Es difícil adivinar qué va más rápido, si las manos de Hugo Fattoruso sobre las teclas del piano, sus ideas o esos pasitos ligeros que da para trasladarse de un lado a otro en el escenario del emblemático Teatro Solís. Todavía faltan varias horas para que la sala se llene, pero detrás de bambalinas hay un batallón de gente puliendo hasta el último detalle del show. Desde hace semanas, Fattoruso y su equipo están con la cabeza y el corazón metidos en un proyecto ambicioso: celebrar los 80 años del maestro rodeado de su familia, amigos y colegas de toda la vida. Una tarea nada sencilla si se tiene en cuenta que el menor de los hermanos Fattoruso, multiinstrumentista virtuoso, pionero del rock and roll sudamericano con Los Shakers y prócer absoluto de la música rioplatense, tiene a sus hijos, nietos y amigos desperdigados por el mundo. Sin embargo, semejante número merecía el esfuerzo.
Mientras acomoda los cables de los sintetizadores y acata las órdenes del encargado del sonido del espectáculo, Fattoruso se inventa un espacio para recibir a ROLLING STONE en pleno escenario. Lleva puestos jeans, zapatillas y una remera negra con una caricatura de su hermano Osvaldo, que murió en 2012 y fue uno de los bateristas más influyentes de la región. Saluda con humildad y aclara de entrada que a él nunca le gustó festejar su “aniversario” –así lo llama–, pero que esta vez la cosa fue diferente. “El sello Montevideo Music Group (MMG) me preguntó si iba a hacer algo para esta fecha y les dije que capaz que sí, porque el 80 es un número redondo. No es 79, ni 75, ni 70… 80 es bien pelotudo, un año contundente. Y yo no iba a hacer un recital de Hugo en el cumpleaños de Hugo. Entonces, consta de invitados. Cuando hice la lista, era para tocar cinco días. Ahí dijimos, tá, vamos a hacer el show con quienes tenemos material grabado. Y dieron los números para hacer dos noches”, dice.
Durante las dos funciones de más de dos horas de duración, y con localidades agotadas, desfilaron por ese mismo escenario una constelación de artistas de todas las edades y latitudes, como el excelso percusionista japonés Tomohiro Yahiro, que viajó especialmente para la ocasión, el reconocido bajista Daniel Maza, el gran Leo Maslíah y hasta Hugo “Ringo” Thielmann, bajista del histórico grupo Opa, que fusionó el candombe con el jazz-rock en los Estados Unidos. Enfundado en celeste charrúa, Ringo se hizo presente en ambas oportunidades para colgarse el instrumento de cuatro cuerdas y rememorar, al menos por un rato, la base del eterno “Goldenwings”.
Desde el hemisferio norte volaron los hijos de Hugo, Francisco, Christian y Alex (conocido como “Ciruela”), y Luanda desde Brasil. Sus nietos Nicolás, Santiago y Donatello se unieron al festejo desde Europa y se animaron a compartir el escenario con el abuelo. Los Fattoruso (Los Fattos) tocando todos juntos “Corre niña” o “Milonga blues” conformaron, sin dudas, una de las postales más significativas de cada noche. Y Hugo, en la previa del segundo concierto, coincide: “El único músico es Francisco, pero a los otros les encanta tocar. Los más chicos estudian piano clásico, no entienden nada de todo esto, pero se aprendieron los temas. El Ciruela toca el bajo fenómeno, pero él es un yuppie, un ejecutivo que tiene 40 personas a su cargo, ¡una responsabilidad de la gran puta! No tiene tiempo de tocar, pero le encanta y tiene facilidad. Por eso dijo que sí”, dice orgulloso.
Montevideo luce encapotada por una niebla londinense que le suma unos grados de melancolía a la típica postal del Río de la Plata. Es 20 de junio y la emergencia hídrica que acaba de declarar el presidente Luis Lacalle Pou se respira en el aire. “El agua sale salada”, repiten los vecinos de la capital uruguaya. Cuando abren la canilla brota una mezcla que proviene de un estuario que recibe aguas saladas del Atlántico. Mientras tanto, el embalse de agua dulce que abastece a más del 60 % de la población del país está en sus mínimos históricos y la lluvia se hace desear. Hasta para llenar el termo del mate los montevideanos tienen que salir a comprar un bidón.
“La situación está realmente complicada”, se lamenta Andrés Sanabria, creador y director del sello Bizarro, en un encuentro con periodistas de Buenos Aires en las oficinas de la compañía. Un departamento amplio ubicado en el centro de Montevideo con las paredes atiborradas de historia de la música local y una pequeña habitación mágica llena de vinilos descatalogados, verdaderas gemas del Uruguay a punto de salir a la venta. Por mencionar algunos: Guitarra negra de Alfredo Zitarrosa, una edición de lujo de Se pule la colmena de Buenos Muchachos y Mecánica Popular, el último álbum de Buitres, el grupo que se armó tras la disolución de Los Estómagos, banda clave de la escena rock uruguaya post-dictadura.
“¿Quién iba a pensar que nosotros, que estamos rodeados de agua, nos íbamos a quedar sin agua?”, se preguntaría al día siguiente, con toda lógica, Federico Marinari, uno de los referentes de MMG, en el sótano “tecnológico” que montaron para los empleados más jóvenes de la compañía. Fue en otra de las reuniones que sirvieron para conocer la actualidad y los planes a futuro de los principales artistas del país. También, para descubrir cómo funcionan desde adentro dos de las principales factorías de música del otro lado del charco. Los nombres que surgieron de ambas charlas van desde revelaciones, como la rapera KIRA1312, la cantante Mel Altieri o el cantautor Diego Matturro, a los clásicos de siempre: Jaime Roos, Rubén Rada y Hugo Fattoruso, por supuesto, el gran responsable de este viaje.
“Tenemos ocho discos sin editar de Hugo”, revela Diego Martínez, el director de MMG, mientras revuelve la bombilla y se ceba otro mate. La pausa se estira y, después de un buen sorbo, sigue: “Hay que ir administrando todo lo que graba porque es muy prolífico”. Esa misma noche, la autoridad máxima del sello se subiría al escenario del Solís para entregarle una distinción a su artista emblema por los 80 años. Y por toda esa cantidad de música, claro.
Las indicaciones de los técnicos en el escenario hacen imposible el diálogo y Fattoruso pide continuar la entrevista en su camarín. El recorrido es de apenas unos metros, pero el camino es a puro abrazo. Ya llegaron Leo Maslíah y Daniel Maza. También sus hijos y nietos, que después de sacarse los nervios de la primera noche, logran apropiarse del espacio de otra manera. De lejos, Hugo descubre a Eduardo “Pitufo” Lombardo y Leo Carbajal, dos músicos locales que figuran en la extensa lista de invitados de la segunda noche de festejo, y le devuelve una sonrisa a cada uno. Enseguida se mete en el camarín, cierra la puerta y, justo cuando parece que está por tomarse un respiro, pregunta: “Estás grabando, ¿no?”, como para no perder el hilo de la charla.
De los hijos y los nietos, y de esa primera vez de todos juntos en un escenario, pasa a Tomohiro Yahiro, el percusionista japonés al que define como un gran músico y un gran amigo. Es el compañero con el que recorrió la isla asiática de norte a sur una docena de veces —lo harán de nuevo este año, el que viene y el otro, según anunció Yahiro en el show, en un español muy correcto—, y con el que entabló una relación muy especial. Para destacar la importancia que le da a ese vínculo, Fattoruso se larga a contar una anécdota de 2018 que, además, sirve para conocerlo un poco mejor: el día que postergó un Grammy Latino para no fallarle a su amigo.
“Suena el teléfono de mi casa y atiendo. ‘Habla el director del Grammy Latino, el señor Gabriel Abaroa, le quiero comunicar que usted va a recibir el Premio Grammy Latino a la Excelencia Musical por su trayectoria’. Yo creí que era broma al principio. Estábamos en abril, mayo, más o menos. Me tomó por sorpresa. Le agradecí y le pregunté cuándo iba a ser la entrega. Me dijo que el 13 de noviembre en Nueva York o en Las Vegas. Le dije que era imposible, que no podía ir, que tenía un compromiso. El tipo me dice: ‘Pero esto es muy importante…’. ‘Lo mío también’, le respondí. Cumplía 50 años Ayax, la empresa importadora de Toyota en Uruguay, y habían alquilado el Solís para que diéramos un show con Tomohiro. Ya teníamos los pasajes y todo organizado, ¡no podía irme a Estados Unidos a recibir el Grammy! Le pedí al tipo que me diera una semana para arreglar el asunto y me puse a carburar la cabeza. A la semana siguiente lo llamé y le pregunté si me podían dar el premio el próximo año. Me dijo que eso no se podía hacer y le repregunté: ‘¿El premio no es mío? Entonces démelo el año que viene’. Es como el ajedrez, ¿viste? ¡Pero yo no sé jugar al ajedrez! Finalmente, accedió y me lo dieron al año siguiente. El vínculo con Tomohiro es muy estrecho y significativo en varios sentidos. Es musical, social y entre dos países, es político. Esto fue reconocido por la embajadora del Japón en Uruguay, Keiko Tanaka, y te digo más, y se me pone la carne de gallina, hasta el Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón distinguió el proyecto Dos Orientales. Ellos realmente consideran estos puntos en común y lo ven con esa importancia”.
Para celebrar sus 80 años, el sello suizo Zorn Records acaba de lanzar En vivo en Buenos Aires, grabado originalmente en marzo de 2013, y producido por Marcelo Olguín. Son ocho canciones que permiten apreciar al duo en toda su dimensión, que incluyen un tema dedicado al guitarrista y bandoneonista uruguayo Nico Mora.
Las ocho décadas de vida no le impiden a Hugo recordar la mayoría de los nombres de las personas, ciudades y eventos en los que alguna vez se presentó. Y si no se acuerda, ahí está su compañera, la percusionista Albana Barrocas, para hacer de ayudamemoria. También de productora de todo el espectáculo, asistente de escenario y todos los roles que sean necesarios para hacer que las cosas funcionen. Juntos, encarnan además HA Dúo, un proyecto musical que explora los sonidos latinos y el jazz y que aborda el cancionero clásico uruguayo desde una óptica novedosa. “Albana es un fenómeno, tiene mucha capacidad de trabajo, es muy responsable y muy simpática. Encara todo, ella puede. ¡Parece tres personas en una! Y me encanta lo que hacemos con el dúo”, dice Fattoruso con otra sonrisa. Además, aprovecha para mencionar la gira de 12 conciertos que harían durante julio por diferentes ciudades de la provincia de Buenos Aires y La Pampa. En confianza, pregunta: “¿Se pronuncia Pigué o Pigüé?”.
Durante la charla, Hugo hablará con entusiasmo de Tradición, el disco que está a punto de lanzar con el quinteto Barrio Sur, otro de los invitados de la segunda noche en el Solís, y del placer que le da compartir horas de ensayo y escenario con el trío UNNO, su proyecto más reciente y, quizás, el más exigente en cuanto a la ejecución, junto al bajista Rolo Fernández y el baterista Mateo Ottonello, dos intérpretes jóvenes y realmente notables de la escena uruguaya. Su primer álbum ya está disponible en plataformas.
“Tocar con ellos, para mí, es la gloria —asegura Hugo—. ¡Lo que tocan esos tipos! Se aprenden los temas enseguida, vienen con todo estudiado y prenden fuego ahí nomás”. Cuando habla de sus colegas, a Hugo se le encienden los ojos. Su energía vital parece provenir, en parte, de los músicos que lo rodean y desafían a diario. Como si fuera poco, después de horas y horas de ensayo, entrevistas, armado y prueba de sonido, todavía tiene cuerda para ser el frontman de un megashow plagado de cambios de clima, nombres y, sobre todo, de canciones de todas las épocas. Sin maestro de ceremonias a cargo, es el propio Hugo el que toma las riendas del espectáculo, presenta a cada uno de los invitados y se encarga de mantener la atención del público durante las más de dos horas de concierto.
¿Cuál es la fórmula para estar así de bien a tu edad?
No tengo una respuesta. Yo estoy distraído con la música y los mandados, como todo el mundo. Ordenar la casa, limpiar, ir a comprar. ¿Qué comemos hoy? Y así todos los días. Estoy distraído, así que no sé cuál es la fórmula. Yo tengo que estudiar porque toco temas en los que mis dedos tienen que estar en forma. Tengo un poco de reuma, se me hinchan las articulaciones y tengo que estudiar porque quiero que mis manos estén en forma. Si yo tocara —con todo respeto— blues, bossa nova o boleros, no tengo que estudiar nada porque no requiere estado físico de las manos. Pero yo toco cosas que requieren estar en estado. Además, me gusta estudiar, entre todas las cosas del día también le meto lo que puedo al estudio. A mí ya me dijeron que es mejor estudiar 10 minutos por día que dos horas el sábado. Lo leí por ahí, creo que lo dijo [el pianista estadounidense de jazz] McCoy Tyner. El piano siempre está ahí.
“Siempre que me preguntan cosas sobre Hugo trato de aclarar que, más allá de que sea mi padre, en mi cabeza de músico logro separarlo”, dice Francisco Fattoruso en una comunicación telefónica con ROLLING STONE desde Los Ángeles, donde está radicado desde bastante antes de la pandemia. “Tengo el lado de padre, que es el familiar, como todo el mundo. Y después, como soy músico y veo su nivel, su capacidad, escucho todo lo que ha hecho y soy superfan. Pero un fan real porque me pega toda su historia y cómo toca”, dice el bajista, que nació en Las Vegas, pero que vivió la mayor parte de su vida en Brasil y Uruguay. “Cuando estamos ensayando le miro las manos y no entiendo dónde están todas esas notas, ¿qué está tocando? Me vuelvo loco. Es algo que siempre compartimos con la gente de mi generación como Nicolás y Martín Ibarburu o el Tato Bolognini. Nos quedamos mirando y nos reímos porque no lo podemos creer”, cuenta.
Su rostro quizás resulte conocido porque fue bajista de Illya Kuryaki & The Valderramas y grabó, entre otras cosas, el recordado Encuentro en el Estudio que hizo la banda hace ya una década. A sus casi 44 años, tampoco tiene una respuesta a la pregunta de cómo hace su padre para estar tan bien a los 80. “Es un misterio total, ¡tiene más energía que yo! Tanto en lo musical como en el día a día”, dice. Y cuenta algunas intimidades de cómo se gestó el concierto por los 80 años. “Todo este tiempo que estuvimos ensayando para el show mi padre hizo mil notas, todo el tiempo lo llamaban para cosas relacionadas con el espectáculo y a la vez arreglaba, por ejemplo, una cena o un almuerzo en familia. ‘Mañana hay almuerzo en casa’, decía y hacía milanesas para todos, ¡y éramos un montón! Mis hermanos, mis sobrinos, todos. Y él, de repente, ensayaba con cuatro formaciones diferentes ese mismo día. Primero con Los Fattos a la mañana, después con Barrio Opa al mediodía, a las 3 de la tarde iba Laura Canoura y a las 5, Leo Maslíah. Así, varios días seguidos y siempre superdispuesto”, cuenta.
Para aprovechar el viaje a Montevideo en su totalidad, Francisco no sólo se dio el gusto de hacer algunos shows en la ciudad y en Buenos Aires, sino que además revivió el ciclo Martes On Fire, las jam sessions que creó hace tiempo, en su anterior estadía en Uruguay, y en las que el groove es el leitmotiv de cada velada. “Con mi esposa vivimos en Atlanta unos seis años, hasta fines de 2011, y me encontré con que en esa ciudad todas las semanas se hacían unas jams superentretenidas. Nada que ver con las de jazz, pasaba de todo. Alguien pintando, dos baterías, gente bailando, improvisaciones. Por un lado, me había acostumbrado a tener eso todas las semanas y, por el otro, ahí era donde salían todos los trabajos. Conocías a los músicos y se daban cosas increíbles. Cuando nos mudamos a Uruguay, sentí que me iba a hacer falta eso de ir a tocar todas las semanas a un lugar que no sea laburo”, dice.
El ciclo Martes On Fire empezó como una prueba y se convirtió en una fija que se prolongó de 2012 a 2017. Por su pequeño, pero acogedor escenario, ubicado en el sótano de un bar que actualmente se llama Inmigrantes, pasaron artistas de la talla de Fito Páez, Jorge Drexler, Rubén Rada, Illya Kuryaki, Fabiana Cantilo, Lisandro Aristimuño y Luis Salinas, entre otros. “Cada vez que vuelvo a Uruguay, tá, hacemos una o dos noches. Es el lugar de los músicos”, sintetiza Francisco. “En su momento, mucha gente venía y ni siquiera bajaba a ver el show, se quedaba afuera. Era como un club. Por ejemplo, Emiliano Brancciari (No Te Va Gustar) o el Seba [Teysera] de La Vela Puerca, iban muy seguido, pero por ahí no a tocar, a divagar. Se armaba una barra de músicos de diferentes generaciones”, recuerda.
El rumor comenzó a correr en los camarines del Teatro Solís. Después del primer concierto por los 80 años de Hugo, anunciaban una zapada en un bar que prometía ser histórica. Por nada del mundo había que perdérsela. Porque conociendo el paño, no sería raro que el propio Hugo se sumase al after. Como fuere, todos recomendaban asistir a esa jam misteriosa y ardiente. Era martes a la noche y la ciudad parecía haberse ido a dormir. Después de un viaje corto en taxi —nada queda demasiado lejos en Montevideo—, la única esquina iluminada del barrio aparecía como un oasis. La puerta de entrada estaba repleta de gente y adentro nada parecía indicar la presencia de música en vivo. El suelo, sin embargo, vibraba.
Detrás de la barra, una escalera angosta conducía al famoso Martes on Fire. Funk, gospel, soul, una fusión explosiva de ondas sonoras retumbaban en las paredes. No había espacio para más de las 50 o 60 personas que, entregadas al trance, disfrutaban de una noche atípica y esperada (las entradas anticipadas se agotaron en tiempo récord). Al mando de todo el asunto estaba Francisco con su gorra de visera plana y su enorme bajo de cinco cuerdas. A un costado, Matías Rada a cargo de la guitarra principal. Mateo Ottonello en la batería, Diego Soca en la voz y guitarra, Camila Sapin también cantando. Una verdadera selección de artistas a los que se les fueron sumando presencias estelares, como la del legendario “Lobo” Fernando Núñez Ocampo, músico y lutier de tambores. Uno de esos tipos que pueden acompañar cualquier tema, desde un candombe beat hasta un cover de Alicia Keys, y transformarlo en propio.
“Nos queda chico el lugar. Pero el ciclo nació ahí y pintó esa nostalgia de revivirlo ahí mismo. Es un poco apretado, pero tiene una magia especial”, dice Francisco. El repertorio también lo elige él y forma parte de una ambición personal, presentar en Uruguay el cancionero de las jams estadounidenses. “Ya que conozco toda esa música por haber vivido en Estados Unidos durante tanto tiempo, me parece muy importante presentarla en Uruguay para que la conozcan tanto los músicos como la gente que va a ver el show”, dice. Actualmente, Francisco es el director de la banda norteamericana de Beto Cuevas, de La Ley. También toca con el brasileño Ivan Lins y con Janelle Monáe. Siempre está grabando, mezclando o produciendo música propia o de otros colegas.
Poco a poco, el fuego del sótano se va apagando. Después de la sorpresiva aparición de los otros hijos de Hugo, y de sus nietos, es hora de caer en la realidad de que es martes a la madrugada. Para cerrar con una-que-sepamos-todos, deciden ejecutar un clásico, “Hey Jude” de los Beatles. El coro final a cargo del público les gana a los instrumentos y antes de subir las escaleras empiezan los abrazos. El clima es de victoria y reencuentro. Todos salen a fumar y a celebrar lo que ocurrió recién ahí abajo. De los balcones de la ciudad cuelgan bidones como guirnaldas. En apenas unas horas hay que ir de nuevo al teatro para preparar la segunda función. “Miren que mañana lo hacemos de nuevo”, advierte Francisco mientras se despide con el bajo colgado al hombro. De tal palo, tal astilla.