[Archivo RS] Andrés Ciro, de Los Piojos: “En una época, lo que no se parecía a los Rolling Stones no me gustaba”

En 2007, cuando Los Piojos lanzaban Civilización, su obra más ambiciosa, el cantante llegó a la portada de Rolling Stone, por última vez como líder del grupo.

Por  PABLO PLOTKIN

septiembre 4, 2024

David Sisso

Este artículo fue publicado en Rolling Stone Argentina #113, agosto de 2007.


Andrés Ciro Martínez está en Bariloche, quince grados bajo cero, varado en el aeropuerto o en algún otro lugar indeseable, imposibilitado de alquilar un auto porque se le venció la licencia. En medio del brete, se le ocurre llamarme para decirme que está leyendo a Noam Chomsky y que, si lo apuran un poco, se atrevería a definirlo como “el Jauretche yanqui”. Según deduzco del audio en segundo plano, sus dos hijas de 11 y 7 años están revoloteando por ahí. El héroe del rock y su circunstancia: vacaciones de invierno en la nieve. Mientras hablamos, me lo figuro como el tipo de padre divorciado que encarna Tom Cruise en Guerra de los mundos, disperso y apasionado, pero descarto la comparación por arbitraria y -la verdad sea dicha- un poco estúpida. En especial porque me está hablando de Chomsky y sus libros sobre las guerras de Vietnam e Irak. Me está hablando de las guerras de este mundo. Y con ésas ya tenemos bastante.

Luego de cuatro años de silencio discográfico (excepto por el material en vivo) y de una separación transitoria, Los Piojos reaparecen con un álbum que ostenta un título pesado: Civilización. Más allá de que la historia detrás del nombre se conecta con el universo de los sueños y los jueguitos de computadora, lo que hay ahí es un pronunciamiento sobre el estado de la humanidad y su hábitat. Es lógico, entonces el paso del estadio “San Jauretche” a “Saint Chomsky” en la línea evolutiva piojosa: del pensador nacional y popular al lingüista y activista crítico de la era global. De los eternautas que asomaban a una Buenos Aires arrasada en su primera portada de Rolling Stone (2000) a estos parias perdidos en el desierto del mundo. Y si bien es cierto que ya en Máquina de sangre (2003) la banda cantaba sobre las “Langostas” que invadían la ex Babilonia, esta vez parece haber un propósito más panorámico y explícito. La posibilidad de un manifiesto.

En definitiva, Los Piojos y nosotros formamos parte de una civilización que no tiene claro si el rock perdió la batalla o es el campeón de todos los pesos. O quizás ambas cosas a la vez (se suponía que ésta era una cultura de perdedores, de modo que cada victoria aparente aporta al fracaso de la causa romántica). Lo concreto es que de repente aparece Al Gore,
autoproyectado como el primer líder político mundial de este tiempo, y decide lanzar su campaña por la toma de conciencia sobre el cambio climático con una rueda planetaria de shows… ¡de rock! Es un síntoma demasiado resonante como para subestimarlo. Podemos hablar de manipulación, oportunismo o convicción; como sea, el rock es la fachada de un movimiento que intenta alertar sobre las consecuencias fatales del calentamiento. Frente a ese paisaje, ¿qué le queda por hacer a una banda que construyó su popularidad con un puñado de símbolos patrios, escuela de rock anglo y contagio melódico, y que a esta altura se siente tan argentina como terrícola? “Estamos en una etapa de toma de conciencia”, dice Ciro, un hombre al borde de los 40 con la cabeza fría y la pelvis caliente, un adicto al rhythm & blues carnal y a los documentales del History Channel. Una estrella de rock a la edad del poder.

No casualmente, los dos grupos que modelaron la estética del rock rioplatense masivo de la última década y media (y también los que expresaron con “Se viene” y “San Jauretche” la llegada del supuesto “cambio de modelo”) metieron las narices en la crisis ambiental. Primero fue Bersuit, que llevó su campaña ecologista a la orilla misma del Riachuelo, con una performance que apuntaló su desembarco en River. Pero mientras el Pelado Cordera imagina una Madre Tierra victimizada y a la vez piadosa frente al ataque del homo sapiens (“Te agradezco aunque me voy avergonzado por ser parte de la especie, que hoy te viola en un patético festín”, canta en “Madre hay una sola”), Andrés Ciro, menos culposo de ser humano aunque igual de apocalíptico, la pinta como una deidad fría y acaso vengativa: “La Tierra se está quitando de encima a su peor enemigo”, dice en “Civilización”. Y también: “Dios perdona, el hombre a veces; la naturaleza, nunca”. Si el ecologismo bersuitero condena la polución como un pecado cósmico, Los Piojos plantean un ambientalismo racionalista. Ciro sabe que -como se titula una novela clásica de la ciencia ficción de mediados de siglo xx- la Tierra permanece. El problema es la supervivencia de nuestra especie. Ya lo dice el personaje de Tim Robbins en, justamente, Guerra de los mundos (y ahora la cita tiene un mayor sentido): “Esto no es una guerra: esto es un exterminio”.

Como muchas veces ocurre, la vida cotidiana es menos tajante que la que describen los titulares periodísticos y los inquietantes pronósticos científicos. El séptimo disco de Los Piojos no es sólo guerra y contaminación: también es amor, sexo, pasado, barrio y sentimientos confusos. Y nosotros, nobleza obliga, nuestra actitud en las oficinas de DBN es bastante más relajada que la que nos impondrían el retroceso de los glaciares y el agotamiento de los combustibles. En realidad, nos estamos comiendo una picada. Ciro lleva puesto un buzo negro canguro y conserva el corte semi-stone de toda la vida, mechas más, mechas menos. Luego de echarse en el sofá, deja el celular en la mesita ratona, pincha un queso y profundiza la historia del tema “Civilización”, parte de cuya génesis fue narrada en el número anterior de esta revista.

“Fue el último tema que salió”, explica. “La melodía apareció en un sueño. Soñé que estaba con Manu Chao, que lo encontraba en un aeropuerto, él estaba con su papá y con mi viejo -ya fallecido-, entrábamos en una habitación y Manu le tocaba un tema en la guitarra al padre. Entonces me desperté con esa melodía y la grabé. Como venía dándole vueltas al tema de la Tierra, le puse la letra ahí ,todo en un día. Y lo de “Civilización” apareció porque yo estaba jugando en la computadora con el jueguito Civilization”.

¿El jueguito tiene que ver con la idea del disco?

– Relativamente. Es un juego en el que empezás cuatro mil años antes de Cristo y vas formando una civilización. Vos arrancás manejándola, transás cosas, arreglás guerras… Es interesante, porque si tu ciudad hace quilombo, le construís una iglesia o un circo romano y la gente se tranquiliza, no se rebela. Y finalmente llega esta época en que hay calentamiento global, polución, etcétera.

Es curioso como un sueño tan personal derivó en una letra de política contemporánea concreta a través de un videogame… 

– Es raro. Me acuerdo de que estuve todo ese día en un estado casi de trance, con un nivel de energía muy alto. Nunca hice yoga, pero debe ser algo parecido. Estaba como si me hubiera tomado una dosis relativamente suave de ácido: no alucinaba, pero tenía la mente como más elevada de sensibilidad. Tenía un poco el temor o la inseguridad de mostrar el tema y que no gustara, o que fuera un tema de Manu Chao que ya existía. Pero no. Ese mismo día lo grabamos. Sentía que al disco le faltaba algo distinto desde las letras, algo de lo que quería hablar y de lo que nunca había hablado: la situación planetaria, la humanidad, ese desafío que enfrenta al ser humano.  

Al hablar de desafío, ¿Tenés una perspectiva másoptimista que apocalíptica? 

– Habría que ser una especie de vidente para saber lo que va a pasar. A veces pienso que la perspectiva no es buena, porque no hay nadie que pueda detener la rueda. Porque la necesidad de comer, de producir, de trabajar, el instinto de progresar es inherente al hombre y no sé hasta qué punto se puede modificar ese rumbo. Lo que me parece positivo y está generando una conciencia distinta es la comunicación global, desde los noticieros, internet, los viajes… Eso hace que, de alguna manera, el discurso solidario vaya ganando terreno y que retroceda toda esta cuestión de Bush, del islamismo extremista. Es complicado, porque siempre gana la paranoia. Estados Unidos es paranoico con China y con los terroristas, y eso le servirá para fabricar armas, sostener su economía… 

La rueda paranoide que sostiene el estado de guerra.

– Sí, paranoia y, en un punto, la realidad también, porque vos sabés que los chinos cada vez son más, cada vez producen más, tienen más armas, más plata y, sinceramente, no creo que los chinos sean mejores que los yanquis. Lo que me parece es que, a la vez que existe todo eso, siempre hay un discurso humanista y de compenetración entre la gente. Internet te permite tener otra lectura. Si hubiéramos tenido internet en la Guerra de Malvinas, todos podríamos haber entrado en los diarios ingleses o chatear y ver que no les habíamos hundido un barco con trescientos aviones, como nosotros pensábamos. Creo que eso une y de alguna manera -lenta pero persistente- les resta poder a los tiranos. Quizá mi discurso sea demasiado soñador, utópico, pero creo que la sociedad de hoy tiene otra mentalidad. Hay que ver cuánto la gente está dispuesta a participar y a sacrificarse por estar mejor.

– El título del disco implica un pronunciamiento. Es casi la promesa de un manifiesto. ¿No le tenías un poco de miedo a eso? 

– El tema habla de la civilización desde un lado irónico y de cuestionamiento. Una vez un amigo me decía que ahora estábamos mejor, que la humanidad evoluciona. Pero a la vez cabe preguntarse: ¿estamos seguros de que el hombre medio de hoy vive mejor que el tipo que vivía en Babilonia, Egipto o la antigua Grecia? Estaba la esclavitud, claro, pero el tipo que de repente tenía un acceso al deporte, a la filosofía, a esa vida al aire libre, al cultivo, al trabajo de la tierra, a ir a la guerra como experiencia… ¿Ese tipo realmente vivía peor? ¿Cuál es el postulado de la civilización? ¿Cuál es la búsqueda? Me parece que hay una cosa que se está desmadrando. Lo que propone el capitalismo es el sálvese quien pueda; cada vez hay menos políticos con un proyecto. Fijate lo que pasa acá: Perón tenía una idea, un camino, o Yrigoyen. Te gusten o no, Roca, Sarmiento, Mitre… Había ideas detrás de ellos, los tipos pelearon por modelos de país. Y ahora, la verdad, yo no veo ningún modelo claro de país. Todo tiene que ver con la supervivencia hoy, ya, con manotear… Y yo creo en las ideas, me parece que sirven. Uno trata de guiar su vida en pos de ideas y a veces estamos dominados por los que piensan con el estómago.

Durante el menemismo, ustedes reivindicaron algunos símbolos nacionales que habían caído en desuso. Ahora la cosa es distinta. “San Jauretche” casi anticipó la ola nac & pop que bajó desde el centro del poder kirchnerista. ¿Cómo ves a este gobierno?

– En principio, creo que es infinitamen te mejor que el presidente haya sido Kirchner y no Menem. Por otro lado me parece bueno lo que hizo Duhalde, por ejemplo. Cuando Duhalde agarró la manija, le quemaba a todo el mundo, todos rajaban, y el tipo, sea como sea, por más que haya participado del derrocamiento de De la Rúa, agarró la manija y después la dejó, tal como dijo que lo iba a hacer.

Bueno, en el medio se cargaron a Kosteki y Santillan…

– Sí, pero de todas maneras me parece que el tipo cumplió con una cantidad de cuestiones. En cuanto a Kirchner, el tipo es un gran administrador; lo que no sé es si es un gran visionario. Por otro lado, creo que Macri gana por algo, porque en un punto la gente necesita acción. Y Macri tiene la imagen del empresario que hace. Yo creo que va a tratar de hacer una gran gobernación para después ser presidente, y eso es algo que seguramente la gente tiene en cuenta. Lo mismo que hizo en Boca.

Hay cosas de fondo que no fueron hechas por este gobierno: la pobreza, la educación… creo que tendría que haber más dinero. Hay provincias terriblemente pobres, y de repente tenés el récord de guita en la caja fuerte del Banco Central. Bueno, ¿qué?, ¿eso te da seguridad? ¡Usala! Tenés un compromiso. Me parece que también forma parte de la estrategia peronista: siempre va a haber una enorme cantidad de pobres que votará por el peronismo.

El tema “Hoy es hoy”, del nuevo disco, hace un llamamiento a la acción. Decís “estamos en guerra” y hablás de un soldado que lucha con la imaginación: “Tu arma es tu men-te”. ¿Cómo es eso?

– Esa idea me apareció cuando veía un documental en el History Channel que hablaba de los inventos en las guerras: el encendedor que no se apaga, como el Zippo, o la comida enlatada con conservantes, que es de la Primera Guerra Mundial. Uno ve los aviones que había en el principio de la Segunda Guerra Mundial y, cuando termina el conflicto, las máquinas ya eran a reacción, en seis años nada más. El ser humano frente a la situación de riesgo, de paranoia, frente a la sensación de muerte y de conflicto, crece y evoluciona más rápido, fuerza su exigencia. Y las sociedades evolucionan más rápido. Entonces yo pensaba: “Qué bueno sería si todos, como país, tomáramos conciencia de lo que tenemos, del potencial natural y humano que tenemos”. Por supuesto que hay una gran carencia de educación, pero yo creo que si tomáramos conciencia de eso y pudiéramos vivir un nacionalismo sano (que no apareciera solamente en el Mundial), si de repente dejáramos de pisar al que está cruzando la calle y tratáramos de vernos como parte de lo mismo… Porque está bien: no estaremos en guerra, pero estamos dominados.

El magnestismo de Andrés Ciro en el escenario. (Foto: José Luis García/Archivo RS).

Hablando de nacionalismo, hasta fines de los 80, al menos en los círculos progresistas y en el rock, los símbolos a los que ustedes apelaban -el himno, la camiseta argentina- estaban muy pegados a la dictadura. ¿Cómo lo pensabas vos?

– Mi pensamiento era: ¿por qué tiene que pertenecer esto a los militares, si el país es nuestro? No es de los militares genocidas, esto es de la gente. La gente cantaba el himno con emoción en las Malvinas, y no era porque lo quería a Galtieri, sino porque quería a las Malvinas. Yo creo que a eso no hay que tenerle miedo: es tu país. Una cosa no tiene nada que ver con la otra; al contrario, tenemos que crecer como país para poder ver el mundo como es y darnos un lugar en él. Hay que crecer con amor hacia adentro.

En un momento cantás que “ahora vienen por el agua”. 

– Hay una cuestión constante que es la de aprovechar los recursos del otro, y a nosotros siempre nos están rompiendo el culo. Hay que pensar en el futuro. Uno cree que Argentina siempre va a ser igual geográficamente, pero si uno ve, todos los países van cambiando, las geografías, sus límites. Y nosotros creemos que siempre va a ser así, pero mientras sigamos haciendo cagadas… En la época de Menem se llegó a hablar de que el tipo ofrecía la Patagonia para pagar la deuda externa. Es una locura, pero ¿cuántas cosas que hacemos como país son una locura? Es como que siempre estamos boludeando. El otro día escuchaba a alguien que decía que este país está siempre a punto de arrancar. Yo pensaba ponerle a un tema (no en este disco) “El país de los infinitos comienzos” (espero que nadie me lo robe). Vos escuchás a los economistas que dicen: “Esta es una gran oportunidad que si es aprovechada…”, y siempre se desaprovechan las oportunidades. Creo que hay un miedo a hacer las cosas bien. Vivimos en un sistema armado sobre la base de cosas truchas y arreglos, y nunca se empieza de verdad.

Más allá del “estado de las cosas”, el dis co tiene varias canciones de amor, eso que podríamos denominar “canción sentimental piojosa”. ¿Buscabas un balance entre el tipo que mira al mundo y el que se mira a sí mismo?

– A mi particularmente siempre me gustó encontrar, por ejemplo en Iggy Pop, pensamientos filosóficos que plantean cuestiones existenciales con las palabras más sencillas. O los Rolling Stones, que aunque hacen rhythm & blues y rock, tienen letras grossísimas. Desde mi punto de vista, esa búsqueda es la ideal. En la vida uno piensa y elige, decide y actúa, pero también coge, come y no podés prescindir de ninguna de esas cosas. Quizá me divierte más lo que es puramente rítmico que lo que es puramente sesudo, pero digamos que los dos extremos me embolan. Para mí el rock tiene que tener una cosa de magia, de potencia, descarga y adrenalina.

Noté que, como cantante, en este disco tocás algunos extremos. “Dificil” tiene momen tos en los que rugís y momentos de una fragilidad onda [el cantor de tangos] Luis Cardei. 

– Bueno, estoy estudiando canto de una manera más confiable, digamos, porque antes iba y dejaba. Voy a la escuela de Susana Rossi, tomo clases con Marisol [Gómez Alarcón]. He tenido cierta constancia en el último tiempo y creo que he ganado en seguridad. Aparte creo que toda la banda ganó en experiencia, los años te van enseñando, vas aprendiendo aunque no quieras.

¿El parate les sirvió?

– Sí, yo creo que sí. Este disco jamás existiría si no hubiéramos parado, si hubiéramos continuado con el desgaste que sentíamos. Haber grabado en esas condiciones hubiera sido una tortura, ya desde la composición. Creo que para componer algo bueno, es difícil, muy difícil hacerlo si no ponés el corazón y, si no, termina siendo una forma vacía. Y este disco tiene buenas formas y tiene contenido, tiene sangre, tiene espíritu.  

¿Con algún disco te pasó lo contrario, que te viste forzado a hacerlo por la inercia de la vida de una banda?

– Nunca tomé conciencia. Desde que arranqué con Los Piojos hasta que terminamos de girar con Máquina de sangre, esto siempre fue una realidad inmodificable. Como que te ponés a estudiar Medicina, sos médico, trabajás en una clínica, te va bien y no te preguntás: “¿Lo mío será el alpinismo?”. De repente decís: “Estoy harto de esto, no tengo tiempo para mí mismo. No tengo ganas de venir acá”. Todos los días con la mente en una cosa. Pero nunca me lo planteé. Hoy me doy cuenta de que ya había cierto cansancio, pero realmente no hubo grabaciones infelices. Creo que eso hubiera pasado si seguíamos como si nada.

Estamos almorzando en un restorán de Palermo Hollywood y el ringtone de Andrés -un riff rockero que no logro identificar, tal vez algo del disco nuevo- suena una y otra vez. Primero es su hija para decirle que le fue mal en un examen de matemática. Andrés se lamenta y le dice que estudie para el recuperatorio del jueves, que a la tarde aproveche la sala de espera del dentista para ponerse a punto. Un rato después, la nena vuelve a llamar y le pregunta si pueden meter mano en el frasco de frambuesas que compraron en el sur. “Uy, bueno, pero tres cucharadas cada una. Tres cucharadas de las grandes, ¿sí? Déjenme algo para mí”, pide Ciro. Evidentemente, su desempeño paternal es mucho más solvente y controlado que el del Cruise en Guerra de los mundos (efectivamente era una comparación estúpida).

Le pregunto por su propio padre, el que compartía escena con Manu en el sueño que dio origen a “Civilización”. Se sabe que un hombre no vuelve a ser el mismo después de enterrar a su padre. “Mi viejo había tenido un largo período de no estar bien”, me cuenta. “La muerte no tiene vuelta atrás; entonces, cuando uno tiene un familiar que está enfermo, se va preparando. Si es una enfermedad terminal y empeora, cuando finalmente ocurre el deceso es como que uno se olvida de esa etapa y recuerda los buenos momentos y se da cuenta que esa persona no va a estar más, entonces es doloroso. Y en el caso del padre, de alguna manera uno pierde un lugar de afecto y de consejo. Desaparece un referente.”

Pese a que de chico no tuvo una buena relación, el padre contribuyó a su formación musical. “Creo que, inconscientemente, el jazz que escuchaba mi viejo me influyó. Escuchaba más bien quintetos, o cuartetos: Thelonious Monk, Ornette Coleman, Cannonball Adderley, John Coltrane… Todo el tiempo sonaba jazz en mi casa. Creo que eso influyó para que me gustaran los Stones, que tienen un sonido muy negro y una esencia de blues. Para mí no hay nada como la música negra.”

Paradójicamente, Ciro llegó a los Stones por la vía jazzera del viejo, y a la vez los Stones fueron su espacio de resistencia frente a la autoridad paternal. “Sí, creo que los Rolling Stones eran mi escape.”

Micky Rodríguez y Pity Fernández, en vivo en el Quilmes Rock. (Foto: Diego Paruelo/Archivo RS).

– ¿Y qué lugares concretos de evasión tenías en El Palomar?

– Depende la edad: caminar, ir enfrente y prender un fuego, o estar con amigos. Después, más de grande, salir… uno ya empieza con los vicios, pero era parte de lo mismo. Salir con amigos, tocar la armónica…

¿Tu primer instrumento fue la armónica? 

– Sí. No soy armoniquista. Toco un poco la armónica y otro poco la guitarra, no mucho más. Pero yo creo que la armónica es un instrumento propio de gente particular.

Sí, da la idea de gente que va sola por la vida subiéndose a trenes, sintiéndose un poco melancólica… 

– Claro. A mí me cambió un poco la fama, pero yo iba caminando por la calle a la noche tocando la armónica, sacando canciones o zapando. Siempre tuve una cosa medio ermitaña, no demasiado sociable. En realidad, muchas veces me gustaría pasar desapercibido, pero bueno, no me quejo.

¿Viajás mucho, más allá de las giras?

– No. Fuimos a México ahora para tocar, me quedé ahí diez días, estuve recorriendo un poco (D.F., Tasco). El año pasado estuve un mes en Alemania por el Mundial. Me gusta, pero también tengo dos hijas; las extraño y ellas me necesitan, son chicas, no me puedo ir dos meses por ahí. Aunque viajar para mí es una de las cosas más sorprendentes, te abre la cabeza. La otra vez pensaba si Pappo sería el mismo músico si no hubiera ido de tan pibe a Inglaterra y a Estados Unidos. Yo creo que eso era lo que lo hacía distinto de un tipo de barrio común.

¿Cómo fue tu relación con Pappo? 

– Uno de los grandes momentos de mi vida fue verlo zapar en la sala. Se sentaba y zapaba, zapaba… Y yo trataba de absorber todas las notas, que no se me escapara ninguna. El tipo toca y canta con una cosa de negro tan natural… Porque una cosa es saberse los fattos y otra es que te salga del alma. Que los toques y los sientas. Es una música que no permite la impostación. Eso es lo que tienen los Stones. Vos podés tocar un tema de los Beatles, pero uno de los Rolling Stones… Es difícil extraer esa esencia. Los Beatles es el genio; los Stones es el espíritu, el sexo… la música negra.

Pero volviendo a Pappo, con él compartimos ensayos, asados, grabaciones. Una vez, tocando, nos dijo: “Yo pensaba que ustedes eran todo ‘oohhh, oohhh’ [canta “Verano del 92”], y, loco, ¡ustedes son Led Zeppelin!”. Fue uno de los grandes piropos que hemos recibido.

¿Cómo te pegó su muerte? 

– Fue triste. Días después, iba con mis hijas escuchando Buscando un amor, que es un discazo, y me decían: “¡Sacalo, papá, que nos ponemos tristes!”. Porque lo habían conocido. La más chiquita, cuando lo vio en el camarín de Vélez (ella sabía que era Pappo, siempre me pedía que le pusiera un tema de él), le dijo: “Hola, Pepe”. Tenía 4 años. Cuando nos vamos le pregunto qué le pareció Pappo. Y me dice: “Es igual que Papá Noel, pero con pelo negro y aliento a vino”.

Ciro liquida su pollo deshuesado con ensalada y una coca-cola light y salimos a las calles hollywoodenses con la panza llena y el corazón más o menos contento. La gente saluda al cantante mientras nos aproximamos a su trajinado Toyota Corolla. Camino a la sesión de fotos, Andrés pone Civilización a volumen 32 y el poder de “Manjar”, el rock & roll sexual que abre el disco, nos despeja el tránsito de Bonpland en dirección a Pacífico. Hay una energía extra en el séptimo disco de Los Piojos, una inteligencia renovada para elegir con precisión  un bingo de trece canciones golpeadoras, algo que probablemente no sucedía de ese modo desde Tercer arco (aunque para la banda y muchos de sus fans, Máquina de sangre fue un momento cumbre).

Luego de meter el auto en un garage, en la parada de diarios de la plazoleta seca del Viaducto Carranza, Ciro compra dos ejemplares de los Escritos liberarios de Chomsky, una bonita antología lanzada por Le Monde Diplomatique. Me regala uno de los libros y me dice que la próxima vez a mí me toca comprarle algún tomo de las obras completas de Borges.

Como estudiante, Andrés apenas tuvo una experiencia en el CBC para Derecho, porque quería ser profesor de Historia y una tía le había dicho que todos los profesores de Historia viven de la abogacía. No pasó mucho tiempo hasta que comenzó a tener algunes experiencias como actor, después conoció a Piti Fernández, Mickie Rodriguez y Dani Buira (por entonces tres plomos de Gabriel Carámbula), que habían armado una banda y querían echar a su primer cantante. Lo tentaron como armoniquista. El 1 de enero de 1989, Ciro terminó de incorporarse a Los Piojos y asumió tempranamente el liderazgo.

Ahora, caminando por las calles de Buenos Aires con su equipo de gimnasia negro y cierta inagotable capacidad de asombro que se refleja en las conversaciones, Andrés no parece tan distinto de aquel chico stone de vocación literaria que trasnochaba en los bares del viejo Palermo y San Telmo. Pero desde entonces, pasaron canciones, contratos, multitudes y un par de generaciones de bandas de barrio. La influencia de Los Piojos, en tanto, empezó a develarse en los últimos años.

– ¿Sentís que hay una brecha generacional grande entre ustedes y las bandas nuevas?

– No sé… Me parece que nosotros somos una banda que mezcla un poco el barrio con otra cosa. Desde que arrancamos recién ahora -y quizá por el momento de la banda, sentí que se lo debía- hago un tema que se llama “Buenos días, Palomar”. Es un tema que va recorriendo todas las etapas de la vida. Me parece bueno tener amigos en la esquina, pero también está bueno viajar, irse solo, crecer. Como banda, nunca nos regodeamos en la cuestión del barrio. Hoy a veces veo un poco eso en algunas bandas nuevas, como que sostienen la posición de que somos de acá y no queremos ni asomarnos a ver qué hay más allá, a veces desde lo musical. Puede ser propio de una edad. Yo me acuerdo que en una época lo que no se parecía a los Rolling Stones no me gustaba.

Pero ustedes de entrada tuvieron una relación fuerte con el tango, por ejemplo.

– Sí, porque también teníamos claro que la música es algo muy amplio y que incluso los Rolling Stones abarcaron muchísimos géneros. Y si hay algo que los caracteriza es que no son como AC/DC (que era otra banda que me copaba) o los Ramones, sino que los tipos de repente hacen rock, reggae, funk, blues, country, balada, todo en un disco. Y eso es rico, tiene que ver con no limitarse. Lo digo a pesar de mi cerradez. Muchos de los temas que hago no los presento porque siempre les encuentro algo. Eso me pasó con “Tan solo”, en el primer disco: yo decía “no, esto es muy trolo”. Y la segunda vez que lo tocamos en vivo la gente ya lo cantaba. La gente que nos va a ver es más abierta que nosotros mismos.

– ¿Cómo les impacta a ustedes este momento de bonanza del negocio del rock?

– Ahora, ahora mismo, aparece la guita de los sponsors de una manera que nunca ocurrió, que incluso a nosotros no nos tocó. Hay empresas con mucha plata para publicidad. Lo de Soda Stereo es sorprendente.

¿Qué fue Soda para vos?

– Más que nada fue una tortura… Hasta Canción animal, que me gustó. Pero era una época en que yo quería escuchar rock y en los boliches nadie pasaba rock. Lo más rockero era Memphis, Sumo o los Redondos, pero los Redondos en ese momento tenían guitarras pop. A mí los Redondos me empezaron a gustar en Un baión para el ojo idiota. Gulp! y Oktubre, que para todos son la Biblia, a mí no me llegan. No me gustan. Ese reverb, las guitarras chiquitas… Me gusta cuando toman cosas más de blues.

El Indio Solari siempre dijo que le gustaba tu manera de escribir. ¿Llegaron a conocerse?

– En realidad nunca moví muchas fichas para conocerlo, porque sé que el tipo es reservado. A él lo conocí cuando fui a fumigar a Del Cielito. Habíamos grabado el segundo disco y todavía vivíamos de la fumigación. Agarré y le dije a [Gustavo] Gauvry: “¿Che, no querés fumigar acá?”. Y dos semanas después de grabar el disco estaba fumigando el estudio. Y estaban los Redondos, grabando Lobo suelto, Cordero atado. Ahí hablamos un poco y me invitaron a comer una pizza. Sentía que podía molestar, así que dije que no. Porque viste cómo es, la gente cree que el músico famoso es una persona muy ocupada.

Ahora sabés que eso es falso.

– Es falso, sí.

¿Qué hay de la Bersuit, una banda con la que ahora comparten agenda ecológica, digamos? Siempre parecieron dos grupos en competencia.

– Y… es que somos contemporáneas, con cierto público en común.

Las dos mezclaron rock con ritmos rioplatenses… 

– ¿Nosotros un poquito antes..? ¿O no? No sé… Pero toqué con ellos en el Luna Park y la pasé muy bien, compartiendo camarines. Tenemos un asado pendiente. Esto de cantar con ellos me hizo escuchar sus discos y descubrir algunos temas muy buenos. Realmente muy buenos: “Caroncha”, “Desconexión sideral”, “El loco Motoneta”… Pero en realidad el reencuentro con ellos después de muchos años había sido un poco antes, también en el Luna, en el recital de Calamaro…

¿Qué pasó que tu versión de “Alta suciedad” no quedó en el disco en vivo de Calamaro?

– Y… eso habría que preguntárselo a él, porque los comentarios fueron muy buenos. Incluso los pibes de la Bersuit me decían que había quedado buenísimo, pero bueno… no habrá gustado.

En el nuevo disco hay un tema que se llama “Pollo viejo” y que se ríe del rockero que llega a la decadencia, a la edad del viagra y de la biaba. ¿Es una autoparodia anticipada?

– Inevitablemente hay un momento en que eso ocurre. Es eso que uno cree que nunca le va a llegar, y sin embargo el tipo que se burlaba y se reía de los tangueros y sus peluquines, ahora comienza a darse la biaba. La sensación de algunos rockeros viejos debe ser muy dura. Perder popularidad debe crear resentimiento. A veces escuchás a tipos que hablan como si todo lo que vino después de ellos no existiera, un gran resentimiento.   

¿Crees que a vos te pegaría fuerte perder popularidad?

– Yo no sé cuál es mi popularidad hoy. Pero sé que hay nuevas generaciones a las que les gusta mucho Los Piojos; a medida que el tiempo va pasando, uno tiene nuevos fans y nos sorprende eso. De todas formas, el tiempo es una cuestión irreversible e inevitable.

¿Hay un trabajo de mentalización para cuando llegue ese momento, el de “la caída”?

– Quizás este tema “Pollo viejo” tenga que ver con eso. Con decir “muchachos, ya nos rompimos todo de jugar al fútbol…”. Hay lesiones físicas que antes no nos afectaban, realidades, hijos, situaciones que tienen que ver con el paso del tiempo. Ahora está el valor de la amistad. No es lo mismo la amistad a los 20 que a los 40; creo que uno va teniendo un mayor asentamiento y en la vida valora muchas cosas que antes no importaban. Y bueno, creo que este parate sirvió para eso, para parar la pelota y levantar la cabeza. Para mirar un poco y darse cuenta cuál es el lugar de uno en el mundo, frente a la familia, los hijos, los amigos y la música. Hay un dicho muy gracioso que dice: “Quien a los 15 no tuvo un amigo verdadero, a los 20 una pasión, a los 30 un usurero, a los 40 poder y a los 50 dinero, o ha sido muy haragán o ha sido muy majadero”.

Está bueno…

– Está bueno, ¿no? Es un poco así, los 20 para mí fueron el arranque de Los Piojos, una gran pasión; a los 30, situación de inestabilidad, quilombo, hijos, no sos ni un pendejo ni un viejo. Y ahora, a los 40, te vas asentando y empezás a ver las cosas con una mayor perspectiva y tenés una experiencia, una estructura interna. esto del parate, a mí me hizo bárbaro sentirme como un pez sin pecera, con total independencia, fue muy refrescante, un poco como volver a ser adolescente y tener el mundo para mí. Ahora sé que la estructura de Los Piojos sirve para determinadas cosas, pero para otras no, y a la vez sé que esa estructura de trabajo puede desarmarse como un castillo de naipes. Eso no te tiene que comer la cabeza, tenés que ser libre. Esa es la clase de poder que se vive a los 40: el poder sobre uno mismo.

CONTENIDO RELACIONADO