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Bandalos Chinos hace otro truco de magia pop en su nuevo álbum

Después del grandilocuente Paranoia Pop, la banda apuesta por la simpleza y la austeridad de la canción

Por  JOAQUÍN VISMARA

Bandalos Chinos lanzó su nuevo disco, El Big Blue

Gentileza Bandalos Chinos

Bandalos Chinos

El Big Blue

Ante un movimiento grandilocuente, dos opciones. O se redobla la apuesta, o se busca una manera de deshacer el camino andado para apostar otra vez por la simpleza y la austeridad. Después de la fanfarria ambiciosa que significó Paranoia Pop, una suerte de álbum conceptual sobre la fama y la exposición que fue presentado por streaming como un gran musical teatral, Bandalos Chinos decidió dar su próximo gran paso por la vía de la simpleza, casi una declaración de principios para tiempos en los que el axioma de “menos es más” postulado por Mies Van der Rohe parece palabra prohibida a la hora de edificar una canción.

Donde antes hubo canciones sobrecargadas de ornamentos de toda índole (vientos, cuerdas, paredes de sintetizadores, feats), hay en El Big Blue once canciones construidas con economía de recursos, un álbum grabado en vivo en cinta abierta en los estudios Sonic Ranch de Texas. La referencia no es solo geográfica: con Adán Jodorowsky tras las consolas una vez más, Bandalos Chinos logró no solo imprimirle un carácter despojado a sus canciones, sino también de darles un audio orgánico forjado al calor de la tecnología analógica.

De diversas formas posibles, el andamiaje bailable sigue siendo el plano sobre el que la banda liderada por Goyo Degano construye su propuesta. “Sin vos no puedo” aparece en el disco con Phoenix como norte artístico posible, hasta que un solo de guitarra con un fuzz abrasivo entra como para barrer las comparaciones a un volumen contenido. “Una propuesta”; en cambio, es una canción disco de espíritu carioca, como si Gloria Gaynor hubiese tenido a Copacabana como escenario natural mientras el tema invita a buscar dónde poner el cuerpo en movimiento (“Una noche de fiesta quisiera tener. Navegar las calles en el auto, algo tiene que aparecer”).

De a poco, El Big Blue también devela la intención de expansión territorial de Bandalos Chinos, de ahí que “Cállame” no solo evoque un clima de telenovela latinoamericana en la que Goyo articula cada sílaba de manera casi percusiva, sino que además su estribillo cumpla con el mérito de convertir en un hook preciso una cita explícita a El Chavo del Ocho (“Cállame, cállame, que me desespero”). Poco después, “La final” y su clima a mid tempo recurre a una serie de metáforas futbolísticas para referirse a una relación sentimental trastabillante (“Repitiendo la final, vamos perdiendo dos a tres, encima me atajás un penal”). Y si el pop es la norma, la letra de “Mi fiesta” gira en torno a la histeria, quizás el componente quintaesencial del género de aquí, allá y de todas partes (“No te quiero ver en mi fiesta, pero me encantaría que aparezcas”).

Pero no todo es celebración. Con sus aires cuasi jazzeros “No, no, no” es la invitación a ponerle fin a una relación sentimental de manera adulta (“Suena a cliché, pero es verdad. El tiempo dura lo que dura curar. No llores, ya se va a pasar”) sin desperdiciar la oportunidad de colar un signo de los tiempos (“Es que no te quiero borrar de mejores amigos”). “La última vez” vuelve a encorsetar al ritmo, todo suena medido adrede, en sintonía con los falsetes del estribillo. El baile vuelve a cobrar protagonismo en “Entrada”, en la que Goyo se corre y se convierte en una suerte de narrador omnisciente, un storyteller que habla de alguien a quien “le pesa la soledad, solo quiere huir y su cabeza reconectar”. El distanciamiento máximo de todos los yeites poperos llega con “Sillón”, entre guitarras a la Wes Montgomery y baterías con escobillas, quizás la única mención al aislamiento pandémico, y de manera bastante solapada. Ese  clima mínimo e intimista choca de bruces con “Grado de oscuridad”, con una intensidad que crece de a poco hasta que un flanger entra en escena antes de un solo de guitarra y barre todo lo que se encuentra, como si el sonido del disco fuera arrastrado mar adentro por un maremoto de píxeles.

Y si la intención era despojar al pop de toda artificialidad, “Qué lindo es acordarme de vos” lleva la idea al extremo. En un aura de fogón alimentado a base de purpurina, una guitarra acústica es el mascarón de proa de una canción de despedida que también se vuelve celebratoria del camino recorrido (“Qué lindo es juntarse con los chicos, acordarnos de todo lo que hicimos”). En esa misma veta y con la guardia baja, Goyo Degano revela el límite que existe entre él y su personaje escénico (“En público acelero porque todo lo exagero, es mejor así”), a sabiendas de que los trucos de magia van a seguir funcionando siempre y cuando no se altere el pacto de suspensión de credulidad que mantiene con su audiencia.

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