Entrevista Rolling Stone. El melodrama pop, fantástico y desfachatado de Miranda!

En un nuevo pico de popularidad de la banda, Ale Sergi y Juliana Gattas posan por primera vez para la tapa de la revista y repasan más de dos décadas de carrera

Por  PAZ AZCÁRATE

junio 2, 2023

Foto: Eugenio Mazzinghi

Un miércoles de principios de este siglo, en Cemento, Omar Chabán podía romperse dos docenas de huevos en la frente mientras gritaba que era el peor actor del mundo. Después podía pedirle al público que se alejara del escenario y que corriera hasta él al grito de “¡Chupame realidad!” y cerrar el número debajo de una ducha que lo liberaba, al mismo tiempo, de su autocrítica feroz y del ungüento huevoso en el que se había embadurnado. Esta era una de las millones de situaciones que proponía Clásico amoral, la varieté que ensamblaba vodevil con números musicales y que la última semana de cada mes tenía una edición nudista en el extinto antro porteño (los artistas permanecían vestidos: era el público el que dejaba sus prendas en una canasta al entrar). En ese espectáculo, Ale Sergi era sonidista y músico. Juliana Gattas cantaba jazz. Los dos cumplían, además de su función central, las tareas que hicieran falta para armar y desarmar el show: revolear cables a merced de la improvisación de los artistas o ayudar a Chabán a ponerse de sombrero una torre de huevos envueltos en papel film.

Miranda! en la tapa de la revista Rolling Stone de junio de 2023 (Foto: Eugenio Mazzinghi)

Clásico amoral no es el espacio en el que el dúo se encontró por primera vez, pero sí el microcosmos en el que Miranda! fraguó algunas características que los hicieron sobresalir en el paisaje de principios de 2000: el desprejuicio en todos los frentes, su inclinación teatral y una claridad inusual para llevar adelante un proyecto artístico.

Sergi y Gattas se conocieron en octubre de 1998, la misma noche que Kraftwerk debutó en Argentina. “Yo no tenía plata para ir a Obras aunque me moría de ganas. El plan B fue caer en la casa de la amiga de una amiga”, reconstruye Sergi a ROLLING STONE, acomodado entre los cientos de botones de colores que lo rodean en su estudio. El departamento porteño al que llegó el músico, cantante y productor fue el de una veinteañera Juliana Gattas, que en ese momento cantaba estándares de jazz en restaurantes porteños. Alejandro, que aún vivía en Haedo y que ya era amigo de las máquinas y un autodidacta comprometido, la ayudó a abreviar las partes instrumentales de las pistas sobre las que Juliana cantaba (era en esos momentos en los que Gattas tenía que sacar de la galera alguna cosa para entretener al público: preguntar cómo estaba la comida, reaparecer en un gesto o paso de baile sólo para sortear el momento).

Miranda!, por primera vez en la tapa de Rolling Stone (Foto: Eugenio Mazzinghi)

Los dos compartían un desapego muy pop: el desinterés por las etiquetas. Dos meses antes, cuando The Prodigy dio un show en Parque Sarmiento, Alejandro atendió a una novedad que encontró en el público: ese grupo de gente estaba hecho de personas que venían de ámbitos muy distintos. “Hasta ese momento, ibas a ver Divididos y había gente con remeras de Sumo, ibas a ver a Charly García y todos tenían trajecito”, dice. Punks. Rockers. La estirpe fiestera. Durante el set de los británicos, todos bailaban al ritmo de la misma música. “Fue la primera vez que lo vi en un recital. Después volví a verlo en las raves de Parque Sarmiento. Me hizo flashear”. Un lustro más tarde esto era exactamente lo que se vería en el público de Miranda! y una década después, con su salto a la masividad, la heterogeneidad iba a ser también generacional.

Alejandro había leído y tomado nota de un consejo que Charly García daba en una revista a músicos noveles: “Grábense”. La manufactura del primer demo de Miranda! que empezó a girar entre los shows había costado dos pesos y se vendía a tres al público: uno costaba la copia a color, otro el CDR, el tercero era la ganancia.

En la tapa, una diseñadora amiga había esbozado una suerte de primer logo de la banda. Con una operación sinecdótica similar a la que luego usarían en el video de “Imán”, la tapa mostraba una flor como la que Juliana usaba en el pelo para salir a tocar y dos corbatas que representaban el ala masculina de la banda, por entonces Leandro “Lolo” Fuentes (un amigo de Juliana que se había sumado en guitarra y programaciones) y Alejandro. “En ese momento no se usaba mostrarse tanto, pero muy rápido entendimos que nosotros sí teníamos que hacerlo”, explica Sergi. “El pop es claridad e inmediatez”. En ese demo estaban las canciones más pegonas: además de “Imán”, germen total de Miranda!, estaban “Agua”, “Tiempo” y “Bailarina”. Dos baladas melodramáticas y dos tracks electropoperos para la pista de baile. Adentro, una foto los mostraba a los tres de frente y los presentaba con nombre, apellido y rol en el grupo. Había también tres teléfonos de contacto y un correo electrónico.

“Nunca dimos por sentado a los oyentes”, explica Sergi. “Teníamos que salir a buscarlos y eso hicimos”. La nitidez de la visión de Alejandro estaba hecha de las capas geológicas de sus experiencias anteriores (la formación de Espíritu Santo primero y de Mamá Vaca después). La preocupación por la puesta en escena, el vestuario, el maquillaje y deslizar un concepto más allá de lo musical estaban directamente importados de los números de estándares de jazz que Juliana venía haciendo por su cuenta. Tenía también que ver con una idea muy propia de lo que debía ser un show musical para ella.

“Las bandas que sólo tocaban sus instrumentos mirando al piso, que no ofrecían algo estético y alucinante como sí lo hacían Los Brujos y Sergio Pángaro, me aburrían muchísimo”, dice desde el otro lado de la barra de la cocina de su PH de Recoleta. “Me iba al baño a pintarme los labios y cuando volvía faltaba menos para que termine. Había una frase que se me había vuelto de cabecera por esos días: ‘¡Para esto pongo el CD en mi casa!’”.

Había también en ambos mucho de lo que habían respirado en Clásico amoral. Porque cuando la obra comenzó a tener repercusiones entre la prensa de la época, Omar Chabán sentó al elenco y los preparó para presentar el espectáculo frente a los periodistas. Había que despejar los rodeos. Nada de “tiene un poco de música y algunos sketches”. No. ¿Qué es Clásico amoral? “Un cabaret brechtiano”. ¿Cómo es la obra? “Fantástica y alucinante”.

Del mismo modo y con igual certeza, muy pronto en su recorrido, a la pregunta por el proyecto que nació como un “jazz con máquinas” Miranda! aprendió a responder: “Hacemos electropop melodramático”. Esa etiqueta los acompañó de punta a punta en su carrera. “En todo ese tipo de planificaciones para mí hay un costado muy artístico. En Chabán lo veías a diario”, dice Sergi. La sofisticación de cierta organización o estrategia se combinaba con la urgencia por hacer que las cosas pasen. “No siempre era perfecto, pero siempre iba hacia adelante. Si antes de un festipunk tenía que salir a hablar con la gente que no quería pagar la entrada, a contarles los gastos del espectáculo, a hablarles del desarrollo de la cultura u ofrecerles algún descuento, él estaba ahí y se lo ponía al hombro. También te mostraba la importancia de concluir algo: se hace lo que se puede, con el tiempo que se puede, lo mejor que se puede, pero hay que terminarlo”. Lo ha dicho Charly García en otras palabras: los discos no se terminan, se abandonan. “Si es por terminar algo, podés no entregarlo nunca más. El tiempo y la capacidad de atención que tenemos sobre algo son cada vez más cortos y cuando alguien te regala un microsegundo tenés que aprovechar para introducir un concepto”, dice Sergi. “Ahí lo entendí. Dije: ‘Este chabón es un capo’. Esa figura del artista empresario siempre me interesó, nunca la vi como algo diabólico. Es una parte del trabajo que también integra tu obra”.

Ese desprejuicio también los convirtió en una suerte de gay icons muy tempranamente. Cuando los primeros videos de Miranda! comenzaron a rotar en el canal Locomotion (que tenía un acuerdo con Secsy Discos, el sello que editó Es mentira en 2002 y Sin restricciones en 2004), tanto Ale y Juliana como Bruno de Vincenti (programaciones) y Lolo (guitarra) aparecían igualmente maquillados. En el video de “Imán”, los rostros de los cuatro se muestran saturados hasta lo genderless: solo se ven cuatro pares de ojos delineados y con máscara de pestañas. Cuatro bocas igualmente rojas cantando uno de los estribillos que iban a marcar el norte del ritmo y de la lírica de la banda.

Juliana Gattas está trabajando en su primer disco solista, dos o tres tonos más oscuros que Miranda! y full discotequero (Foto: Eugenio Mazzinghi)

No era una ambigüedad buscada, era una combinación de lo que rescataban de sus referentes y de lo que se daba en su círculo íntimo. “Era quizás algo chico, pero había un mundo de eso: era la gente con la que salíamos, los lugares a los que íbamos a bailar, la ropa que nos gustaba”, dice Gattas. Tanto Alejandro como Juliana preservan no atribuirse la invención de la pólvora: la ambigüedad sexual de Prince, la androginia de Bowie, la sensibilidad de Moura entraron en la coctelera de este proyecto. Lo que es seguro es que Miranda! redescubrió la pólvora para toda una nueva generación.

Así, ese pequeño ejercicio de libertad que para la banda se daba de un modo tan natural se expandió mucho más allá de su círculo de amigos gracias al impulso que les dieron el formato mp3 y las plataformas de descarga de música gratuita (ilegal, pero en fin: gratuita). Esa gratuidad fue particularmente benevolente con los chicos y chicas ansiosos por descubrir nuevos sonidos en plena crisis económica argentina.

En una entrevista de Terapia Picante cuyo fragmento se viralizó a fines de 2022, Sergi relataba cuán acostumbrados estaban los miembros del grupo a firmar discos pirateados. “A mí nunca me tocó la venta de CD como ingreso principal. Nosotros atravesamos el peor momento de la industria discográfica”, contó en el ciclo de YouTube. “A mí me molestaba cuando la compañía venía y nos decía que hiciéramos un video para decirle a la gente que comprara original. La gente lo único que quiere es escuchar la música”.

“Recuerdo verlos en una primera época en el Teatro San Martín antes de que sacaran su disco en físico”, cuenta Ivana Kiss, amiga cercana de Juliana y maquilladora de la banda durante 15 años. “La sala estaba llena con un público muy fanático que se sabía todas las canciones. Llegué a escuchar en ese entonces de alguien que en Ushuaia tenía los temas que le habían llegado virtualmente y conocía la banda, algo que en ese momento de la música y a esa altura de la carrera de ellos era impensable”.

Ese estilo colisionaba de formas muy distintas por fuera del universo Miranda! por varias razones: la banda se había infiltrado en un circuito rockero con un pop electrónico buscón, letras dialogadas a la manera de un musical, un frontman maquillado que alcanzaba los falsetes más agudos y una frontwoman que parecía salir de otra época.

También el trabajo de las voces, particularmente de los primeros tres discos, subvertía una expectativa relacionada con los roles de género en el grupo. “Se supone que el tono femenino es el más agudo y el masculino es el más grave”, dice Sergi. En Miranda!, al menos en un comienzo, fue al revés. “Yo sabía que eso nos iba a hacer diferentes desde el principio”.

“Nunca dimos por sentado a los oyentes”, asegura Ale Sergi (Foto: Eugenio Mazzinghi)

Algunas de estas decisiones sacudían la estantería en la que se habían infiltrado. En 2005, cuando la banda ya había dejado de ser una novedad, salió al escenario de un festival de rock paraguayo y desde el momento en que los anunciaron empezaron los abucheos. El público les tiró piedras, vasos con arena y barro. Tocaron tres temas y se fueron. Les encantó provocar eso.

Igual que Ivana, Amalia Álvarez integró el equipo de trabajo de la primera etapa de Miranda!. Lo primero que la sorprendió fue cuánto producían con los recursos que tenían a mano. “Trabajaban a conciencia y con criterio en el vestuario, el maquillaje, el peinado y las visuales. En una época en la que el resto de las bandas de rock barrial se subían al escenario exactamente igual que como se vestían en la vida cotidiana, lo de Miranda! era muy llamativo”, dice. Pero, además, le interesó lo que ocurría durante los shows con el público. “Viví mi primera juventud durante la dictadura y, como muchos de mi generación, no me había permitido disfrutar del pop previo (y post) retorno a la democracia. Miranda! era diversión, fiesta, baile y comunión. Lo viví como una segunda oportunidad”.

En las dos décadas de existencia de Miranda! hubo más de un momento en que la realidad pareció chuparlos a ellos. Un ejemplo: ese día de noviembre de 2008 en el que una fuerza extraña de la naturaleza los depositó en la mesa de Mirtha Legrand junto a la artista española Nati Mistral, la chef Dolli Irigoyen y dos figuras mediáticas recién salidas del horno de Showmatch: la bailarina Adabel Guerrero y la modelo Carolina Baldini.

El movimiento de esa fuerza dio giros extraños pero lógicos si se los contempla con un poco de zoom: de acompañar a Araca Paris en el escenario de Cemento pasaron a la fiesta Brandon Gay, uno de sus primeros shows grandes y convocantes. Después, la explosión de Sin restricciones (2004), con “Don” como punta de lanza, los posicionó en el plano internacional: el día que Sergi y Gattas se sentaron a almorzar frente a las cámaras de América TV, Miranda! ya había sido reconocido con varios Premios MTV, había teloneado a Moby y recibido la atención de Gustavo Cerati.

Por esos días, el grupo era el número musical de La rotativa del Maipo, el debut teatral de Jorge Lanata en el que también actuaba la vedette Ximena Capristo. Es cierto que fue un crecimiento que se dio de forma sostenida, pero para quienes los habían descubierto, todavía como un brote que se abría paso entre el concreto de la usina rockera de Chabán, era exótico verlos compartir un plato de ravioles con exparticipantes del Bailando.

Al año siguiente, el dúo volvió al programa como número musical, en la edición marplatense de verano del ciclo, acompañado de Pimpinela bajo el formato Pimpiranda. Esa noche cenaron con Pity Álvarez y los hermanos Joaquín y Lucía Galán. Después, salieron todos a bailar. En el último de esos episodios, Miranda! subió este año al escenario del festival mexicano Vive Latino durante el show de 2 Minutos. Horas antes, se habían cruzado en una taquería con Pablo Coll, guitarrista de la agrupación punk argentina. Le contaron que tenían planeado ver su show antes de dar el propio y que incluso habían combinado con la organización del evento para que un carrito los cruzara por el predio para llegar a tiempo a sus camarines. “Los saludamos, les contamos que estábamos contentos de verlos y nada más. Más tarde en el hotel, Pablo se cruzó con nuestra manager y le hizo la invitación”. Debatieron sobre el repertorio: Alejandro quería sumarse a cantar “Cerveza”, balada punk romántica dedicada a la bebida alcohólica. Pero Juliana prefirió hacerlo en “Ya no sos igual”, el melodrama barrial que reprocha a Carlos haber dejado atrás al barrio de Lanús.

Horas más tarde, Juliana, Alejandro y Mosca cantaron a viva voz “sos un vigilante de la Federal”.

Veinticinco años después de aquella noche en que no vieron a Kraftwerk, tras la incorporación y salida de Lolo, Bruno y Nicolás “Monoto” Grimaldi en diferentes etapas, Miranda! volvió a su mínima expresión: la del dúo. “La banda es lo que es gracias a todos los integrantes que tuvo”, reconoce Juliana. “Fuimos una banda de amigos, pero volvimos a ser los que la armamos, que somos los dos que seguimos teniendo unas ganas terribles de bailar en vivo y de andar con riendas sueltas en el escenario”. Toda la carrera de M! se desarrolló en una ventana temporal curiosa: son parte de la primera generación que pudo impulsar su carrera y distribuir su música en Internet y es posible que sean ellos, igual que sus contemporáneos, la última generación con la posibilidad de instalar clásicos que sobrevivan en el largo plazo. La inoxidabilidad de sus canciones, incluso de aquellas que aparecen en aquel demo de tres pesos, quedó certificada con Hotel Miranda! (2023), un ambicioso proyecto que empezó con la idea de saldar cuentas pendientes con artistas que les interesaban y terminó siendo un álbum con un gran despliegue audiovisual y escénico, que pudo poner en un mismo material a artistas tan dispares como María Becerra y Andrés Calamaro.

En Fama (1980), un grupo de adolescentes que estudiaba en una escuela de artes neoyorquina perseguía el éxito en diferentes disciplinas artísticas. Un joven Lee Curreri interpretaba en la película a Bruno Martelli, amigo de Coco, la bailarina del grupo y la más ambiciosa de todos ellos. Bruno componía y era tecladista, pero no era un músico más: estaba enfermo por las máquinas. En su estudio estaban los últimos sintetizadores Moog con los que él ansiaba pervertir las obras clásicas que lo mandaban a estudiar. Sergi era todavía un preadolescente cuando vio Fama y convirtió a Martelli en su modelo de conducta. “Yo flasheé con él porque podía hacer todo solo”, dice Alejandro, hoy entre sus propias máquinas.

Su colección de discos se empezó a robustecer cuando tenía siete. En la casa de los Sergi había un sistema de premios: si alguno de los tres hermanos colaboraba en una tarea del hogar, se lo premiaba con algo que le interesara. Alejandro pintó la reja de una puerta y recibió el debut de estudio de Los Violadores. En su incipiente colección aparecieron McCartney II (1980) de Paul McCartney, Emotional Rescue (1980) de The Rolling Stones y Never for Ever (1980) de Kate Bush. Más tarde, conoció por un amigo más grande a Ramones y The B-52’s. En el plano nacional, Virus, Soda Stereo y Los Twist estaban entre sus favoritos. Leía las revistas Pelo y El Expreso Imaginario: gracias a recomendaciones de Charly García y Gustavo Cerati llegó a Prince y The Cure respectivamente. Hoy, en el patio interno y cerrado que linda con su estudio, montó algunas bateas con vinilos —su indagación más reciente es el deep house— y dos bandejas con las que aprendió a mezclar en la pandemia. “Desde chico tengo ese vínculo con la música”, dice. “Me encanta escucharla y ejecutarla, pero también manipularla en todos los dispositivos y soportes”.

Hijo de un abogado y de una maestra de piano, recibió apoyo para estudiar y hacer música desde que era muy chico. A los 14 ya estaba estudiando canto y trabajaba con su voz con cierta soltura. Se pasó a la guitarra para poder componer y se convirtió en “el que cantaba” en su escuela. Lo apodaban Fito por su fanatismo por Paéz: la primera vez que cantó frente a sus compañeros, en un colegio mixto de Haedo que él define como “tan abierto como podía ser un colegio en los 80”, interpretó “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. En ese entorno escolar formó su primera banda: Qué. Hacían covers de Soda Stereo y Virus. Duró dos meses, no llegaron a tocar en vivo, pero fue una primera experiencia ensayando con otros.
Desde ese momento nunca dejó de perseguir a las máquinas. Se compró una batería programable y se metió a dominarla con dedicación. Lo mismo hizo con su portaestudio. Leía todos los manuales de pe a pa para sacarle el máximo provecho a cada uno de sus aparatos. Con ese pequeño set, la posibilidad de programar una batería y una línea de bajo y su puñado de conocimientos de guitarra, empezó a tocar covers de Fito en bares de Haedo y Flores. “La guitarra no era lo mío. Agarraba los fáciles: ‘La ciudad de los pibes sin calma’ y ‘Polaroid de locura ordinaria’”. Esas horas de vuelo como hombre-banda y ñoño del sonido le dieron la destreza suficiente como para trabajar de técnico en salas de grabación (en Haedo llegó a grabar a Los Pérez García y a una protoversión de Árbol) y en shows en vivo y eventos (la empresa donde trabajaba asistió el sonido de actos de Fernando de la Rúa, Carlos Menem y Raúl Alfonsín). Esos trabajos, que ocurrían principalmente los fines de semana, los combinaba con su labor de lunes a viernes como administrativo en una fábrica de Terrabusi, donde estuvo alrededor de dos años.

Sergi era todavía un preadolescente cuando vio Fama y convirtió al personaje del pianista en su modelo de conducta (Foto: Eugenio Mazzinghi)

En esa etapa armó dos proyectos. Primero fundó Espíritu Santo, un proyecto rockero con influencias de Red Hot Chili Peppers y Divididos. A través del guitarrista, llegaron a compartir escenario con Ricardo Mollo. “Me pasé todo el show alucinado, él es una persona que, más allá de lo que significa para la música argentina, es sumamente accesible”, dice Sergi. El otro hito de la banda fue llegar a la final rioplatense del concurso Yamaha Band Explosion 91, que finalmente ganó la banda de heavy metal Tren Loco. Después formó Mamá Vaca y renunció a la fábrica cuando le negaron un día de vacaciones que le correspondía para ir a hacer trámites a SADAIC. “En mi casa ardió Troya. Pero tuve suerte porque al mes conseguí mi primer contrato discográfico con Mamá Vaca. Igual no gané un mango, pero a mis papás los tranquilizó”, dice. Mamá Vaca, un proyecto que navegaba entre el funk y el reggae, grabó dos álbumes con Barca (mismo sello que tenía a Vilma Palma y a Super Ratones): Hombre verde (1995) y Mamá vaca (1997). “Fue el primer proyecto en el que tuve ambiciones de tener una banda convocante, de vivir de la música. Diseñamos un grupo que tuviera esos condimentos y no pasó nada con la banda. Es una tontería pensar que uno puede saber qué le gusta a la gente, una cosa quizás ingenua de la edad y un poco egocéntrica”, dice. “Aprendí dos cosas muy valiosas. Por un lado, que tenía que sentarme a hacer las canciones que me hubiera gustado escuchar a mí en Cemento sin pensar en la recepción de eso. Por el otro, a no tener grandes expectativas sobre lo que hago: si concreto un proyecto, estoy feliz, me doy por satisfecho”.

Cuando Alejandro y Juliana se conocieron, antes de convertirse en amigos, fueron pareja durante unos pocos meses. Llegaron a convivir, pero eso no prosperó. Tenían muchos amigos en común y la relación tuvo un cierre cordial: lograron convertir el vínculo amoroso en uno de amistad y trabajo. Armaron Lirio, el primer borrador de lo que iba a ser su proyecto definitivo. Tocaban eso que ellos llaman “jazz con máquinas”. “Yo sampleaba cosas de caradura, pero me costaba hacer algo lindo y no estaba contento con eso”, dice Sergi. Hasta que Alejandro le mostró a Juliana “Imán” y “Agua” y vieron que la banda podía ser un proyecto de temas propios. Después de aquel demo de tres pesos, se lanzaron a grabar y mezclar su primer álbum de una forma muy rudimentaria. Es mentira (2002) fue un disco impulsivo y accidentado. Cuando se terminó de grabar, se borró completo por un virus en la PC. Lo hicieron todo de nuevo. “No teníamos ninguna conciencia y nuestro equipamiento era muy económico”, dice Sergi. “Tiene muchas capas, pero no se entiende nada, es desprolijo”. Para armar un estudio casero, acustizaron su departamento armando una cabina con un sommier e improvisaron un antipop con un alambre y una media de licra (se puede ver más sobre la inventiva con la que la banda suplió la falta de recursos de los dos primeros discos en el canal de YouTube de Sergi). Sin restricciones también fue un álbum relativamente económico, pero la banda ya tenía otros recursos, pudo trabajarlo con productores y masterizarlo con un ingeniero de sonido.

“Conozco a Ale de cuando tenía Mamá Vaca. Siempre nos cruzábamos en Haedo. Me mostraba cosas muy adelantadas para ese momento, como Aphex Twin”, recuerda Pablo Romero, de Árbol, que, junto a Eduardo Schmidt, trabajó en la producción del segundo disco de Miranda!. “Él siempre fue un vanguardista. Conoce el biz y es un tipo 360”. Un sábado a la noche de principios de 2000, Romero se había quedado en Buenos Aires para volverse al Oeste por la mañana. En un colectivo de la línea 1 se lo encontró a Sergi: “Me contó de sus proyectos y le ofrecí producirle un par de temas”. En el fondo de la casa del papá de Romero, en Haedo, se habían grabado y producido otras bandas de la zona, como Smitten y Shambala. Ahí se grabaron, con un minidisc, bombo, tachos y platos del disco de M!, que luego se samplearon. “Ya antes de cruzarnos en ese 1, Ale había venido a ver Árbol a El Mocambo, cuando todavía eran novios con Juliana”, cuenta Romero sobre lo que fue, de hecho, la primera salida como pareja de Alejandro y Juliana. Ese segundo álbum se grabó en el departamento de Alejandro con una placa de audio que les había prestado Leo García. “Ale llegó con 28 temas, entre los que estaba ‘Don’. Yo soy de la escuela de Santaolalla. Le dije: ‘Necesitamos otros 28’”. En la segunda tanda de temas apareció otro de los grandes hits del álbum: “El profe”. Sin restricciones se terminó mezclando en Estudios Panda y fue masterizado en Los Ángeles por Tom Baker.

Juliana Gattas siempre tuvo un deseo muy fuerte de salirse del mundo que estaba preparado para ella. Hija de una arquitecta y un médico, su familia tenía algunas expectativas preseteadas: que terminara la escuela, que fuera a la facultad, que se recibiera y que formara una familia. Pero un día dio con un aviso que Omar Chabán publicó en el Sí! de Clarín: “Buscamos cantantes, actrices, actores, humoristas, bailarinas”. Era como si ese anuncio le hablara directamente a ella. “Yo vi todo ahí”, dice. “A mí me aburrían las clases y no tenía constancia, así que me había preparado toda mi vida para hacer muchas cosas distintas, sin haber profundizado demasiado en ninguna”. Todas estas inquietudes se desparraman por la casa en la que Juliana vive con su hija Juana, hoy de 18 años. En un rincón de la planta alta, los instrumentos. En otro, revistas y libros. Abajo, un guardarropas que es el Disney de alguien que ama montarse: lentejuelas, tejidos, vestidos de fiesta y prendas de época conviven en el mismo perchero. Por toda la casa deambulan sus dos gatos: Blixa, bautizado así por el ladero de Nick Cave en los Bad Seeds, y Jiji, por el personaje felino de Kiki, entregas a domicilio, la película de Hayao Miyazaki de 1989.

Lo primero que estudió fue canto con Cecilia Escudero, vocalista de jazz, paciente de su padre y esposa del contrabajista Héctor Basso. En esas clases cultivó el amor por el pastiche que comparte con Sergi: un día podía cantar una de Ella Fitzgerald y a la otra clase pedirle a la profesora trabajar un tema de No Doubt. Sus salidas pivotaban de la misma forma. Una noche veía un show de jazz con su papá. Otra se mandaba sola a ver a Cave a Dr. Jekyll. En los viajes en auto de la familia sonaba FM Aspen, situación de escucha en la que Juliana llegó a enamorarse de baladas en plan “All Out of Love”, de Air Supply. O como ella les dice: baladas morcillonas. Siendo todavía muy chica, el tinte dramático de esas canciones y la forma en que parecían pensadas para musicalizar romances cinematográficos —dos rasgos que iba a tener buena parte de la discografía de Miranda!— la interpelaban de una forma inusual. Pero esa música que venía de un mundo más que nada adulto no le ofrecía una filosofía de vida de la que sentirse parte. Eso, en cambio, sí le pasaba con figuras como la de PJ Harvey, de quien le atraía su oscuridad. “Esa etapa es un shopping de personalidades. Si creciste en los 90, como fue mi caso, en ese carro de compras combinabas cualquiera de tus búsquedas con el padecimiento de otros mandatos muy fuertes, como el estético, el de la delgadez y cosas que las generaciones que siguieron empezaron a desarmar lentamente”.

Juliana Gattas recuerda su adolescencia: “Tenía muchas cosas que hacer y la escuela no me dejaba tiempo para nada” (Foto: Eugenio Mazzinghi)

A los 16, les dijo a sus papás que no quería ir más a clases. Juliana estaba cursando en un colegio británico de doble escolaridad. “Tenía muchas cosas que hacer y la escuela no me dejaba tiempo para nada”. Cuando dejó el colegio, empezó a trabajar como secretaria del consultorio de su papá. Después tuvo otros trabajos: fue empleada en una casa de revelado de fotos y trabajó en la góndola de un shopping, vendiendo hebillas para el pelo de una marca alemana. En ese trabajo conoció a una actriz que fue manager de su proyecto solista de ese entonces y luego de Miranda!. La presentaba con este gancho: Juliana canta y encanta. Su mamá, que quería imprimirle algún tipo de organización a su rutina, le pedía que aunque fuera en el terreno artístico diagramara sus días. “Yo no me quería hacer ese cuadro de mierda, pero finalmente, de una forma espontánea, terminó pasando que me armé una rutina”. Antes de cumplir los 20 años Gattas ya estaba inserta en el circuito artístico e independiente porteño. Además de Clásico amoral y el mundo Cemento, participaba de Proyecto Venus, un colectivo autogestivo ideado por el sociólogo Roberto Jacoby (quien fuera también letrista de Virus): un gran laboratorio multidisciplinario que buscaba proponer nuevas formas de vida en plena crisis de 2001 y que supo ser un espacio en el que Juliana ejercitó principalmente la escritura. Por fuera de eso, estaban sus shows de jazz en restaurantes. Sobre unas pistas que había conseguido en la calle Broadway, con enagua, plumas y collar de perlas, Juliana entretenía al público de El Argentino justo antes de los shows de Pángaro. O como decía su manager: cantaba y encantaba. En una de esas noches, después de llevar parcialmente engañadas a unas excompañeras de escuela a su show, entendió la importancia de delimitar el espacio escénico. “Llegaron al lugar y yo estaba cantando. Vinieron y me saludaron con un beso. ¡Fue lo más ‘no sos artista’ que me pasó en toda mi carrera!”, se acuerda. A partir de ahí, empezó a pensar en el armado del escenario. Ponía tules, flores, alguna tela. En esos espectáculos empezó a ejercitar el músculo de lo que luego iba a ser su “departamento” en Miranda!: la puesta en escena, el diseño de vestuario y el desarrollo del aspecto conceptual en los discos, videos y shows.

“Con mis viejos no estaba todo bien, pero tampoco estaba todo tan mal. Yo era muy hinchapelotas y muy insolente, hacía la mía y no les quedaba otra que ceder. Visto a la distancia me parece que negociábamos tácitamente: yo no hice exactamente lo que esperaban, pero todo en lo que me metí me rindió sus frutos, más allá de que en ese momento no tenía otra ambición que pasarla bien, conocer a esas personas o ponerme en pedo”, dice. “Terminé haciendo uso de la no estructura y siempre fui consecuente con eso que me interesaba. En algún punto, agradezco que no me hayan dado tanta libertad, una libertad tan enorme para alguien que cree que sabe pero no lo hace, no es camino a recorrer, es un abismo”. Finalmente, se formó en Cemento, hizo una carrera de proyección internacional y se convirtió en mamá durante uno de los picos de reconocimiento de Miranda!. “Terminé haciendo mucho de eso que esperaban, pero a mi manera: la manera sucia y desprolija”.

En uno de los mayores momentos de crecimiento de la banda, cuando Miranda! empezó a ganar terreno a nivel internacional y Bruno de Vincenti decidió dejar el proyecto, Juliana quedó embarazada de Juana. Su nacimiento coincidió con una gira de un mes y medio por México. “Fue un momento muy zombi de mi vida”, recuerda. Las últimas fechas, antes de dar a luz, se subió a los escenarios embarazada. Una vez nacida Juana, iba y volvía constantemente entre las ciudades de los shows y Buenos Aires. “Los chicos se iban en plan viaje de egresados, era una gira larga de tocar por todos lados. Me gasté toda la plata que ganamos en los pasajes para no perderme la gira ni el tiempo con mi bebé”. En Buenos Aires, un pediatra y psicólogo la acompañó en el camino de aprender cuáles eran las necesidades de la bebé y a idear una logística acorde. “Me moría de ganas de quedarme tirada con Juana jugando, pero no quería convertirme en un monstruo que se resintiera por perderse un momento importante de su carrera por la maternidad”, cuenta. “Fue difícil, porque además de la exigencia física, si bien en la banda tenía mucha libertad, no faltaban personas de mi entorno que cuestionaran el momento que había elegido para irme de gira o para ser mamá”.

Cumplida la primera década de la banda, Juliana y Alejandro empezaron a moverse en otros espacios del mundo del espectáculo por fuera de la música. En 2012 fueron jurados del reality show musical La Voz y en 2015 de otro formato muy similar: Elegidos. Al año siguiente, a Juliana le ofrecieron hacer algo totalmente distinto a lo que había hecho antes: conducir Tomate la tarde, un magazine vespertino que iba de lunes a viernes por la TV Pública. La historia de cómo llegó esa propuesta parece un sketch guionado por sus protagonistas: cuatro años atrás, Martín Garabal encontró a Juliana en un evento y le reveló que eran primos. El vínculo familiar no se reconstruyó como tal, pero se hicieron amigos de forma un poco automática. “Nos llevamos muy bien de entrada y congeniamos desde el humor tanto con él como con Vicky”, dice por Victoria Garabal, conductora radial y hermana de Martín. La productora del programa, que había fichado a Martin por la serie Famoso, estaba buscando una figura femenina que completara el equipo junto a Gastón Recondo y Cecilia Ruffa. “Yo no quería porque la tele no me interesaba, pero después me di cuenta de que en realidad lo que me pasaba es que me daba mucho miedo. Un manager que teníamos en ese entonces me dio un buen consejo: ‘Aceptá y hacé el programa que a vos te gustaría ver’. No lo logré, pero vencer ese miedo les hizo bien a otras partes del cuerpo”.

Con esa posición, tanto Juliana como Alejandro empujaron ser parte de proyectos que los interpelaban y que podían hacer crecer tanto la carrera de la banda como sus recorridos personales. “Cuando nos invitaron a la mesa de Mirtha, lo tomamos del mismo modo. Para nosotros fue surrealista: ¡es como si hoy La Chismoteka [por la banda de neoperreo] fuera al programa de Ángel de Brito! Pero estuvimos ahí y fuimos genuinos. Los que somos siempre. No nos plastificamos para la tele”. Tampoco se plastificaron para ser parte de espacios que los convocaban en otras dimensiones: en los últimos años fueron número artístico de marchas del orgullo y, en octubre de 2006, cerraron el ciclo Gracias Abuelas, para homenajear el trabajo de las Abuelas de Plaza de Mayo. “Siempre lo viví de esa manera. Siento que, si tengo que explicar algo, la cago. Y la gente sabe que no soy… ¡no sé!, un milico. Fuí haciendo y queriendo que lo que hacía hablara por mí. Con el tiempo se conformó algo que nos definía”, dice. “Siempre nos lo planteamos así: si somos genuinos, lo que hagamos va a hablar por nosotros”.

En los últimos meses, Juliana se embarcó en dos aventuras por fuera de Miranda!. Por un lado, aceptó un rol protagónico en la próxima película de Iair Said, Los domingos mueren más personas, que encara con humor y ternura la pérdida de un padre y las conversaciones de una familia en torno a la consideración de la eutanasia. Por estos días, la película, que tiene como protagonistas, además de a Juliana, al propio Said y a Rita Cortese, está terminando sus últimas jornadas de grabación. Pero además, en paralelo a la génesis de Hotel Miranda!, Gattas empezó a grabar su primer álbum solista, que terminó durante la pandemia. “Tenía la idea de lanzarlo en paralelo con Hotel.. porque no quería sembrar la duda de una separación, pero el proyecto empezó a crecer y crecer y tuve que enfocarme en eso”, explica. Su primer álbum solista, dos o tres tonos más oscuros que Miranda! y full discotequero, fue producido por el cantante, compositor y productor chileno Álex Anwandter. En breve saldrá el primer corte de difusión y, antes de 2024, el álbum completo. 

Este año, con Hotel Miranda!, el grupo volvió sobre sus pasos y tuvo dos nuevas oportunidades. Por un lado, la de darles una nueva vida a canciones que se habían grabado con muy pocos recursos, por razones económicas, pero también por la tecnología disponible a principios de 2000. Por otra parte, fue un ejercicio para averiguar qué nuevos componentes podían aparecer en los grandes éxitos de Miranda! si sus integrantes hubieran pertenecido a otras generaciones y escenas. Y en ese puente, Juliana y Alejandro se ubicaron al mismo tiempo en el lugar de ídolos y fans: a ambos les interesa el trabajo de cada una de las personas a las que convocaron y viceversa.

Esto es válido incluso para un consagrado del pop latino como Cristian Castro, que acompañó al dúo en la versión hotelera de “Prisionero”, originalmente incluida en El disco de tu corazón (2007). “Conocí a Miranda! por ‘Romix’ y los valoré muchísimo desde el principio”, le dice el cantante mexicano a ROLLING STONE. Para Castro, la combinación de los departamentos de Juliana y Alejandro es en algún punto la clave del éxito que cultivaron estos 20 años. “Desde el comienzo me interesaron sus voces, tenían un ingrediente gótico, un ingrediente sensual, un pop muy seductor con letras jugadas y al mismo tiempo un universo visual muy glam, muy atractivo”.

Cuando empezaron a pensar los nombres de esos invitados, la lista se partió entre cuentas pendientes y nombres que integran generaciones más recientes de músicos y cantantes. En la primera, habiendo descartado al dúo español Fangoria y a los argentinos Pimpinela (con quienes ya habían trabajado y por quienes sienten una gran admiración), aparecieron los nombres de Castro y de Andrés Calamaro. A este último, Sergi lo conocía a través de Cachorro López, productor de varios de los discos de Miranda!. “Cachorro me lo presentó en la época de La lengua popular”, dice Sergi por el álbum de Calamaro de 2005 que produjo López. A diferencia de la forma en que trabajaron con otros artistas, para “Tu misterioso alguien”, Alejandro y Juliana llevaron un pequeño set a la casa del músico y grabaron ahí mismo. “¿Querés que la cante o querés que la interprete?”, les preguntó Calamaro. Fueron por el segundo camino. Mientras que en la nueva versión de “Perfecta”, María Becerra agregó letra nueva a la versión, el track que el dúo grabó con Calamaro es el único que tiene una interpretación con un sello distintivamente propio.

Para la segunda lista, pensaron primero en los productores. “Creímos que si empezábamos por ahí ellos nos podían llevar a los cantantes. No fue tan así, tuvimos que ir a buscarlos a ellos también, pero cuando llegamos a Evlay para trabajar con ‘Don’, él fue contundente: ‘En este tema tiene que cantar Cato’”. “Mi historia con Miranda! empieza hace bastantes años”, cuenta Ca7riel. En esos saltos generacionales que logró dar M! en lo que respecta a su público, el cantante y multiinstrumentista terminó llegando a la banda a partir de su abuela. “Ella era muy fanática de la banda. Siempre los iba a ver. Toda jubilada, tenía un departamentito en Once y estaba medio al pedo. Le empezó a gustar porque decía que Ale Sergi era muy parecido a mi hermano”, cuenta. “A mí desde chico me llamaban mucho la atención. Vos prendías la tele y Miranda! se veía colorido. Prendías la radio y Miranda! se escuchaba colorido. En casa sonaban otras cosas: Metallica, Pantera, Sumo. Así que yo terminé llegando a ellos por la abuela”. El tiempo pasó. Sigue Ca7riel: “Crecí, pagué mis deudas, cambié, me convertí en un forro. Ahora soy un rockstar y un día me llega un mensajito de la Juli, invitándome a cantar ‘Don’, que estaban volviendo a trabajarla con Evlay. Me ofrecieron escribir algo nuevo, pero yo me ofendí: dije ‘no, al Himno Nacional no se le puede cambiar la letra’. Si vos le cambiás la letra al Himno, me mudo a Miami. Me parecía inconcebible”.

Miranda! y su energía arrolladora en vivo, una de las mejores facetas de la banda (Foto: Ignacio Arnedo)

En 2023 Miranda! agotó, en muy poco tiempo, las entradas para los tres teatros Gran Rex que hicieron en abril y para los cinco Luna Park que realizarán en octubre, y mientras se maquillaban para la producción de fotos de esta nota, su manager confirmó que cerrarán uno de sus mejores años con un concierto masivo y al aire libre para 50.000 personas.

Para Juliana, Hotel Miranda! es el mayor éxito de la banda. Esto no tuvo que ver solo con la posibilidad de actualizar su repertorio con más tecnología y el aporte de otros artistas. “Fue una reunión cumbre de los fanáticos de todas las épocas”, define la cantante. “Nunca hicimos tanto revuelo a nivel venta de entradas y visualizaciones, pero al margen de eso, a mí Hotel Miranda! me dio más que nada la tranquilidad de que podemos seguir teniendo y generando sorpresas”, dice. “Queríamos hacer algo hermoso, le pusimos mucho amor y vinieron artistas que nos encantan. No creo que sea un éxito casual: nosotros siempre apuntamos a tocar para la mayor cantidad de gente posible”.

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