Nathy Peluso en la tapa de Rolling Stone: “El código de la mafia me representa, me gusta la lealtad, el respeto y todo eso”

La argentina-española acaba de presentarle al mundo ‘Grasa’, su disco más personal a la fecha. Antes, tuvo que grabar y desechar otro, atravesar la crisis y resurgir en modo confesional

Por  PABLO PERANTUONO

julio 15, 2024

Nathy Peluso es la protagonista de la nueva tapa de Rolling Stone: “Me quiero cansar de sacar música”.

Foto: Fernando Gutiérrez

Mediterráneo, verano de 2023. Son días confusos para Nathy Peluso (Luján, 1995), que con el afán de aclarar ideas y renovar energías, se sube a un barco en Barcelona que pone rumbo mar adentro.

Es una mañana calurosa y Nathy necesita desconectar, silenciar los aullidos de insatisfacción, relajarse. Alrededor, el cielo tiene un azul unánime, pero dentro suyo una tormenta se empecina en desatarse. No, no parece la cubierta de un barco el escenario indicado para las cavilaciones del alma, pero ahí va Nathy, emboscada por sus problemas, tratando de volver a palpitar de placer con su arte, intentando que el fuego sagrado vuelva a iluminarla.

Algo no encaja, algo la inquieta: ¿será su disconformidad atávica, la obsesión por replicar hitos y hazañas musicales y su temor a no poder dar la talla? ¿O será, en verdad, que el disco que viene macerando desde hace tres años, el ansiado sucesor de Calambre (2020), aquel trabajo que la terminó de catapultar hacia la cúspide, no la conforma porque no lo siente del todo, es decir, no considera que allí está depositado su espíritu?

El barco avanza y las preguntas se precipitan como las gaviotas. ¿Qué hago?, se dice a sí misma, ¿arrojo a la papelera un laburo que lleva varios inviernos y en el que trabajó con intensidad todo mi equipo? ¿Eso hago? ¿Pero no es una locura absurda, un martillazo en los dedos del sentido común? Puede que lo sea, piensa, pero es una posibilidad cierta. Si vamos a tomar un riesgo —la música, la verdadera, es un salto al vacío permanente—, que sea con un álbum que no ofrezca ni una arruga de duda, un artefacto artístico que absorba y condense toda su fuerza creativa, que sea desesperadamente propio. No quiere alumbrar algo que tenga un hilo suelto, un pliegue que le haga sentir, ni siquiera de forma oblicua, que fue producido para satisfacer a otros, llámese industria, mercado o expectativas, esa enorme ventosa hecha de querellas y ansiedades que, como el ego, vive en estado de apetito permanente.

Nathy llama a su manager. Entonces se asoma al abismo. Entonces aprieta “delete”. Y entonces nace Grasa. Porque aunque todavía no es ni siquiera una idea, porque aun cuando el mundo no tenga ni un rastro de su existencia, hay que decir que el nuevo disco de Peluso nació después de una muerte artística que implicó un doloroso cambio de piel y un recorrido por los bajos fondos del ánimo.

Ya en tierra firme, Peluso le comunica a todo su equipo la decisión. Hay que arrancar de cero. Es entonces que se sienta a escribir como una posesa. Escribe y escribe, llena un cuaderno de frases. En un mes, escupe las letras para un disco nuevo, entero. Pero no son letras cualquiera, no, son un manojo de furia hecho lírica, una especie de alegato visceral e íntimo en el que desnuda su vacío y su neurosis, en el que vuelca la desprolija cabalgata de emociones que vivió en los últimos tres años, su viboreo por el escote de la depresión, su extravío por los sótanos helados del sinsentido, esa experiencia dolorosa pero indispensable para volver a trepar a la montaña. En la liturgia de todo artista existencial, el drama suele ser el combustible necesario para encender la chispa de la creación. Ahora ella puede dar fe de ese proceso.

Algo queda claro: la Nathy que descolló hasta ahora, esa catedral de lujuria y provocación que chorreaba deseo desde la pantalla y el escenario, ese tótem hecho de voluptuosidad, goce y una imprecisa procacidad, parece compartir espacio con otra, aunque sea la misma. La que emerge, aunque pueda tener la misma potencia erótica y por supuesto el mismo encanto, es una cantante igual de ambiciosa pero consciente de sus necesidades, sobre todo de una en especial, la de reafirmar los colores de su patria artística: la música iberoamericana.

Porque esa es la sensación que queda después de escuchar Grasa: la región, en todo su esplendor, con su enorme heterogeneidad, planea sobre cada surco del nuevo disco, que ya desde su fisonomía es una declaración de principios: el disco sale como disco, o sea, un trabajo como los de antaño, un álbum que ve la luz y nos trae quince nuevas canciones, todas juntas. Un disco confesional, directo, con pocos eufemismos sobre aquello que quiere contar, vestido, eso sí, con la elegante ropa de los mejores ritmos del subcontinente: el cóctel es explosivo.

Estamos en un hotel premium del centro porteño durante un impasse entre días de furia: ayer Nathy grabó durante quince horas seguidas los videoclips de las canciones de Grasa. Está extenuada pero satisfecha, con la excitación propia de quien está dándole los toques finales a su obra. Nathy llega a la entrevista vestida de entrecasa: jogging y buzo holgados, gorrita, la cara lavada, ojos del mismo color y una sonrisa ancha y entrañable como la calle Corrientes. Se sienta y, amablemente, le pide a la chica que nos sirve café: “Porfa, no nos interrumpan”. Lo dice con firmeza pero también con un dejo de gracia, el tono justo para que todo fluya con naturalidad.

“Maté un disco y en el momento sentí que me había equivocado y una sensación de fracaso re heavy“. cuenta Nathy Peluso. (Foto: Fernando Gutiérrez)

El disco no tiene cortes y adelantos, una rareza para estos tiempos. ¿Fue una decisión tuya presentarlo como disco completo? ¿Por qué lo pensaste de ese modo?

Empiezo por el principio. Yo hice un disco entero. Lo hice cuando estaba con Calambre Tour. Ese disco lo hice estando muy mal de la cabeza, triste, en un proceso vital clave. Hice un montón de canciones. Pero luego me di cuenta de que no era lo que quería sacar y no era lo que quería compartir. No estaba a la altura de lo que yo le quería dar a mi gente. Y tuve que hacer otro, que es Grasa.

¿Lo tiraste entero?

Maté un disco y en el momento sentí que me había equivocado y una sensación de fracaso re heavy. Pero luego me di cuenta de que era precisamente lo que tenía que vivir para llegar a Grasa. Fue un aprendizaje. También desde el lado de productora, como letrista, como cantante, me ayudó a formarme también, componer todas esas canciones. No todo lo que hacés tiene que tener una productividad tangible de cara a los demás. Fue un reaprendizaje. Entonces, bueno, a la hora de defender también el roll-out este, yo llegué con muchísimas ganas de escupir todo lo que tengo ahora. Es muy de mi presente. No quiero que pase el tiempo, que caduque y que se transforme en otra cosa. Tengo muchas ganas de contarlo ya. Siento que le debo mucha música a la gente por tanto tiempo que estuve construyéndome a mí misma. ¿Para qué voy a estar coqueteando? Quiero soltarles todo esto y que sea lo que Dios quiera. Estoy huyendo de las estrategias, de la corporatividad, de la burocracia. Simplemente quiero sacar música y música y más música. Me quiero cansar de sacar música.

Las crisis suelen enfrentarnos al espejo. Concretamente, ¿qué te pasó, qué fue lo que se te activó, de qué cosas te despojaste?

Yo creo que también forma parte de la vida enfrentar períodos en los que te reseteás y te cuestionás quién sos. Yo también empecé a laburar de muy chica y no tuve tiempo de construirme individualmente como persona. Fue todo muy profesional. Estaba toda mi libido y toda la energía que uno pone, quizás, cuando es joven, en construirse como persona, en saber lo que te gusta, en enamorarte, en formar grupos de amigos, todas esas cosas yo no las viví porque estuve laburando sin parar. Entonces, llega un punto en el que un ser humano necesita conocerse porque si no se deteriora y te morís de la tristeza porque no tenés nada que te llene. Serotonina no tenía. De hecho, lo digo en una canción, realmente estaba medicada porque no tenía serotonina y necesitaba generarla químicamente para poder seguir produciendo. Entonces es una carrera que yo elegí y que cada vez me hago más consciente de lo que tengo que tener: cuidado con mi cabeza para estar bien y también hacer las cosas bien. Porque, si no, es un quilombo bárbaro.

Y ahí el éxito, ¿qué tiene que ver? Es decir: el éxito también puede ser una hormona extraordinaria, que podés disfrutar, pero también puede ser algo heavy porque significa presión.

Sí, mucha presión y te acostumbrás a vivir en ese rango de presión porque es lo normal en esta carrera y claro, llega un punto en que el cuerpo te dice: “Escuchame, esto no es normal”. Entonces te sentís alienada de lo que forma parte del ecosistema de la vida. Yo tuve que enfrentarme a todo eso y lo hice haciendo música. Hice este disco que no salió, que me ayudó mucho también a conocerme, a atravesar todo esto, pero me lo guardé para mí. Hice otro que es Grasa, que es, al final, un éxito mucho más sano porque yo lo hice ya de otra manera, con la cabeza puesta en otro lugar, más consciente, más feliz, más agradecida.

¿Más honesto?

No, honesta fui siempre. El tema es que me reconcilié un poco con mi espíritu, con lo que me trajo a mí a conectar con tanta gente. Porque también te pervierte la presión, el éxito, todo, tenés una sensación de que hay que mantener algo y eso es todo bullshit, todo bullshit. Vos tenés que hacer las cosas de corazón, y eso es lo que me trajo a mí hasta acá. Entonces seguí haciendo eso, me reconecté conmigo con mucha terapia, y ahora estoy disfrutando de lo que hice. Tuve que parar un poco para conocerme, para construir, para luego poder meterme en el estudio y hacer música buena. Creo que el éxito tiene muchas caras; yo soy muy ambiciosa y es peligroso porque, a veces, tu vida no es sólo tu éxito, son muchas cosas.

Y sentís que esa carrera a veces puede ser precipitada, alocada…

Yo he ido creciendo poco a poco, no es que de repente de un día para otro me hice famosa y se me desconfiguró la cabeza. Vengo preparándome desde muy chica, desde los 19 años vengo asumiendo el personaje de Nathy Peluso y construyendo en base a eso, me hermané con esa idea y me encanta mi trabajo. El tema es que en cualquier trabajo tenés que tener una parte íntima con la que disfrutás de tu vida más allá de tu trabajo y eso es lo que pasa con esta carrera que a veces no te permite tiempo.

Todo el tiempo un león que te va pidiendo pedacitos.

Exacto. Es imparable, entonces uno tiene que saber administrar, uno tiene que saber poner los límites. Y todo eso son aprendizajes que vas haciendo conforme vas creciendo y te va llevando a hacer música distinta. Y yo creo que gracias a todo este proceso tan revelador pude hacer el disco que hice. Estoy agradecida al disco que maté, estoy agradecida a la depresión que pasé, agradecida a lo difícil que fue llegar hasta acá, porque hoy en día soy una persona mucho más inteligente, más preparada, porque me enfrenté a eso. Para mí realmente una de las grandes cosas que me ha hecho llegar a este punto como aprendizajes para transmitir a la gente de este disco es: enfréntense a los monstruos. Por más que sea un quilombo bárbaro y asuste mucho y sea muy oscuro, te prometo que si realmente lo peleás después hay luz y vas a estar mejor.

Hay una frase de Spinetta en la canción “La búsqueda de la estrella” (Spinettalandia y sus amigos, 1971) que dice: “Después de todo vos sos tu única muralla, si no te saltás nunca darás un solo paso”. Parece adecuada para lo que pasaste.

El Flaco tiene unas letras que no se pueden creer. Es un oráculo. Literalmente somos responsables absolutos de nuestra relación con nosotros mismos y de lo que podemos darle al mundo. Pero hay que ser muy valientes para enfrentar a todo eso. Y a veces da miedo. Y además nunca para, es lo que le decía a Flor el otro día, salís de una y te metés en otra distinta y es la vida. Es ir asumiendo que son todo el tiempo batallas y vas aprendiendo también cómo llevarte las cosas, cómo tomarte las cosas también. Yo qué sé, tengo 29 años. Me agarró justo todo este proceso desde los 25 a los 29 que me hizo mierda. Tuve miedo. Fue como decir: “Loco, qué difícil, ¿cómo salgo de acá?”.

Se abren caminos y nadie dice “es por acá”.

El tema es que no ves ningún camino, ese es el problema, porque estás muy quebrado. Pero siempre ese es mi mensaje: que laburen eso, que laburen. Porque lleva un trabajo, no vas a solucionarte solo. Pero que laburen, que sean valientes, porque posta que es una quebrada máxima, pero luego siempre te sentís fortalecido cuando salís de eso.

Como una especie de renacimiento, ¿no?

Sí, yo me siento muy orgullosa de haberlo hecho y también siempre que estoy así, pienso: “Loco, vamos, quiero ver en qué me voy a transformar”.

Nathy Peluso: “A mí me fascina el mundo cinematográfico de la mafia, todos los personajes y la fantasía alrededor de eso”. Foto: Fernando Gutiérrez

Grasa arranca con “Corleone”, un bolero en el que la voz de Peluso se engola hasta explotar en partículas de congoja y dolor. Es un comienzo demoledor e inapelable, un statement en el que Peluso deja en claro su estado de vulnerabilidad, el tamaño de su desasosiego. Confiesa la cantante radicada en España: “Esta ambición me está matando. (…) Aunque lo consiga todo, quiero más. Es una pena muy honda”. Le sigue “Aprender a amar”, una especie de interpelación generacional. En tiempos líquidos, en tiempos en los que el deseo lo ocupa todo, pero del esfuerzo se habla poco, Peluso le dice a su público: “Nada se consigue sin disciplina. (…) Tienes que aprender a amarte. (…) Todos queremos la revolución, pero nadie le dedica un momento”. Más adelante irrumpe Manhattan, un hip-hop en dueto con Duki, una de las cúspides del disco. “Es tan difícil vivir bajo presión”, machaca. Lo dicho: estrés, insatisfacción y el antídoto para ambos, tenacidad: las propiedades de Peluso modelo 24.

El primer tema, que es un bolerazo, afirma: “Esta ambición me está matando”, pero se llama “Corleone”. ¿Por qué?

A mí me fascina el mundo cinematográfico de la mafia, todos los personajes y la fantasía alrededor de eso. En su momento, también hice una canción que se llama “Mafiosa”. Siempre coqueteé con ese personaje y con esa actitud. También el código de la mafia me representa, me gusta la lealtad, el respeto y todo eso. Me siento identificada con algunas caras del código de la mafia, desde lo caricaturesco, obviamente. De lo cómico también de la mafia. Y luego yo creo que esa es la gran llave que desbloqueé, entender que la ambición que tengo la debo manejar. Más allá de la plata y de ser exitosa. Es una cosa como que mi misión en la vida es muy fuerte y me come. Me traslada a mí como individuo a otro lugar mucho más lejano del que tendría que estar. Entonces me mata porque me alejo de mí para encargarme de todo lo que siento que me tengo que encargar. Me mata esa ambición. Tengo que ubicarla. Y fue gran parte de mi aprendizaje. Se lo digo a mi amiga Tatiana, porque hay gente que me acompañó en ese proceso, y las charlas siempre fueron alrededor de eso: nunca es suficiente. Nunca me siento conforme porque mi ambición es tan fuerte que siempre voy a querer más y más y más, y nunca estoy satisfecha. Entonces trabajar con estar conforme, estar orgulloso, estar en el presente y disfrutar de lo que uno va consiguiendo es clave. Porque, si no, te sentís vacío siempre. Nunca es suficiente. Trabajás, trabajás, trabajás y nunca llegás a la meta.

Además te volvés una persona insoportable…

Sí, yo soy una persona insoportable. Jajaja. Tengo un carácter bastante arrollador. Siempre fui así, una sinvergüenza, una atrevida. Nunca me tembló el pulso en decir lo que pienso.

Y esa exigencia que tenés con vos seguramente la tenés con todos.

Sí, mi psicóloga me dice: “Tiene que ser insoportable vivir con vos misma”. Jajaja.

Al menos te reís.

Sí, yo me cago de la risa ahora más que antes, porque me entiendo mejor. Pero creo que “Corleone” es la canción que setea: “Chicos, yo soy esto, esta es mi realidad y a partir de esta raíz yo hoy construí todo esto”. Pero esta es mi realidad: la ambición me mata. Tengo una pena muy honda que no creo que me la pueda sacar nunca del pecho porque me cruza y me hace ser quien soy y me hace construir lo que construyo también.

¿Tu gente es argentina, estás rodeada de compatriotas en España?

Yo me fui de Argentina a los nueve años. Siempre estás atravesado por esta cultura, porque es mi infancia y la infancia te marca para siempre. Pero sí, yo vivo entre Madrid y Barcelona. Tengo mi equipo armado allá. Somos casi todos argentinos. La verdad es que con la gente que más conecto en el mundo es con la gente argentina. Mis parejas… No sé por qué, es algo que tiro para ahí siempre. Voy ahí con los cuernos apuntando hacia la argentinidad siempre. Es lo que me hace sentirme en mi casa también. Pero España, obvio, también es mi lugar de formación. Pero está muy hermanado con esta cultura, respiramos muy parecido también.

Volviendo al disco, ¿por qué decidiste que ese primer tema se convirtiera en un bolero? Eso también parece parte del paquete de declaración de principios, ¿no? Por otro lado, todo esto habla también de tu crianza ecléctica, de la riqueza de géneros y sonidos con los que te nutrís desde chica, desde que vivías en Alicante rodeada de sonidos latinoamericanos.

Sí, es una declaración de intenciones clave. Para mí en mi música hay tres pilares que yo quise defender en este disco. Mi parte más folclórica, latina y roots: todo el bolero, la salsa y todo ese lugar que a mí me reinteresa también amplificarlo y llevarlo a la actualidad. Luego también está todo el lado más hip-hop, más rap y todo eso que también lo reexploté porque me interesaba mucho. Y luego está la parte más soul, más jazz. Esos son mis tres pilares en los que quise experimentar. Entonces, empezar con “Corleone” también fue cuestión de azar. Hicimos esa canción, fue la primera que hicimos y quedó como intro. Pero yo quería hacer algo tradi. También la hice ahí, la improvisé, es una declaración de intenciones porque sé que quiero hacer esto, pero fue todo muy intuitivo y muy fluido, fue saliendo así. Yo creo que forma parte también, no sé por qué, yo tengo esa conexión con el folclore latino. En mi casa sí se escuchó mucho a Gloria Estefan, pero no fueron los más salseros. No se escuchaba Antonio Machín en mi casa, lo descubrí de más grande. Mi obsesión por la música estuvo desde muy chiquita, pero también consumís lo que consumen tus viejos. En cuanto me independicé un poco, como yo tenía esta vocación me independicé muy rápido a la hora de elegir lo que escuchaba. Capaz a los 12 ya estaba eligiendo toda mi discografía. Siempre me llamó la atención todo como muy heterogéneo. Escuchaba desde jazz, Duke Ellington, hasta Antonio Machín. Me flasheaba Luis Miguel y de repente conectaba con La Sonora. No sé de dónde viene realmente. Pero sí, imagino que algo tiene que ver con vivir en un ecosistema de muchísima migración. Porque al final yo fui a un colegio donde éramos todos inmigrantes. Mi primer novio fue un colombiano, escuchábamos salsa juntos y yo tenía 10 años. Forma parte de mi inconsciente, me parece.

¿Y por qué Grasa? Alguna vez en un concierto tuyo, como previa, pusieron “La grasa de las capitales” de Serú, y hay un tema del disco nuevo, “La mentira”, cuyo comienzo usa esos sampleos. ¿Tiene que ver con eso?

Sí, para mí forma parte de mi inconsciente. Serú Girán, Sui Generis, el Flaco, toda esta camada de artistas espectaculares, yo los he mamado desde muy chiquita.

¿Por tus viejos?

En mi casa se escuchó mucho, mi viejo escuchaba mucho esto. Pero más allá de lo que se escuchaba en mi casa, a mí de grande me ha fascinado todo ese universo. Me atrapa la sensibilidad. Te diría que es de los hogares de la música con los que más conecto. Que tiene algo que para mí es, también yo soy una inmigrante, la cuna del sonido que me transmite, la sensibilidad que tienen al decir las cosas, que forma parte también de nuestra manera, que me interpela muchísimo.

¿Te conecta con Buenos Aires, con la infancia?

Me conecta con algo inconsciente de mi existencia, de mi raíz. Va más allá de algo que yo pueda elegir. Me interpela. Y además siempre ha habido mil maneras en las que al final todo eso ha vuelto a mí. Al final mi mejor amiga es Vera [Spinetta], que si bien el Flaco no era de Serú Girán, sí forma parte de todo ese universo. Y estoy muy conectada. Fito es un gran amigo mío también. A Charly no he tenido la dicha de conocerlo, pero con David [Lebón] conecto mucho también. Tengo una conexión ahí fuerte. Entonces, La grasa de las capitales a mí me cruza el alma, es mi disco. Musicalmente me vuela el bocho, me parece inteligentísimo. Me parece que es un disco que es un tesoro. No le puse Grasa estrictamente por eso, pero saco la conclusión de que forma parte de una de las elecciones. También me gusta el humor de hacer algo que para mí es elegante y ponerle Grasa. Porque me parece que también lo grasa es cool y tiene algo interesante. Y reivindicar ese lado también me gusta. Reírme de todo, me parece que en clave de humor, me define.

Y convertir lo popular también en lo sofisticado. Ese juego.

Eso me encanta. La manera de infiltrarse con las canciones en diferentes lugares, a mí eso me parece lo más fascinante de mi trabajo. Poder conectar con diferentes prismas de la sociedad y conectar de diferentes maneras. Con algunos conecto por la música, con otros conecto por el concepto, con otros conecto por mi personalidad. Y me parece muy extraño, tanta variedad unida por una canción, que ni siquiera la considero mía. Son cosas que suceden. Creo que la curiosidad es un motor. Yo soy melómana y la música me interpela, no me importa qué género es. Me interesa y me provoca cosas. Entonces, depende de lo que yo quiero provocar, me valgo de los géneros para provocarlo. Hay cosas que no se pueden generar con el hip-hop. Hay cosas que no se pueden generar con el pop o con el electrónico. Hay cosas que se deben generar con algo mucho más de adentro de la tierra. Hay que bajar, bajar, bajar. Y para mí un buen músico tiene que conocer la raíz de la música. Tiene que irse a la raíz de todo, en la raíz está la respuesta.

Buenos Aires, abril de 2023. Fito Páez es el artista del momento. Al anuncio de una serie de ocho capítulos sobre su vida se suma una seguidilla de shows sold out en la cancha de Vélez, como homenaje por los 30 años de su disco epónimo, El amor después del amor. Allí, en la noche del domingo 2, ante un estadio que le rinde pleitesía, el rosarino recorre su excepcional y prolongada aventura musical, 40 años de canciones que forman parte de nuestro acervo cultural. Promediando el concierto, Páez le dice al público que quien subirá al escenario a continuación es una invitada muy especial. “Tengo la suerte de que hoy nos visite una artista enorrrrrme”, dice Fito.

Fito es Fito, es decir, pura pasión gestual: con sus manos, que se mueven de arriba hacia abajo en simultáneo, le da un peso sagrado a cada palabra que pronuncia. Su feligresía lo escucha en silencio. “Es una artista monumental, genuina, de esas que van a ser para siempre”. La frase suena como un relámpago. “Es un honor tener esta noche cantando con nosotros a Nathy Peluso”. Nathy ingresa y no parece una persona, sino un acontecimiento: vestido rojo ceñido, pelo bien corto, una sonrisa que estalla en cada esquina. Juntos interpretan “La Verónica”. Cuando termina, la despide una ovación estremecedora. Cómodo integrante de la aristocracia de la canción argentina, Páez es, además de un melómano, un antropólogo musical, un artista inquieto que con un oído está atento a lo que trae el progreso y con el otro afianza su estatus de leyenda. Algo queda claro esa noche: no sucede muy a menudo que un músico de esa envergadura advierta que estamos en presencia de otro músico infinito. Es evidente que Páez ve cosas en Peluso que ni siquiera Peluso conoce: un artista canónico informándole al mundo que hay una chica sub 30 que pertenece a su misma galaxia de elegidos.

Llamó la atención ese recibimiento: fue una especie de consagración, ¿te sorprendió?

Lo que amo a ese ser humano…. Mirá, son años ya de la construcción de esta amistad que ha sido como un sueño. Porque vos tenés tus ídolos, tu admiración. Fito es la infancia, es un oráculo. Es muy hermoso como ser humano, más allá del artista y de todo. Qué interesante poder conectar con alguien desde ese lugar, porque no me pasa con nadie más. Es una relación única. Y que él me tenga tanta confianza, me halaga, me da hasta vergüenza a veces. Y me hace confiar mucho en que algo bueno tendré que tener.

¿Con él hablaste en todo este proceso tan difícil?

Sí, en ese mismo verano. Le conté, charlamos mucho. Entre otras cosas, él me dijo que se necesitan marcos para crear, y yo soy muy dispersa. Y quiero hacer muchas cosas y tal. Entonces me ayudó mucho su consejo, también, para enfocarme y hacer Grasa de la manera que lo hice. Siempre me hace bien hablar con él porque tiene una visión panorámica que yo no tengo, porque lleva muchos años dedicándose a esto.

—Es del ’63…

—Por eso. Siempre me baja a tierra. Me dijo: “Nathy, hacé lo que sientas, necesitás un marco, enfocate, hacelo”. No fue sólo por ese consejo, pero es verdad que fue una luz ahí justo en medio de la decisión que tomé y él me tiró esa que entendí que todo se estaba poniendo en su lugar.

Volviendo al disco, hay varias colaboraciones, entre ellas la de Duki, en Manhattan. Al margen de la canción en sí, él también es una proto “víctima” del éxito, lo dijo él mismo cuando tocó en River, expresó algo así como que la presión le mordía la espalda.

Con él conectamos mucho desde ese lado. Hemos conversado y nos entendemos muy bien. También somos bastante coetáneos y nuestro éxito ha ido creciendo paralelamente. Él es un rey, yo a Duki lo admiro mucho, más allá de su obra. Me parece un ser humano espectacular.

Buena cabeza.

Buena cabeza. Legal, buenos códigos, un chabón ubicado, talentoso, humilde, me representa, me pone contenta tenerlo en mi disco. Siento que cuando colaboro con alguien, tomo una decisión de la que no me voy a arrepentir nunca. Me gusta colaborar con gente que me representa. Y siento que Duki tiene eso y además, aparte, tira una barra constante, tiene respeto por el hip-hop. Yo quería tener a alguien que realmente haga una oda a eso, “Manhattan” es mi oda a cómo yo percibo el hip-hop. Lo tenía que tener a él, era el junte, no lo podía invitar a cualquier canción.

A grandes rasgos, podría decirse que a los artistas de tu generación los une un patrón de conducta, un código que, por un lado, les permite mostrarse vulnerables ante el vértigo del clamor popular, pero por otro, esa misma concientización los aleja de actitudes de divos fuera del escenario (el escenario es otra cosa, claro), como quitándose importancia social. Ustedes de algún modo heredaron la masividad del rock, pero pareciera que no su pose ni su oropel. ¿Lo ves así?

Sí, y me emociona. Te lo juro que me encanta lo que me decís, me parece que es lo mejor que nos puede pasar porque idealizarse uno mismo es perder las riendas de tu cabeza. Me parece que lo que más te hace aprender, lo que más te mantiene inteligente, sabio, superándote constantemente, es no creértela. A mí me gusta no creérmela, sí, sé que soy buenísima, sé que soy buena, no lo dudo, por eso también hago lo que hago. Pero siento que siempre puedo ser mejor, que puedo aprender cualquier cosa de cualquier momento de cualquier persona, no me considero superior a nadie. Creo que el idolatrarse a uno mismo, el sentirse un ídolo, lo único que te hace es cerrarte puertas a aprender más cosas.

Pensar que la educación está concluida.

Está mal, por eso la gente cuando te idealiza, te shockea porque vos no te percibís así. Yo creo que es una virtud y siento que también es algo que hemos ido aprendiendo en el gremio de los artistas, es algo heredado.

También por haber capturado esas experiencias, la caída de otros.

A la mínima que yo me he sentido la más capa, la he cagado. No me parece una buena actitud. Espero que nunca me suceda y siempre le digo a mi círculo que si me sucede, me peguen una cachetada, por favor. Me gusta estar con los pies en la tierra y ser una artesana, que es lo que soy, tengo mi oficio, hago música, me subo a un escenario, me rompo. Sí, mi trabajo es difícil, estoy expuesta, lo sé y muevo los sentimientos de mucha gente y es mi arte. Al igual que el panadero amasa, cada uno tiene su arte. El nuestro lleva mucha dedicación, mucho tiempo de vida, pero somos iguales que cualquiera.

“A la mínima que yo me he sentido la más capa, la he cagado. No me parece una buena actitud“, afirma Nathy Peluso. (Foto: Fernando Gutiérrez)

Diciembre de 2022, Nathy cierra su Calambre Tour con un show multitudinario en el WiZink Center, el antiguo Palacio de los Deportes de Madrid, una especie de Luna Park de la capital española. El concierto es como ella: performático, muscular, desbordante de swing, impactante, e incluye una versión de “Viernes 3 a.m.”, de su amado Charly. Pero lo que se ve no es lo que sucede: esa es una Peluso en llaga, fundida mentalmente, con la voz algo cascada, a punto del colapso. Al día siguiente la reseña del espectáculo aparecida en el diario El País señala lo siguiente:

“Ahora le toca a Peluso recapitular lo aprendido e ingeniárselas para superar un listón que ella misma ha acercado a la estratosfera. Sin duda, aquella chavala que hace cuatro años asumió una cuantiosa indemnización para desligarse de la discográfica independiente con la que había difundido el EP La sandunguera, ha reunido argumentos muy sólidos para la autoestima (que no tiene nada que ver con el Auto-Tune). Es poderosa, brillante, magnética. El día que, además, cante de manera inteligible no habrá quien la detenga”.

En silencio, el melodrama está instalado: una chica con el tanque vacío, una vara artística alta, una ambición desmesurada. Con el diario del lunes, parece obvio que llegaría el default. Hoy, ya de vuelta de aquella crisis, y con Grasa a punto de asaltar las redes, Nathy vuelve a referirse a ese proceso:

“Yo creo que la experiencia más linda que tuve en mi carrera ha sido hacer Grasa. Posta, te lo juro. Siento que sufrí mucho hasta ahora. Ha sido todo muy doloroso y siempre que me he subido a escenarios gigantes, he sentido que sí, que tenía un momento de lucidez, de presente, de agradecimiento. Pero siempre estoy trastornada por mi exigencia y por no estar a la altura de lo que quiero dar. Tengo una exigencia atroz y eso no me ha permitido disfrutar mucho de lo que he conseguido hasta ahora. Entonces, siento que con Grasa me tomé las cosas de una manera más ligera, que también es el espíritu con el que hago el release, con el que hago todo lo que voy a hacer alrededor del disco. También es mi aprendizaje de cómo quiero transitar mi carrera y por eso también es lo que más disfruté de hacer. Lo hice de corazón, no me puse ninguna meta más allá de disfrutar de hacer música. Se me abrió una puerta ahí, se me abrió una puerta porque siempre era: ‘Tengo que hacer esto, quiero hacer esto porque tengo que llegar a esto’ y Grasa lo hice porque necesitaba entender quién mierda soy”.

Siguiendo con las letras como síntesis de tu estado de ánimo, en “Legendario” decís: “Me doy un shot y le doy un beso a mi rosario/ Me tomé siete pastillas para dormir”.

Esa era mi cabeza… Igualmente, “Legendario” es una de mis canciones favoritas por el power que tiene. Me atraviesa, siento que es un motor y me gusta tener esa responsabilidad con la gente, de darle algo que se lo pongan y sientan gasolina. Porque hay veces que no sabés de dónde sacar. Me impresiona lo abstracto que es todo y poder hacer algo que vaya a ser memorable para la gente. Más allá de mí, que nos una, que nos interpele, que vivamos algo juntos. ¿Cómo puedo tener ese poder? Me parece surrealista. Me impresiona y dije: “Lo voy a llevar a la tierra, ¿qué estoy haciendo?”. No me importa nada. Realmente yo estoy triste, estoy hecha mierda y todo esto también tiene un costo. Pero realmente, ¿por qué hago todo esto? Porque quiero hacer algo que trascienda al mundo, no como Nathy Peluso, sino, qué fuerte la magia, por ahí va el tema. Luego, obviamente, tiene todo ese espíritu rap egocéntrico, que me gané un Grammy y soy la mejor. Pero realmente el espíritu con el que yo abarqué esta canción es como decir: “Loco, enfocate en hacer algo que para vos sea importante, que valga la pena”.

También podría llamarse “Honestidad brutal”.

Sí, es muy brutal. Por eso también se llama Grasa. Nunca me abrí tanto. Es la primera vez que cuento tanta intimidad mía, de mi vida, de mi día a día, de cómo me siento. Siempre coqueteé más con la caricatura de las cosas, con el histrionismo de mis sentimientos, con la fantasía, mundos imaginarios, realidades hipotéticas. Ahora hablé de lo que me pasa. Corta. Y siento que me va a hacer más libre también. Ya está, aceptarlo, compartirlo, hacerlo de todos. Hay que ser valiente, pero me parece que es el momento. Ya me hice más grande, siento que hago otro tipo de música también.

Hablando de libertades y de intimidad. En su momento, en las redes una minoría se ensañó con vos. ¿Hasta dónde escuchás eso que sucede y dicen ahí?

Yo decidí bajarme. Me bajé, pero genuinamente. Pero eso es una decisión que te tiene que salir de verdad. Es como cuando te dicen: “Sí, olvidá a ese chabón, olvidalo”. Lo vas a olvidar cuando puedas. Y cuando lo olvidaste, ya está. Me pasó lo mismo, tenés que aprender a deshacerte de esa información porque es adictiva. Ningún ser humano está preparado para tener tantas opiniones de desconocidos sobre uno. Te desconfigura la cabeza. Yo, por ejemplo, Twitter no tengo. Lo tengo abandonado. Me chupa un huevo, me parece una cloaca. Yo prefiero utilizar las redes para conectarme desde lo bonito, desde lo que quiero contar. Realmente siento que mi comunidad me quiere, me da amor y eso me resirve. Me resirve para comunicarme, pero prefiero hacerme la boluda con todo lo demás. Prefiero vivir mi vida y hacer lo que puedo.

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