Del Gulp peruano a la banda menos recordada de Pappo: los griales non sanctos del rock argentino

Con el boom de ventas del vinilo, los precios de los incunables y las figuritas difíciles se disparan en las bateas

Por  FERNANDO FRATANTONI

octubre 16, 2023

Gentileza Paula Borrello

La explosión de los vinilos en la última década no sólo amplió la demanda; también avivó la cotización de las piezas incunables, los santos griales. El año pasado, en Estados Unidos, este formato superó en ventas al CD por primera vez desde 1987, según la Recording Industry Association of America (se comercializaron 41 millones de vinilos y 33 millones de compactos), gracias al ingreso de nuevas generaciones de consumidores y de generaciones no tan jóvenes, pero que retomaron o tardíamente debutaron en la compra de vinilos.

En ese contexto, el coleccionismo se potencia. Primeras ediciones, originales de tiradas restringidas, errores de impresión, copias limitadas en color y rarezas en general alcanzan en el nuevo escenario precios exorbitantes. Se sabe que Artaud, de Pescado Rabioso, con el diseño original de Juan Gatti, y los LP de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, están entre esos vinilos más buscados por los coleccionistas de rock nacional. ¿Pero qué otros títulos pican alto en los circuitos de compraventa melómanos?

“Discos como Gulp, de los Redondos, tienen varias ediciones con distintos precios. La primera salió en 1985 por el sello de ellos, que era Wormo, y es una pequeña obra de arte. Rocambole hizo la tapa, con serigrafía, unas 7.000 copias. Pero el Santo Grial es la edición peruana, la única extranjera. En Perú además se editó, en 1986, un single con ‘Ñam fri frufi fali fru’ en el lado A y ‘Pierre el vitricida’ en el lado B”, detalla Javier Ciavatta, un coleccionista especializado en Kiss (con museo temático propio), pero con una apreciable cantidad de incunables de otros artistas. “Otro disco bastante caro y muy buscado es el debut de La Cofradía de la Flor Solar, de 1971, que no sólo tiene el arte de Rocambole sino que es una de las primeras apariciones de Skay Beilinson como guitarrista”, completa Ciavatta.

Esteban Graffini, de la tienda online Anoise Records, ha conseguido y vendido títulos especialmente codiciados. “Un disco mítico durante mucho tiempo fue el debut y despedida de Los Pillos, Viajar lejos (1987, Berlín/EMI), que no baja de los 300 dólares. Aunque fue reeditado, el coleccionista quiere (y necesita) la primera edición”, dice Graffini, aunque aclara que también que hay otros títulos no tan difíciles que empiezan a apreciarse, como La máquina del tiempo, de Los Twist. “Tiene un precio de entre 50 y 70 dólares, pero conseguirlo completo, con el insert, es complicado”.

Graffini se considera un buscador de lotes y discos. “La idea es caminar mucho, buscar disquerías de barrio (quedan algunas), conocer gente del interior que viene con lotes de discos y encontrar ahí lo que la gente busca. Hay discos clásicos que la gente quiere por lo histórico, como Invasión 88, que compiló el ambiente punk de la época incluyendo a Flema, Attaque 77 y Comando Suicida. Completo, con calcos, libro y vinilo transparente vale arriba de 150 dólares, seguro”.

“Hay discos rarísimos que la gente anda buscando, por ejemplo, un siete pulgadas de Banana, la primera banda de César Banana Pueyrredón, llamado Club De Los Vampiros / Facundo Ha Llegado Al Mundo. Vale arriba de 100 dólares. Lo que me sigue pareciendo increíble es cómo los discos van pasando de mano en mano. La semana pasada me llegó el primer disco de Pachuco Cadáver, el proyecto que Roberto Pettinato armó con Guillermo Piccolini en España. En la tapa, los dos están en bolas, pero en Argentina se editó con un dibujito tapándoles las partes. Conseguí la edición española, sin dibujito, y me enteré de que era de la colección de Willy Crook. La gente se va y los discos pasan a otro melómano”.

Diego Miranda es otro coleccionista de ley. Argentino, vive en Los Ángeles y su primera inmersión en los vinilos fue con un regalo de su padrino a los seis años. “Todavía lo tengo, es un sencillo de La Pantera Rosa y para mí su valor es incalculable”, asegura. Miranda se declara más fanático de la búsqueda que de la compra. “Con plata se completa cualquier colección, pero para mí eso es hacer trampa. Todo lo podés comprar en Discogs (el sitio más importante para el coleccionismo de vinilos), Mercado Libre o una disquería. Pero el disco va a sonar mejor, con mejores graves, si lo pagaste 10 dólares y lo sacaste de un canasto. Es un hecho científicamente probado [risas]”.

“Uno no sabe cómo terminar esto de buscar discos, ¿cuántas versiones de Dynamo de Soda Stereo podés tener? Está la argentina, a la que le faltan algunas canciones, estaba la colombiana, y hay una ecuatoriana que tiene todos los temas, pero los surcos están tan apretados que la púa salta como loca… Pero como uno es adicto, por supuesto que este último es el que querés”.

Para Miranda lo divertido es encontrar bandas que poca gente conoce. “Hay discos cliché en las búsquedas de los coleccionistas, como el único disco de Aeroblus, la banda que Pappo formó en Brasil, que llegó a venderse por casi 500 dólares en Discogs (y que aparte suena horrible) o algunos de Billy Bond y La Pesada. Pero los que me gustan igual son los raros, como el disco de Bubu, Anabelas, que se vendió en eBay por 700 dólares, o la banda Materia Gris y su disco Oh, perra vida de Beto, que estuvo en eBay a 655 dólares, y Montes, Cuando brille el tiempo, por 620 dólares. Pero hay uno imposible de conseguir, de una banda que se llamó Schibbinz. El disco se llama Livin’ Free y lo grabaron tres norteamericanos que vinieron a Córdoba en 1968, se juntaron con un argentino y armaron el disco como pudieron. Se editó bajo un sello que en Discogs figura con ese único disco. Lejos, uno de los más difíciles editados en nuestro país. Hasta hoy no hay registro de venta online de un original, con lo que es prácticamente imposible ponerle precio”.

“La banda rosarina Pablo El Enterrador grabó su disco en 1979 y, por la falta de apoyo del sello, se editó en 1983. Es un discazo y tiene una particularidad: fue reeditado en Japón en 1988, pero no rehecho, sino reempaquetado. La edición japonesa es la argentina pero con un OBI (una faja alrededor de los vinilos nipones, con información en japonés)”, cuenta Ciavatta. “En materia de rock y heavy para mí los más coleccionables son Destroyer, el debut y despedida de la banda formada a principios de los ochenta por Willy Quiroga después de Vox Dei, y los dos discos de Plus, la banda de rock de fines de los setenta de Saúl Blanch, que luego sería de la primera formación de Rata Blanca”.

“Hay una frase que me dijo un amigo para describir esto del coleccionismo –dice Miranda–. Uno se acuerda poco de los discos que tiene en su casa, pero se acuerda mucho de los discos que no tiene. Los que tuviste en la mano y no compraste cuando tuviste la oportunidad”.