L-Gante y el trap de la cárcel: “Hice un disco con las herramientas que tenía a mano en la celda”

El cantante habla por primera vez del álbum que compuso durante los casi 100 días que estuvo detenido

Por  YUMBER VERA ROJAS

agosto 7, 2024

FOTO: ADÁN JONES

ADÁN JONES

“No te olvidés de los pibes fusilados en Floresta”, reza un paredón aledaño a la sede del Club Atlético All Boys, junto a los rostros de Cristian Gómez, Maximiliano Tasca y Adrián Matassa: hinchas del equipo asesinados por Juan de Dios Velaztiqui en la madrugada del 29 de diciembre de 2001. Mientras compartían una cerveza en el minimercado de una estación de servicio, en la televisión se podía ver a manifestantes golpeando a un policía. Habían pasado 10 días del estallido social que obligó a De la Rúa a dejar el poder, por lo que Maxi celebró: “¡Eso va por los 33 que mataron!”.  La frase desató la furia del suboficial de la Policía Federal, que se encontraba detrás de ellos y no dudó en desenfundar su Browning GP-35, calibre 9 mm. Los mató a quemarropa, originando la “Masacre de Floresta”.

Cuando los vecinos se enteraron, rodearon la Comisaría N° 43. Su pedido de justicia fue respondido con balas de goma y gases lacrimógenos. Luego del episodio, en el que sobrevivió un cuarto amigo, Enrique Díaz, el agente recibió prisión perpetua. Sin embargo, dicen que el barrio no volvió a ser igual. Al caer la tarde, el punzante silencio que embarga el mural se rompe con las ruedas de las mochilas de los chicos que salen de clases y el saludo de unos operarios que acaban de terminar su jornada. Tras sortear esa zona de casas de una planta y veredas desérticas, irrumpe el caos. Dominado por edificios altos, calles cerradas por reparaciones y autos que compiten por el premio a la bocina más estruendosa.

En una cuadra que se extiende unos metros más de lo normal, porque la atraviesa un pasaje, no hay lógica que mande. El taller mecánico se mezcla con una tienda de productos de limpieza, con un local de mascotas y con una panadería que se protege del sol con unas cortinas desteñidas que alguna vez fueron azules. La cuota enigmática la pone un negocio en el que se oferta la lectura del tarot. De pronto, en medio de todo ese mejunje, brota una fachada propia de un búnker. Ahí adentro, L-Gante, sentado frente a una consola de sonido, picotea las canciones de su nuevo disco, Celda 4. El camino hasta llegar a ese repertorio, compuesto durante los días en los que estuvo en cana, no es muy diferente al recorrido por Floresta, ni tampoco a su folclore. Tan contrastante y lacerante como identitario.

FOTO: ADÁN JONES

Elián Ángel Valenzuela​, el nombre detrás del alter ego, hoy tiene 24 años. La misma edad que promediaban Cristian, Maxi y Adrián cuando fueron ejecutados. Otra coincidencia los une: su vínculo con el “Albo”. Este pilar del RKT, cuando siquiera imaginaba que se iba a dedicar a la música, se probó como delantero en sus categorías inferiores. Pero no fue el único club por el que desfiló. Si alguna vez pensó que su futuro estaba en el fútbol, un accidente de moto no sólo le fracturó ese deseo, sino una de sus piernas y “demás extremidades”.

“Fue una caída medio triste, a los 18 años”, evoca. “Tuve que quedarme enyesado en casa, en silla de ruedas, y de ese tiempo con la compu no me despegué más. Si ya era difícil salir y compartir, la pandemia lo complicó. Fue algo parecido a estar preso”.

Lo que conserva de aquella época es la honestidad. Una todavía más brutal que la del disco que lanzó Andrés Calamaro hace un cuarto de siglo. Al momento de explicar “Ni con el Chapo”, tema de su más reciente material, dice: “El Chapo (Guzmán) es un tipo bravo, al que hay que tenerle cuidado y respeto al momento de nombrarlo. Le deseo lo mejor. Pero yo siempre diré lo que tenga ganas de decir. Nunca compré, ni lo haré ahora”, explica. “Lo mismo me puede suceder con la hinchada de River. Si la tengo en frente, no dudaré en decirle: ‘¡Aguante Boca!’, porque soy hincha. Y así con las demás cosas de la vida. No me voy a quedar callado nunca. A menos que tengan razón. Que hablen lo que quieran, siempre y cuando yo esté presente”.

Antes que altanero o canchero, L-Gante se muestra cauto y reflexivo. Pese a que en el barrio aprendió el valor de la sinceridad, ahora pareciera ensayar diferentes maneras de encararla. Su hablar es lento y cadencioso, con instantes de cierto sabor tanguero. Pero detrás de lo que dice late la sensación de que se piensa todo dos veces antes de soltarlo. De hecho, privilegia la escucha a ser el centro de atención. Al menos con quienes no son de su círculo más íntimo. “Para las cosas malas, te exponen fácilmente en cualquier lado. Cuando lo hacés bien, nunca lo dicen. Eso lo sabe todo el país, lo tiene claro”, sentencia.

“Siempre estuvo esa parte mediática y crítica que me quiso bajar. Cada vez que salía a la calle, tuve el aguante de la gente. Ellos entienden que yo narro su historia”. L-Gante llegó a darse el gusto de decirle a Mirtha Legrand, en su “mesaza”, lo que medio país enloquecía por confesarle: “Me caés mal”. Al comienzo de su programa, Mirtha manifestó que sentía pena por el nombre que Elián le dio a su hija: Jamaica. Una vez que él se atrevió a ponerle los puntos, la legendaria conductora, para enfriar el asunto, le devolvió que lo había dicho con cariño. Y L-Gante, estampándole una sonrisa irónica, redobló la apuesta: “Esos chistes no me gustan”.

Si en 2022 era toda una sensación por el exotismo (o más bien el morbo) que generaba para la clase media su Cumbia 420, el rapero al año siguiente le dio de comer al prime time de la televisión. Sobre todo a los programas de chimentos, en particular a partir de su relación con Wanda Nara. En medio de esa tormenta mediática, L-Gante había escuchado en el barrio que había sido denunciado por unos vecinos a raíz de una discusión.

El 6 de junio, tras ofrecer un show, el MC volvió a su casa acompañado por un grupo de amigos y amigas. Horas más tarde, uno de ellos lo despertó para avisarle que había cocinado un guiso. Mientras se despabilaba, 20 policías encararon un allanamiento con “un teléfono en la mano y una pistola en la otra”. En tanto le insistían con que mostrara su rostro, él les pidió que lo dejaran vestirse para hacer lo que necesitaban que hiciera. En algún momento imaginó que los efectivos policiales podían abordarlo. Lo que nunca supuso fue que sería imputado por “amenazas simples en concurso real con privación ilegítima de la libertad, en concurso ideal con amenazas coactivas; privación ilegítima de la libertad simple, en concurso ideal con amenazas simples; y tenencia simple de estupefacientes”.

“Fueron también a la casa de mi mamá y a todos los lugares en los que podía haber estado”, repasa. “En la foto salían armas que eran de mentira, y uno o dos porritos. No estamos hablando de metanfetaminas ni de ninguna otra droga. De los cinco celulares que requisaron, algunos eran de mis invitados y otros míos. No era nada que te complique. Fueron muchos días, muchos rumores y mucho tiempo en los que la gente estuvo hablando de eso. Tenía una tele en la celda, y me enteraba de todo el proceso que, fuera mentira o verdad, lo tuve que atravesar igual. Decían más cosas malas que buenas. Los mismos periodistas, los que opinan o lo que fuese, hacían creer lo que pasó. No sé si los jueces o fiscales vieron eso, pero no tendría que haber sido juzgado así cuando estaba en medio de un proceso”.

El nativo de General Rodríguez supuso que estaría detenido un día o dos. Como mucho, una semana. Pero estuvo 94 días tras las rejas en la nueva sede de la DDI, situada en Quilmes Oeste (antes ubicada en el tristemente célebre Pozo de Quilmes o Chupadero de Malvinas, que en la última dictadura militar fue centro de detención y maternidad clandestino y desde 2017 funciona como Sitio de Memoria).

Tres días después de su detención en la Delegación Departamental de Quilmes (DDI), se estrenó en las plataformas digitales de música el single “El día más feliz”. Más que aludir a la satisfacción, la canción se tornó en una especie de llamado de atención sobre ese presente que atravesaba. De lo que pueden dar constancia pasajes como “El piso está mojado porque ya rebalsó el vaso”, “Mis emocione’ están sufriendo un abandono” o “Y mis compas que están en el cielo, espérenme con un porrito y la jarra con hielo”. Su “tema más sincero”, como dice más cerca del final.

“En el día 30, comencé a pensar qué podía hacer para que esto pasara más rápido”, recuerda. “El arte y la música me ayudaron a enfocarme en mí. Eso hizo que todo sucediera en un abrir y cerrar de ojos. No fue tiempo perdido. Ahí compuse 25 canciones con el sonido decidido, y 27 más sin completar. En total, en el disco, quedaron 12 temas. Agrupé las que podían hablar más o menos de lo mismo”.

En la música popular contemporánea, el hip-hop es el género que supo encontrar tras las rejas un ámbito propicio (pese a la contingencia) no sólo para la inspiración, sino también para el registro. El 13 de enero de 1968, Johnny Cash grabó su primer álbum en vivo: At Folsom Prison, en la cárcel californiana de Folsom. Algunos raperos más bien beligerantes consideran a Cash el padrino del gangsta rap, a partir del tema “Folsom Prision Blues”, donde canta: “Maté a un hombre en Reno sólo para verlo morir”.

En la Argentina, en la Unidad 48 del Penal de San Martín surgió el grupo Rimas de Alto Calibre, que en 2012 lanzó un CD influenciado por Snoop Dogg, Tego Calderón y Control Machete. En esa misma sintonía musical, pero una década más tarde, el rapero Yamir Antiman puso a circular por streaming su álbum Vida. Lo grabó con su celular, desde la Unidad Penitenciaria 21 de Campana. Por la misma época, el taller musical dirigido por Agustín Druetta en el Establecimiento Penitenciario Nº 5 de Villa María dio como fruto el disco Buscando un camino con rap, cuarteto, cumbia, reggae y trap. En el Penal de Marcos Paz, Cristian Aldana armó la banda de música evangélica Que Dios Te Bendiga y entre 2021 y 2022 subió varios temas en el canal de YouTube de su viejo grupo El Otro Yo.

En 2022, el artista de cumbia santafesina Fabián Soria (ex Los Wamaleros y Grupo Nikel) llegó al Servicio Penitenciario Nº 2, de la ciudad de Sáenz Peña, por robo a mano armada. Ahí preparó un disco entero. Lo plasmó con su celular, convirtiendo su celda en una especie de estudio de grabación. Apenas llegó a la cárcel, lo primero que pidió para hacerlo fue un cuaderno y una lapicera. Y empezó a componer sobre la vida de los internos. Algo similar le pasó a L-Gante al cranear Celda 4. “La primera canción de este disco que terminé fue ‘Na na’. Es un trap lento. Habla de la situación ahí adentro y también cuenta lo que estaba pensando en ese momento, lo que extrañaba del exterior”, describe. “Sabía que era algo pasajero, y que iba a ser el mismo Elián cuando saliera. Aunque con otros valores”.

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Cuando empezaste a componerlo, ¿qué fue lo que más te sorprendió? 

Al ponerme a crear ahí, salió más de lo que pensaba. Más de lo que hacía en un mes en el estudio o en mi casa. Me di cuenta de que tenía otro potencial, de que estaba enfocado. No había nada que me llenara más que seguir haciendo lo que me gusta. Sin darme cuenta, nada me distraía. Ni siquiera estando ahí. Ese sentimiento de autocontrol me ayudó a concentrarme un montón.

¿Tuviste privilegios en la cárcel por ser músico?

No tuve ningún privilegio. Mi excusa era que quería escapar de esa situación con la música.

¿Qué te dejaron pasar para trabajar en esas canciones?

Un cuadernillo, una lapicera. También me sirvió mucho un parlantito portátil para escuchar las pistas. Necesitaba un sonido, alguna melodía en mi cabeza. Estaba encerrado en silencio. Y qué más… ¡Ah, sí! Un pendrive.

¿Te dejaban seguir haciendo música a la noche?

No estaba atento a la hora y quizá ya era tarde y estaba escuchando algo en el altavoz. Algún artista, alguna canción. Tarareando lo que había escrito. Entonces se acercaba el encargado y me decía: “Che, ¿podés bajar el volumen?”. O: “Córtenla porque mañana tenés visita”. Pero bueno… De ahí, no pasábamos.

¿No te hicieron bardo tus compañeros de celda?

Solo, creo que estuve un mes. Después pedí a un compañero para que fuera menos aburrido. Así tenía a alguien con quien hablar y compartir ideas. Me ayudó bastante. 

Seguramente, muchos no lo recordarán. Pero el 1° de julio de 2021 cayó jueves. Como el planeta entero se encontraba confinado, a razón de la pandemia que ocasionó el Covid-19, ese día se parecía al anterior y al que estaba por venir. Y también al domingo. No había mucho para hacer, salvo ver Instagram Live, canales de streamers o Netflix. Para romper con la monotonía de la agenda, la entonces vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner anunció que iba a hablar en Tecnópolis, donde, aparte, entregaría 10 mil computadoras. En su alocución la mandataria dejó en evidencia que también es una de las mejores influencers. Y es que esa tarde se atrevió a darle a la Argentina un nuevo icono cultural.

“Si todos los pibes tienen computadoras y se incorporan al mundo digital es posible que haya muchos que formen empresas que tengan que ver con las nuevas tecnologías. O también descubran sus cualidades artísticas. Hace unos días, estaba leyendo una intervención que hacían en un medio a un pibe que se llama L-Gante [en realidad, lo mencionó como “Elegant”]. Un rapero”, dijo la expresidenta. “Recomiendo que lo escuchen porque él dice que con (el programa) Conectar Igualdad y un microfonito de mil pesos hizo un tema que tiene 176 millones de reproducciones en YouTube”.

En cuestión de minutos, estallaron las redes sociales preguntándose quién era la nueva estrella de la música a la que ella legitimó, al mezclarla además con Wos y Trueno. En tanto él actuaba en México, aprovechando uno de los hiatos de la cuarentena.

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“Mi familia, mis amigos, todo el mundo, de repente, me empezó a enviar mensajes diciéndome que la presidenta me estaba nombrando y que lo estaba viendo todo el país”, rememora Elián, que en 2017 se estrenó artísticamente al colgar en YouTube su single debut: “A escondidas”. “Desde ese momento, comenzaron a hablar de mí. Bien o mal. Pero hablaban de mí. Me decían que me estaban usando, que no me prendiera, que me opusiera a la política. Fue de todo un poco. Siempre estuve ahí para remarcar que a uno no lo pueden justificar al no ser partidario de ningún lado. Primero, tanta idea política no tenía. Me interesé más por la música. Sin embargo, ahora que la entiendo un poco más, me afecta el país de hoy. Lo puedo ver. Yo también tengo responsabilidades. Por eso voy a estar del lado del que lo haga mejor”.

Luego de que te ensalzaran, te pegaron con un caño diciendo que esa netbook se la compraste a otro.

Siempre uso lo que está al alcance. En ese caso, fue una netbook que entregaban en las escuelas. A mí me sirvió mucho. Yo, por ejemplo, no recibí esa herramienta en la escuela. Se la entregaron a alguien que no tenía interés por tener una computadora. Llegó a mí de segunda mano.

¿Qué programa te bajaste para hacer los tracks?

FL Studio. Y lo sigo usando hasta el día de hoy.

Con esa herramienta tan precaria, creaste un sonido y un movimiento.

Desde ese día sigo teniendo trabajo.

Por más que ya fue revisada, manoseada y hasta alterada, vale la pena visitar la historia del RKT. Inicialmente rotulada “Rakatá”, esta escena, a mediados de los 2000, tuvo como sede Rescate Bailable: boliche del bonaerense partido de General San Martín. Nació de la conjunción de temas clásicos del reggaetón con la base musical de la cumbia colombiana. Básicamente, eran remixes de la autoría de los DJ Kbz, Pity, Toty Style, Pirata, El Kaio y Negro Dub. Una vez que la bailanta cerró, la música que se pasaba ahí pudo ser rescatada bajo las iniciales de RKT (en referencia al lugar). En 2017, emergió una nueva generación de DJ y productores del género (tiene entre sus parientes el malianteo, el turreo y el cumbiatón), a la que se sumó más tarde una avanzada de cantantes. De los que destacó L-Gante.

¿Tu deseo era hacer RKT?

Sucedió accidentalmente. En el momento en el que decido meterme en la música, lo que había era cumbia villera, Duki o trap. Si era reggaetón o algo similar al RKT, lo hacían argentinos imitando el lenguaje caribeño. Y yo quería ser un artista. Pero, al mismo tiempo, no quería imitar. Quería demostrar que soy argentino. Este era un género que estaba naciendo aún, que no se escuchaba. No tenía a alguien de referencia que hiciera lo mismo, como para robarle una idea. Hablaba de lo que suelo hablar en el barrio, sin saber que en otro barrio hablaban igual. Esa sinceridad y sencillez logró que me entiendan los chicos como yo. Sintieron que les está hablando un amigo.

¿Cómo supiste que esa voz tan particular que tenés, tan oscura como gruesa, iba a ser otro de tus sellos?

Cuando encontrás tu voz o tu flow es un momento especial. Pero también surgió accidentalmente. Si hablo lento, rápido o raro, no importa. Lo principal es que se entienda lo que quiero decir.

¿Te sentís artista de música urbana o más del palo de la movida tropical?

Yo había dicho que era cumbiero porque me estaba convirtiendo en artista. Pero no soy cantante ni músico ni nada de eso. Soy un narrador. Yo escribo lo que pienso y lo expreso frente a un micrófono. Narro mi historia.

Desde que comenzaste hasta ahora, ¿encontrás coherencia en tu relato?

Cuando era adolescente, hablaba de cosas que me importaban. En la medida en que fui creciendo, quise cantar sobre otros asuntos. El RKT es un género nuevo y está bastante escaso de líricas que hablen de cosas serias. Quisiera ser uno de los que les cambié la mentalidad a las próximas generaciones que van madurando a la par mía.

En “MVP”, otra de tus nuevas canciones, exponés tus contradicciones entre la humildad de tu origen y la ostentación que te permite tu carrera. ¿No te atormenta semejante paradoja?

Ese pensamiento de ostentar siempre lo tuve. Desde mucho tiempo antes de hacerme famoso creí que quedaba feo sacarle una foto al dinero. O a algo que conseguiste. Desde hace poco tiempo, si quiero mostrar algo, lo muestro. No lo hago con la intención de que la gente me envidie. Lo hago para explicar lo tanto que valoro lo que consigo. Ya sea un auto, una casa propia o darle un lujo a tu hija. Estoy convencido de que los logros hay que mirarlos con admiración. No con odio. Que te haga sentir que vos también podés. Eso llena de buena energía.

En el mismo tema decís: “A ellos les gusta que me vista de Adidas y no de Dolce”. ¿A qué te referís?

En cuanto al estilo de ser del artista, el que más se lleva con la gente y el que más compra con su personalidad y sentirse identificado, intento ser uno más. Esa actitud la marco con la ropa. Sería vestirme como me visto o como me vestí toda la vida. De vez en cuando, nos damos el lujo de una campera super extravagante. En el barrio, solía usar mucho conjunto deportivo, zapatillas, la gorra, las gafas de sol y una cadenita. No era del tamaño de ahora ni era de oro. Pero una cadenita siempre usaba. Todas esas cosas que seguimos usando, seguimos marcando y al natural. Quizá llegue un momento en el que se haga moda. Aunque las modas pasan y se van. Y bueno… Yo lo mantengo.

Pero limitarse a vestirse de jogging alimenta los estereotipos, así como los prejuicios…

Hay ladrones que usan trajes y no son detectables. La gente siempre está apuntando al morocho de ropa deportiva, pensando que si se viste de otra manera va a dejar de ser chorro. Si algún día soy abogado, no voy a dejar esa ropa deportiva.

Al momento de abordar la cultura pop post-blanca en el libro Generación hip-hop (una de las mejores radiografías del género), su autor, Jeff Chang, resalta los films en que jóvenes blancos imitan el comportamiento de los chicos afrodescendientes como algo positivo. En su explicación, el periodista y crítico musical destaca que la cultura popular de su país fue fundada a principios de 1800 en una juglaría espiritual, donde los colonos se vestían como negros con el fin de burlarse de ellos. Sin embargo, luego de que el grupo Run-DMC introdujera la ropa deportiva en el hip-hop, a partir de su hit “My Adidas” (1986), las gorras, camisetas de básquet y zapatillas se tornaron en sinónimo de pandillerismo.

Si bien en la Argentina tu público atraviesa todos los estratos sociales, ¿qué te pasa cuando sabés que en la audiencia hay gente de clases pudientes cantando temas tuyos que cuentan la marginalidad de la que venís?

Conozco todos los berretines, pero no busco caerle bien a nadie. Hay gente que no tiene las cosas claras, y lo que quiero es que sepan mi punto de vista. Las cosas que están mal, están mal. De todas formas, mi intención no es querer hacerme ver como alguien malo. En el barrio nunca me hice el chorro. Sí estuve al lado de los que lo hacían. Algunos por gustos y otros por necesidad. Gracias a mi mamá, siempre supe elegir lo que te lleva a estar en libertad todos los días. El rico, el cheto, el que nació sin que le falte nada, el de clase baja, la villa, el malandra… Esas palabras nunca me gustaron, porque esa diferencia no tendría que existir. Siempre siento que tengo que remarcar eso. En algún momento, sí me afectó la distinción de clases, que me discriminaran por venir de donde vengo. Pero salí de ese lugar y también me gusta volver a ese lugar. Yo estoy para marcar la diferencia. O en realidad para no marcar la diferencia en ninguno de los dos lados. Busco la lógica y la razón. Intento siempre ser neutral.

En tus canciones solés decir: “Cumbia 420 pa’ los negros”. ¿Te referís al “cabecita negra”?

Lo adquirí, por eso lo afirmo. Es mi frase en todas las canciones. Y espero que me lo sigan diciendo hasta el día que me muera. Si hago algo importante para cambiar el mundo, ojalá que se acuerden de que fue ese mismo negro al que le dijeron negro alguna vez.

¿De dónde nacieron todos esos rótulos que mencionás en tu música?

Nunca quise imitar ningún lenguaje que no fuera el mío. Por eso digo “Cumbia 420 pa’ los negros” y cosas así. Me ayuda a reafirmar lo que soy.

A unos 50 kilómetros de la capital argentina, la ciudad de General Rodríguez está a medio camino de la cultura urbana y de la rural. Ese rugir de motos que se obstina por sacar a sus 140 mil habitantes de la anhedonia comparte aún la coyuntura con la parsimonia de los gauchos a caballo. “Luego de atravesar el asfalto, varias cuadras más adelante las calles son de tierra. Así cambia, de un momento a otro”, recrea Elián. “Por cada casa de cemento, hay dos de chapa y madera”. Ataviado por ese paisaje ciclotímico, que ni siquiera es parte del AMBA, este payador 4.0 firmó su hit “Uno más uno”, al que le siguió los pasos, en 2020, su himno: “L-Gante RKT” (en complicidad con Papu DJ). Lo que expuso códigos barriales no tan distintos a los de Compton y otros enclaves del rap de la Costa Oeste estadounidense.

“El movimiento del RKT es bastante similar al rap norteamericano”, asienta el MC, destacado en las redes sociales de la marca de ropa Karl Kani (vitrina de la música urbana que vistió a Tupac Shakur, Chris Brown, Rihanna y Wolftyla) como nueva apuesta argentina. “En el barrio me decían: ‘Qué te hacés el artista’. Pero si te ponés a pensar, hoy en día somos parecidos a esos raperos que veíamos por la tele. Es igual en todos lados. Lo que cambia es el idioma. Expresamos lo mismo: los reclamos sociales, la vida de la gente, la realidad de los barrios, la carencia”.

En contraste con lo publicado anteriormente, Celda 4 muestra musicalmente la tez más hiphopera de L-Gante al poner a dialogar el RKT con bases y otros elementos propios del rap de vieja escuela. De lo que puede dar fe “Sin 0” , uno de sus nuevos temas. 

“Hice un disco con las herramientas que tenía a mano estando ahí”, espeta el artista acerca de un repertorio en el que la experimentación y el diálgo con otros estilos, entre los que sobresale el reggae, tal como evidencia “Te vienes con el turro”, es la constante. “Yo aprendí a hacer solo todas mis producciones. Pero al salir me estaba esperando mi equipo. Tampoco voy a ser mezquino. Terminamos dejando un trabajo profesional con la ayuda de mis mánagers, de mi productor Bilardo y del resto del equipo. Cuando salí de esa celda, lo que hicimos fue pulir y afilar esas versiones crudas. La mitad de las canciones son más profundas, con letras que hablaban más de mi persona, y la otra parte habla de los lujos de la vida. Porque si no nadie te cree que cambié tanto de un momento a otro. No me voy a hacer todo el disco tan sentimental”.

Unos días después de picotear en Floresta su nuevo disco, previsto para mediados de agosto, Elián y su equipo invitan al set de filmación de los visualizers que servirán para ilustrar sus doce flamantes canciones (de ahí también se tomó parte del video de uno de los focus track del álbum). Esta vez la locación se encuentra en el barrio de Mataderos. Tras dejar atrás el puesto de vigilancia, unos monoblocks abandonados, al estilo de Chernóbil, dan la bienvenida. En uno de ellos se reprodujo la celda 4 en la que estuvo confinado el cantante en esos casi 100 días. De los 16 calabozos que alberga el DDI de Quilmes, el que le tocó a él no dejaba entrar mucha luz y tenía nada más que un enchufe. Sin embargo, lo que más lo remueve es el frío que hacía ahí adentro. Lo compara con los 6 grados que hacen en esta caída de la tarde.

“En la otra celda hacía aún más frío. Nunca me olvidaré de eso”, se lamenta. Y la pulsación se intensifica al recordar que cuando pidió una frazada, para bancar la gelidez del lugar, la que le pasaron estaba húmeda. “Tampoco había mucho espacio para el movimiento corporal”, aclara. “Quizá era mejor hacer ejercicio en el lugar que recorrer un lado a otro, porque tenía 3 o 4 metros de pared a pared”.

En la recreación, se puede avistar una suerte de altar tumbero, con el Gauchito Gil en rol protagónico, y una cama precaria con una almohada, un oso de peluche y una manta. Sin duda, más seca que la que le dieron aquella vez. Una vez que se envuelve en ella, se queda dormido.

Luego de recuperar la libertad, el trajín no paró. Es más: se abrieron nuevas plazas para él. Como San Miguel, donde estuvo vetado hasta recién.

En varios tramos del disco existe la sensación de que los presos están gritando cosas. ¿Puede ser?

El día que me dieron la libertad, me pasaron por un pasillo. Ahí se notifica y se firma lo necesario. Me quitaron las esposas, estaba en el lado de afuera de las celdas. Pedí mis pertenencias, y en ese momento los chicos empezaron a decirme: “Bien ahí, L-Gante”. Tenía un grabador de periodista, y les pedí que gritaran su nombre y el de su barrio. “Griten lo que quieran que los estoy grabando”, les dije. Entonces comenzaron a gritar cosas como “Cumbia 420”, “Florencio Varela”, “El Chavo de no sé dónde” o “Eh, combi, qué onda”. Esas voces, que son reales, se van a escuchar en varios de los temas del disco. Y en la canción “Pídelo” está al principio la voz de mi compañero de celda, Martín. Traslada un poco lo que fue la realidad ahí adentro.

El 8 de septiembre de 2023, L-Gante recuperó su libertad. Si bien en agosto su abogado, Diego Sorto, expuso que el artista seguía detenido por racismo, un mes más tarde el juez de garantías Gabriel Castro resolvió la medida ante un pedido de cambio de calificación legal y de excarcelación presentado por la defensa. El magistrado tuvo en cuenta las contradicciones de un testigo y un nuevo testimonio en la causa, que supusieron “una versión distinta a la valorada al momento de la prisión preventiva y sostenida por el Ministerio Público Fiscal”, según se desprende de la resolución de 21 páginas. “Con base en esta reevaluación del mérito de la prueba realizado por el suscripto, corresponde disponer el cese de la detención del aquí imputado Valenzuela ordenando su inmediata libertad en este proceso”, sancionó Castro.

Al enterarse de la noticia, su mánager, Maxi El Brother, posteó en su cuenta de Instagram: “Dios es bueno”. Más tarde, en la entrada del DDI lo esperaba Claudia Valenzuela, su madre. “Estoy contenta, ya pasó. Fue una eternidad”, expresó, acompañada por otras cincuenta personas. Apenas atravesó la puerta de la Dirección Nacional de Investigación Criminal, el cantante declaró: “Este tiempo que estuve acá lo aproveché para endurecerme mentalmente, para cuidarme un poco más de las cosas y para no darles oportunidades a cosas malas. Le meteré con todo a lo que más me gusta: la Cumbia 420. Tengo más de cincuenta canciones, tres discos para lanzar a las plataformas, mi música me mantiene libre, quisieron hacerme daño, encerrarme, pero me hacen más fuerte en mis convicciones”.

Dos meses más tarde, se produjo su regreso a los escenarios. Después de debutar en el Luna Park en 2021, en noviembre último Elián desenvainó en el mismo estadio toda su artillería pesada de éxitos a lo largo de tres horas. Antes de rendirle tributo a El Noba, de citar a Los Piojos (su referencia más rockera) y de invitar a su amigo y colega Pablo Lescano, el músico confesó: “Estoy acá no porque estuve preso, sino por mis presiones emocionales”.

Frente a la pregunta de si expurgó toda esa carga, asiente con la cabeza. “Fue un descargo emocional, de energía, de cosas que quería decir, de volver a hacer lo que no hacía hace tiempo. Hasta comprobar si me había olvidado las letras”, se sincera. “Eso era un miedo también, tras no hacer un show hace mucho tiempo. Al terminar, sentí tranquilidad. Sentí que volví”. 

La vida te dio revancha. No parecés resentido por lo que te pasó.

No desenfocarse, reinventarte y quedarte en el lugar es lo fundamental. Fuera de todo eso, no me dejé llevar. Cuando salí, me di cuenta de que me estaban haciendo el aguante. Fue más un intento de bajarme que otra cosa. Hasta el día de hoy, no hubo pruebas concretas.

¿Cómo sentís que encajan estas canciones entre toda la oferta local?

Cuando no tenía plata, no podía ignorar eso. Y tenía que salir a buscarla. La realidad la tenés que aceptar. Si hoy en día un joven canta sobre lo que está mal o bien, es una realidad. Quiere cambiar el mundo para el futuro que se viene. No deja de ser realidad, pese a que sea la suya. Y por algo tiene ese pensamiento de lo que está narrando. No es culpa de la música, es culpa del mundo.

¿Tenés expectativas con este disco?

Arranqué solo, luego todo lo hicimos mi mánager y yo, y ahora estoy con un sello. Nuestro equipo, nuestra banda, es el resultado de prestar atención. Y no creértela. Quizá un día te la pegaste, y al otro día te tenés que despegar. Lo importante es todo lo que vas recolectando en el camino.  

¿Qué harás con el resto de las canciones que no entraron?

Las otras las aparté para el siguiente disco. Vamos a ver qué podemos transmitir en el próximo.

Al salir de la motorhome que hace las veces de camarín, Elián se reincorpora a lo que vino. Le quedan unas pocas tomas más. Mientras se pierde en la noche más fría de los últimos 60 años en la Argentina, emerge una de las imágenes más poderosas de The Long Game. Está basada en una historia real que sucedió a fines de los años 50 en el sur de los Estados Unidos. Cinco jóvenes caddies mexicano-estadounidenses, pese a jugar golf en las condiciones más adversas, vencen a los equipos ricos. Lo que desata la ira de la aristocracia blanca de la región.  Su entrenador, excombatiente de la Segunda Guerra Mundial, siente el peso de la discriminación. Cuando decide renunciar a todo, un anciano, también chicano como él, le recuerda: “Nadie puede detener a un hombre que puede salir de un búnker”.

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