Así fue el homenaje a Artaud, de Spinetta, en el teatro Colón

Adrián Iaies reinventó una obra cumbre del rock argentino, con la presencia de Emilio del Guercio, Deborah Dixon y Sol Liebeskind como cantantes solistas y una sofisticada formación orquestal

Por  HUMPHREY INZILLO

mayo 23, 2023

La portada diseñada por Gatti fue el telón de fondo de un homenaje a la altura de la musicalidad de Luis Alberto Spinetta.

Arnaldo Colombaroli (gentileza. Teatro Colón).

El saludo final es emblemático, elocuente y emotivo. El pianista y director musical Adrián Iaies, el director orquestal Ezequiel Fautario y los otros quince músicos involucrados en el concierto se abrazan, alineados, al frente del escenario y hacen una reverencia. Inmediatamente, se dan vuelta y, de espaldas al público, se inclinan frente a la pantalla que proyecta en formato XL la portada de Artaud, ese artefacto inclasificable diseñado por Juan Oreste Gatti que funcionó como única escenografía de toda una velada dedicada a revisitar esa obra cumbre de Luis Alberto Spinetta y del rock vernáculo (elegida en 2007 por Rolling Stone Argentina como el mejor disco en la historia del rock nacional).

Desde la aparición de Nostalgias y otros vicios (1998), en la que abordaba tangos a la manera de Bill Evans y standards de jazz en una atmósfera del arrabal, Iaies se posicionó como uno de los músicos más originales de la escena jazzística. “Sólo en los Estados Unidos se editan unos cincuenta discos de jazz por día. No hay periodista, ni productor, ni público, que pueda escuchar todo eso. ¿Cómo hay que hacer para destacarse? (…) Hay que buscar un sonido propio y homogéneo. En la búsqueda de esa homogeneidad, hay un primer escalón: el repertorio. Si escuchás mis primeros discos (o aun sin escucharlos) podés deducir que se trata de un pianista que, con una formación jazzística, toca tangos desde una óptica diferente. Hay un segundo escalón, mucho más interesante, que consiste en transmitir ese mismo color sin estar esclavizado al repertorio. Yo quiero sonar personal tocando sobre Gardel o sobre Charly García; sobre Horacio Salgán o sobre Joan Manuel Serrat”, declaraba en una nota para Rolling Stone en 2003. Unos meses antes, acababa de lanzar Las cosas tienen movimiento, en el que sumaba a su repertorio canciones emblemáticas del rock argentino, como la de Fito Páez que le daba título al disco o “Seminare”, de Charly García. A lo largo de su extensa carrera y prolífica discografía, volvió sobre García muchas veces, incluso abordó “Vengo del placard de otro”, de Divididos, y en Conversaciones desde el arrabal amargo (2012), grabado a dúo con el contrabajista Horacio Fumero, revisitó “Laura va” y “Fermín”. Lo que sabíamos hasta aquí: el universo spinetteano no le era ajeno, ni como escucha, ni como intérprete.

En los últimos siete meses, Iaies se dedicó a la escucha de Artaud no ya como un melómano o como músico, sino como él mismo definió, “como parte de algo mucho más profundo”.

La concepción orquestal bajo la batuta de Ezequiel Fautario de esta relectura, para trío de guitarra, bajo y batería (Rodrigo Agudelo, Santiago Laminovsky y Carto Brandán), sumado a un cuarteto de vientos (Juampi Di Leone, flauta; Lis Rigoni, oboe y corno inglés; Emiliano Álvarez, clarinete y clarinete bajo; Julieta Di Fede, fagot) y cuarteto de cuerdas (Guillermo Rubino, violín; Natalia Analía Cabello, violín; Elizabeth Ridolfi, viola; Paula Pomeraniec, violoncello), sumado al background jazzístico de Iaies, nos invitaba a pensar en un ejercicio vinculado, acaso, al Third Stream, el término creado por el compositor Gunther Schuller a fines de los cincuenta, para definir (a grosso modo) el cruce entre la música clásica y el jazz.

Lo que ocurrió aquí fue otra cosa. Algo inclasificable, como la música de Artaud.

Gershwin resonó en los arreglos de cuerdas en la intro de “Todas las hojas son del viento”, obertura del disco, y del concierto, en la cautivante voz de Sol Libeskind. En un punto, Adrián Iaies eligió correrse del centro del homenaje. Su interpretación no predominó en escena: más bien, ofició de maestro de ceremonias, de espectador privilegiado de lo que había pergeñado en esos siete meses de trabajo, resumidos en una sonrisa constante, en un gozo compartido con el Colón desbordado. “Artaud es el big bang del universo Spinetta, que se ha ido expandiendo y en el que aparecen todos los destellos de lo que consolidó la estética spinetteana”, argumentó a modo de introducción.

Con impronta blusera, Deborah Dixon cantó “Cementerio club” y “Bajan”.

La irrupción en escena de Deborah Dixon aportó una dosis de groove blusero para “Cementerio club”, con un notable contrapunto entre el clarinete bajo y la guitarra de Rodrigo Agudelo.

Sin respetar el orden original del disco, Sol Libeskind aportó su voz etérea en “Superchería” y “La sed verdadera”.

A modo de interludio, Iaies se sumó al piano en “Canción para los días de la vida” (A 18 minutos del sol, 1977). Y el talentosísimo bandoneonista Santiago Arias, oriundo de Tilcara, aportó una versión de “Por”, a solas con su instrumento.

“El Van Gogh [Van Gogh, el suicidado por la sociedad, 1947] de [Antonin] Artaud me llevó a leer las cartas de Vincent a su hermano Theo, de donde están sacadas varias imágenes de la ‘Cantanta de puentes amarillos’. Pero quiero aclarar que yo le dediqué ese disco a Artaud, pero en ningún momento tomé sus obras como punto de partida. El disco fue una respuesta –insignificante tal vez– al sufrimiento que te acarrea leer sus obras”, le había contado Spinetta a Eduardo Berti en el indispensable Crónica e iluminaciones (1988). No viene mal recordar que Spinetta tenía unos 23 años cuando compuso Artaud.  

Y  la “Cantata de puentes amarillos” fue uno de los puntos más emotivos de la noche, otra vez en la interpretación intimista de Sol Libeskind.

Acostumbrada a las multitudes, Deborah Dixon (que empezó su carrera como cantante de Las Blacanblús y forma parte de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, la banda del Indio Solari) aportó el gen afro y visceral en otra notable interpretación de “Bajan”.

Luego, otro interludio instrumental con el “Tema de Pototo” y, para coronar, la presencia de Emilio del Guercio, que al momento de la grabación de Artaud integraba Aquelarre (había sido compañero de Spinetta en Almendra) y había sido convocado por Luis para participar de la grabación del álbum aportando bajo y coros.

Del Guercio cantó “A Startosta, el idiota” (había sido interpretada por Spinetta en ese mismo escenario, en su histórico concierto de 2002), con la calidez como marca de distinción. El collage sonoro del álbum fue reemplazado por Iaies con citas orquestales al “Twist del Mono Liso” (María Elena Walsh) y clásicos beatles como “Come Together” y “Across the Universe”. Y cerró su participación con “Las habladurías del mundo”.

Pero el tema que cerraba el álbum no fue el cierre del concierto. A modo de bises, Santiago Arias volvió con su bandoneón para revisitar “Laura va”, esa canción superlativa del repertorio de Almendra que Luis Alberto quiso componer emulando a “She’s Leaving Home” (Lennon-McCartney) y derivó en un ejercicio de regionalismo crítico y belleza superlativa, potenciada por los arreglos de Rodolfo Alchourrón y el bandoneón de un veinteañero Rodolfo Mederos.

Una versión orquestal de “Maribel se durmió” (Bajo Belgrano, Spinetta Jade, 1983) y un cierre a piano solo con una inspirada relectura de “Ella también” (Kamikaze, 1982) marcaron el final de una noche memorable. Dos conciertos a sala llena, con la presencia de la familia Spinetta y esa familia extendida que entiende a Luis Alberto no ya como uno de los grandes músicos, compositores y poetas de la Argentina (¡del mundo!), sino también como parte de la patria spinetteana.