“A todos y todas, esto no es un concierto todavía. Esto es un paso previo al concierto”, aclaró Jorge Drexler poco antes de las 21 del sábado, sobre el escenario del Movistar Arena. Unas horas antes se había conocido el ataque de Hamas en Israel, y el cantante estaba conmocionado. “Yo podría haber hecho como que no pasaba nada y que me daba igual cantar de cualquier manera hoy de noche. No es así: quiero salir y decir unas pequeñas palabras de acuerdo con cosas que están pasando en Medio Oriente que me tienen muy asustado y muy apenado”, explico. “Nuestro trabajo es cantar, cada uno tiene que hacer su trabajo. Si los que estamos del lado del amor nos callamos la boca, esto se va a la mierda. O sea que es importante salir y cantar. También es muy difícil salir y decir algo. Pero, bueno, tengo canciones que dicen cosas y entonces prefiero que hablen las canciones en su lugar. Voy a cantar una canción para ustedes y luego voy a volver a salir, y va a empezar el concierto de vuelta. Haremos un pacto: esto no ha pasado, ha quedado entre ustedes y nosotros. Era algo que yo quería hacer personalmente, pero no quiero arruinar esta cosa maravillosa que va a pasar hoy aquí, que llevo esperando tanto tiempo. Que ustedes llevan esperando tanto tiempo como yo. Pero tampoco quería hacer como que no pasaba nada. Así que si ustedes me ayudan, salgo y vuelvo de vuelta a entrar”.
La canción elegida para abordar el conflicto fue “Polvo de estrellas” y en la resonancia de líneas como “una vida lo que un sol, vale” y “toda vida es sagrada” se percie claramente el porqué de la dedicatoria: “a los israelíes que han sufrido. Y a todos los civiles de Gaza y Cisjordania, que se ven venir una cosa horrible”. Por eso, esa canción que habla sobre el valor de la vida.
Pasaron un año, cinco meses y siete Latin Grammys desde que Jorge Drexler se había presentado por última vez en Buenos Aires. Y su reencuentro con el público porteño mostró un salto exponencial en su poder de convocatoria. Si la vez anterior habían sido seis Gran Rex totalmente agotados, su debut en el Movistar Arena, con un doble sold out (cantó el viernes 6 y el sábado 7), se asimila como la evolución natural de un artista que, desde el escenario o desde las redes sociales, ha construido un potente lazo con su público.
Claro que la columna vertebral de ese vínculo son las canciones. Y este espectáculo, continuación de la gira presentación de Tinta y tiempo, su exitoso álbum de 2022, fue bautizado Tiempo y tinta, es una intervención a las formas vanguardistas que proponía la puesta anterior. Inspirado en espectáculos como American Utopia, de David Byrne, en el show anterior predominaban las coreografías y una dinámica continua sobre el escenario, en el que incluso el asistente, “Flamen”, tenía un papel protagónico.
Aunque la puesta de luces, con colores planos proyectados sobre un enorme telón de fondo, replica la austeridad de la propuesta anterior, para la dimensión de estadios apuntan a un show un poco más convencional.
La arquitectura sonora de las canciones, tanto de las más recientes como las del resto del repertorio que ha construido a lo largo de más de tres décadas, ostenta un refinamiento mayúsculo. Un equilibro constante que rompe la tensión entre el pop y la vanguardia. Parece clave allí el rol del guitarrista y director musical de la banda, el argentino Javier Calequi.
En la antesala del show del viernes, Drexler subió al escenario casi de entrecasa, con una campera amarilla, para explicar que la presencia de Calequi y Las Panteras como número de apertura era una decisión suya, aprovechó para recordar que tocan el próximo jueves 12 en la Ciudad Cultural Konex y, de paso, sumó su voz a las de Laura Revuelta y Luisa Corral al final de “Ciudad de cristal”, el nuevo single del grupo compuesto por Calequi junto al escritor Pedro Mairal (autor de La uruguaya e integrante del grupo Pensé que era viernes) y el propio Jorge.
Drexler, ya vestido de punta en blanco, recalacará en un momento del show que su banda es un seleccionado, que todas y todos sus integrantes ostentan sus respectivos proyectos solistas (de hecho, la tecladista Meritxell Neddermann se presentó el domingo en Bebop Club y el lunes será invitada por La Bomba de Tiempo), como las Tortugas Azules, el grupo de Sting de los 80. Es la misma backing band con la que se había presentado el año pasado: Carles “Campi” Campón (bajo, loops, samplers, coros); Borja Barrueta (batería, coros); Alana Sinkëy y Miryam LaTrece (coros), pero con el agregado de la percusionista mendocina Gala Celia, que acentúa el factor rítmico, adecuado para esta nueva dimensión.
Para alguien que escribió “Que viva la ciencia, que viva la poesía” (“Guitarra y vos”, Eco, 2004), parece lógico que abra el show con la voz de una científica explicando el orígen atávico del amor. Son los mensajes de whatsapp que le envió desde Caracas su prima Alejandra Melfo Prada, que incluye el ya célebre desafío de incluir el término “mesoproterozoico” en una canción, la inspiración para “El plan maestro”, que abre su último disco. La segunda en la lista es “Deseo” (Eco, 2004), en la que el uruguayo ya había abordado el tema, en las líneas: “Igual que haré millones de siglos, en un microscópico mundo distante, se unieron dos células cualquiera…”. Un tándem temático unido por un hilván invisible de casi dos décadas.
Planteado como un repaso por toda su carrera, con las canciones de Tinta y tiempo como hilo conductor, Tiempo y tinta funciona en Buenos Aires como el más público de los diarios íntimos entre el artista en su vínculo con la ciudad.
Ya desde su debut en Buenos Aires, con un showcase en el Hard Rock Café de Recoleta el 30 de mayo de 2000, Drexler mostró un carismático caracter didáctico en su vínculo con su audiencia. En aquella oportunidad, y en buena parte de los conciertos seminales en el Club del Vino y La Trastienda con los que inició un vínculo que casi un cuarto de siglo después sigue en expansión, Jorge enseñaba y proponía un ensayo en repetición del estribillo de “Aquellos tiempos” (Frontera, 2000).
Lo mismo que hacía para esa audiencia reducida lo hace ahora para un estadio imponente, y con amabilidad e ingenio, pide mientras canturrea el trueque de aplausos por golpecitos de los pies contra el suelo, y que esos golpecitos vayan en el tiempo preciso de “Corazón impar”.En un universo sonoro que va de la canción pop en su forma más clásica y perfecta (“Me haces bien”, su hit que fuera revisitado por Mercedes Sosa) hasta las nuevos formas (“Nominao” y “Tocarte”, colaboraciones con C Tangana) y coqueteos con el hip-hop (en “Oh, algoritmo” contó que le daba pudor rapear unas líneas porque Wos estaba escuchando el concierto), Drexler hace gala de su encanto. Desde la evolución sonora de samples y loops (el camino que inició en el indispensable Frontera, 1999), hasta el formato intimista de guitarra y voz capaz de transformar al Movistar Arena en un fogón de enormes dimensiones (el sábado, Kevin Johansen se sumó para cantar “Soledad”, de 12 segundos de oscuridad, 2006), la canción está en el centro de la escena todo el tiempo. Las linternas de los celulares forman una constelación de lucecitas y le dan un marco estremecedor al estadio. “Una canción me trajo hasta aquí”, dijo el poeta. Hasta aquí y a todo el mundo.