Después de haberse convertido en uno de los espectáculos teatrales más vistos en 2023 (320 shows para más de 250.000 personas), Aven, de la agrupación Fuerza Bruta, se despide de Buenos Aires este lunes y comenzará una gira por el exterior que tendrá como cereza de postre el regreso después de diez años al prestigioso Roundhouse de Londres. Antes de su partida, su mentor y director, Diqui James, habló con Rolling Stone acerca de los desafíos que le plantean estos tiempos digitales al “teatro callejero” (tal como le gusta definir a su grupo), de cómo hicieron para crear el espectáculo “más feliz del mundo”, de la odisea que fue organizar aquellos megalómanos festejos del Bicentenario, de la belleza, del impacto, de la Inteligencia Artificial y de su hijo Jaime, también conocido como Louta.
Más allá del vuelo creativo que siempre marcó la historia de Fuerza Bruta, Aven ha tenido la particularidad de ser un espectáculo pensado para realizarse en un espacio a diseñarse especialmente. “Veníamos con muchas ganas de armar un espacio más grande, de mayor libertad que la que teníamos en la sala Villa Villa, en el Centro Cultural Recoleta. Nos juntamos con Foggia, la productora del show, y nos propuso armarlo en GEBA. Diseñamos un gran support, es más que una carpa, es un terrible edificio de fierro. Rediseñamos toda la estructura, le sacamos varias columnas para que haya más espacio abierto y para que también se pueda utilizar más allá de Aven. El objetivo era que quedara un espacio cultural para Buenos Aires y Fuerza Bruta pueda convivir con otros espectáculos o eventos”, dice James.
¿Qué cambió de Wayra, su anterior espectáculo, a Aven?
Aven es el espectáculo más festivo que hemos hecho, nos sacamos toda la oscuridad ochentosa que nos perseguía. Decidimos hacer el show más feliz del mundo, sacarnos esa cosa de armar momentos de tensión o de oscuridad para después liberar, cosas que tenía Wayra, e ir directamente a lo festivo, a la celebración a buscar la belleza.
¿La búsqueda de la belleza hoy tiene que ver con el momento en que vivimos o con el paso del tiempo, quizás cierta maduración de tu parte?
No sé. No pienso mucho en la edad. A mí me pasa que cuando quiero hacer algo, cuando hacemos un espectáculo, no me pregunto mucho por qué lo hago, lo que sí me di cuenta es que teníamos el guión armado antes de la pandemia y nos agarró ese parate de dos años y en ese tiempo se me terminó de lavar todo lo que tenía que ver con algo agresivo u oscuro. Le saqué todo, vayamos por la felicidad. Suena superficial, pero Fuerza Bruta tiene esa cosa que te pasa por arriba, que estás en el medio de una ola enorme, y si bien mantenemos el impacto y es a todo o nada, de alguna manera quería hacer un espectáculo en el que vos te metieras ahí con tus amigos, con tu pareja, un evento colectivo en donde la idea es que el que vaya sienta que la felicidad existe, que la belleza existe. Podés estar mal o bien, pero la belleza siempre va a estar ahí. Si logro conmoverte y emocionarte y mover ese lado donde sentís la belleza, esa alegría, esa euforia, la pelota empieza a rodar de otra manera. Lo pienso así, quería hacer un show que te diera un cachetazo pero para que te pongas las pilas, porque la felicidad existe. Salgamos de la nostalgia, de los problemas, me dieron muchas ganas de hacer algo potente y bello, alegre, eufórico. Como le decía a Gaby Kerpel, con quien laburamos juntos mil años: ‘¿Esto es lo más feliz que puede ser?’, le pregunté cuando nos trajo la música. ‘Sí, loco, no puedo más’, me respondía. ‘Dale, se puede hacer algo más feliz’, le insistía. Nos empujábamos mutuamente a ser más felices, a ir un poco más.
En un punto, el primer espectáculo de De la Guarda (su anterior agrupación, con la que recorrió el mundo), Villa Villa, tenía también ese discurso.
Villa Villa seguía teniendo escenas muy oscuras y después nos liberáramos de esa oscuridad y venía el festejo. Tenía ese esquema, Wayra fue muy diferente, dimos un salto muy grande, pero siempre estuvo eso de la celebración y lo colectivo. Pero acá estamos como yendo a un lugar donde no quedan más dudas.
¿Cómo impactó la llegada de Internet en tus espectáculos?
Lo que me gustaba de la era pre Internet es que la gente venía a ver el show y no tenía la más puta idea qué era lo que venía a ver. Por ahí había visto una foto en el diario, pero cuando estaba ahí la sorpresa era ciento por ciento. Ahora con las redes nadie va a ver algo que no chequeó por Internet. Todos ya vieron algo antes de entrar. Ahora hasta se miran los platos de un restaurante antes de ir a comer. ¿Pero sabés qué me pasa? Muchos me dicen que el vivo no tiene nada que ver con eso que vieron en la pantalla. Todo el tiempo nos dicen eso y es muy positivo para nosotros. De alguna manera es sacar a la gente de las pantallas. Fuerza Bruta tiene esa contundente que lo que pasa ahí todo es real. No hay decorado, son escenografías reales, con actores reales que podés tocar, con efectos que te pegan en la cara. Todo real, sólido, físico. Creo que eso se valora mucho, porque todos estamos tan metidos en los teléfonos y las pantallas que cuando estás un rato así y el viento te pega en la cara y tenés al lado al actor y las imágenes y lográs esa cosa emocional contundente con algo que te pasa por arriba de la cabeza, vas a otro lugar. Cuando algo es muy impactante visualmente pero no lo sentís en el cuerpo, no nos interesa. A veces me tiento con las cosas que me muestran por Internet, porque veo algo lindo, pero hay que escapar de la tentación de hacer algo para la foto. Un montón de los pibes con los que laburo me mandan cosas de Instagram que ven y me dicen ‘mirá qué flash’. Y yo les digo: ‘Pará un minuto, ¿cuánto tiempo estás mirando eso? Son diez segundos, con el contraste de una pantalla, seguramente con alguna posproducción. Imagínate esto en un show de una hora…’ Lo más probable es que sacarías el celular, lo filmarías diez segundos y se lo pasarías a tus amigos. Eso te pasaría, nada más. Son cosas que visualmente son bárbaras pero que en vivo son un embole.
Desde la época en la que formabas parte de La Organización Negra, el contacto con la gente parece una obsesión de tu obra.
Conceptualmente es lo mismo. La sangre nuestra viene del teatro callejero. Cuando salimos del conservatorio, que duré menos de un año y me fui a la mierda, y entré en La Organización Negra, todos queríamos copar la calle. El teatro estaba en la calle, era muy difícil, siempre lo fue, e hicimos nuestros shows en espacios cerrados, pero con el lenguaje de la calle, que tiene que ver con el impacto, ir a la emoción, que todos puedan entenderlo, desde un nene a un tipo que nunca leyó un libro hasta un viejo como yo o un fanático de Shakespeare. Ese es el espíritu del teatro callejero, tenés que conmover a todo el público que está ahí… Ese espíritu es el mismo, con La Organización Negra teníamos algo muy dark, oscuro, con De la Guarda asumimos la idea de hacer algo más feliz, por más que teníamos imágenes muy oscuras, con Fuerza Bruta salimos de lo que era tirar un cuerpo al aire y empezamos a crear estas maquinarias que generan acción, algo que no usábamos en De la Guarda. Empezamos a querer generar acción no a partir del actor sino de las máquinas de la escenografía, la acción no parte del actor sino de la escenografía. Con Aven tenemos ese mismo nivel de impacto y exageración, pero hacia la felicidad, la alegría, la euforia, en búsqueda de la belleza y la emoción. En vez de pegarte cachetazos, te pego un cachetazo de emoción. Impactar emocionalmente, ese fue el gran desafío y la tentación constante de conocer el otro camino y saber que funciona, pero no, tratar de ir por otro lado. Creo que de a poco fuimos logrando eso y tomamos más confianza en apostar a esa emoción. Y en eso estamos.
Si hablás de copar la calle, me imagino que las performances para el Bicentenario fueron un sueño para vos.
Más imposible, ja. En ese momento decía, si esto nos sale bien, ya está. Después querés más, pero fue un desafío muy grande. El desafío grosso, más allá de toda la locura, con dos millones y medio de personas en la calle, fue la responsabilidad que teníamos de tomar hechos históricos y que el tipo que estuvo en Malvinas vea la escena de Malvinas y te de las gracias y no diga qué pelotudez. Más allá de esa responsabilidad, nunca habíamos trabajado sobre contenidos concretos, siempre lo habíamos hecho sobre nuestros delirios. Acá era lograr una escena de Malvinas, una de las abuelas de Plaza de Mayo, una escena del cruce de los Andes y que las entendiesen todos y no necesite explicación. Era sobre nuestra historia y me cagué en las patas, ja, ja… Pero de a poco, cuando fuimos laburando, empecé a sentir una libertad espectacular. Porque estaba Malvinas, sí, pero la historia es tan sólida, tan fuerte, tan emotiva, está tan en nuestra sangre, que si logro transmitirte un poco de eso, es una trompada de knock out. Ya está. El desafío era estar a la altura. Fue muy emocionante cómo salió y todo.
¿Hoy algo así, con el discurso del gobierno de Milei, parece un imposible?
Lo que escuchás en este poco tiempo que está este gobierno con respecto a la cultura no sabría cómo definirlo. Directamente la niegan, algo extraño. Nunca me imaginé un discurso así dentro de la democracia. Pero creo que la cultura es indestructible. En Argentina estamos siempre cagados, pero cantidad de cine, teatro, música que hay es increíble. Vamos a resistir a lo que sea, es parte de nosotros.
¿Te interesa lo que se está haciendo con la Inteligencia Artificial?
Sabés que no. No me tienta, sigo siendo fanático de lo real, del vivo. El teatro es acción en el espacio. Me gusta eso, después puedo mirar y me entretienen cosas, pero no le entro. Mismo me pasa cuando nos acercan para hacer una película, hacer un guión y la verdad es que nunca me tentó, más allá de que no sabría cómo hacerlo. Nunca pude salir del teatro. Es lo que nos gusta y lo que sabemos hacer.
Me imagino que viste La sociedad de la nieve, en donde tiene una pequeña actuación tu hijo, Louta.
Sí, Jaime es un campeón, cómo va para adelante con Louta, actuando, cómo encontró su camino, me emociona mucho. Es como muy mandado, tiene esa capacidad de hacer muchas cosas al mismo tiempo. Algo a lo que siempre le tuve mucho miedo y fui prejuicioso, porque a lo largo de mi vida vi muchos compañeros de teatro, de actuación, de gente que sabe hacer todo bien y que se pierde en eso. Yo fui bastante malo en todo, entonces lo mío fue más de laburador, enfocado. Cuando Jaime empieza a hacer música, video, actúa, cuando era más pendejo, le decía no se dispersara, pero en realidad era una boludez mía. Él lo hace con total pasión. Mamó mucho de su madre, de nosotros, creció de gira con nosotros. A los seis meses estábamos haciendo un show en el Maracaná y él estaba ahí.
Una última, ¿Con Pichón Baldinu, socio en De la Guarda, no se vieron nunca más?
No. Yo armé Fuerza Bruta y seguí para adelante, él hizo sus cosas, pero nunca más nos cruzamos. Fue ese momento de De la Guarda, que tuvimos mucha conexión, pero tampoco duró tanto… ocho años habrán sido. Y listo.