Esta nota fue publicada originalmente en el número de julio de 2020 de la revista Rolling Stone Argentina
Agosto de 1980. Leopoldo Fortunato Galtieri ocupa el primer plano de ATC –el canal público que el 1 de mayo de ese mismo año había inaugurado sus transmisiones a color con una imagen de la bandera argentina y los versos de “Aurora” como banda de sonido– y desliza los dedos de su mano derecha sobre un cenicero violeta tornasolado. Sin llegar a gritar, su tono se exacerba a medida que desarrolla sus respuestas ensayadas. “Ser joven es un estado espiritual” dice ante la mirada atenta del elenco de Adelante juventud, el programa de corte cristiano nacionalista que promocionó la nota como una celebración por sus 11 años al aire. “Es estar revitalizado por dentro, tener un motor interior, vivir un estado de ánimo ganándole a la vida, que no es sueño solamente”, completa el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. En un corte de cámara, el cenicero pasa a su mano izquierda, la misma con la que sostiene un cigarrillo. El plano se abre y deja ver la mesa en toda su extensión, los cuadros y los veladores de fondo… una composición de marrones que se funden con el verde militar de su chaqueta. Entonces, Galtieri se extiende sobre escalas de valores y la preocupación por un “mundo que está en un tono rosado o rojo”. Pero finaliza con un mensaje optimista: “Estoy absolutamente seguro de que ustedes van a elegir por la libertad”.
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“Para continuar en esta estúpida senda, debo cantar que muy cansado estoy”. También es agosto de 1980 y quien grita esos versos hasta ese momento desconocidos para el mundo es Ricardo Iorio. Tiene colgado un bajo Faim blanco –el mismo que sus padres le habían regalado dos años antes, para sus 16– y la amplificación del lugar es “miserable”, (como él mismo le diría a ROLLING STONE en 2010). El trío que lidera lleva por nombre V8, como el motor, y es la primera vez que tocan en vivo. Las pocas personas que se acercaron al Club Sahores, en Santo Tomé 2496 de Villa del Parque, no entienden demasiado la propuesta, escuchan con respeto pero solo esperan que pase el tiempo para ver a Hermes y Orions, las atracciones principales de la fecha. La música del grupo que completan Ricardo “Chofa” Moreno en guitarra y Gerardo Osemberg en batería suena distinta a cualquier otra conocida hasta el momento. Más rápida, más contundente, más agresiva: es heavy metal. Pero nadie lo sabe.
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La historia de los condenados al basurero de la historia.
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Ricardo “Chofa” Moreno y Ricardo Iorio forjaron su amistad una noche del invierno de 1978 en el cine de Santos Lugares al que habían llegado para ver The Song Remains the Same, la película-concierto de Led Zeppelin. Antes y después, la pantalla proyectaba videoclips: los taquilleros ABBA y Rod Stewart al principio, y Black Sabbath al final, cuando ya no quedaba casi nadie. Para ellos, que ya habían pasado por Creedence, Johnny Rivers, Spinetta, Manal y hasta Sui Generis, era otra forma de percibir a sus nuevos ídolos, que también sonaban en el winco de la casa de Iorio, allá en Caseros. Todavía no se hablaba de heavy metal en la Argentina, la etiqueta era, y sería por algunos años, “rock pesado”.
Los gustos pesados de Iorio y Moreno estaban bien lejos del mainstream de la época. “Chiquitita” fue el single más vendido de 1979 y los censores de la dictadura obligaron a un cambio de letra al éxito de Rafaela Carrá, de “Para hacer bien el amor hay que venir al sur” a la menos sugestiva y más cristiana “Para enamorarse bien hay que venir al sur”. En el plano del rock local, la década del 80 empezó con los mismos de siempre a tope: Serú Girán con Bicicleta y Spinetta Jade con Alma de diamante. Para septiembre de 1980, ambas bandas tocarían en Obras Sanitarias en dos fechas conjuntas, en shows que fueron promocionados como “El evento musical del año”. A V8, ese mismo mes, le tocaba volver a abrir para Orions, ahora en un salón de Villa Martelli.
El contexto social, económico y político argentino en 1980 era de confusión general. Una transición a no se sabía qué. El Banco de Intercambio Regional se declaró en quiebra y, con un saldo de más de 100.000 ahorristas damnificados, se ponía fin al período conocido como “Plata dulce”. A modo de salvataje financiero, la cúpula militar buscó ayuda en frentes bien distintos: Martínez de Hoz en Estados Unidos, el Ministro de Hacienda Juan Alemán en Europa, el empresario multimillonario David Rockefeller era agasajado en el Teatro Colón y Jorge Rafael Videla, en el que sería su último año como Presidente, visitaba la República Popular China, en el extremo ideológico opuesto. En octubre, Adolfo Pérez Esquivel recibía el Premio Nobel de la Paz y la Junta Militar anunciaba el cambio de mando para el marzo siguiente. En medio del caos, la clase trabajadora veía como su poder adquisitivo se deterioraba mes a mes con una inflación que superaba el 100% anual. Iorio, que ayudaba a su padre a vender verduras en el camión Bedford que recorría el partido de 3 de Febrero y sus alrededores, veía cómo la crisis económica llevaba el kilo de tomates a 1.890 pesos ley.
A las víctimas de ese vaciamiento, que también sufrían la represión militar por portación de rostro antes que por portación de ideas, le cantaba V8. Desde esa bronca contenida, la estética del grupo sería también marca de distanciamiento. Iorio, de pelo largo enrulado, subía a tocar con una gorra militar a la que le había cambiado el escudo nacional por el logo de V8. “Fuimos antimilitaristas con estética militar”, explica Alberto Zamarbide, que se sumaría como cantante dos años después y se consolidaría como la gran voz del heavy metal argentino. “Fue proponer en el escenario una dramatización y teatralidad de la aberración y del espanto”. Una idea similar a la que décadas más tarde Zizek utilizaría para analizar la propuesta visual de los alemanes Rammstein: reivindicar la articulación preideológica de elementos militares para socavar el fascismo desde adentro.
De manera consciente o no, la historia de V8 se vio atravesada por la estética militar imperante. Después de que en 1981 las idas y venidas de integrantes desgastaran la moral de Iorio, 1982, el año de Malvinas, fue también el año en el que se consolidó la formación clásica del grupo. Gustavo Rowek y Alberto Zamarbide, que para ese entonces eran, respectivamente, baterista y cantante de WC, entablaron relación con Iorio durante la producción de una fecha que se promocionaba como el último show de V8 y que sería fundacional para el heavy metal argentino. Para organizar el evento, se reunieron músicos de todas las bandas anunciadas (también participaban Ácido Nítrico, 6L6 y La Máquina Infernal) en la casa de Zamarbide.
“Nos habíamos hecho amigos con Ricardo después de una fecha en el Auditorio Kraft”, cuenta Gustavo Rowek. “El día de la reunión fuimos juntos, paramos en un bar Roseti y Lacroze a tomar moscato antes de ir a lo de Beto [Zamarbide]”. De las zapadas de esa reunión, con Black Sabbath como punto en común, se terminaría prefigurando el V8 más conocido. A pesar de que al show fueron menos de 100 personas, todo lo sucedido aquella noche de principios de 1982 en la sede de Chacarita Juniors, ubicada por entonces en Federico Lacroze y Álvarez Thomas, estuvo teñido de un carácter iniciático. Osvaldo Civile, que por entonces tocaba en Té de Brujas, estaba entre el público y se sumaría al grupo por propia recomendación de Chofa, que ya tenía decidido dejar de tocar por sus problemas con el asma. “Ese fue el primer recital de heavy metal en Argentina”, afirma Zamarbide.
Las fichas no tardaron en caer. La relación de Zamarbide y Julio Morano, líder de WC, era tensa y precipitó la salida del vocalista. Entonces, un llamado telefónico: “Beto, vos sos el nuevo cantante de V8”. “Ricardo [Iorio] me llamó por teléfono, me dijo eso y me cortó”, cuenta Zamarbide, que tenía un viaje planeado a Brasil para esos días. A su regreso, la respuesta fue igual de contundente: “Estoy listo”. A cargo del micrófono, se adueñó de las letras que le pasaba Iorio. “Muy cansado estoy”, “Voy a enloquecer”, “Tarzán, el piadoso” y “Cianuro espumoso” (tomado de una novela de Agatha Christie) eran algunos de los temas que formaban parte del repertorio de V8 por aquella época.
25 de mayo de 1982. La ciudad de Buenos Aires amanece embanderada. Juan Carlos Onganía, Alejandro Agustín Lanusse, Jorge Rafael Videla y Roberto Eduardo Viola, los cuatro sin uniforme, presencian el acto oficial por la Revolución de Mayo en las escalinatas del Edificio Libertador, en Azopardo 250. “Acá, como en las islas Malvinas”, comienza frente al micrófono el Teniente General Leopoldo Fortunato Galtieri en tono declamativo. “Los hijos de esta tierra, de la Fuerza Aérea, de la Armada y de nuestro Ejército, en el ataque, en las trincheras o en su alojamiento, estarán junto a nosotros entonando el Himno Nacional Argentino. En el día de la Patria, ¡Buenos días!”.
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Osvaldo Civile toca el riff de “Parcas sangrientas” en una sala de ensayo de La Paternal. Es algún día entre el 22 y el 25 de mayo de 1982. Gustavo Rowek, que todavía forma parte de WC, se suma con el ritmo de batería arriba, el mismo que grabaría en el disco un año más tarde. Alejando Colantonio había dejado vacante el puesto de baterista unas semanas antes y Iorio notó de inmediato que había encontrado al reemplazante. “Vos te quedás acá, esto es V8”, le dijo. Ahora sí, la formación clásica: Iorio, Zamarbide, Civile y Rowek.
Zamarbide, que ya se encargaba de la parte operativa en WC, se ocupó de encontrar lugar para el debut del cuarteto. En ese momento, trabaja en una lavandería con su madre y en el diálogo con una clienta, que era de la comisión del Club Harrods Gath & Chaves, negocio la locación. “No nos dejaban tocar en ningún lado, fue una casualidad fortuita”, dice el cantante. En la imprenta del padre de Osvaldo Civile imprimieron los volantes que promocionaban el show: V8, ya anunciada como una banda de heavy metal, se presentaría como telonera de Dr. Rock, liderada por el guitarrista Marcelo Roascio. Era agosto de 1982 y con amplificadores prestados por el grupo principal, Iorio, Zamarbide, Civile y Rowek salieron a tocar para cerca de 100 personas, unas 30 con camperas de cuero.
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Además de las canciones, y aunque ya Riff llevaba el rock pesado a la alta rotación y los estadios, lo que se cocinaba entre los shows, las reuniones en la casa de Zamarbide y los ensayos eran la subcultura más caliente y marginal del momento. Con Iorio como ideólogo principal, V8 inventaba el ser metalero argentino. La información que llegaba de afuera era casi nula, las revistas de la época apenas hacían mención al género y cuando lo hacían era con total desprecio. En 1973, la revista Pelo traducía el nombre de Black Sabbath como “Bruja Negra” y remarcaban “la onda ocultista del grupo” sumada a una “cierta inconciencia (sic) de la responsabilidad”. Distanciados del gusto del rockero promedio, los V8 se sentían en “un universo paralelo”, según Zamarbide. “¿Cómo podía ser tan feo eso que nos gustaba tanto?”.
De todos modos, las fotos en las revistas y las portadas de los discos sirvieron de modelo para ellos. La imagen de bandas como Motörhead, Judas Priest y Saxon, representantes de la llamada New Wave of British Heavy Metal, fueron referencia. Como la estética de metalera estaba lejos de ser una moda, tuvieron que fabricarla. Antes de llegar a lo de Zamarbide, Iorio se robaba las tachas de bronce que encontraba en las cruces y nichos del cementerio de la Chacarita. De ahí, a clavarlas en musleras y los hombros de alguna campera de cuero. “Después apareció la bijouterie barata de Once, y sacábamos las tachas de ahí, nos pinchábamos los dedos tratando de hacer muñequeras para salir a la calle vestidos así y terminar en cana por averiguación de antecedentes”, cuenta Zamarbide.
La relación del metalero con la policía en esos años era así de directa. Si te veían en la calle con pelo largo y con ropa de cuero, terminabas detenido. “En esa época conocí todas las comisarías de Capital y casi todas las del conurbano”, asegura Rowek. En ese mismo 1982, él y Zamarbide terminaron juntos en la 31 de Colegiales como una de tantas noches. Cerca de las 4 de la mañana, un policía se les acercó y les encomendó un trabajo. “Un tipo se había boleteado en las vías y lo habían tirado ahí, en una celda, envuelto en una bolsa de nylon. Nos encargaron meter los restos en un ataúd, tuvimos que agarrar el muerto como si nada”, recuerda Zamarbide. “Lo más difícil a la hora de un show era llegar”, completa Rowek.
Del conflicto con la policía y su desprecio por la pasividad hippie, el metalero argentino forjó su identidad y su enojo. Se habían bajado del Festival de la Solidaridad Latinoamericana por decisión de Iorio y en noviembre llegaría el B.A. Rock, un festival en el predio de Obras Sanitarias que marcó el presente de V8 y la futura conformación de un mito. Consiguieron su lugar en la grilla gracias a la presión que Mundy Epifanio, productor del grupo y también de Riff, ejerció con los productores. Pero V8 seguía siendo una banda marginal, parias de una escena que se suponía en pleno camino hacia el eclecticismo y la apertura de estilos. Las imágenes rescatadas de esa presentación son bien descriptivas. En una breve entrevista antes del show, Ricardo Iorio mira a cámara y cuando se le pregunta “¿Qué opinan del BA Rock?”, su respuesta es: “Esto es una mierda, no hay ni para comer, son 10… 15 años de engaños”.
Para V8, el BA Rock no era más que una reconfirmación del status quo del rock argentino. Grupos mainstream, pacifismo hippie pocos meses después de Malvinas y una aceptación de la Dictadura Militar como orden vigente. “A 200 metros estaban matando gente y estos estaban meta ‘Amor y Paz'”, dice Rowek. “Nuestro mensaje era ‘Ni mansos ni tranquilos’, por estar con la de ‘Amor y Paz’ nos acostaron a todos, no me rompas las pelotas. Nosotros los veíamos diferentes a ellos y ellos nos veían diferentes a nosotros”. Tan diferentes que cuando se hizo la fiesta en el Hotel Alvear para todos los artistas del festival, los V8 y el baterista Fito Mesina fueron los únicos que terminaron detenidos cuando cayó la policía. “Teníamos las invitaciones en la mano y nos llevaron igual”, cuenta Zamarbide. “A Mesina se lo llevaron porque pensaron que era nuestro manager (risas). Tuvo que ir Stefanolo [ya entonces conocido como el abogado del rock] a presentar un habeas corpus a la comisaría para sacarnos”.
Antes de subir a tocar en el BA Rock, el 6 de noviembre de 1982, Rodolfo, un ex combatiente de Malvinas se les acercó a Iorio y Zamarbide. “Me dio una de esas medallas de aluminio que si te morías en la guerra le daban una mitad a tus familiares, me la puso en el pecho y nos mandó al escenario”. El relato de Rodolfo sobre los abusos y aberraciones sufridas en las islas alimentó la bronca contenida de V8, que comenzaron su presentación con “Destrucción”, un tema que Rowek compuso inspirado en “Run For Your Life”, de Riot, y que se convertiría desde ese día y para siempre en el himno del heavy metal argentino. “Lo hice en 15, 20 minutos”, cuenta el baterista. “Estaba parado frente a una máquina de colada de plástico, en un trabajo que me duró 21 días, y ahí se me ocurrió. Hacía todo mal, mi jefe me echó por reducción de personal, y le dije ‘Usted no sabe el bien que me hace’”. El riff del tema fue una creación de Civile. “En ese tema, Osvaldo está haciendo thrash metal antes de que el thrash metal exista”, asegura Zamarbide. “Ese machaque de guitarra que se mezcla con el armónico, un overtone sobre la nota, lo creó él”. Ya para la grabación de Luchando por el metal (1983), Civile perfeccionaría la técnica en el tema “Torturador”. Le habían sacado una muela en el dentista que estaba al lado del estudio, volvió transformado, con la jeta hinchada, y logró dar con ese sonido que tanto buscaban. Iorio estaba seguro de que no quería un sonido de hard rock pero no sabía cómo explicarle qué era lo que pretendía. “Ya se murió el molar / sucumbe tu voluntad”, dicen los versos iniciales del tema. “Civile reapareció de las cenizas, deconstruido, encarnado en un águila metálica”, sentencia Zamarbide.
De regreso al escenario del BA Rock en 1982. El sonido es desastre, Civile parte una guitarra contra el piso, vuelan silbidos y naranjazos desde el público, Zamarbide los putea, aparece Pappo, Iorio presenta “Parcas sangrientas” y completa con la famosa frase: “Y los hippies que se mueran”. Todo en poco más de 20 minutos de show. V8 hacía su presentación en sociedad en un ida y vuelta de desprecio, rechazo y violencia. Desde el margen, el grupo encontraba su lugar. “No hubo eventos que nos hayan marcado más que Malvinas y el BA Rock”, dice Rowek. “Fuimos una catarsis contra esa masa que era llevada de las narices, sin timón, de una plaza de la protesta a una plaza de ‘Vámonos todos a Malvinas’. Eran parte de una manipulación nazi-militar mezclada con la euforia del Mundial 78, con Belgrano, con el Sargento Cabral salvando a San Martín… toda esa nube de pedos del 82 nos subió al escenario”.
El recital de V8 iba a ser parte del documental de BA Rock, pero las imágenes desaparecieron luego de que la producción decidiera utilizar las cintas para filmar encima otra cosa. Por presión de Mundy, que los amenazó con no autorizarles el show de Riff, se incluyeron fotos de la revista Pelo a modo de diapositivas. El material que Pedro Leontjew, manager y una de las personas más importantes en los primeros años del grupo, registró desde el público es hoy el único material audiovisual en vivo conocido de V8 antes de la grabación de Luchando por el metal.
1983 sería el año de la consolidación de V8, no tanto a nivel masividad pero sí como referentes de la escena. El lanzamiento de Luchando por el metal y su participación como teloneros de Barón Rojo en Obras Sanitarias, en una noche que terminó con otro show en un cine de Valentín Alsina con tiros incluidos, fueron algunos de los mojones clave en el camino del grupo que se imponía como el más importante del heavy metal argentino. “El grupo de heavy metal era V8”, asegura Mundy. “Tenían sonido heavy y letras heavy. Riff era rock pesado con letras punk, más de incitar a la insubordinación”. Aunque las diferencias de sonido y llegada eran claras, ambos grupos representaban una estética que acababa de nacer y la buena relación entre ambos grupos se quedaría patentada con la participación de Pappo como invitado en el tema “Hiena de metal”.
Pero todo eso forma parte de una historia ya transitada y documentada, en la que la profesionalización del grupo traería crecimiento pero también resquebrajamiento interno. “Cuando no tenés nada, cuando no sos nadie, ese es el momento más feliz de una banda”, dice Rowek sobre aquellos años iniciáticos.
V8 es el sonido de los marginados, de aquello que es imperfecto, negado y ocultado. Anti-héroes de la clase obrera en busca de un arte infernal. Hombres suburbanos sucios y desprolijos decididos a no callar ni a esconderse. Todo lo que se alejaba del ser derecho y humano que proclamaba la dictadura militar, apropiándose de las calles. “Nosotros éramos eso”, dice Zamarbide. “Nosotros éramos la calle”.