Daniel Melero: “Con Iorio y con Pappo tuvimos buenos encuentros“

El artista acaba de publicar el libro autobiográfico ‘Incierto y sinuoso’, junto con un nuevo disco, pero sigue más interesado en el error y la contradicción que en los recuerdos lineales

Por  DAMIÁN TULLIO

julio 7, 2024

Daniel Melero publicó una autobiografía junto a Mariano Vespa.

Foto: Florencia Daniel

Mientras caminamos por la calle Rodríguez Peña, Daniel Melero señala una escena en la que rivalizan la ciudad y la naturaleza. A la altura de Alvear, la esquina de la antigua residencia Hume está presidida por un gomero colosal que sobresale hacia la vereda. Melero estudia como un niño intrigado las enormes raíces del árbol que fueron creciendo más allá de las rejas, como si quisiera absorberlas. Lo hace con la misma curiosidad con la que se volvió un entomólogo amateur y con la que se acerca a cada uno de sus proyectos musicales.

Esa curiosidad sostenida es el núcleo de Incierto y sinuoso, su autobiografía escrita a cuatro manos con el escritor Mariano Vespa, que acaba de publicar el sello Caja Negra. El libro traza un recorrido desde su infancia en el barrio de Flores, sus muy precoces excursiones al Instituto Di Tella y al Teatro General San Martín, donde se nutrió de la plástica y el arte conceptual, la conformación de proyectos legendarios como su sello Catálogo Incierto, hasta sus relaciones íntimas (y conflictuadas) con buena parte de la plana mayor del under argentino.

El nuevo libro de Daniel Melero, Incierto y sinuoso, escrito a cuatro manos con Mariano Vespa. (Foto: Caja Negra Editora)

Como siempre con Melero, quien espere una historia lineal, unívoca y rigurosa se va a decepcionar. Junto con Vespa la cuentan de una forma arbórea, con saltos inesperados y el eje puesto más en conceptos que una linealidad temporal que, al fin y al cabo, siempre es una construcción a posteriori. El músico aborda su pasado abierto a que lo contradigan. No pretende convalidar la verdad de cada hecho, sino que expresa, gracias a un denodado trabajo con la prosa, su absoluta conciencia de lo engañosos que pueden ser los propios recuerdos. En eso, Incierto y sinuoso funciona como su propio manifiesto. Un documento donde registra una particular visión sobre la autoría, el concepto de verdad y donde nos deja entrever una ética musical que, incluso a su pesar, sostuvo en el tiempo.

La mayoría de los textos sobre el rock argentino pecan de un documentalismo que, en su exigencia de rigurosidad, dejan afuera el sustrato sentimental de los sujetos de estudio. Gracias a la pluma de Vespa, experto en el género biografía, este libro suelta esa pretensión de exhaustividad en favor de una narración discontinua que, sin embargo, parece ir al núcleo duro de su protagonista: los amigos, el amor y el trabajo en una maraña imprecisa, invertebrada, siempre inestable.

En el primer disco que grabó, Silencio, de Los Encargados, Melero cantaba: “Yo sé cosas que aún no sucedieron”. A lo largo de la charla con ROLLING STONE habla de la enorme influencia que tuvo en él la escuela pública y se sorprende con algunas cosas que dejó escritas en su libro.

Aunque un ejercicio como la autobiografía invita a un ánimo retrospectivo, Melero expresa una enorme ilusión por el futuro. De hecho, no se detiene: hace pocos meses publicó su último disco, Ultracromático, y ya está grabando el próximo. Con la misma intensidad y fascinación que mira las raíces centenarias de un gomero se ilusiona con la incertidumbre de lo que hará después. Contento de estar a la espera de sí mismo.

Si bien habías experimentado con el formato en Recolección vacía y Ahora, antes y después [libro de conversaciones con Gustavo Álvarez Núñez], es la primera vez que hacés un libro autobiográfico. ¿Era algo que te debías?

No, de ninguna manera. Fue un ofrecimiento. Y lo que me atrajo fue la idea de la falsa autobiografía, a pesar de que está compuesta de elementos reales. A todas las biografías, en general, les faltan páginas. La dinámica de los libros quita los momentos de gran aburrimiento que son por ahí los más interesantes para uno, ¿no? Pero me hicieron la oferta y tuve la vanidad de aceptarla. Aparte, siempre con el criterio de que había un escritor en las sombras, que en este caso es Mariano Vespa. De ninguna manera me pondría a escribir un libro y mucho menos sobre mí. Aunque me resulta incómodo, hoy, sabiendo que iba a hacer esta nota estuve leyéndolo, porque yo no lo leí completo nunca. Y me reí. Me pareció entretenido lo que leí. Y la pluma de Mariano es muy buena también.

En el prólogo, Vespa dice que simula ser una autobiografía pero cifra una trampa: hay una primera persona que no necesariamente es la tuya. ¿Cómo fue el trabajo con él y cómo pensaron al narrador de este libro?

Él revisó mucho archivo. Encontró cosas que yo jamás le hubiera contado. O jamás hubiese recordado que había hecho. Como alguien que va a un juicio y dice “no recuerdo”. Creo que las partes en que parezco más inteligente son las que escribió él. Las más falsas, sí. Más allá de eso, hizo casi en soledad el proceso. Tenía mucho material y conversamos algunas veces. Él supo conversar con gente con la que tuvimos muchas construcciones. Yo me desentendí de tener que estar atento a cómo fue mi vida. Aparte, el libro no llega hasta el presente. Porque generalmente las autobiografías aparecen cuando el que la está haciendo ya no hace ninguna cosa. El libro es muy acorde al tipo de vida que se describe.

Hace pocos años reeditaste Travesti y lo presentaste en vivo por primera vez, fueron saliendo documentales centrados en tu figura y en el último tiempo un disco doble homenaje en México. ¿Podría decirse que estás en un momento retrospectivo de tu carrera?

No necesariamente. Creo que, al contrario, estoy en uno de territorio desconocido, pero tampoco me quiero deshacer ya de mi pasado. Es algo que está ahí, me sigue como una estela, ¿no? Con Travesti había una especie de carencia que fue subsanada cuando se hizo el show. De todas maneras, las canciones, muchas las tocaba en vivo, pero bajo una forma que no respetaba para nada el disco. En ese sentido, sí, el sonido, aunque fue un sonido grande, era muy enfocado, la banda se enfocó en tratar de reproducir lo irreproducible que hay en ese disco.

¿Y cómo te llevás con la idea de ser sujeto de homenajes?

El de México me encantó. Aparentemente yo lo sabía y olvidé que eso iba a ocurrir. Y me tomó por sorpresa porque no recordaba. Además, es extenso, son muchas bandas y me encantan las canciones elegidas. Realmente me produjo mucha emoción. Me daría vergüenza que me premiara la industria. También me doy cuenta de que es emprender un proyecto enorme sobre algo completamente innecesario y eso para mí lo hace interesante, aunque no fuese mío. Las canciones o los temas que hayas hecho ya son de todos al final. Ya no siento pertenencia, aunque quiero cobrar mis regalías, claro. Me encantaron los enfoques y a la vez discrepo con todos, pero hay algo que pareciera que no es un valor en mi música, la melodía, y ellos lo ponen en la mesa de una manera muy clara. Los puntos de vista, al final, las qualias, digamos, que va habiendo en sólo un par de décadas hace que los puntos de vista sean completamente diferentes de cuál fue el vector que te llevó a esa canción. Es una hermosa reflexión para mí haber visto esto. Si lo quiero analizar, también ocurrió cuando Soda grabó “Trátame suavemente”, ¿no? Es una hermosa devolución de la distorsión de lo que uno creyó. Lo considero un galardón.

El libro empieza con un epígrafe de Trastorno de Thomas Bernhard. Quería aprovecharlo para que me hables de tu relación con los libros.

Había un personaje que se llamaba El Industrial en ese libro, que vivía en una finca con algo de servidumbre, era un tipo en completa soledad y hacía que le llevaran los diarios viejos, porque así le resultaban poéticos. Y a mí eso me pasa en otra escala: cuando vas al consultorio del dentista y te encontrás con una revista vieja donde hay gente famosa en la tapa y te das cuenta de que ya desapareció ese fenómeno y cómo a veces las cosas son una chispa nada más. Por suerte. Me atrajo mucho ese personaje y todo el libro. Lo leí por primera vez en los ochenta. Hace mucho que no lo vuelvo a leer. Otro libro importante fue Ficciones de Borges. Y algunos de los que escribió con Bioy Casares también. Con ese tipo de personas he caído en el punto más bajo de la literatura y es que me interesó mucho leer sus biografías, porque son vidas que me parecían muy ricas, sobre todo la de Bioy Casares. En los ochenta Borges estaba por Maipú y creo que Marcelo T. de Alvear e iba a comer a una cantina. Yo solía ir a sentarme sólo para verlo. A espiar. Fui a monitorearlo. Él comía con Kodama. Era lógico ir a comer a esa cantina estando en ese barrio porque era económica, pero yo sé que mi empuje era ir a observarlo. Ficciones es un libro que leo y releo. Y aparte Borges me resulta humorístico. El Borges de Bioy está en el living de casa y es como un oráculo. Lo tengo a unos metros de donde estoy componiendo, lo uso mucho.

En las primeras páginas describen un accidente de tu infancia y dicen: “Los accidentes se parecen a los recuerdos”. Hay una forma particular de concebir la memoria ahí. ¿Podrías contarnos cómo pensaron los hechos de tu vida para plasmarlos en el libro?

En gran medida esa es una fabulosa idea de Mariano. Con la que yo también estoy fascinado. Pero tengo muchas dudas respecto de si yo dije eso. Pero sé que me queda muy bien. El accidente que describo es cuando un perro me hizo caer por una escalera jugando. Estaba feliz el perro subiendo por la escalera y yo hice una torpeza. El evento fija, sí. Después también uno puede entrar en la idea de cuántas cosas no son accidentes. Cuánto uno debería recordar. Yo podría resumir mi vida en tres o cuatro eventos, finalmente.

¿Y cuáles dirías que son esos eventos?

Bueno, los amigos. Diego [Tuñón, de Babasónicos] sería un capítulo fundamental, por ejemplo. Yo lo conozco desde que él tenía siete años. Era un amigo de un primito nuestro de cuando teníamos 18. Y él era muy chiquito. Siete, ocho años tenía. Y ya se veía que no era del planeta. Y el capítulo fundamental, que es un antes y un después, es el de mi esposa. Artísticamente, personalmente, todo… Y a la vez no divide mis amistades. Mis amistades se han sumado. Es más, creo que la prefieren. Definitivamente me mejoró, como artista y como persona.

Daniel Melero: “No me gustaría volver a ser joven, el envejecer físicamente te pone una cantidad de planteos que también te hace mirar para atrás“. (Foto: Florencia Daniel)

El libro no va por los acontecimientos sucesivos de tu historia sino por conceptos, que en general aglutinan discos y formas de mirar y pensar que luego van mutando. ¿Cómo llegaron a esa estructura?

Yo funciono un poco así, pero creo que Mariano se dio cuenta de eso desde el primer momento. Quien tomó las decisiones fue él finalmente. Él podría haber ordenado todo esto. Desconfío de las personas que tienen un discurso ordenado sobre su vida porque las intenciones son mucho más confusas hasta que las cosas van encajando y los sucesos ocurren. A mí me gusta esa desorganización. Nosotros creemos que muchos años son una cantidad de tiempo y en realidad son algo ínfimo, somos criaturas que duramos poco.

¿Sos más consciente del paso del tiempo? ¿Sentís que todo pasó muy rápido?

¡Qué bien pasó! No me gustaría volver a ser joven, el envejecer físicamente te pone una cantidad de planteos que también te hace mirar para atrás, pero es tan intenso el soporte afectivo que tengo, sobre todo en mis amigos, que todo el tiempo estoy pensando cosas para hacer pronto o para dentro de un tiempo. Lo que me atrae es vivir en la vocación, desde siempre. Y me pone vanidoso, no me atrevería a decir orgulloso, el hecho de decir: al final estuvo bien. Porque pensar en lo que emprendí, decidir ser músico en un contexto dado que hoy es inimaginable y haber hecho la cantidad de discos que sigo haciendo, haber colaborado con tanta gente y seguir haciéndolo… Al final es la persona la que empieza a tener planes con la muerte. Es inevitable. A la muerte no le tengo miedo, me preocupa más el cómo.

¿Y tenés algo pendiente que te resulte acuciante?

No, sencillamente es inevitable. Creo que vivir en la vocación te lleva a ese ejercicio. El otro día estaba acá con Diego [Tuñón] y estaba Miguel Castro y me contaban de Brian Wilson, que fue declarado senil, pero seguía yendo al estudio a grabar. Ahí hay algo muy impresionante si se sabe entender el desorden que eso significa. Hay grandes posibilidades porque, además, siendo el compositor que ha sido especulábamos sobre cómo podía llegar a ser ese disco. Un momento en que tu ego se ha subdividido en impulso nada más.

Al leer el libro uno tiene la impresión de que la escena del arte plástico y conceptual (mencionás muy precoces excursiones al Instituto Di Tella) ayudó mucho a consolidar el tipo de músico que querías ser. ¿Es así?

¡Lo veía a Romero Brest! Iba a ver al “Mono” Villegas ahí también. En gran medida eso fue estimulado por los maestros, los profesores. Soy un producto de la escuela pública. Y la verdad es que fue fascinante. Me proveyeron de una información que no estaba en la tele, no estaba en el hogar directamente. O escasamente en el hogar. Volvías a tu casa y el reino de la realidad no era el mismo. Otras disciplinas hacen que tu música también evolucione. Mientras te estés nutriendo del mismo campo, el campo ese se agota y pierde su ser lúdico, además. Se transforma en una estrategia, en una hoja cuadriculada. Si quisiera profundizar, te diría que no hay mucha diferencia entre cocinar y componer. Conversar con un cocinero, por ejemplo de este bar donde estamos, eso me da ideas compositivas. Cualquier dedicación de otro. Las artes plásticas durante mucho tiempo fueron más interesantes que la música popular. El rock vino a tratar de hacerse cargo de mejorar ese estado, de avizorar ideas nuevas, sonoras y conceptuales. Ahí recién empezamos a poder empatarnos. Gracias a mi esposa tuve la suerte de estar adelante de un Caravaggio, por ejemplo, y ver la tremenda innovación de algo que sólo era representativo de una supuesta realidad, a la que le ponía detalles morbosos, perversos, y a la vez eso era santo…

De a ratos el texto nos invita a descreer de él. Hay anécdotas de tu participación en el programa de Héctor Coire con Darín, Codevila y Claudio María Domínguez, o de cuando Perón llamó a tu papá a su despacho, y son momentos donde la realidad aparece como lo más inverosímil de todo.

Pero todo es cierto. En el contexto aparece un hecho que es evidentemente real y uno dice: esto es sanata. En Rocío utilicé el cuadro de San Martín que mi viejo tenía en el despacho por el que lo llamó Perón. Está en la foto de adentro del disco. También hay una foto en la que estoy sentado adelante con una ruleta para involucrar el azar. Al final, más allá de admitir todo esto, creo que es algo que a todos les pasa si observan en detalle cómo transcurre la vida.

Evocás a muchos artistas que ya no están, algunos más esperables como Cerati y Moura, pero también Chabán, Rosario Bléfari, Flavio Etcheto; incluso hay un temprano encuentro con Ricardo Iorio. Te relacionaste con muchísimos artistas en tu carrera.

No veo eso como una virtud especial. Me sorprende que no ocurra más. Encontrar cosas en los otros es hermoso. Podés sumar cosas para saber cómo te interesan, definitivamente. Podés ver campos vibracionales respecto de qué se pretende con el sonido. Para mí todos los sonidos son políticos, al final. Aunque uno parezca que no está haciendo política, los sonidos son políticos. Y es verdad: con Iorio siempre tuvimos buenos encuentros y también con Pappo. Al final, qué sé yo, en esas cosas que están separadas muchas veces su raíz es la misma, es un árbol. Son ramificaciones, malos entendidos que los humanos tenemos. Cuando algo se está originando la gente está más cerca entre sí, ¿sabés? Pienso en el Einstein, donde tocábamos la misma noche Sumo y Los Encargados. Cuando después eso cobra significado propio y se transforma como en un emblema: los de un lado, los del otro… Malinterpretar las cosas es una de las principales cualidades humanas. Y escasean los buenos administradores de la mala interpretación.

Muchos de los escenarios, lugares y rincones que mencionás ya no están. De alguna manera el libro evoca una Buenos Aires que ya no existe. ¿Te da nostalgia?

El Einstein ahora me resulta invisible si paso por donde estaba en Córdoba casi Pueyrredón. Era un lugar al que nadie quería ir de noche. Y ahí estaba ese hermoso sitio con 150 personas reunidas que eran factores fabulosos para el presente. Yo amaba ir los martes a Einstein. A la olla popular. Se mezclaba que estaba Marta Minujin, el gordo Peralta Ramos, que tocaba Soda Stereo gratis. Creo que los llevé yo al Einstein y se los presenté a Chabán. Pero no querría que Buenos Aires vuelva a ser como antes. No me pasa eso. Los otros días pasó Diego [Tuñón] por donde era la casa de Flores en la que él me conoció. Y me mostró la foto de la calle y no podíamos encontrar la casa. Ya no estaba. Era muy raro todo. O sea, no podía reconocerla. Estábamos entre dos y creo que no era ninguna. Una casa de la esquina se había comido a otra. Como un proceso entre seres que se fagocitan entre sí. Era mucho más deprimente la zona, pero de una forma diferente. Lo que hay ahora es decadencia. Antes era deprimente nada más.

Hay una idea que se repite a lo largo del libro y es esto de que sos la primera víctima de tu obra. ¿Cómo es eso?

Es un buen eslogan. Cuando estoy jugando con sonidos y quedo deslumbrado, ese elemento que parece ser completamente inútil y no aplicable a una canción, lo sigo procesando y a veces digo: ¿por qué ese tiempo dedicado a lo disfuncional? Y al final eso termina en algo que publico. Ahí fui la primera víctima. Fui llevado por un atractor. Ese atractor está conformado por conceptos que uno adquirió a través de la vida. Cosas que cree en ese momento. Y hasta en las que no cree. O nunca creyó. En ese sentido soy la primera víctima. Después, ¿busco victimizar a los demás? A veces sí [risas]. Es muy conmovedor cuando alguien te dice que escuchando tal disco le pasó tal cosa. A veces también es aburrido. Pero son muchas las consecuencias que puede tener esta pequeña cosa que uno hace diciendo: “¿Qué estoy haciendo?”. Veo mucha gente comprometida con ser eficiente y que se entienda. A mí me gusta más entregarme a lo que no comprendo. Ahí hay un valor que modifica mi vida. Me resulta imposible alejarme de eso.

“(Gustavo Cerati) habita en mí, pero de una manera que no es exactamente como él era. No es el mismo que era cuando habla. Es propio de una mente insana lo que te cuento”, dice Melero. (Foto: Archivo La Nación)

Es la primera vez que contás cómo fue tu distanciamiento con Gustavo Cerati. Y referís cosas duras, algo ético incluso. Sin embargo, siempre reivindicaste su figura, incluso cuando no mucha gente lo elogiaba. ¿Cómo vivís esta especie de canonización de él?

No me puedo hacer cargo de la forma de ser de esas personas o cómo funciona eso. Yo sé cómo funcionó en mi vida. Él podría ser también un capítulo importante en esos eventos que resumen mi vida. Porque es mi amigo además de ser un gran artista. Distanciarse es una buena manera de conservar la amistad. Y eso se logró. Esa distancia ética no le quita valor a la relación.

En uno de sus últimos encuentros él no se acordaba de que eras zurdo y te pregunta si tenés guitarras. ¿Creés que ahí se materializa una forma de verte por parte de la cultura rock, como alguien alejado de cierto sonido?

Él me vio tocar mucho la guitarra. Le encantaba cómo tocaba yo la guitarra. Yo tocaba medio, qué sé yo, como si fuera un intento de Talking Heads del 77, los tres primeros discos, o hasta Remain in Light. El toque corto, digamos. Mucha gente puede pensar que no, pero es mi primer instrumento. Ese día terminamos tocando los dos, él con la guitarra al revés. No me acuerdo de cuál tocó cada uno, tengo una Backpacker, chiquitita, y una acústica de la década del 70 que compré en su momento. Y grabamos cosas pueriles con el micrófono de la computadora cagándonos de risa mientras grabábamos. Siempre nos reímos muchísimo.

Fue una relación muy íntima, ¿no?

Sí, es mi amigo. Ese grado de complicidad diría que sólo con Diego Tuñón lo llegué a tener. Y los tres trabajamos juntos. No sabés lo divertida que fue nuestra estadía en Los Ángeles en la época de Cámara, los tres.

En el libro decís que tus padres o Cerati te hablan en sueños y que eso confronta con vos, porque no creés en la vida después de la muerte. ¿Cómo funciona eso de encontrarse con una refutación y abrazarla?

Sí, sí, habita en mí, pero de una manera que no es exactamente como él era. Es propio de una mente insana lo que te estoy contando. Él no es el mismo que era cuando habla. O sea, da opiniones actuales. Ahora vos imaginate el desastre que es mi mente. A veces me da consejos, pero esos consejos se parecen más a los de antes. Este es el momento de la fantasmagoría total, yo debería ser Mark Fisher.

Durante años tuviste una mirada sobre la potencialidad de internet que se derrumbó o que fue absorbida hegemónicamente. ¿Cómo viviste ese cambio de paradigma? ¿Te sentís desilusionado?

Me preocupa lo iletrado que es todo. Creo que los tiempos actuales han demostrado que la gente se autoexplota y cree que es libre. Y gasta mucha energía y tiempo en estar de acuerdo con lo que ya estaba de acuerdo, porque aparte también se la induce. Creo que estamos en el sueño más fabuloso que puede tener cualquier grupo de poder. Y que todos dócilmente actúan sobre eso y algunos encuentran un camino explotativo que les sirva de manera personal. Que hayan muerto los blogs porque la situación te arrastra a que no tengas tiempo para detenerte a leer es terrible. Yo sigo navegando blogs, mis redes sociales son lugares que publican dónde voy a tocar y ni siquiera lo hago yo. Pero no dejé de navegar. No se puede creer que un like signifique algo y que una frase breve determine decisiones. Porque al final son lemas de control. Jamás se me ocurrió que iba a pasar esto. Internet era lenta, eso era maravilloso. Creo que las relaciones entre las personas son orgánicas y ahora hay un organismo de control que a la vez se cree plural. Pero no cambia nada decirlo porque nadie se bajaría de eso. ¿Dejarías de usar tu teléfono? Entonces basta de hacernos los humanos.

En el libro decís que “melodía, armonía, ritmo” es el esquema más represivo de la música occidental. Pero también es la fórmula que usaba Charly García para describir la música y confrontar con el trap, que decía que era solamente ritmo. ¿Cómo te posicionás ante ese enfrentamiento?

No me pertenece. Es cómico preocuparse por el enfoque… es propio de estrellas eso, o de gente que está en el espectáculo, y yo diferencio mucho el espectáculo de la búsqueda artística. Es muy distinto. El arte puede no ser entretenido, por ejemplo, y toda esta gente está discutiendo sobre entretenimiento. También es una directriz cultural de significado cultural dentro de la estupidez de la industria cultural. Yo creo en los modificadores.

¿Y qué te pasa con la música actual? ¿Con la música que suena cuando te subís a un taxi, por ejemplo?

Bueno, nunca me gustaron demasiado las cosas que escuchaba arriba de los taxis. Eso no ha cambiado. Cuando voy en un auto trato de no estar escuchando música. Me gustan más los sonidos que provee el vehículo, lo que pasa alrededor, no me quiero entretener en ese tiempo libre, me parece mucho más interesante percibir. Escucho mucha música actual, pero difiere del criterio funcional. De todas maneras, Wos me parece interesante, Bizarrap creó una forma nueva de meterse en el mundo del espectáculo, pero son estrellas finalmente. La estrella es muy distinta al artista hoy en día. Antes no sé, porque se estaba ajustando el espectáculo. Ahora está ajustado. No estoy ni a favor ni en contra, es algo que no puedo cambiar y que siempre existió, lo que pasa es que ahora, tal vez, es mucho más maquiavélico, pero yo sigo escuchando música que vale la pena en serio y mucha hasta puede parecer atávica, y, sin embargo, es más moderna.

¿Qué estás escuchando?

El otro día vi un show de Estupendo que fue muy brillante y me tomó además por sorpresa, siendo una banda que escucho. Eso de estar preocupado por si lo que está de moda es mejor que lo que estaba de moda antes me resulta indiferente. Las modas son menos interesantes que los modos nuevos. Y las modas tratan de tapar que existan otros modos. Una vez que te vendiste al espectáculo también vendiste tu peor momento al espectáculo. Y se lo queda. Es el realismo capitalista, como dice Mark Fisher.

En una época dabas talleres de desaprendizaje. ¿Qué desaprendiste de tu vida con este libro?

Creo que multipliqué mi desaprendizaje, mi desaprenderme todo el tiempo. Porque también como anfitrión aprendí a observar cualidades de interacción directa entre personas que tienen gustos diferentes y vi el sistema del gusto más que nunca. Comprendí que puede existir interacción impartida. El rebote es que te terminás replanteando por qué desatendiste ciertas músicas de las que podrías haber hablado o ideas que podrías haber percibido en el otro, cosas que de verdad son interesantes y de las que vos ya tenías un juicio corto. En esos cursos comprendí la música de Brasil como nunca. Una vez alguien que venía a los talleres nos dijo que no podía ser que no conociéramos a Hermeto Pascoal y yo quedé alucinado de lo fácilmente que lo había tachado con mi ignorancia. Yo que me jactaba de escuchar a Cage y de escuchar lo que no hacía Cage, me avergonzó pensar que había creído que era cualquier cosita eso. Entonces, me quitó prejuicios, definitivamente. Juicios cortos como los que hoy todo el mundo tiene. Los dejó desnudos a través de la percepción de los otros.

Durante años te describieron como el “Eno criollo”, un “no-músico”. ¿Te molestaba ese cliché?

No me molestó para nada y tampoco me resultó de interés. Con el tiempo finalmente soy una marca. No la debe haber desfavorecido, pero tampoco la representa. Me encantó cuando Gustavo Sala escribió una historieta que decía: “Eno, el Melero inglés”. Muchas veces estoy escuchando algo que me parece completamente nuevo y me dicen: “No, pero esto se parece a…”. “Se parece” no quiere decir que signifique, ¿no? Si no hubiera escuchado a Eno o a John Cage, mis comportamientos habrían sido diferentes, si no hubiera escuchado a los Beatles también. Y si ahora no estuviera escuchando a Kevin Richard Martin, mi conducta también sería otra.

¿Hay algo que habrías hecho de otra forma, mirando en retrospectiva?

Artísticamente no. Soy una víctima de lo que hago [risas]. En lo personal creo que en muchas oportunidades me han faltado modales y creo haberlo superado bastante. No cambiaría demasiado las cosas porque involucraría cambiar tantos defectos que me resulta imposible. Eso también tiene que ver con vivir involucrado. Hay momentos muy puntuales en los que hay reacciones, contextos, que si lo mirás desde cierta etapa te parece que eso fue lineal, pero en realidad fueron una serie de absurdos y de desconfianzas, amores, todo lo que quieras poner dentro del campo de las relaciones humanas. Tonteras. Salidas jocosas. Algo interesante es que con la gente que de verdad me relaciono he durado mucho y se agrega gente nueva con la que me relaciono y creo que va a ser así hasta el fin. Irse no está mal tampoco. Muchas veces la gente con la que trabajo se va, tiene otros pruritos artísticos, otras maneras de ver las cosas. Y yo lo acepto como un factor que también es interesante para mí. Como dijo Litto Nebbia: sólo se trata de vivir.