Milo J: el vertiginoso ascenso del nuevo niño terrible de la música

Esta es la primera entrevista en profundidad con Camilo Joaquín Villarruel. A los 17 años, un nombre clave, que desafía definiciones y prejuicios, con los pies en el género urbano, pero con influencias de Almendra a Facundo Cabral y la música regional mexicana

Fotografías de Fernando Gutiérrez

marzo 5, 2024

Milo J hace jueguito con una pelota. Tiene unos zapatos negros de punta redonda con suela de goma, que se puso para la sesión de fotos. Sus amigos Foco y Tito, que también forman parte del equipo de trabajo, lo molestan para desconcentrarlo. Nada parece tan importante en este momento –ni los millones de escuchas, ni la industria musical, ni el feedback que tendrá la próxima canción–, sólo le interesa mantener la pelota en el aire un rato más. Lograr la felicidad fugaz de un chico con zapatillas nuevas.


Se dice de Milo J que es una promesa, el futuro de la música, la esperanza del Oeste para los pibes y las pibas de Morón. Sin llegar a la mayoría de edad consiguió más que cualquier otro artista de su generación. En Spotify está -al momento de esta nota- en el puesto 328 entre los artistas más escuchados del mundo y sus diez canciones populares promedian entre cincuenta y cien millones de reproducciones. Fue el artista más joven nominado a los Latin Grammy en 2023 y el más joven en grabar una session con Bizarrap. También será el artista más joven en salir en la tapa de la edición argentina de Rolling Stone.
Nada perturba la tranquilidad de Milo J, que sigue haciendo jueguito con esa misma habilidad natural que tiene para la música. El pibe de barrio de 17 años, que hasta hace tres años era un aprendiz musical y ahora es el alumno aventajado, listo para superar a sus maestros, se siente en su hábitat en este estudio de grabación de la crew artística Bajo West, ubicado en el corazón del barrio San José, Morón, zona oeste del Gran Buenos Aires.
Acá es donde todo comenzó.

Milo J, en el estudio de Bajo West, barrio San José, Morón. Foto: Fernando Gutiérrez


Camilo Joaquín Villaruel nació en Morón el 25 de octubre de 2006, en un hogar de clase trabajadora, donde nunca sobró nada. Madre, abogada; padre, empleado de comercio, seguidor del folklore; dos hermanas, un hermano, y dos abuelas.
Su otra familia es la crew del Bajo West, adonde llegó cuando tenía 14 años.
“Lo conocí en 2021 y enseguida nos dimos cuenta de que era una máquina. Se notaba por su forma de escribir y de cantar. Es muy especial cómo expresa sus emociones con la música. Nosotros éramos más trash”, dice Martín Bianchi, de 22 años, alias Marta, músico, peluquero, mánager y uno de los integrantes “vitalicios” de la crew.
En la casa, donde funciona el estudio de grabación y una barbería, está el búnker creativo de esta liga de artistas del Oeste, entre los que están KeloNahunEl Terrorista y CRTrap. Junto a esta comunidad, Milo empezó a escribir su historia. En aquellos primeros años había muy pocos recursos técnicos y económicos, pero sobraban solidaridad y camaradería. Las cosas mejoraron para él y toda la crew después de un ascenso vertiginoso, viral, con su canción “Milagrosa”, de 2022.
Son una familia musical, donde todos los integrantes tienen que llegar a fin de mes. De ahí para arriba. Para eso quiere usar la popularidad Milo J. Para que con él suban todos.
Antes había que patear puertas en los estudios de Palermo. Ahora los productores quieren venir a encontrarse con Milo J para grabar en esta casa familiar de Morón, después de que su trazo creativo y sus estribillos lo llevaron a formar parte de la primera línea de la música urbana: DukiKheaYSY ABizarrapNicki NicolePeso Pluma, son algunos de los artistas con los que grabó canciones en los últimos dos años.


Tema que sube a las plataformas es automáticamente escuchado por millones de personas.
Cuando los haters de las redes sociales le quieren tirar, dicen que está sobrevalorado. Milo responde con una canción tras otra, donde revela una intuición musical para sintonizar con la época y atravesar a generaciones con hits globales como “No soy eterno” o su más reciente “Vitalicio”.
Sólo tiene 17 años y da vértigo pensar en todo lo que puede conseguir en el futuro.
Su manera de crear música contemporánea, saliéndose de los moldes del trap y el rap, como cuando cantó “Bolero”, con Yami Safdie, o sus rimas filosóficas y adolescentes, sobre el amor, la vida, el dolor y la muerte, ya sentaron las bases de su música. De aquí en más, cualquier cosa puede pasar.
“Soy como Ginóbili cuando encesto/ O banda de rock debutando en Cemento”, rapea en el estribillo que escribió para “La canción más feliz del disco”, uno de sus últimos feats de este año junto al rapero Eladio Carrión, que elige muy bien con quién colaborar: Lil Wayne, 50 Cent, Future, Bad Bunny. En esa lista ahora está un pibe de Morón.


Son las cuatro de la tarde y la calle Humahuaca está desierta. De noche, el humor y el clima son mucho más trash, dicen los vecinos cuyas familias de clase trabajadora viven en la zona hace más de cincuenta años, la mayoría provincianos llegados del norte y el litoral. En la esquina hay una gruta con una Virgen, es el recuerdo del olvido de Dios para los que perdieron la fe y el último signo de esperanza para los creyentes. Antes en esta calle había una cueva de venta de drogas las 24 horas, donde chicos de la edad de Milo hacían cola. Ya no está más. Hay una atmósfera urbana, caótica y sin reglas, en esas calles doble mano, que tiene su contrapunto en el aire de pueblo que flota en el ambiente. El contraste se puede ver en esa camioneta cuatro por cuatro, estacionada junto a un carro de madera que será tirado por caballos.
En el conglomerado de casas bajas con imágenes de enanos o perros dálmata en el jardín, departamentos en monoblocks como pajareras, chalets con palmeras tropicales, construcciones de dos plantas con ladrillos a la vista y reboque sin terminar, estructuras enormes con techos de chapa, almacenes con carteles de venta de hielo, paredones con pintadas del Gallito de Morón y calles que viborean, se cortan y empiezan de nuevo, se define el carácter de esta ciudad, donde se crio, fue al colegio, grabó sus primeras maquetas y se construyó el artista Milo J: un chico que a los 8 años compuso sus primeras rimas, a los 13 entraba a un estudio de grabación, a los 15 consiguió su primer éxito viral, a los 16 grabó un EP de cinco canciones con Bizarrap y a los 17 ya tiene su propio mural en la calle Hipólito Yrigoyen al 1400, a la manera de ídolos populares como Messi.
“Mi sueño con la música era llegarle a la gente y creo que lo conseguí. Lo demás fue sin querer”.

Hasta este momento de cercanía con Camilo –compartir el mate, ver cómo está atento a su madre, Aldana, escuchar el mensaje de audio que le manda a un nene internado, hablar de cómo aprendió a componer beats a los 14 años, cuál es la playlist que se lleva de gira y su juego preferido en la Play–, hasta que diga personalmente “gracias por venir hasta acá”, ya pasaron dos encuentros y dos filtros amistosos, que forman parte de su círculo de protección.
La primera reunión, diez días antes de conocerlo, fue con los integrantes de la Bajo West. Ellos se encargaron de contar cómo nació el flamante estudio de grabación, donde antes estaba el dormitorio de uno de ellos. Ahora los pibes de la zona tienen un lugar para grabar con las mejores condiciones y con un productor de peso como Lizan, que trabajó con YSY A y forma parte del equipo.
El aporte económico de Milo J fue fundamental. Usó el dinero que cobró de las primeras regalías de sus canciones para empujar el proyecto. Tiene memoria. Cuando tenía 15 años, dos chicos del Bajo West pusieron su medio aguinaldo para comprar el micrófono y la placa de sonido que necesitaba Milo para grabar el tema “1708” (código postal de Morón). Después consiguieron un celular prestado para filmar el video en esa misma habitación donde grabaron el drill anfetamínico que se volvió un himno de identidad en el Oeste y que en YouTube tiene 3,5 millones de visualizaciones.
En ese mismo estudio hay un cuadro con la foto de Milo abrazado a la pelota de básquet, que dice que “1708” alcanzó una marca en el stream global de 11,5 millones de visualizaciones. “Mirá hasta dónde llegamos”, dice El Terrorista, uno de los raperos de la crew. Todo pasó acá, entre estas cuatro paredes.
El segundo encuentro fue una semana después, mate por medio, con Aldana, la madre de Milo J, una abogada de 46 años, militante por los derechos humanos, que capitanea todo el proyecto. Ella lo cuida y lo acompaña a todos lados, transmite las decisiones artísticas que va tomando Camilo, comparte el video del encuentro con Soledad Pastorutti en el Festival de Peñas de Villa María, donde cantaron juntos una zamba de Horacio Guarany, y reenvía por WhatsApp la primera y la segunda tandas de preguntas y repreguntas para su hijo, al que dice que no le gustan los reportajes en directo porque lo ponen incómodo.

Esta es la primera entrevista oficial para un medio: Milo J siempre prefirió hablar a través de la música.
Finalmente el cantante, compositor y productor aparece esta tarde de febrero, a las 15, en el galpón donde estacionan los colectivos de la línea 166, para las fotos de esta nota. El que baja del auto y camina con su metro ochenta, un poco inclinado, como quien esconde la altura, con una remera de “Yellow Submarine” de los Beatles, y saluda con un abrazo para golpearse luego la mano abierta en el corazón dos veces en señal de amistad, es Camilo, un adolescente simpático y respestuoso, que hasta ayer a la medianoche estaba preocupado por conseguir jugadores para un fulbito.
Un switch invisible que sólo perciben los más cercanos se activa cuando sale cambiado para las fotos. Entonces, aparece el Milo J artista, seguro de sí mismo, el que lleva las riendas de su música cuando compone y produce, el que se puede subir al escenario en cueros ante diez mil personas y abrir un concierto con este verso de Facundo Cabral: “Si los malos supieran lo buen negocio que es ser bueno, serían buenos, aunque sólo fuera por negocio”. Y el que, ya sin timidez, adquiere una mirada pendenciera de rapero de los suburbios y se divierte posando arriba del colectivo 166.
Que esté sacándose las fotos en esta cabecera de Morón, un playón inmenso donde no se detiene el movimiento de una flota de 500 colectivos, no es casual. La línea 166, que Milo J tomaba cuando salió a buscar mejores estudios con otras herramientas para las bases y rimas que componía en su cuarto, era la nave que lo sacaba de Morón y que siempre lo traía de vuelta a casa.
“Antes de que pasara todo, iba al estudio que me invitaban, no tenía plata para pagarlo así que no era muy selectivo, y todos los estudios a los que me invitaban estaban en Capital y el único colectivo que te llevaba de Morón a Capital cerca de mi casa era el 166. Representa mucho esa etapa de buscármela independientemente, salir del colegio, subir al bondi y arrancar a golpear puertas”.
Foco, su amigo de la infancia, que hace semanas sacó su EP Un día a la vez, donde Milo colabora con el tema “Mi último peso”, está ahora sentado en el asiento del chofer como si manejara el colectivo. Toca bocina mientras su hermano de la vida está agarrado del pasamanos, como si juntos viajaran a un destino desconocido del espacio, como en “El anillo del capitán Beto” de Invisible.


“Mirá hasta dónde llegamos con el 166”, le dijeron en el seno de su familia a Camilo cuando en agosto de 2023 fue invitado para cantar en Madrid, en un estadio con capacidad para más de treinta mil personas, en la velada del streamer español Ibai Llanos. La transmisión la vieron tres millones de personas. Esa noche, con 16 años y sólo cinco conciertos encima, salió a cantar “Milagrosa” y “Rara vez”. Después se sumó Nicki Nicole para hacer juntos “Dispara”, que salió en mayo de ese año en el álbum Alma, y por último Duki los acompañó en la canción “Malbec”.
“No sé qué estaban haciendo ustedes a los 16 años, pero seguro no estaban cantando para treinta mil personas”, dijo Duki, frente a la multitud, cuando terminó la canción con Milo J, y antes de anunciar que estaban viendo el futuro de la música argentina en ese rostro moreno de ojos achinados, cejas arqueadas con un pequeño corte en una de ellas, como una cicatriz, sonrisa franca, dientes desparejos, flequillo stone, y que se reivindica como un “negrito cantor del West” en el verso de una canción que todavía no tiene fecha de salida.
Por estos días, el chico que pasó en dos años de 800 a 3,2 millones de seguidores en sus redes, al que ahora reconocen en la calle, pero antes miraban mal por ser morocho, llevar gorra y usar zapatillas Air Force 1, no parece importarle el lado superficial de la popularidad. A Milo no le gustan las fiestas, ni le interesa por ahora tener de sponsor una marca, aunque le guste la ropa. Lo que le importa, por sobre todo, es hacer música y que eso sea un trabajo de por vida.
Durante la primera quincena de este mes actuará en seis ciudades de España, donde las entradas ya están agotadas. Luego realizará dos Movistar, a pleno, el 22 y 23 de este mes; y seguirá de viaje en abril por Montevideo, Santiago de Chile, Guadalajara, Monterrey y Ciudad de México.
Pero lo más llamativo de Milo J no son las cifras, sino ese arte natural para hacer canciones, que rápidamente son absorbidas por la audiencia como hits contemporáneos. Con 17 años, tiene una voz que carga con una pena de siglos y letras de mucha madurez para su edad, que pueden hablar de rupturas, problemas de salud mental, los conflictos de ser adolescente y escenas urbanas de los pibes del barrio que salen a robar drogados o son perseguidos por la policía.


Mezcla con fluidez jerga de la calle, imágenes poéticas, palabras en inglés y reflexiones más propias de un adulto. En la canción “Al borde” canta: “Perdí el pasado pensando el hoy/ Y aún no sé si soy mejor que ayer”. En su música se ve reflejado un sentimiento de fragilidad. Una bitácora emocional de las batallas perdidas y ganadas.
“Al principio hablaba sobre que me quería pegar y darme los gustos que nunca pude. Creo que todo cobra sentido con el tiempo y supongo que no es coincidencia. Me sirve de desahogo ya que no siempre logro comunicarme con simples palabras. Creo que todavía no perdí eso.
Hablás de la muerte en varias letras.
Diría que es más por miedo que por gusto al tema. Es gracioso porque es una temática tan abordable que asusta.
¿Qué experiencias te hicieron madurar tan de golpe?
No diría que son experiencias puntuales. Las fui narrando en mis temas ni bien fui consciente de lo que escribía. Desde hace dos o tres años que vivo con auriculares puestos. Eso a largo plazo les da musicalidad a tus letras automáticamente.
Muchas secuencias vividas en las calles de Morón lo llevaron a escribir y parecer más grande de lo que es. Del juego de seducción en el corrido tumbado “Tus vueltas” pasó a las rimas explosivas de “Vainas”, donde escribía: “Quiero la paz, no sólo el cash/ Pienso en el dream, no duermo en la night/ A veces estoy bien, a veces ‘toy mal/ A veces ni estoy, perdón a mamá”.
Su estilo lírico se fue puliendo velozmente en cada verso. “Rincón”, que salió en 2022 y está teñida de una oscuridad lírica más cercana a Radiohead, la escribió a los 15: “Los colores se hacen grises/ No hay rincón al que escapar/ Ilusiones, infelices/ Mi confort es la soledad”.


Hay otra teoría, que repiten desde el trapero Bhavi hasta la joven revelación boricua Young Miko, y de la que también se hacen eco su familia, los amigos y hasta las madres de sus seguidores. Milo es un alma vieja que trae un mensaje y viene a contar los recuerdos de otras vidas.
“Muchas veces hablamos de que es un alma vieja en el cuerpo de un pibe común y corriente. Es medio loco porque a veces uno se pregunta cómo harán las cosas los artistas y él es uno de nosotros que se transformó en eso. De hecho, se sigue comportando como un pibe de su edad, como un pibe más del barrio. No se vuela y eso lo lleva a ser más místico para todos”, dice su amigo Marta.
A Milo no le gusta que le hablen del tema. Prefiere llevar todo a un territorio más racional. “Tengo la habilidad de manifestar las cosas constantemente y siento que mis temas no son la excepción”, explica.
A diferencia de otros artistas urbanos, Milo es un músico anfibio, que puede moverse por el trap, el pop, el rap, las baladas en modo r&b, el bolero y hasta el folclore. Tiene flow y mucho concepto. Puede sacar un disco como 111, producido por Evlay y Tatool, con texturas épicas, acústicas y guiños a la zamba en “Carencia de cordura”. Pero después, puede dar un giro musical en “Vitalicio”, con un piano de acordes mayores que explota en un bomb bap irregular, donde dice: “No soy Dios, quiero ser yo, bitch, vida real/ ¿Pa qué frontear, qué hay en mis pie’/ Si en el barrio están mal?”.
Esa voz envenenada de Milo J, puede decir que el cielo es azul y que la vida es mejor en “La canción feliz del disco”, junto a Carrión, pero incluso en ese trap más positivo, siempre está la herida de ese fraseo, donde la musicalidad de los versos adquiere otra intensidad.
En el trap se refleja mucho la ansiedad que viven los adolescentes. ¿Ese sentimiento de fragilidad está detrás de algunas de tus canciones como “Rincón” o “A1re”?.
Sigo siendo un adolescente común y corriente, por lo que tengo altibajos más seguido de lo que parece. Siento que tengo las herramientas para reflejarlo en mis canciones y que otros pibes de mi edad tal vez se sientan identificados.
Sus melodías ubican esos sentimientos en un lugar donde pueden ser comprendidos por todos. Milo puede utilizar estructuras más experimentales sin perder el rasgo universal. De esa manera puede cantar montado sobre una base de rap vieja escuela, como en “Toi hecho”, o metabolizar la cadencia de unos acordes salseros en el inicio de “Fruto”, que empieza con una cita del cantante Héctor Lavoe y termina con un sampler de Almendra de “A estos hombres tristes”.
¿Qué influencias fuertes te marcaron en el hip-hop y en el trap?
No fui de escuchar tanto trap ni hip-hop. Lo poco que escuché fue en su mayoría de habla hispana. No hay un artista solo sino una mescolanza de cosas que me ayudaron a crear mi estilo. Por mi hermana Alma llegué al hip-hop, específicamente por la batallas de freestyle. Me parecía increíble cómo se insultaban libremente y sin filtro.


Tiene claro cuáles son sus discos de cabecera, que le volaron la cabeza y construyeron un canon de su gusto: Clics modernos de Charly GacíaArtaud de Pescado Rabioso, El Madrileño de C. TanganaTo Pimp a Butterfly de Kendrick Lamar y La grasa de las capitales de Serú Girán. Milo está redirigiendo el sonido urbano hacia otros territorios con toda una data musical acumulada en sus jóvenes 17 años. “Soy lo más random que hay”, dice y muestra una playlist que escucha durante las giras llamada “Mis temiita”, donde suenan Rosalía, Lil Nas X, Kanye West, Horacio Guarany, los Redonditos de Ricota, Mc Pedrinho, Héctor Lavoe, Willie Colón, Almendra, Billy Bond y la Pesada del Roncarol, Mercedes Sosa, Cuti y Roberto Carabajal, Humbe, Falke 912, Neeus, Soul for Real, Yami Safdie, Skinny Flex, Ciro y Los Persas, Bersuit Vergarabat, Santa Fe Klan, Daniel García, y la lista sigue y sigue.
Fue un trayecto largo hasta la construcción de la personalidad artística de Milo J. Todo comenzó a los ocho años. No tiene una fecha precisa. Sólo le viene esta escena: “Me acuerdo de que veía a mi hermana escribir sus temas y, como buen hermano menor, quería hacer lo mismo. Entonces busqué una pista de rap en YouTube y puse un par de palabras que rimaban, sin ritmo en absoluto, pero en ese momento me parecía increíble. Estaba de lleno jugando al fútbol, pero nunca dejé de escribir temas desde ese día.
Milo se fogueó aprendiendo el ABC de la música y la producción con tutoriales de YouTube, bajándose beats y programas de audio en su computadora. “Mandándome solo todos los días, queriendo realmente aprender. Veía las cosas que hacía el After, un productor con el que después laburé. Aprendí a usar el FL estudio. Les habré enganchado la onda a los programas al mes. Fue superdivertido. Eso fue hace dos o tres años”, dice.
Cuando no estaba en la escuela, donde aparecieron canciones como “Al sol”, que salió de una tarea que le mandó la maestra, o “Morocha”, inspirada en una compañera del grado, estaba jugando al fútbol en una canchita del barrio, compitiendo con su hermano en la Play, o se pasaba horas con el mate, componiendo temas en su pieza. La misma, donde sigue durmiendo actualmente, con trofeos de cuando jugaba al fútbol de chico, un desodorante sobre una mesa de luz y una cama, pero donde no hay posters de su ídolo futbolero, Pablo Aimar, ni de una de sus mayores influencias, Luis Alberto Spinetta.
¿Cómo era tu vida en Morón?
De chico era bastante más sociable que ahora. Paraba en la plaza San José casi todos los días. La situación estaba tensa, pero lo teníamos tan normalizado que simplemente lo ignorábamos. Hubo momentos difíciles, pero ahí la diferencia la hace la familia de cada uno. Me siento afortunado ya que no todos tuvieron la suerte de tener una familia que realmente los acompañe. Gracias al barrio aprendí a jugar a la pelota. Ahí, sin querer, te curtís moralmente.
En tus letras siempre hablás de haber elegido un camino, a diferencia de otros chicos de tu barrio que se metieron en problemas, terminaron en el delito o se perdieron en las adicciones. ¿Qué te hizo elegir otro camino?
Una vez volvía de un estudio y me frena un amigo de la infancia que no veía hacía mucho, balbuceando y con olor a pegamento. Me felicitó por lo que estaba empezando a lograr y me pidió cien pesos para los cigarros. En ese momento me di cuenta de que nunca quería terminar así.
¿Cuáles de tus temas son autobiográficos?
Todos. Salvo algunos de amor.
Una vez dijiste que “Domingo” originalmente la hiciste para tu tío, que murió, pero que la transformaste en una canción de ruptura. ¿Es un método para hacer canciones, inspirarte en un sentimiento real para componer una historia de ficción?
Al día de hoy estoy arrepentido de haberlo hecho, pero sí, lo hice varias veces.
¿Por qué arrepentido?
En ese momento no supe retratar la pérdida de un ser querido. Pienso que tal vez hubiera ayudado a muchas personas.

Foto: Fernando Gutiérrez


“Domingo”, una de sus grandes canciones, tuvo una nueva versión este año, producida por Tatool. Dice: “Qué feo es sentir un vacío que no va a llenarse/ Por más que uno lo intente/ Ojalá retrocediese el tiempo pa’ poder abrazarte”.
Oficialmente Milo J debutó en la escena musical con el corrido tumbado “Tus vueltas”, el 25 de noviembre de 2021. Desde ese año, no paró de estrenar canciones y videos: toda la primera tanda se filmó en calles, reservas naturales, plazas, bloques de edificios y canchitas de Morón.
Entre los singles, el EP 511 (día de nacimiento de su abuela, en el que siempre suceden buenas noticias en la familia), el EP junto a Bizarrap En dormir sin Madrid (2023), el álbum debut 111 (2023), además del Live Set de 2024 con reversiones acústicas, lleva más de treinta temas compuestos, el equivalente a tres álbums para cualquier artista. Pero fue “Milagrosa” la canción que le abrió todas las puertas. Allí escribió: “Sé quién estuvo siempre/ Varios se me murieron, me lo guardé en la mente/ El progreso lo noto/ Mañana seré un genio, pero hoy soy un loco/ Loco que tiene un sueño, la vida nos dio poco”.
El tema creció en TikTok, donde se empezaron a viralizar memes y videos con la letra. La cara de Milo se volvió un sticker animado, una suerte de superhéroe de niños y adolescentes, donde concentró fuertemente la base de su fandom. Esa canción fue la que llegó a los oídos de Duki y Bizarrap, el productor argentino que construyó su fenómeno desde el estudio de su casa en Ramos Mejía, también zona oeste. Biza lo eligió para protagonizar la Bzrp Session 57, lanzada el 3 de octubre de 2023. El resultado fue un EP de cinco canciones bautizado En dormir sin Madrid. Fue la primera vez que una sesión tuvo esa duración. El proyecto fue acompañado por dos videos grabados en Mendoza y Pilar, con un presupuesto millonario. En “No soy eterno” aparece un helicóptero detrás de las montañas y durante el estribillo vuelan fuegos artificiales. Para “Fruto”, Biza alquiló un piano amarillo.
El trabajo sorprendió porque cambió la manera de presentar las Bizarrap Sessions. ¿Qué te dejó esa experiencia?
A Bizarrap lo conocí por la session del Peque 77. Sinceramente en ese momento era más un sueño que un objetivo. Nunca pensé que iba a pasar hasta que me dijeron que él quería que fuera a España a ver qué salía. Creo que fue de los proyectos más orgánicos que hice. Me junté cinco veces con él y salieron esos cinco temas. Estábamos tan ansiosos que no queríamos elegir sólo uno. Por eso no me da la sensación de EP. Todavía no sé completamente lo que hicimos.


2023 fue el año de la exposición. Milo tuvo que dejar la escuela y seguir las clases por Zoom. La cantidad de compromisos lo puso en una zona roja por la falta de entrega de los trabajos, y se llevó varias materias. Es un pendiente por ahora, pero quiere seguir estudiando. Lo que no puede es volver a clases: le grababan videos mientras comía una manzana en el recreo y los profesores le pedían fotos para sus hijos.
Hasta hace unos meses, ya con millones de views de sus videos, en la casa de Camilo llegaban con lo justo a fin de mes, aunque estaba entre los cincuenta artistas más escuchados a nivel global por el tema “Rara vez”, de 2023. Sin embargo, la canción fue una pesadilla. Nunca cobró y forma parte de un conflicto de regalías que no parece tener fin y del que la familia prefiere no hablar.
En el tema “Al borde” escribiste “entre cabidas y sellos no sé si soy feliz”. ¿Qué disparó esa línea?
En el momento que escribí ese tema estaba con un equipo de trabajo con gente irresponsable. Me sentí explotado. Eran muy desorganizados e inmaduros, por lo que pasaba días sin comer ni dormir, y a pesar de mi edad eso me pasaba factura tanto física como mentalmente, por lo que en ese momento me replanteé si quería seguir haciendo música perteneciendo a la industria.


Hoy existen dos círculos de protección alrededor de Camilo. Uno es el equipo conformado por su familia y amigos, donde están sus personas de máxima confianza: su madre, Aldana; Enzo, su amigo de toda la vida; otro chico de seguridad; Martín (más conocido como Marta), encargado de la parte estética; su hermana, a cargo del vestuario; Tito, el santafesino encargado de la parte visual. Después está el equipo de Dale Play, la productora con la que Milo J firmó en febrero de 2023 y planifica lanzamientos y giras.
Todos están atentos cuando se prenden las alarmas para protegerlo del asedio o cuidarlo de las personas que se quieren arrimar, en un momento clave, cuando su figura empieza a crecer. “Camilo es un niño”, dice su madre, mientras toma otro mate en el estudio del Bajo West, a pocas cuadras de su casa. Aldana le cuida las espaldas frente a una industria que lo puede llevar a la gloria, pero de la que desconfía, porque sabe que puede ser una máquina de picar carne.
Lo puede aconsejar, pero Camilo tiene siempre la última palabra sobre cada paso y cada decisión. Le dio orgullo, aunque también escalofríos, el día que se enteró de que su hijo estaba ensayando una versión de “Los dinosaurios”, de Charly, para el concierto de noviembre pasado en el Primavera Sound, cuando se conmemoraban cuarenta años de la recuperación de la democracia.
“En este contexto sentí que era necesario cantarla. Nos toca muy de cerca a mi familia, ya que mi madre y mi abuela biológica, a quien no conocí, lo sufrieron directamente. Y Charly García fue quien mejor lo retrató con ese tema”.
Su abuela fue víctima del terrorismo de Estado de la última dictadura militar. Milo hace un ejercicio de la memoria constante en su música, trayendo voces, samples de otro tiempo.
“Aprovecho el espacio que me dan para acercar música que tal vez a los pibes de mi edad no les llegue de otra forma”, dice. Como cuando rescató fragmentos de los recitados de Facundo Cabral para incluirlo en sus conciertos. “Un amigo me mostró un tema de Cabral y me voló la cabeza. Me interioricé más en su arte. Soy de escuchar sus audiolibros y me siento muy identificado con su manera de pensar”.
Para el evento de lanzamiento del vinilo de 111, Milo armó un circuito entre distintos puntos de la Capital y Morón, que incluyó varias paradas en espacios emblemáticos del rock nacional, donde estaban originalmente el templo del under Cemento y La Perla de Once, donde se compuso “La balsa”.
“Me parecía importante llevar a la gente joven a esos lugares. Siento que es otra forma de reivindicarlos, y más con una entrega de vinilos, una plataforma musical de otra época”.
Su último gesto fue traer de la memoria de su archivo familiar todas esas canciones de Horacio Guarany que escuchaban sus tíos. Para eso invitó a Soledad para cantar juntos la zamba “Cuando ya nadie te nombre” en el Festival de Peñas de Villa María. “Gracias por acordarte de este grande, ojalá muchos chicos te sigan. ¡Aguante el folclore, loco!”, gritó la Sole cuando terminaron de cantar el clásico de Guarany. La voz de la nueva generación urbana con un ícono del folclore.
A cinco días de ese encuentro, Soledad cuenta la trastienda. “Fue muy lindo compartir con Milo una canción –dice desde Arequito–. Todo nace porque el Biza alguna vez me expresó que sería lindo que hiciéramos algo con Milo. Entonces lo invité a Cosquín, pero justo estaba de gira. Así que él después me invitó para que lo hiciéramos en su show en Villa María. No sé porque eligió esa canción, pero me encantó por qué Guarany es mi gran referente. Es muy lindo saber que alguien como Milo tiene mucho folclore cerca. Me da alegría y me da ilusión”, dice la Sole.


En el estudio del Bajo West suena la chacarera “Déjame que me vaya”, por Cuti y Roberto Carabajal. De golpe, Milo detiene el audio: “Hermosa esa frase, ¿qué quiere decir coyuyal de changuitos?”. Siempre parece con los sentidos alerta, aunque esté haciendo otra cosa. Absorbe toda la información musical que hay alrededor, como una esponja. Y esa información, directa o indirectamente, termina en su música.
En vivo, Milo no se mueve y salta, como otros artistas del trap. La energía pasa por la emisión de una voz grave y ese registro flotante, que transmite la experiencia emocional completa, la que pule y talla en el oído la belleza frágil de una canción como “M.A.I.”, o la que bombea esa metralla de versos, que pega en el pecho, en “Toy en el mic”. En un género urbano de voces enmascaradas por el Auto-Tune, la respiración grave y anhelante de su fraseo completa el ritmo interno de un flow que deja espacio a los silencios, para que la melodía haga su trabajo y se meta en el inconsciente.
Una canción puede ayudar a cambiar estados de ánimo. En tu caso, ¿qué canciones o discos lo lograron?
Te puedo nombrar el primer disco Almendra. Me ayudó a entender que la música tiene menos reglas de las que parece, y realmente me relaja.
¿Qué efecto te gustaría que logren tus canciones en las personas?
Me gustaría que en la mayoría de los casos mis vivencias lleven a la gente a recordar las suyas. Prefiero que les lleguen mis canciones a que simplemente me festejen un juego de palabras.
¿Te sentís tironeado por las expectativas de la industria sobre los pasos a seguir o sentís que tenés las riendas sobre tu obra?
Musicalmente me siento bastante libre, al menos por ahora. Las supuestas exigencias de la industria me importan muy poco. Prefiero hacer música para los que pagan una entrada para verme que para el top 50.
Hay mucho camino por delante. ¿Qué tipo de artista te gustaría ser con el tiempo?
Todavía lo estoy descubriendo, ojalá tenga la respuesta en unos años.
Milo J ya tiene agotados sus dos conciertos en el Movistar Arena, donde presentará el álbum 111. Este año además saldrá un EP; el próximo álbum llegará en 2025. Tres días antes de la sesión de fotos para Rolling Stone, debutó en el escenario del Cosquín Rock. Casi todo es una primera vez en la vida artística de Camilo Joaquín Villarruel, como esta entrevista.
Durante unos diez días el diálogo con Milo J fue a la distancia. Camilo contestaba las preguntas y repreguntas sentado en el living de su casa, donde hay una mesita que reproduce el arte de tapa de Almendra. Ahora, el niño que había hecho jueguito con la pelota está sacándose los retratos para la tapa de esta revista. Muestra los dientes. Es la primera vez que asoma su aguijón escorpiano. Es una sonrisa burlona, ácida, con los dientes desparejos bien apretados, levantando la quijada, arqueando las cejas, que está dedicada a todos aquellos que muestran una sonrisa perfecta y te clavan un puñal por la espalda, a ese mundo careta de marcas, raperos con “chains de diamantes” y música impostada de la que habla en “Vitalicio”.


Cuando termina la sesión de fotos quedan unos diez minutos para charlar mano a mano. Es un rápido ida y vuelta.
¿Cuál fue el primer tema que produjiste?
“Tu paz”. Gran parte de mis temas son producidos por mí: “Morocha”, “Milagrosa”, “1708”, “Vitalicio”. Recién cuando la pegué más trabajé con productores. Cuando laburamos con el Biza fue bastante mano a mano, lo mismo con Santi Alvarado o Evlay. Le doy espacio a otra gente para que tire su data, no me pongo egoísta, autoritario.
Me dijeron productores como Liza que tenés una visión muy clara de lo que querés.
¿Te dijeron eso, posta? Sí puede ser. Es verdad. No sé por qué, pero lo veo como algo positivo.
Como que visualizás la canción completa.
La mayoría de las veces por lo menos pasa así. Otras veces voy completamente en blanco.
¿Y cuántas horas estás metido en el estudio?
Depende. Cuando lo hago solo soy bastante de “vamos a hacerlo, vamos a hacerlo, vamos a hacerlo” [golpea sus manos] y capaz que queda un tema en dos horas. Con otros artistas nos quedamos charlando. Es todo un proceso para entrar en confianza antes de grabar. Es importantísimo y puede llevar unas seis horas o todo un día. Pero lo vale.
Dicen en tu sello que después del álbum 111 la idea es mostrar otra faceta musical tuya.
Sí, puede ser. No siento que con el tiempo demuestre una faceta, sino que contemporáneamente muestro un montón de facetas en cualquier momento. Quería mostrar una faceta en 111, pero ahora saqué un boomb bap como “Vitalicio”. Realmente saco lo que quiero, del género que quiero, cuando quiero. Ese es el concepto.
¿No te da vértigo cuando te reeaccionan en tus redes a un estreno y tus fans dicen: “Ya estoy esperando el tema nuevo”?
Eso me lo comentan a cada rato. Ya no sé si es un meme o sí es verdad [se ríe]. Ponele que anuncio un tema que ni salió y me dicen: “Milo, ya me lo aprendí, sacá otro”. Ya no les creo.
Igual está el algoritmo, que pide canciones a cada rato, como la parte negativa.
Es verdad. No quiero quemar tanto mi voz. Quiero ponerme un poco más especial en ese sentido. Que sea un momento especial.
Sacaste un tema con Eladio Carrión que fue como una canción esperanzadora.
Es bastante feliz. Tuvo sus críticas divididas, pero es reloco hacer un trap feliz, ¿viste? Es como si fuera un trap, pero no es trap. Es la contra del trap.
¿Tenés muchas otras canciones guardadas?
¿Vos sabés que soy bastante preciso en ese sentido? Voy a grabar al estudio lo que sé que va a salir. No tengo tantos temas guardados, que andá a saber si salen o no. Generalmente, todo lo que grabo sale.
¿Testeás con alguien los temas?
Depende, si el tema me da tanta inseguridad, que necesito la aprobación de otro o esa mirada objetiva, capaz que le pregunto a uno de mis amigos, a un productor como Tatool, pero si no, no.
¿Tenés alguna de tus canciones ahí arriba?
La mayoría.
Es un buen momento para Milo y su familia musical. Todos parecen sentirse inspirados. Todos parecen un poco más felices que ayer. Nadie sabe lo que vendrá. Esperan lo mejor.
La tarde cae. Es la despedida.
Camilo, el adolescente detrás de esas canciones que se empiezan a escuchar alrededor del mundo, dice: “Gracias por venir hasta acá”. Acá es Morón, donde toda esta historia comenzó.



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