Walas en la tapa de Rolling Stone: “El vinilo tiene una calidez, un cuerpo y una cosa que es única”

Melómano y coleccionista, el cantante de Massacre revela los rituales y tesoros de su pasión por los vinilos, mientras adelanta detalles del esperado próximo disco de la banda

Por  Sebastián Ramos

octubre 4, 2023

Las Vegas, la ciudad del pecado. Dos músicos de rock y un amigo en común que los invita a pasar un día de lujuria y aventura. Del mediodía hasta bien entrada la noche. Tres argentinos de mediana edad, lejos de casa y de sus familias, dispuestos a darles rienda suelta a sus fantasías más reservadas porque, a fin de cuentas, lo que pasa en Las Vegas queda en Las Vegas. ¿Una historia más de sexo, drogas y rock and roll? ¿La remake vernácula de Fear and Loathing in Las Vegas? Nada de eso, amigos. La cita es para formar parte de un mágico y misterioso tour por las cuevas y disquerías de vinilos más importantes de la ciudad, en busca del santo grial, de esa edición limitada inconseguible o de ese simple con una rareza como lado b.

Los protagonistas de esta correría, todos ellos melómanos, coleccionistas y amantes del vinilo, son Adrián Dárgelos, cantante de Babasónicos, Walas, voz de Massacre, y Diego Poso, “la celestina” en esta trama, histórico gerente de programación de FM 100. “Cada vez que viajo, sea por trabajo o por placer, lo primero que hago cuando llego a una ciudad es ir a las tiendas de vinilo”, dice Poso. “Y como sabía que nos íbamos a cruzar con Walas y con Adrián en Las Vegas, que tiene unas disquerías increíbles, incluso mucho más que otras ciudades con mejor prensa en este ámbito, los invité a hacer un tour. Tanto Walas como Adrián son enfermos de los discos de vinilo, igual que yo. Nuestros chats están llenos de fotos de discos comprados en algún lugar del mundo. Walas, cada vez que se va de viaje, me trae un incunable. Esa es nuestra relación: somos tres dementes que vivimos hablando acerca de todo lo que rodea al mundo del vinilo”.

Walas en la tapa de la revista Rolling Stone Argentina #307.

“Estábamos todos en Las Vegas porque se hacía la entrega de los Grammy Latinos”, recuerda Walas, quien acaba de lanzar un tema como adelanto del próximo álbum de Massacre, inspirado en aquella jornada melómana de 2016 en Las Vegas, bautizado no casualmente “La cita” y editado, tampoco casualmente, en formato vinilo 7 pulgadas. “Fue Diego el que nos convocó para salir de compras los tres juntos. Las dos divas primero dijimos que no, ja, ja, ja. Pero insistió y aceptamos. Desayunamos en el Caesars Palace, donde estaba parando él, pidió un auto y nos fuimos a recorrer unas cuevas y unas disquerías muy grosas en las afueras de la ciudad. Me acuerdo de que compré un disco de JFA, uno de The Faction, uno de Flaming Lips, el de Ultra Vivid Scene, una banda que le encantaba a [Gustavo] Cerati, bastante difícil de conseguir. Adrián consiguió un maxi de Beta Band… todas cosas lindas. De ahí salió la canción, de esa jornada que pasamos juntos, desde la mañana hasta la noche, buscando nuestro holy grail, y cuando volvimos al hotel pasamos por la fuente esa famosa. Por eso la canción dice ‘y se abrirán esas aguas, tan danzantes a nuestro paso’, ja, ja, ja”.

Walas, Dárgelos y Diego Poso en la disquería Record City, de Las Vegas, en una jornada de compras de vinilos que quedó inmortalizada en la letra del nuevo simple de Massacre, “La cita”. (Foto: Gentileza Diego Poso)

“La cita”, el tema de aires desérticos que formará parte de Nueve, el noveno disco de Massacre aún sin fecha confirmada de edición (un adelanto del álbum se podrá escuchar en vivo el 21 de este mes, en el teatro Flroes), dice además: “Hey, niño terrible/ acude a la cita ya/ hay quien nos espera/ Él nos espera/ Y traerá/ los estantes de incunables/ y los de saldo”. Y describe esa pasión por las interminables recorridas por disquerías, batea tras batea, en las que, como en los casinos de Las Vegas, se pierde la noción del tiempo: “Uno más, nunca es tarde/ Y uno más, nunca es tarde”.

Guillermo “Walas” Cidade recorre disquerías en busca de sus “holy grails” desde chico, siempre comenzando por Abraxas, un local de la avenida Santa Fe legendario para cualquiera que se haya topado con la cultura rock a partir de los años 80. “Empecé, como todos los de mi generación, con la típica tradición de grabar casetes, de algún amigo que compraba el disco o lo traía de Estados Unidos o Inglaterra. Y cuando tuve ya la edad y la posibilidad económica de comprar discos, iba a Abraxas. The Specials, Devo, The B-52’s, cuando pude me puse a recuperar mi infancia y me fui comprando los vinilos de todos los casetes que tenía grabados. En ese momento no estaba ni el furor por el vinilo ni por el coleccionismo. Es más, llegó un día en que el vinilo era una cosa caduca. Ibas a las ferias y comprabas los discos por dos pesos, era algo antiguo, era basura. Ahí compré muchísimo. Otra disquería a la que me gustaba mucho ir era Cuki, en Constitución. Ahí compré unos tesoros tremendos por 15 pesos, el de Kubero y La Pesada y cosas así, que hoy son inconseguibles”.

Walas y su clásica Technics Mk2 negra, la preferida de sus siete bandejas para escuchar vinilos en su casa. (Foto: Ignacio Arnedo y Agustín Dusserre)

¿Y al parque Rivadavia también ibas?

Sí, he comprado discos en el parque y también en la feria de Dorrego, de Chacarita. Ahora se pusieron muy caros los discos. El vinilo se convirtió en un objeto de consumo, de lujo, no hay una publicidad en la que no aparezca una bandeja de vinilos, ¿viste? Afuera también, en los locales de Forever21 te venden esos tocadiscos portátiles, Crosley, que no serían los mejores, ja. Pero bueno, un signo de estos tiempos es también la reedición de la bandeja Technics Mk2. Es igual, pero más liviana.

¿Qué bandeja tenés vos?

Tengo varias, ja, siete. Tengo una Mk2 negra, la 1210, que la compré en Academy, la disquería de Nueva York, a 450 dólares, cuando el dólar estaba a diez pesos o algo así. Mi favorita es una Sansui negra divina, la amo, pero la que uso y la main es la Technics. Con el tiempo me fui armando mi equipo de audio ideal: la Mk2 negra, un amplificador Revox, made in Alemania, y unos parlantes hechos a mano, con un sonido tridimensional terrible, que le compré a un audiófilo en Brooklyn. Ahí es donde me siento y hago prácticas de “psicopercepción”, noches de descubrir discos nuevos o de reescuchar algún clásico. Son mis sesiones de “psicotropismo, audiofilia y melomanía”.

¿Y por qué elegís el vinilo? ¿Para vos suena mejor que otros formatos?

[Silencio]… En realidad el CD suena mejor, ja, ja, ja. Pero el vinilo tiene una calidez, un cuerpo, unos graves, una cosa que es única. Después está todo el ritual. Yo escucho de a medio disco, pongo medio, lo saco y pongo otro, salvo que sea un disco que quiera escucharlo entero por algún motivo.
Y en esas sesiones de “psicopercepción”, ¿alguna vez pusiste el primer simple de Massacre Palestina?
No, eso es una cosa documental. No lo puse porque no quiero asustarme, ja. El simple de Massacre Palestina tiene un lado en 45 rpm y otro en 33. Una curiosidad que salió de manera azarosa, pero que después le dimos una revalorización y dijimos que nos quisimos hacer los divos, los experimentales, tipo Kraftwerk, ja. Pero no fue así. Durante mucho tiempo ese simple no lo tuve, hasta que me lo regaló un primo de un primo, ya de grande. Las copias que me dio en su momento Radio Trípoli las regalé. Hoy ese, si aparece en algún lugar, se vende caro.

Esa tapa la hiciste vos, ¿no?

Sí, con todas imágenes que saqué de unas revistas árabes que encontré en la calle. La imaginería inicial de Massacre Palestina salió de la calle. Creo que eran unas revistas que habían tirado de la embajada de Siria o del Líbano. Sacamos un montón de cosas de ahí. Esos niños refugiados con el alambre de púa, unos misiles y todas esas cosas de Medio Oriente y del mundo árabe. Yo no entendía nada, pero las fotos y los mapas estaban buenísimos y los usamos para hacer un collage.

Aquel vinilo de 7 pulgadas editado en 1987, que incluía cuatro temas, fue el debut discográfico de Massacre Palestina, la banda que poco después se renombraría como Massacre, a secas. Un triunfo y una postura estética. Aunque Walas tuvo que esperar veinte años para volver a tener en sus manos un disco suyo en formato vinilo: El mamut, 2007. Luego llegarían las reediciones de un compilado de Massacre Palestina en 12 pulgadas (que reunía aquel primer simple y otros temas inéditos) y del debut de Massacre, Sol Lucet Ómnibus, editado por el productor Alejandro Taranto, dueño de los derechos del álbum (también reeditado en casete).

Cinco meses atrás, la banda se volvió a dar el gusto de editar en vinilo (transparente) el simple adelanto de su próximo álbum (“Ella va” y “La cita”) y promete para antes de fin de año otro sencillo de 7 pulgadas. “Hay algo de fetichismo, por supuesto. El ritual en torno al vinilo es una especie de devoción litúrgica, religiosa. Y también de recuperar algo del pasado, algo que por ahí de chico no tuviste, de aferrarte a algo, a la vida, mediante algo físico. Hay gente que no quiere tener nada y otros que se aferran a cosas físicas para… no sé, para recuperar algo. El vinilo tiene además esa cosa de ritual, de apreciación, de sentarse a escuchar y también eso de meterse en la audiofilia y decir: ‘Mirá cómo suena ese plato que hay por acá y que no habías percibido antes’”.

Para la sesión de fotos de esta nota, Walas accedió a sacar de su santuario privado una buena pila de vinilos, algunos de sus “holy grails”, y también a su amada Mk2 negra [cabe destacar aquí que para esta producción no se dañó ningún vinilo editado, ya que el disco amarillo que el cantante muerde en la portada es una muestra de color sin surcos]. Entre la selección uno puede descubrir el variado gusto y paladar negro de este melómano y coleccionista. Anoten: NYC, de The Fuzztones, Suicide, de Suicide, Kimono My House, de Sparks, Duty Now for the Future, de Devo, Pappo’s Blues, de Pappo’s Blues, Bomb the Twist, de The 5.6.7.8.’s, Joy 1967-1990, de The Ultra Vivid Scene, The Top, de The Cure, Adolescents, de Adolescents, Eternally Yours, de The Saints, The Psychedelic Furs, de The Psychedelic Furs, Kidney Bingos, de Wire y Horror Head, de Curve, entre otros.

“Tengo como 3.000 vinilos y otros tantos CD“, cuenta Walas en diálogo con Rolling Stone (Foto: Ignacio Arnedo y Agustín Dusserre)

¿Cuál fue el vinilo que más buscaste o que más te costó encontrar?

Viajar lejos, de Los Pillos, lo tengo desde entonces y es uno muy buscado. Tengo el disco de Pachuco Cadáver, editado por Radio Trípoli en Argentina. A mí me gusta mucho la banda yanqui The Fuzztones, y cada cosa que aparece de ellos la compro. Lysergic Emanations lo tengo en cuatro ediciones distintas. Ahora estoy escuchando una banda griega, de los 60, donde cantaba Demis Roussos, Aphrodite’s Child, una cosa psicodélica excelente. Tienen un disco, 666, que es muy difícil de conseguir.

¿Cuántos vinilos tenés?

Tengo como 3.000 y otros tantos CD.

¿Y cómo ordenás la discoteca?

Ahora los tengo ordenados alfabéticamente, es lo más práctico cuando son tantos discos. Tengo toda una sección con discos cerrados, que nunca abrí y que compré por obligación moral, documental, porque los tengo que tener y nunca los escuché.

Toda esta liturgia en torno al vinilo de la que hablás, ¿qué creés que perdió en estos tiempos de mayor circulación de la música, con todo al alcance de un clic?

Le quitó un poquito el valor de lo sagrado, porque por ahí antes de un disco había una sola copia en todo Buenos Aires. Teníamos un amigo, Quique Candiotti, el skater freestyler, que el padre fue diplomático en Berlín, en Londres, en París y en Washington. Entonces, todo el tiempo le pedíamos que nos trajera accesorios de skate y discos de Black Flag, de Dead Kennedys, de D.O.A., de Bad Brains. Pero bueno, creo que antes todo era más venerable, el disco era un objeto mucho más sagrado. Ahora está más a la mano. A mí me pasa que ya conseguí todos mis “holy grails”. Sé que hay muchos discos y uno sigue aprendiendo sobre la marcha cosas nuevas, pero creo que ya conseguí todo lo que necesitaba.

¿Sos de meterte en foros de coleccionistas y eso?

No, pero sí fui a la Primera Feria de Coleccionismo Discográfico de Buenos Aires. Uno de los que vendían era Mariano Asch, y le compré de todo, cosas punks y garaje. Había subastas. Y vino Andrés Calamaro y nos fuimos a ver bateas juntos. Él quería conseguir una bandeja y le recomendé para que se comprara una Denon, inglesa, y después me volvió loco para que le consiguiera el amplificador Denon. Yo le decía que se comprara cualquiera, que no hacía falta un ampli de la misma marca. Pero se enfermó por conseguirlo.

Walas confiesa que, más allá de ser coleccionista de vinilos, él es un “coleccionista de cosas” y que su casa “parece un museo o un tren fantasma. Colecciono muñecas y muñecos antiguos, payasos de ventrílocuos… Tengo un museo de skate también, con más de 400 tablas”. De allí que ese universo de vinilos, tablas, muñecos y memorabilia en general que lo rodea, suele colarse en su lírica. “Mi mundo mental va a la imaginería de Massacre. Tenemos un tema que se llama ‘El taxidermista’, otro ‘Invasión de aguas vivas en Santa Mónica”, que es en homenaje a los skaters y a los primeros surfistas; está ‘Muñeca roja”, que es sobre una que tengo y que está embrujada. Todo mi mundo privado va a la música y mis letras están impregnadas de mis obsesiones”.

“El vinilo se convirtió en un objeto de consumo, de lujo, no hay una publicidad en la que no aparezca una bandeja de vinilos, ¿viste?“, apunta Walas. (Foto: Ignacio Arnedo y Agustín Dusserre)

Nueve, el próximo álbum de Massacre, no será la excepción. “La numerología es una constante en el disco: son nueve canciones, es el noveno disco de Massacre, y alguien dijo que nueve es nuevo en inclusivo, ja, ja, ja. Así que lo tomé también. El álbum es un tríptico como si se tratara de tres singles, como el de The Beta Band, The Three EP’s. Y cada parte está producida por alguien distinto, aunque los temas van a estar mezclados. No es algo conceptual, sino que son nueve temas independientes. La primera fase que grabamos fue con Gustavo Santaolalla, en Romaphonic, y lo mezclamos en Los Ángeles, con Aníbal Kerpel, que tenía la banda Crucis. Con Santaolalla somos amigos y la otra vez vino a casa a cenar. Nos quedamos hasta cualquier hora charlando y escuchando música. Me revisaba los discos. ¡Lo que sabe ese hombre! Tiene mucha pertenencia, de haber conocido a todos. Lo que yo sabía de los discos era sólo la punta del iceberg.

¿Y los otros dos productores?

Uno fue Fico (Federico Piskorz), nuestro guitarrista. Metimos un insider de la banda y esos tres temas los grabamos en los estudios Panda. Y el otro, Héctor Castillo, que trabajó con Cerati, con Bowie, con Lou Reed. Con él nos fuimos diez días a grabar a Sonic Ranch, un estudio en Texas, en el medio del desierto, que es lo más. El dueño es como un hippie de los 60, un filántropo del arte. Los estudios están repletos de obras, cuadros de Joan Miró. ¡Tiene un amplificador de Elvis Presley! Sonic Ranch es toda una experiencia. Los fierros, las violas, los pedales, el ambiente, el lugar. Un día fuimos a El Paso, que es fronteriza con Ciudad Juárez, a ver instrumentos y bandejas de vinilo… ¡y resulta que lo que más vendían eran armas! Había automáticas por 500 dólares. ¡Una locura!

Fotografías: Ignacio Arnedo y Agustín Dusserre

Pelo y make up: Estefania D’Angelis

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