Con Fito Páez como invitado estelar, Fabiana Cantilo cerró una seguidilla de tres conciertos en el Gran Rex

Lula Bertoldi y Brenda Martin, de Eruca Sativa, se sumaron a un show ambicioso, en el que la cantante desplegó su caótico histrionismo, versionó a Charly García y Los Redondos y repasó sus grandes éxitos

Por  HUMPHREY INZILLO

octubre 4, 2023

Cantilo y Páez recrearon una historia sobrenatural de los 80 e interpretaron juntos "F y F", una composición inédita del rosarino.

Guido Adler (gentileza)

“Hoy va a ser una noche mágica”, dice Fabiana Cantilo. Pasaron apenas cinco temas del concierto y cuando el baterista marca cuatro y está arrancando siguiente, Fabiana lo interrumpe, le pide que la espere porque nos está contando que esta noche va a ser una noche histórica y le dice que, ahora sí, puede marcar cuatro. Y la banda arranca con una versión poderosa de “Empire State”, publicada originalmente en 1988, en el segundo disco de Fabi, junto a Los Perros Calientes, la banda comandada por Gabriel Carámbula. Nota al pie: el productor de ese disco fue Fito Páez, un detalle que tuvo que ver con lo que ocurriría un rato después. 

Ya habían pasado algunos hits (“Fue amor”, de Páez, en una versión que el tecladista y arreglador Cay Gutierrez definió como “indo-afroamericana”), “Llego tarde“, ya había pasado la festiva versión de “La bestia pop”, un clásico ricotero y generacional, además de varias canciones de la trayectoria de Fabi (“Dinosaurito”, “De qué se ríen”, “Una tregua”), cuando la cantante se fue de escena y su imagen, desde las 12 pantallas superpuestas en forma de biombo al fondo del escenario, cantaba “Nada es para siempre”.

Fabi en el Gran Rex (Foto: gentileza Guido Adler).

Apareció Fabi con un cambio de vestuario, con un coqueto trajecito naranja y corazones de metal como accesorios, y apareció, de colorado rutilante, Fito Páez. Ahí estaba la sorpresa. Juntos, recordaron una historia mística, metafísica, que transcurrió en el inicio de su relación, hacia 1984, y que Fito narró así en Infancia & Juventud, el primer tomo de sus memorias que Planeta publicó en 2022: “Llegamos al departamento que alquilaba en el barrio de La Boca. Amanecía nublado. Ella venía algo ansiosa en el taxi. Era hora de parar. Cuando abrió la puerta del tercer piso se sentó en el silloncito del living y sacó el papel plateado del paquete de Marlboro. Le pedí que no lo hiciera. Traté de quitárselo. Ella, rápida de reflejos, corrió hacia el baño atravesando el pasillo. Intentó encerrarse. Mi pie derecho se lo impidió. Forcejeamos con la fuerza de dos animales. Logré entrar. Quería tirar en el inodoro algo que ella quería meterse en la nariz. Finalmente se salió con la suya. Me recosté en mi habitación. A mis espaldas la amplia ventana de vidrio abierta de par en par dejaba ver un cielo gris plomo sobre Buenos Aires. Enfrente, un armario blanco. Ella se sentó de rodillas al pie de la cama. Tenía la mirada perdida y estaba ojerosa. Yo me incorporé. Mis ojos se clavaron en un punto fijo y atravesaron todo lo que había adelante. Vi aparecer lentamente una cápsula transparente color naranja alrededor de aquella mujer a la que amaba. Ella vio que los músculos de mi rostro se transformaron hasta achinarse mis ojos y que ese que la miraba no era yo. Entonces comencé a hablar con una voz grave, que no era mía, que le decía: ‘Eso que rodea tu cuerpo de color naranja es tu aura. Cuídala, es muy hermosa’. 

Mi punto de vista. Vi una campana naranja aparecer de a poco, rodeando el cuerpo de Fabi. Después dije algo que no recuerdo. A continuación ella me contó que mis ojos se cerraron. Cuando volví a abrirlos vi que de mi plexo solar salía un cable enrulado de teléfono que ascendía hacia el cielo por la ventana y se perdía entre las nubes. Recuerdo que lloré. Fue un sentimiento que nunca pude definir. Un temblor de humildad y esperanza ante la inmensidad. Una extraña mezcla entre plenitud, seguridad y satisfacción por estar conectado a algo sagrado, misterioso, de absoluta paz y belleza. Ella tiró el papel plateado en el baño y nos quedamos dormidos, abrazados en aquella camita del barrio de La Boca.”

La escena había sido filmada para El amor después del amor, la serie de Páez que Netflix estrenó hace unos meses, pero “una mano negra, no sabemos qué pasó, quién lo hizo”, dice Fito, la sacó. Que les dio bronca y pena, porque había sido una experiencia trascendental en la vida de ambos. Y entonces le hicieron un fuck you, al cosmos. Pero transformaron la ira en una bellísima revancha musical.

Fati frente a un Gran Rex colmado. La escena se repitió el sábado 30 de septiembre, el domingo 1 de octubre y el martes 3 (Foto: Gentileza Guido Adler).

El naranja fue el leiv motiv de esta serie de tres conciertos, una suerte de regreso consagratorio de Fabiana Cantilo a la calle Corrientes. “El naranja es un símbolo de energía constructiva y vitalidad; aporta espíritu de independencia y confianza en uno mismo. Es el color de la creatividad y de la sabiduría. Es el color de la iluminación. En el budismo, es el color de la transformación. Los monjes budistas llevan túnicas naranjas para conectar mejor con su interior, para encontrar la luz, el camino correcto o la paz interior. En la religión hindú, es una tonalidad sagrada, que representa el camino hacia la perfección”, anunciaba el programa de mano del espectáculo.

Y naranja era ese aura, que se desplegó en aquel cuarto de La Boca hace casi cuarenta años. Después de esa experiencia, Páez escribió “F y F”, una canción que permaneció inédita y que cantaron sobre el escenario del Rex, con notables arreglos de vientos (una sección integrada por Juan Torres Fernández, saxo; Franco Espíndola, trombón; y Bruno Lazzarini, trompeta). Cay Gutiérrez asumió el rol de director, para un momento sublime y refinado. Una elección poco demagógica (hubiera sido mucho más sencillo sumarlo a uno de los hits), pero que terminó por hacer de este encuentro un acontecimiento histórico a nivel musical y emotivo.   

Más allá de su backing band habitual, que incluye a Darío Casciaro en guitarra y voces, a Andrés Dulcet en bajo, a Ishi Gutiérrez en acordeón y dirección musical, y a Marisa Mere en coros, Cantilo también sumó un cuarteto de cuerdas integrado por Paula Sadovnik, violoncello; Mariana Cañardo, violín; Valentina Guiriay Colmenares, violín; y Federico Berthet, viola. Y, además, las bailarinas Maira Yossixca Machado y Rocío Castro se sumaron con auspiciosas coreografías.

Con una lista generosa y ambiciosa de 28 canciones, Fabi administró su caótico histrionismo. Invitó al Joven J.R.B. (Juan Ramón Bourdieu) para rapear sobre los aires folclóricos de “Universo fiel”, repasó clásicos de Charly García (“Bancate ese defecto”; “Demoliendo hoteles”) y cerró con dos de sus hits imbatibles de los años 90: “Ya fue” y “Mary Poppins y el Deshollinador”. 

Lula Bertoldi, Fabiana Cantilo, la corista Marisa Mere y Brenda Martin, al final del concierto. (Foto: gentileza Guido Adler).

Para los bises, se sumaron Lula Bertoldi y Brenda Martin, de Eruca Sativa, para recrear la “Canción sin miedo” y sumarse a una zapada en la que Cantilo, generosa, presentó a toda su banda, a todo el equipo que detrás de escena hizo posible esas tres noches en el Gran Rex. Incluso, hizo subir al escenario a su manager, María Watson, en un gesto poco habitual entre los artistas. Sobre el final, “Mi enfermedad”, esa canción compuesta por Andrés Calamaro que Diego Armando Maradona utilizó como banda sonora de su regreso al fútbol en el Sevilla FC en 1992. Si ese tema se volvió un hit, es por la interpretación maravillosa de Fabiana Cantilo. Un himno generacional que, más de tres décadas después, multiplica su nivel de emoción y hace que el cierre del concierto sea una verdadera fiesta.

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