Crítica: La práctica, el regreso de Martín Rejtman al largometraje

En su primer largo en diez años, el director de "Silvia Prieto" y "Rapado" profundiza la exploración de su humor observacional, la extrañeza y los diálogos impávidos, esta vez en Chile

Por  BARTOLOMÉ ARMENTANO

septiembre 6, 2024

La práctica, dirigida por Martín Rejtman

De todas las marcas autorales que se reiteran en la obra de Martín Rejtman (la velocidad en el diálogo, el humor observacional, la extrañeza de los personajes), es posible que la cadencia recta de sus actores sea el atributo más identificable; el que lo convirtió en sinónimo de la comedia independiente argentina en los tardíos noventa, cuando el Nuevo Cine Argentino se alineaba más con la crudeza de Mundo Grúa que con la ligereza aparente de su Silvia Prieto

Tal es el grado de sequedad en la dicción de sus películas, que la noción de un largo de Rejtman anclado en el mundo del yoga no solo parece compatible con su poética; se siente más bien como algo inevitable, como si el sūtra hindú se hubiera escrito para ser verbalizado por algún elenco suyo. Dicho y hecho: se acaba de estrenar en las salas argentinas La práctica, el regreso de Rejtman al largometraje tras diez años de ausencia.

Programada en la sección oficial en la 71° edición del Festival de San Sebastián, esta dramedia fija la mirada sobre Gustavo (Esteban Bigliardi, de Los delincuentes), un instructor de yoga radicado en Chile que, en palabras de su madre, se encuentra “divorciado en un país extranjero”, con su “estatus migratorio que cuelga de un hilo” y con “mucho perejil entre los dientes”. Así descrita, la premisa de La práctica se presenta ejemplarmente rejtmaniana. Y, en efecto, el creador de Rapado y Dos disparos la aprovecha para profundizar sus búsquedas y obsesiones recurrentes, depurando hasta lo más básico y asumiendo la repetición de estas disciplinas orientales con rigidez férrea.

En el acto de la reiteración, Rejtman se cruza con algunas ligeras variaciones que destacan a La práctica del resto de su filmografía. La más evidente es el desplazamiento hacia el otro lado de la Cordillera, que implica la locución de sus cadencias inertes ahora con tonada trasandina. La traslación a Santiago no solo no desentona: la proximidad al mundo natural despierta una nueva serie de imágenes en el director.

Lo que se ausenta en La práctica, y la inhibe de ser más que un modesto refinamiento de estilo para su director, es un sustento dramático que justifique la inexpresividad que tanto caracteriza al decir rejtmaniano. Rejtman no es ni Pino Solanas ni Ken Loach, pero bajo la declamación seca de Silvia Prieto (1999) subyacía un punto de vista sobre la abulia de la juventud argentina en los años noventa. Del mismo modo, con sus trueques y especulaciones, Los guantes mágicos se hacía cargo de la inestabilidad que se respiraba en el año 2002.

Eduardo Bigliardi (en el centro) interpreta a un instructor de yoga argentino radicado en Chile

La práctica, en cambio, pareciera escindida de cualquier anclaje contextual. Persiste apenas alguna mención pasajera sobre cierta vanidad de nuestros tiempos, pero la elocutio de Gustavo permanece siempre proferida desde la particularidad de su situación, y nada más.

Con esto no se busca sugerir que el recurso del deadpan no pueda tener otras funciones; es innegable que lo impávido se presenta como un vehículo perfecto para realzar tanto lo gracioso como lo terrible. En el caso de La práctica, todas las condiciones están dispuestas para extraer humor de la cultura yogui y la mercantilización de lo holístico; y quizás la mayor agudeza dramatúrgica de Rejtman sea esa: la de esquivar la sátira del blanco fácil cada vez que aparece alguien en un temazcal. 

Lo que entonces sucede con La práctica es que su carácter desabrido se dispone en función de una narrativa que también es anodina; es lo seco para contar lo poco. Esto produce una forma de comicidad bastante peculiar para una comedia, en donde la consumación y el remate son mayormente elusivos. Pero la risa se sobrepone cada tanto, principalmente gracias a Mirta Busnelli y al chiste de la estudiante que padece de amnesia, que se encuentra en armonía con una película edificada sobre el principio de la repetición.

En esa línea, quizás la mayor virtud de La práctica radique en la rigurosidad total de su forma. “El yoga es una cultura muy reglamentada”, dice un personaje en algún pasaje, y lo que hace Rejtman para capturar la quietud y el ascetismo de la disciplina es apelar mayormente a planos fijos y a composiciones simétricas (la rutina del personaje de Rodrigo, que sí cuenta con un paneo discreto, está resuelta con la misma puesta cada vez que aparece). No hay que dejar de destacar tampoco el trabajo del Director de Fotografía, Hugo Azevedo, capaz de capturar la belleza en el impacto de un halo de luz sobre un mat en el suelo.

Es posible que la repetición estricta no sea la compañera más intuitiva para el crescendo dramático o el dinamismo estético. Pero no deja de haber un valor casi transgresor en que Rejtman siga apostando por el abordaje de lo pequeño, sobre todo en una época que parece avanzar al son de máximas gritadas. “La práctica no va a hacer más que ayudarte”, le recuerdan a Gustavo, y Rejtman no retrocede ante los temblores de turno.

CONTENIDO RELACIONADO