“Y hay que prohibir el AutoTune. Muchas gracias”. Lo primero que se escucha en 166, el nuevo álbum de Milo J, es la voz nasal de Charly García, con aquella frase con la que cerró su discurso tras ganar el Gardel de Oro, en 2018. Un disco que también es película (cada tema tiene su video con estética cinematográfica, con inserts que van narrando una misma historia), en plan oda a la ciudad que lo vio nacer y crecer: Morón.
Un disco que cerrará treinta y dos minutos después, no casualmente, con la épica de los acordes de “Los dinosaurios” (el tema de García con el que Milo J emocionó a propios y extraños el año pasado en su presentación en el Primavera Sound, mientras se cumplían 40 años de democracia), justo después de cantar “soy hippie aunque no parezco” y acompañado por un video que recrea la irrupción de los comandos paramilitares en tiempos dictadura y desapariciones. La persona que amas puede desaparecer sí, pero los dinosaurios van a desaparecer.
Este nuevo álbum/película lleva el sello de Morón en su nombre, 166, la línea de colectivos que durante años llevó a Camilo Joaquín Villarruel de las entrañas de su ciudad bonaerense al céntrico barrio de Palermo en busca del sueño de convertirse en Milo J.
Y en la cabecera del 166 empieza la película, con Milo J mostrando sus dotes actorales en el video de “3 pecados después”, en donde este “otro negrito cantor del West” y su pandilla de amigos desfachatados cumplen el sueño de robar un colectivo, escapar de la policía y llegar finalmente a las oficinas de una discográfica, Pausa Records, con el objetivo de romper todo muy alegremente y llevarse un disco de oro enmarcado de regreso a su barrio. Cine total.
Ayer, Milo J y su crew presentaron el álbum (y la película) en el Complejo C Art Media de Villa Crespo, ante un puñado de fans y toda su barra de amigos, con la que llegó… en cuatro colectivos de la línea 166, replicando el trayecto que trajo hasta acá a este artista de 17 años y que no deja de sorprender.
El espacio, con una escenografía que recreaba las calles de Morón, con paradas de colectivos, kiosco de diarios y estación de tren incluidos, contó con una pantalla gigante en la que se proyectó el disco de principio a fin, ante la mirada atenta del público y con el mismo Milo y compañía arengando bien cerca del escenario en cada canción. Un “no show” que tendría una segunda vuelta, pero ya sin los videos, y con Milo J y su familia rapera en el escenario, bailando y cantando arriba de los temas del álbum.
Entre canción y canción, la historia de tres amigos, uno de ellos interpretado por el hermano de Milo, le suman espíritu cinematográfico al guion del disco, en donde el cantante vuelve sobre sus tópicos barriales, la amistad, el amor, la lealtad, su vida acelerada “antes de los 20”, las buenas y las malas de las giras interminables, los peligros de vivir en la marginalidad, los sueños de adolescencia y la felicidad de las pequeñas cosas. Todo a ritmo del rapeo veloz y la voz grave de uno de los artistas más interesantes que dio la música urbana en los últimos años.
El álbum incluye además tres feats.: el rapero español de origen Marroqui Morad en “el track “La Tola y el Velero”, Kelo Ke y CRTrap, de la crew Bajo West, en “Digan”. Y así como en su EP junto a Bizarrap, En dormir sin Madrid, dispersó un puñado de guiños a Luis Alberto Spinetta y su Artaud, en 166, además de aquel principio y el final con García a la cabeza, en los videos aparecen otros dos pequeños homenajes al bigote bicolor: la foto de Charly tirándose a la pileta desde la ventana de un hotel mendocino y el mismo Milo usando la remera de Vida, de Sui Generis, en uno de sus clips. Pistas que este joven de alma vieja parece dejar caer sin otro motivo que el de respetar su pasado para inventarse un presente.
