia de Marley; y ese no es un dato menor) quisieron adelantarse a esta cuestión. A modo de respuesta, entonces, incluyeron imágenes de archivo de época donde vemos a una figura físicamente muy distinta a Ben-Adir, pero efectivamente envuelta en un aura mística similar, sino mayor, a la que la película acaba de sugerir. ¿Podría este Marley de biopic parecer excesivo, pero ser en verdad un cover más bien templado?

Esa duda ronda en el aire, cual mística natural, desde el comienzo de One Love, que para salir bien parada necesitará de toda la iluminación que Jah le pueda proveer. Porque si bien Mercury, Lewis, Cash y también Morrison y Presley fueron todos personajes muy distintos, Marley es un caso aún más peculiar entre las superestrellas con destino de pantalla grande. El jamaiquino no fue solo un artista ni mucho menos un trabajador de la industria del entretenimiento anglosajón. Sus discos, y de hecho la mayor parte del reggae de su tiempo, contienen música primariamente espiritual, una especie de góspel disruptivo y renegado, y además tercermundista e íntimamente vinculado con una religión poco difundida (el rastafarismo) y muy apartado de los cánones de la música pop (si bien con ciertos lazos comunicantes que terminarían propiciando su proyección internacional, para que hoy entendamos el reggae como música popular, sin más).

Marley no fue un popstar sino un referente espiritual, que secundariamente tuvo hits y discos de oro. Para retratarlo, One Love elige enfocarse en un período corto, pero significativo de esa epopeya, más allá de los flashbacks (hay uno particularmente glorioso, de cuando los Wailers audicionan ante el productor Sir Coxsone Dodd y Lee Perry) y algunos pasajes alegóricos. Todo lo demás corresponde a los meses desde el atentado que Marley sufre en diciembre de 1976, en medio de una Jamaica socialmente convulsionada, hasta sus días en Londres para la grabación del inspiradísimo LP Exodus y el regreso a la isla para el concierto de abril de 1978, en el que conseguiría que los rivales políticos Michael Manley y Edward Seaga se dieran la mano en escena.

Ben-Adir, como Marley, entre Aston Barrett y Chris Blackwell

En ese plan, la película es puntillosa respecto de la historia oficial, que ya se conoce a través libros y documentales, al repasar las circunstancias del tiroteo en 1976 o la iniciación de Rita a Marley en la fe rastafari. También es impecable, e incluso perfeccionista, en su reconstrucción de época. Hay un cuidado extremo en detalles, desde cómo los Wailers se paran en escena (y cómo esto es distinto en Jamaica y en las giras europeas), los looks de personajes secundarios, como las coristas I-Threes o el guitarrista libre de dreadlocks Junior Marvin, o la forma en que Marley sube las escaleras o se mete en un auto.

Reinaldo Marcus Green no pierde el tiempo con postales turísticas. De hecho, vemos en la pantalla una isla prácticamente sin playas, salvo por alguna escena marginal, pero con shanty towns y plantas de bauxita. La mayor aventura paisajística del cineasta es internarse en las prodigiosas montañas jamaiquinas, aunque más no sea para visitar un refugio protoguerrillero.

Pero, igual que para Marley, la fortaleza de One Love está en la música. Supervisada por Stephen, uno de los hijos de Bob, y con participación de Aston Barrett Jr. (hijo de Family Man, bajista y band leader de The Wailers, casualmente fallecido apenas días antes del estreno), la obra de Marley se potencia y aprecia como pocas veces. La amplificación en las salas de cine nos acerca de manera espectacular a canciones clásicas, regrabadas y o remasterizadas, pero más aún al denso y etéreo entramado instrumental y harmónico de The Wailers (“Algo bueno de la música es que cuando te pega no sentís dolor”, decía Marley en “Trenchtown Rock”).

La debilidad del film, en cambio, pasa por la demasiado respetuosa observación de las “reglas” del género biopic. Green relata la extraordinaria vida de Marley de manera por demás ortodoxa. Allí donde la música de Marley, y muy especialmente el LP Exodus, invitaba a los oyentes a internarse en un nuevo mundo, la factura de One Love es consistente y profesional, pero no precisamente disruptiva.

Para los jamaiquinos y algunos fans del reggae, sin embargo, el mayor problema es la elección de un actor protagónico “extranjero” (Ben-Adir es británico, con “apenas” un abuelo trinitense). Es difícil restarle todo peso simbólico al casting, pero también es complejo adjudicarle mayor trascendencia al asunto, por fuera de lo puramente actoral. Quedará para los jamaiquinos calificar la imitación del patois de Ben-Adir, un debate en el que nadie más debería atreverse a intervenir. Pero ninguna biopic, ni siquiera una sobre Marley, es asunto de estado ni causal de afrenta nacional (¿no acaba Joaquin Phoenix de encarnar a Napoleon?).

Más observable, en todo caso, podría ser la mencionada diferencia física: hay algo sutilmente incómodo en el espigado y atlético Ben-Adir procurando moverse en los zapatillas del menudo Bob. No importa tanto dónde haya nacido Ben-Adir como el hecho de que no siempre logre hacerse pasar convincentemente por un rude boy nacido en el interior de la isla y criado en las duras calles de Trenchtown, Kingston. 

Nada de incomodad hay, en cambio, en la Rita Marley de Lashana Lynch, una actriz también británica, pero de ascendencia jamaiquina (a todo esto, para mayor confusión, el hecho es que la verdadera Rita nació en Cuba, si bien creció en Jamaica). Corona un gran trabajo y se apropia de uno de los instantes más profundos y menos previsibles de One Love: el primer plano que acertadamente la expone mientras su pareja canta “No Woman No Cry”. Es el momento consagratorio de Bob, pero Rita, al menos para la película, se lo disputa. La clásica canción dedicada a las mujeres tiene para Rita un sabor confuso, siendo ella testigo de primera mano de las contradicciones privadas y no tan místicas del padre de sus hijos (y de los de varias madres más).

Es el tipo de paradojas en las que se estructura, por ley, toda biopic. Pero cualquier película, y también One Love, gana cuando es capaz de presentar tales nudos en apenas unos ojos sinceramente desconcertados, antes que con parlamentos graves y generalmente imaginarios.

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