Toti Iglesias, de Jóvenes Pordioseros: “No soy fanático de los Rolling Stones nada más. Mi héroe máximo es Sandro”

El cantante cuenta con brutal honestidad su odisea entre el cielo y el infierno: “Era mujeriego, mal. Era drogón, mal. Amiguero, mal. Pero también estaba arruinando a mi familia”.

Por  JUAN FACUNDO DÍAZ

julio 6, 2024

Toti Iglesias: “No hago otra cosa que tocar rock and roll. A mí me hacen la Pordio-señal y voy. Como Batman”.

Foto: Adán Jones

Toti Iglesias, el líder de Jóvenes Pordioseros, es un héroe absurdo. Su historia, y la de su banda, son más de 25 años de insistencia: un camino de barro y gloria que nunca frena. Es por eso que celebraron con dos fechas agotadas en Capital Federal, y luego una gira por todo el país, el aniversario número 20 del lanzamiento de Vicio, el disco que en 2004 los catapultó directamente al cancionero popular del rock nacional con el super hit “Descontrolado” y también, en simultáneo, festejar los 10 años de Pánico, el álbum que significó la gran vuelta al ruedo de los Pordioseros. Sin embargo, mientras se mantiene vivo el fuego de la gente y su banda, Toti sigue encadenado a sus fantasmas personales y, al igual que Sísifo, empuja su propia piedra cuesta arriba en la montaña de los días. Toti se abre paso en la oscuridad y lucha apasionado por la vida, gracias al rock and roll, gracias a los Pordioseros, gracias a su mamá y gracias a su hija. 

“Tengo personalidad disociada, está comprobado. Por eso me salvé de la colimba”, cuenta Toti Iglesias. (Foto: Adán Jones)

Su historia guarda la naturaleza de la tragedia griega con el ascenso del héroe hasta su caída estrepitosa por los palazos del camino. Pero esas dificultades, personales y musicales, lo llevan a insistir e intentarlo una y otra vez. Toti se erigió como la figura de un rock and roll marginal que habla de drogas sin vueltas, cosa que lo llevó a vivir esa vida del reventado que no finge su condición. Los hits, la fama y el reconocimiento del público no lograron protegerlo para evitar las oscuridades de la industria y la vida: estafas de parte de equipos de trabajo para encontrarse sin un peso mientras negocia, constantemente, con los fantasmas de sus demonios, impulsado por el amor de su hija.

“Estoy bien, estoy contento”, repite Toti una y otra vez mientras dice que tiene un buen día. “Mi hija me da mucha felicidad, ver a mi madre con ella también. Además tengo buena relación con su mamá y eso hace que mi cabeza esté bien, porque necesito a la familia en orden. Me da salud. Cuando me peleo con alguna de ellas no estoy al 100% y eso me quita foco de la música. Es verdad que alguna vez caigo en tristeza porque a veces me canso, pero me dura muy poquito. Siento que no paré desde que enchufé una guitarra por primera vez con los Pordioseros a los 15 para un cumpleaños de una piba del colegio en Villa Soldati”.

La forma en la que se siente bien se refleja en su porte y eso, también, se refleja en su trabajo. Tanto es así que Jóvenes Pordioseros lleva adelante una gira que los viene conduciendo por todo el conurbano bonaerense, San Salvador de Jujuy, Salta, Córdoba, Neuquén, Bahía Blanca e incluida una visita a Montevideo, Uruguay. “Por ahí los productores, al verme bien, también llaman más”, piensa Toti. Sin embargo, para llegar a esto, el camino fue duro y por momentos traumático, pero lo intentó, falló, y lo volvió a intentar. Y para festejar su historia y su actualidad es necesario, inevitablemente, mirar para atrás. 
En 1999 Toti primero pedía monedas en la calle y, después, trabajaba en una fotocopiadora.

“Con Álvaro ‘Pedi’ Puentes, que hoy está en Don Osvaldo, íbamos a tocar la guitarra al subte a Carlos Pellegrini”, recuerda. Allí, mientras el germen inicial de Jóvenes Pordioseros tomaba cada vez más forma, tenía unos ensayos de la banda grabados y entre ese registro eligió 14 temas. Gracias a una grabadora doble casetera y a un amigo que le armó una hoja con las letras de las canciones, la banda tuvo su primer demo que finalmente se llamó Probame, lo que después se tomó como su disco debut. Y tal como su título lo indica con la sugerente invitación, es quizás el más crudo de todos. “Es el que más habla de drogas”, admite Toti. “Jóvenes Pordioseros ahonda en toda la discografía en eso. Son todo droga. Yo sabía que tenía que hablar de eso. En ese momento se separa Viejas Locas y venía La 25. Ellos hablaban del barrio, el faso, la simpática demonia, etc. A mí no me salía hablar de eso, yo nunca me empepé, nunca fumé. Quedo reestúpido cuando fumo. Siempre estuve en otra. Entonces me propuse escribir sobre lo que yo sabía. Así empezó Probame. Y, aparte, no había otro que hablara así”. 

Con un pulso guitarrero, un golpe de batería totalmente stone y un audio digno de su categoría de demo, el disco abre con “Chicos de barrio” y un estribillo sin vuelta: “Los chicos del barrio quieren tomar”. Y por si quedaban dudas, en la coda del tema suena una esnifada para subrayar el concepto. Después, a lo largo de las catorce canciones, el disco se pone aún más directo: “Y bailando se va la noche/ Y bailando me está sangrando la nariz” (“Bailando”); “Cuando me muera, no quiero flores/ Quiero que fumen en mi honor/ Quiero que aspiren y tomen cerveza/ Y que se canten esta canción” (“Cuando me muera”); “¿Qué hacés que no te moves?/ ¿Qué hacés que estas tan hard?” (“Qué haces?”); “Si no te llamo esta noche, no me grites por favor/ sabés que a veces quedo duro como una pared” (“Todo me alcanza”) y más. 

“Es rarísimo. Tengo personalidad disociada, está comprobado. Por eso me salvé de la colimba”, dice al intentar reconocerse en ese joven iniciático que podía escribir en ese código, con esa franqueza. “A veces me despierto y soy ese Toti de hace veinte años, pero después me doy cuenta de que no, que pasaron los años. Siento un peso en los hombros. Igual tengo que controlarme para no ser ese, para no ser un idiota escribiendo. Trato de estar en época, pero me cuesta. Me pinta un poco eso de ser medio bardito. Pero también me controlo un poco porque los tiempos cambiaron. Cuando empezamos nosotros no había menores en los recitales, por ejemplo. Yo tengo cambios porque puedo ser muy de barrio, pero mi mamá me dijo: roto, pero limpito. Yo digo: reventado, pero respetuoso. Porque yo puedo ser muy de barrio, que los vicios, la falopa y el reviente, pero desde que hay chicos en los shows no toqué más ‘Dale que va/ Dale aspirá/ Dale que está por entrarte” (‘Dale que va’) y si alguno me dice ‘qué careta se puso, no sé qué’, me chupa un huevo. Yo no tengo que darle explicaciones a nadie. Más con cómo fue mi vida, que me costó tanto todo”.

El demo lo vendían ellos mismos, mano en mano, en sus recitales y sus viajes a la costa. “Llevábamos 40 amigos nada más. Eran los que tenían la fotocopia con las letras, esos mismos que me cantaron por primera vez un tema. Yo no me olvido más. La primera vez volvimos con 200 desconocidos sumados a esos pibes: 240. Y lo sé por el conteo de entradas. Ya para la segunda gira costera metíamos 800 personas. Cuando volvimos a Capital ya hicimos una fecha en Cemento con mil y pico. Chabán la tenía atada. Te decía: ‘¿Cuánto hicieron antes? Dos fechas en Marquee con 400, se repite la gente son 600. Metemos tres bandas, son 6, 7, 8, 9. Esto es Cemento, tiene nombre, 9, 10, 11…’. Nos dijo que íbamos a meter 1.200 y llevamos 1.500 personas. La tenía atada, ayudaba a todas las bandas”.

Mientras tanto, la banda intentaba moverse por cuanto lugar fuera posible y presentaron “Cuando me muera” en El Bombardeo del Demo, el programa que comenzó como una sección dentro del emblemático Day Tripper de Juan Di Natale en Rock & Pop y donde se difundían bandas nuevas e independientes. “Eran tres tonos, todo desafinado”, se ríe Toti. “Ganamos la semana como mejor banda, después el mes y después el año. Después hicimos la cortina del programa. Todo servía para nosotros”.

Para ese entonces, el mundillo de la industria musical sabía de un fenómeno rockero en clave marginal que trabajaba a pulmón con canciones y recitales que llevaban cada vez más gente. Olieron sangre y para allí fueron, no sin antes huir espantados la primera vez. Las discográficas aún tenían buscadores de talentos que recorrían la ciudad para encontrar la gema por debajo del radar, y para una fecha en Marquee, dos ejecutivos de Warner fueron a escuchar a Jóvenes Pordioseros en vivo. Sin embargo, al segundo tema salieron corriendo. “Se fueron puteando, estaba el vicepresidente de la compañía”, recuerda Toti. “Prendieron tres bengalas de barcos y se tuvieron que ir. Yo no sabía nada, menos mal, porque si no me agarraba un infarto. Después un día volvieron y nos llevaron con ellos”.

Ese fue el punto de inflexión y desde allí comenzó el vértigo. La banda tenía canciones que mostraban una pluma que paseaba entre dos mundos: uno rockero fisura y otro romántico elegante. “No soy fanático de los Rolling Stones nada más. Mi héroe máximo es Sandro. El costado amoroso es por él. De hecho lo fui a ver muchas veces. ¡Nos vestíamos de traje para ir a verlo!”. Pero había un tema en especial, “Descontrolado”, que Toti decidió no incluir en el primer demo porque consideraba que “Cuando me muera” ya era suficiente anzuelo para oídos nuevos.

“Cuando lo tocábamos en la costa la gente se subía a las mesas. Quizás eran siete, pero los siete hacían quilombo. Tuve una pequeña visión de no tirar todo al asador”, dice. Y fue justamente esa canción la que puso a los Pordioseros en todos lados desde el momento en que se estrenó Vicio, el gran álbum de la banda. “Primero salió ‘No la quiero dejar’, un gran juego de la compañía. En esa época había mucho prejuicio en la gente. Si firmabas con una disquera decían que eras un careta y si salíamos directamente con ‘Descontrolado’ no nos iba a seguir, iban a estar más peleados con el disco”.

De forma exponencial, la canción fue motorizada por la radio y, también, el alcance de la televisión, llegando así al máximo lugar popular al que puede acceder un tema: las tribunas de fútbol. “La agarró la hinchada de Boca, la empezaron a cantar en Alianza Lima de Perú, Nacional de Medellín. Es una cosa que yo no puedo entender. Si lo quiero hacer, no me sale”. 

Sin embargo, como siempre tuvo que negociar entre sus ángeles y demonios, el desafío que debió enfrentar Toti desde ese momento fue la vorágine que la fama trae consigo. Las luces, la droga, el descontrol, los amigos del campeón. “Siempre intenté ser buena persona, pero era terrible”, dice. “Estaba cinco días sin dormir, andaba con veinte personas de joda. Debe haber sido terrible para las mujeres que fueron mi pareja. Debe haber sido… no. Fue terrible. Era mujeriego, mal. Era drogón, mal. Amiguero, mal. Pero también me estaba arruinando mucho la salud y estaba arruinando a mi familia”. En ese plan, Toti nombra nuevamente, emocionado, a una figura central en su vida y también en sus preocupaciones: su madre. “Ella tiene 78 y no puedo recuperar los días que no pude subir a verla. Llegaba y me quedaba abajo de su casa porque no daba. No deben haber sido tantas oportunidades, pero aunque hayan sido pocas, es un montón. O las veces que me peleé con ella y por ahí estuve tres meses sin hablarle. También me separé de amigos por la falopa, por la joda. Todo eso estuvo potenciado por la fama”. 

Ahora lejos quedó, de igual forma, ese Toti de 30 años que podía pasar cinco días despierto y hacer tres recitales en tres provincias diferentes. Ese mismo Toti que llegaba a los ensayos con curitas en los dedos, con las yemas pegadas con La Gotita por cortarse en cada noche de locura con una cuerda de acero finita, un tramontina, un cúter o una cuchilla, ese kit que tenía a mano en la mesa de luz. “Dicen que al cortarte bajás un poco porque entra el oxígeno, no sé si es verdad o no, mi mente decía que sí”.

En una semana fue a terapia intensiva dos veces, dice que se asustó y bajó un poco los decibeles. “Decía: ‘Dios, te prometo que nunca más’. Al rato, de vuelta, ‘Dios, te prometo…’. Yo mismo llamaba al SAME y les decía que le dijeran al portero, que pasaran derecho que yo dejaba la puerta abierta. Entraba el doctor y me llevaba”. Las caravanas, además, podían durar días y estar libradas al azar, a lo que la noche dispusiese. “Yo salía de mi casa con una mochila con ropa, por las dudas, sabiendo que no volvía. Me acuerdo muchas veces de estar sentado y decir ‘¿qué mierda hago acá?’. Estar en la casa de alguien que no sabía quién era, con siete personas que no conocía, sentados, un chabón con anteojos negros por un lado, otros durmiendo por otro, tres más tomando cerveza o jugando a las cartas. ‘¿Dónde estoy, boludo? ¿Qué hago acá?’ Y ahí me iba. Cuando salía me pegaba el sol. ‘¿Qué hora es? No sé, tres de la tarde. ¿Qué día es? ¿Domingo? No, lunes’. Y así”.  

Sin embargo, el rayo de la fama y el rock and roll también le dio gustos más allá de las mieles nocivas del estrellato. Tanto como, por ejemplo, conocer a sus ídolos. “Para mí fue un honor conocer a Fer Pita, de Heróicos Sobrevivientes. Él hizo muchísimo por el rock de nuestro país”, dice emocionado. Y para 2006, otro de los gustos que pudo darse junto a los Pordioseros fue invitar a Juanse a tocar y grabar con ellos en el tema “Hijos del Oeste” del disco Sangre. “Aprendí muchísimo de él. Compartimos muchas cosas, hasta vacaciones juntos. Lo quiero mucho”, cuenta. “Una vez, me acuerdo, fuimos a ensayar un sábado. Cuando salimos, ya era lunes al mediodía. No estábamos haciendo nada malo, ni con una mina, ni en la timba, ni armas, ni nada, pero sí estábamos encerrados portándonos mal con otras cosas. Pero nos cuidábamos muchísimo entre nosotros, cuando había que poner las alarmas, las poníamos. Ahí decíamos ‘che loco, basta, ya está’”.

De todas formas, al hablar con picardía del caos tóxico y rockero de su juventud, Toti muestra las cartas y hace una aclaración como sinceramiento que trata de no mentir un antidoping negativo de fantasía: “No dejé nada. Me comporto, que es distinto”, dice. “Nunca dije ‘voy a dejar’. Tuve sustos, pero desde que tengo una hija estoy mejor. Ahora tengo un poco más de cordura”. Pero, como todo punto de inflexión, necesitó de un suceso traumático para poder abrir los ojos y así pegar un volantazo.

“En pandemia me pasó que bajé a comprar un whisky y estaba un chabón que conozco que vende, entonces le compré. Mi hija era chiquita. Como era la cuarentena que a las ocho nos encerraban, ya siete y media empecé a tomar whisky y falopa. Un rato más tarde mi hija levantó fiebre y se brotó toda. Fui al baño desesperado, loco. Me metí los dedos, vomité, hice pis, tomé agua, me mojé la cara, no sé. Me pegaba cachetazos, pero mal, eh. Me miraba al espejo, me decía ‘¡forro, hijo de puta! ¡forro! ¡qué haces! ¡despertate, dale!’. Me daba un golpe y trataba de ponerme las pilas, porque si tenía que llevarla al hospital no se merecía que el papá tuviera olor a whisky y esté reduro, que no pudiera hablar. Ahí se me pasó. No sé qué hice, pero se me pasó, quizás no había tomado tanto, pero fue más la responsabilidad. Y después a ella también se le pasó. Fue algo que no sé si fue Dios, mi abuela desde el cielo o qué, pero fue una gran lección. Entonces yo ahora tengo una conducta. No puedo permitirme arruinarme, que me llamen y si llega a pasar algo no poder levantarme”. 

El torbellino Pordiosero de reconocimiento en los medios, sonido masivo, recitales, dinero y fama trajo, inevitablemente, el desmembramiento de la banda. La forma de trabajo, siempre con mirada federal y esa costumbre de tener recitales constantemente por todo el país, fue limando al grupo. “Nos odiábamos”, admite. “Estuvimos mucho tiempo juntos. La gente no sabe pero nosotros hacíamos giras de dos meses y tocábamos entre 80 y 100 recitales. Nuestra intención era vivir de la música. Y eso nos llevó a pasar mucho tiempo juntos. Cuando llegó Vicio ya no tocábamos tanto, pero sí había más gente y ahí para algunos había más fama, eso les gustaba más. No me acompañaban a la radio chiquita en algún lugar del conurbano a las 12 de la noche y se peleaban por quién venía conmigo a la Rock & Pop a las 10 de la mañana, porque ahí estaba Pergolini o Di Natale. Y yo eso se lo hacía valer, porque yo salía y pegaba carteles desde Retiro hasta Constitución en todos lados con engrudo para que después viniera alguien a decirme algo. Y bueno, nos odiábamos. Ahora no hablo con ellos, pero les mando saludos a todos. Con Sikus hablo constantemente y viene de vez en cuando a los recitales a tocar algún tema. Con el padre de Pedi me junto a tomar cerveza. A los otros les mando saludos”. 

Mientras repasa todas las personas que pasaron por la banda contando la rotación y el equipo de trabajo, aclara que no tiene problemas con nadie. Su única preocupación es que su hija pueda ir al jardín, que pueda estudiar, que su trabajo permita semejantes cosas y que su locura no interrumpa el camino. “Estoy mentalizado”, aclara. “Tengo un proyecto que no es muy grande, pero es intentar dejarle algo a mi hija que sea nuestro, todavía no lo pude hacer. Cuando me pude comprar la casa, cuando el dólar estaba a 3 o 3,50 pesos, me la tomé. Esa es la verdad. La pasé rebien igual, no me arrepiento ni un poquitito de eso. Estaba jovencito, mi hija no estaba en los planes, mis amigos eran otros. No me arrepiento de nada, porque estuvo bien disfrutada. Lo que no me gusta es que tendría que haber parado un poco la moto, pero es parte del aprendizaje, por eso lo puedo hacer ahora”. 

En toda historia de tragedia, después del ascenso del héroe sigue una caída traumática. Y Toti se ha caído y, al igual que Sísifo, insiste empujando cuesta arriba su propia condena contra el sinsentido de la existencia, atado a la muerte, impulsado por la vida. Ya sin su banda, Toti formó Hijos del Oeste y empezó de nuevo. Pero, a medida que la luz Pordiosera se iba apagando, algunos productores comenzaron a aprovecharse de su situación. “Nos llegaron a decir ‘no te puedo pagar hoy’, cuando la gente ya estaba en el lugar. O me decían: ‘¿Sabés qué pasa? Vos ya no sos Jóvenes Pordioseros, ya no sos nada’. Una vez, otro me tiró: ‘Vos no sos Facundo Soto ni Guasones’. ¡Está bien! ¡Pero pagame lo que me dijiste!”, recuerda. “He tenido un mánager que hasta me sacaba plata y me decía ‘y, viste, pero vos no sos Pity ni Soto’, me bajaba el precio y me inventaba cosas, como que alguna fecha no nos habían querido pagar y bla, bla, bla. Me denigraba, me sacaba la guita y uno se quedaba triste”. 

El tiempo pasaba y con Hijos del Oeste era difícil posicionarse por la sombra imponente de las canciones de los Pordioseros. En cada lugar donde tocaba, le pedían que tocara temas de Jóvenes más que las nuevas que intentaba presentar. El destrato, la forma en la que sentía que le bajaban el precio y dejar de sonar en la radio complejizaron aún más el panorama. “Si al primer año me trataban así, imaginate al tercero”, dice. Y lo que siguió fue subirse a un auto y empezar a tocar en cumpleaños de 15, en formato acústico, por toda la provincia de Buenos Aires. “Te hacían esperar dos horas en una cocina sin que te viera nadie para que fuera sorpresa. Cada vez que entraba el padre de la nena yo le decía: ‘¿Estás seguro de que tu hija dijo Toti y no Pity?’”. De los estadios y la masividad a un salón de fiestas a 300 kilómetros de Capital Federal, sin escalas, y entero, con el ego intacto. “Yo hago lo que sea. Tenía que pagar el gas, la luz. Yo hago lo que sea”, dice.   

Es, justamente, ese “hacer lo que sea” lo que a veces le pasa factura tanto en cuerpo como en espíritu. Porque, cansado de las dificultades y los destratos en ese camino solitario, para 2010 decidió volver a formar Jóvenes Pordioseros y así intentarlo de nuevo. Una vez más. Como siempre. Y lo hizo volviendo a las raíces de su naturaleza: con una gira por el país. “A veces siento que no paré nunca. Es verdad que a veces caigo en tristeza, pero me dura muy poquito. Eso porque me canso, más cuando tenés que pedalear esto de la plata”, dice. Es que ni esa vuelta fue sencilla, todo lo contrario. “Tuve que pasar esos momentos difíciles. Bueno, una estafa”, cuenta.

“Entre 2011 y 2014 hubo tres años donde no sonábamos en las radios ni sacábamos discos y ahí me cagaron. ¿Qué podía hacer? Vendían 10 o 15 recitales de Jóvenes y habían pedido un adelanto de 50 o 60%. Yo eso lo tuve que cumplir. Estuve dos años trabajando gratis, porque la banda cobraba igual. Yo a la banda siempre le cumplí. Iba y el restante se lo llevaba al grupo. Yo iba gratis, quería cumplirles a los productores, porque no había sido yo el que los había estafado. Tomaba de la canilla y tenía un paquete de galletitas de agua. Acá en el sello me decían ‘qué bueno cómo venimos’ y yo estaba comiendo galletitas una semana. Yo no tengo a nadie que me banque, puedo llamar a algún amigo y me van a dar una mano, pero también uno cree que puede solucionarlo y te da vergüenza. Aparte hay muchos que creen que por ahí te la gastás en falopa, que no es así. Se me venía todo encima”.

“Entre 2011 y 2014 hubo tres años donde no sonábamos en las radios ni sacábamos discos y ahí me cagaron“, asegura Toti. (Foto: Foto: Adán Jones)

Si Vicio marcó su identidad y los llevó a las grandes ligas del rock argentino y el cancionero popular, Pánico, el disco de 2014, el primero que lanzaron con PopArt, fue la vuelta a lo grande a lo que Jóvenes Pordioseros supo ser. “¡Acá estamos otra vez!”, grita al abrir el álbum en la canción que le da nombre al disco. 

La banda logró mantenerse y con vigencia, las fechas fueron desde allí constantes por todos lados del país. En 2017 editaron Late y en 2019 llegó Viva el Rock and Roll, un álbum en vivo que repasó toda su carrera. Es por todo esto que Jóvenes Pordioseros se propuso festejar los aniversarios de los dos álbumes claves que cambiaron el curso de su propia carrera, impulsados también por el buen momento de Toti, mientras preparan un proyecto de disco con reversiones para el año que viene. “Yo tomo todos los recitales igual, la banda quizás me hace sentirlos diferentes. Se ponen a ensayar, les gustan más los shows de Capital porque va la familia de ellos y todo”, dice Toti. “Yo toco, a mí me llaman y voy. Para mí son todos iguales. Si me decís ahora que salimos de acá para San Luis, tengo que mandar solamente un mensaje, sí, a la madre de mi hija, pero me voy ahora. No hago otra cosa que tocar rock and roll. A mí me hacen la Pordio-señal y voy. Como Batman”. 

Toti Iglesias es un personaje trágico, pero con conciencia de ello; es un malandra y a la vez un sabio. Es un reventado, pero también un romántico. Es fuerte y a la vez tierno. Es un tipo que conoció el éxito y el barro. La celebración de esos 20 años del disco que le cambió la vida y los 10 de ese otro que lo trajo de nuevo a la huella es también la celebración de la insistencia y con eso el mantenerse. Porque la condena de Toti es volver a intentarlo, esa piedra que empuja cuesta arriba es su propia música, su propia banda. Pero también son sus propios fantasmas, su recuperación. Toti negocia con el absurdo y la falta de sentido de la vida paseándose siempre entre un sinfín de dualidades. Porque Toti negocia con el Diablo, constantemente, pero también hace las paces con Dios.