“El fuego tiene esa dualidad de, por un lado, dar calor y hacer que puedas cocinar y que no te mueras de frío, pero también destruye casas y puede ser un horror. El ser humano es lo mismo también”, dice Marina Fages y es inevitable pensar en la tapa de su nuevo disco, El mundo pequeño, un autorretrato ilustrado en el que ella está comiendo una pata de pollo rodeada de un incendio de pinceladas rojas, amarillas y rosadas. Las dos coincidimos en que es como el meme del perrito tomando café en medio de un incendio y sólo puede decir: “This is fine”.
“Me fascina esa cuestión entre el amor y la empatía y el poder de destruir y violentar —dice—. Creo que el mundo entero es así, no me excluyo de esa narrativa ni en pedo, no puedo juzgar, yo estoy ahí”.
En un café de San Telmo, el fuego parece mostrar su lado bueno: hay calidez y buena conversación. Marina habla de su obra con entusiasmo, imposta voces para dar humor y se deja llevar contando escenas de su vida que marcaron su obra artística, como cuando el último verano visitó a su familia en Río Grande, Tierra del Fuego, y se encontró con el incendio forestal que tardó cinco meses en apagarse. Me muestra fotos que sacó en la ruta: el humo tiñe el cielo de colores anaranjados. Me cuenta que este paisaje dio lugar a la canción “Corazón de la isla”. La letra refleja la fascinación por lo bello y dañino: “Puedo ver, son sus cuerpos los que intentan frenar el fuego, aunque con el temor de ser asados como la carne que a sus hijos dan las noches frías de invierno”.
La dualidad está también presente en la música del disco: hay melodías etéreas, guitarras delicadas que parecen sacadas del math-rock y voces casi angelicales. Pero también está el hardcore de gritos guturales y guitarras crudas. Por primera vez, lo produjo ella sola, un proceso que disfrutó. “Me llevó mucho más tiempo porque hubo un montón de cosas que tuve que aprender a hacer —admite—, y también darme cuenta de qué buscaba y eso a veces no es tan fácil”. Se dio la libertad de agregar pequeños pasajes experimentales más abstractos, “minimunditos”, como los llama, que unen las canciones. Casualmente, el sonido de la licuadora interrumpe la conversación y ella dice riendo: “Es el momento experimental de la entrevista”.
El hardcore atraviesa todo El mundo pequeño, más que en cualquiera de sus discos solistas, y es parte de lo que le da ese sonido opresivo, pero también la energía de querer romper con lo establecido. “Es reloco porque hay gente que me va conociendo en distintas épocas, entonces [que yo haga hardcore] los sorprende —dice—. Pero el otro día la vi a Paula Maffia y me dijo [imita los gritos del hardcore]: ‘¡Volvisteee, yo te conocí así!’. Cuenta que Maffia la conoció por chat cuando eran chicas y Marina cantaba en una banda de hardcore melódico y todavía no se dedicaba totalmente a la música.
“Cuando empecé a ir a esos shows hardcore, no lo podía creer. Me parecía que había una liberación física que no veía en ningún lado”, habla maravillada, como si se hubiera transportado al pasado y estuviera ahí descubriendo el hardcore: “Veía esas situaciones ebullendo en sucuchos asquerosos con vapor, oscuros, y me fascinaba”.
Ahora, replica esa energía caótica y cautivadora en sus propios shows. Este septiembre, en Niceto, se la vio divertida y alegre arriba del escenario, pasando de cantar con una voz tierna a vociferar gritos del inframundo con una versatilidad impresionante, generando un momento de comunión en el público y, obvio, mucho pogo. Si bien el disco está repleto de imágenes oscuras, también queda un halo de optimismo en el encuentro con el otro. Por ejemplo, en “Mi casa en llamas” —colaboración con Eterna Inocencia—, canta sobre transformar el dolor, ayudarse mutuamente y construir juntos algo nuevo.
Para Marina, su obra no responde a un tiempo lineal, donde cada disco es una etapa de su vida superada con el siguiente. Dentro de ella, todo ocurre al mismo tiempo, aunque trabaja cada obra con un concepto al que respeta y alimenta. Por eso, si bien su obra volvió al hardcore, ella nunca dejó de escucharlo. Cuenta que “Canción de Flora” iba a estar en Épica y fantástica (2019), pero no encajaba con el concepto más luminoso y heroico de ese disco. De la misma manera, escribió la música de “Modulada en dorado” cuando tenía veinte años y recién ahora le puso una letra y encontró su lugar en El mundo pequeño, donde la guitarra acústica contrasta con el resto del tracklist y representa uno de los momentos más vulnerables.