Wild God, lo nuevo de Nick Cave: diez canciones para un dios salvaje

Por qué en su flamante disco número 18, Nick Cave reformula su gospel personal y logra uno de sus trabajos más sólidos en años

Por  DANIEL FLORES

agosto 30, 2024

Nick Cave, a punto de cumplir 67 años, grabó entre Londres y Provenza

Cada disco de Nick Cave, muy especialmente cada disco editado en los últimos diez años, se prefigura como el nuevo capítulo de una biografía en proceso. Por supuesto, lo mismo podría decirse sobre cualquier otro artista presumiblemente honesto en sus canciones, cómo no. Y, sin embargo, esta idea parece mucho más pertinente, menos antojadiza, cuando se trata del australiano que el próximo 22 de septiembre cumplirá 67 años.

Cave sufrió las muertes de sus hijos Arthur, en 2015, y Jethro, en 2022. Y ese sufrimiento marcó su obra desde entonces. De nuevo: esto es algo que difícilmente no le hubiera ocurrido a cualquier otro músico. Pero si siempre fue un tema dominante en su lírica, incluso desde los días en los 80 al frente de The Birthday Party, en la última década la muerte (junto con la idea de Dios e incluso la ambigua figura de los ángeles) tiñó prácticamente cada verso y cada nota en su música de una manera mucho más personal y descarnada. Y, por cierto, acaso inesperadamente, desde perspectivas mucho más complejas y profundas.

No sólo eso. También los conciertos de Cave se transformaron. Otra vez, hay que establecer que Cave jamás se caracterizó como un performer tibio, en ninguna de sus distintas facetas a lo largo de casi cinco décadas. Y, sin embargo, en estos años recientes sus shows viraron en ceremonias catárticas distintas de cualquier otro espectáculo más o menos vinculable con el rock. Si nunca ocultó su fijación con el universo religioso, los tremendos acontecimientos en su vida, lejos de forzarlo a la contención de un retiro discreto, lo lanzaron con fuerza hacia una especie de búsqueda de sosiego, confort y esperanza en brazos de su público. Quienes estuvieron en su concierto de 2018 en Buenos Aires saben de qué se trata. Y, si no, basta con detenerse en cualquiera de los miles de videos sociales en los que el hombre camina sobre plateas de x ciudad del mundo tocando manos y cabezas, ya no como graciosas concesiones de rockstar, sino justo al revés: como recolectando amor de manera casi vampírica y vital, muchas veces en estado de conmoción.  

Los diez tracks de Wild God, el nuevo disco de Nick Cave & The Bad Seeds (esa entidad tan práctica como mutante), parecen responder a las necesidades de esos conciertos. Grabadas entre Londres y Provenza, son composiciones abiertas, de estructuras flexibles, circulares como canciones de misa, fácilmente extensibles ad infinitum, si la ocasión lo requiriera, en directo. Y vaya si contienen rasgos religiosos: son auténticas elegías sobre midtempos recargados de orquestaciones, coros filo eclesiásticos y hasta campanadas (que no le oíamos tan seguido a los Bad Seeds probablemente desde el alucinante y alucinado Let Love In, de 1994).

Es el tipo de canción a la medida de estos shows testimoniales, de un raro fervor colectivo. Una especie de nuevo góspel; un góspel personal, que curiosamente ahora suena bastante despojado de las influencias del gótico sureño y la música negra que Cave destiló con convicción en la primera mitad de los 90. Quien supo jugar a ser por instantes la contracara musical de Robert Mitchum en La noche del cazador, ahora se despliega vulnerable en una tormenta de júbilo confesional. Es un cambio de rol notable.

En lo estrictamente musical, los singles de anticipo, “Wild God”, “Frogs” y “Long Dark Night” venían dando pistas de un álbum con más instrumentación y más “tocado” que antecesores como Ghosteen (2019) e incluso Push the Sky Away (2013), construidos mayormente en plan minimalista por el propio Cave y su mano derecha creativa, el indómito multiinstrumentista Warren Ellis. “Song of the Lake” (qué bueno cuando el mejor tema de un disco no se adelanta como single…) y “Final Rescue Attempt” devuelven protagonismo al piano, como en tiempos de Boatman’s Call (1997), mientras que piezas como “O Wow O Wow” llegan a insinuar la inmediatez de The Good Son (1990). Es en ese sentido que el disco 18 en la obra de Cave parece sonar más en sintonía con una banda completa y rodante, aunque en términos de producción eso sea sólo parte de la verdad.

Este no es el Cave de la imaginación salvaje para danzar con las pesadillas. Este es un Cave que ha atravesado tragedias en plena vigilia y para quien la puesta en escena, la actuación en el sentido de simulación y ficción, perdió sentido, aunque eso le valga haber grabado uno de sus mejores trabajos en años.

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