Diferentes maneras: la historia de la cuadrilla skater que sale a intervenir espacios públicos

El colectivo Furtivos, liderado por un maestro mayor de obras español, reinventa rincones de la Ciudad y los transforma en spots

Por  MARTÍN SANZANO

marzo 21, 2023

Axel salta sobre su obstáculo favorito, ubicado en lo que llama “El pasillo”, la frontera que divide Puerto Madero del resto de la ciudad

Foto: Segismundo Trivero

“El skateboarding no es un hobbie ni un deporte, es una forma de aprender a redefinir el mundo que te rodea”. Las palabras de Ian MacKaye (Minor Threat, Fugazi) resuenan mientras los integrantes de Furtivos, el colectivo de skaters dedicado a intervenir el espacio público para crear lugares aptos para patinar en la ciudad de Buenos Aires, planean su próximo movimiento. Salir a la calle al mediodía, en pleno enero, amedrenta a cualquiera, pero Chente, Miky, Fede, Joaquín, Manolo, Martín y Axel tienen un lugar especialmente seleccionado para andar en skate y hacer algo de tiempo hasta que baje un poco el sol y poder seguir su recorrido.

Detrás del Centro Cultural Kirchner (CCK), bajo la sombra de los árboles que bordean la avenida Eduardo Madero, los Furtivos colocaron una estructura a la que llaman “El banquito” y que goza de todas las propiedades para mantener entretenido a un grupo de skaters incansables durante algunas horas. El armatoste de hormigón tiene una rampa para subir de un lado y un caño para salir raspando del otro. Está estratégicamente ubicado en medio de la vereda y allí quedó, desde hace ya un tiempo, integrado al paisaje de la ciudad. “Nadie se lo roba porque es pesadísimo”, indica Miky, que se está recuperando de una lesión y no puede patinar. “Pero vengo igual —aclara—. Ser parte de esto no es solo subirse a una tabla”.

Chente aprovecha la sombra de los árboles en la avenida Madero para ensayar un 5-0 en la estructura que instalaron a la vuelta del CCK (Foto: Segismundo Trivero)

Todavía falta un buen rato para que los edificios linderos al Paseo del Bajo, esa especie de frontera que divide Puerto Madero del resto de la ciudad, le den algo de sombra a “El pasillo”, otro de los spots favoritos del colectivo, ubicado a unas pocas cuadras de acá. Por eso Chente respira y busca la concentración antes de seguir probando una y otra vez en el banquito. “¡Vamos, chaval!”, lo alientan sus amigos. Es que, aunque se vino a vivir a la Argentina en 2014, Chente (apodo que viene de Vicente) nunca perdió el acento ni las expresiones de su España natal. Llegó al país por amor, pero cuando la relación con aquella novia que lo hizo cruzar el Atlántico terminó, decidió quedarse igual. Es maestro mayor de obras y desde un primer momento supo que podía ejercer su oficio en cualquier parte del mundo. Como el skate.

“Acá tengo a mis amigos, es como estar en España, pero en Argentina”, dice Chente y empieza a revelar, poco a poco, su manera de ver el mundo. “Aunque ya me siento local de esta ciudad, nunca se me fueron las ganas de conocer. Y uno siempre lleva el modo skate en la cabeza, en la visión. Cuando ves cualquier lugar que se puede mejorar o que puedes ir directamente a patinar, ya se te queda grabado, ya quieres ir ahí. Esa visión siempre está, vayas donde vayas, estés de vacaciones en la costa o en donde sea, esa visión nunca se pierde”, afirma.

Chente comparte esa mirada especialmente con Miky, al que conoció hace poco más de cuatro años y con el que conectó de inmediato. Los presentó Fede, otro de los integrantes del colectivo Furtivos, al que llaman amistosamente “El viejo”. “Necesitaba gente para trabajar y Fede me dijo que tenía un amigo que sabía del oficio y que también andaba en skate. Ahora trabaja para mí y siempre cuando terminamos la jornada nos vamos a patinar o planeamos lugares para construir. Cuando se me ocurre hacer algo, es el primero que está para ayudarme, firme al pie del cañón. Soy una persona que no puede parar de construir cosas para el skate”, asegura.

Para poder llevar a cabo sus proyectos, los Furtivos piden donaciones a la comunidad skater a través de la app Cafecito o de la venta de remeras. Todo el dinero que recolectan es destinado a la creación y manutención de nuevos espacios para patinar, y son los skaters locales los primeros en agradecer el trabajo a través del uso de cada uno de esos obstáculos que primero nacen en la mente y luego se hacen realidad gracias a la obstinación de Chente y sus amigos. En definitiva, fue así como surgió el skateboarding, a través de la mirada diferente de aquellos primeros soñadores que se animaron a saltar una reja y vieron, en una pileta vacía, la superficie perfecta para deslizarse. “Por el piso ya no pasará más agua/ ahora es donde pasará la diversión/ bajo tus pies y tu ciudad aburrida/ kilómetros de perfecta transición”, dice la primera estrofa de “Diferentes maneras”, uno de los himnos de Massacre, banda clave del skate-rock argentino.

Después de una caminata corta, pero sofocante bajo el rayo del sol, “El pasillo” luce tal y como habían prometido. Algunas barandas por aquí, un cajón de concreto por allá y todo sobre un piso liso, ideal para las ruedas de skate. Solo hay que quitar un montículo de arena que alguien dejó a un costado –quizás por error, quizás a propósito– y listo, ya se puede patinar. El más entusiasmado del grupo es Axel, conocido por sus saltos voladores. Quiere usar una de las nuevas adquisiciones del spot, una rampa pequeña que lo eleva un par de metros y que sabe aprovechar muy bien. “Es mi favorita”, dice. Después de algunos intentos exitosos, oportunamente celebrados por el resto del grupo, aparece Miky con una estructura que encontró tirada por ahí. Parece ser un bicicletero, pero no importa demasiado lo que es, lo único relevante es que la estructura puede pararse de forma vertical y que, con ayuda de la rampa, es posible saltarla. Es más, en el mismo movimiento, se la puede raspar. Axel observa el panorama y se relame. En apenas dos intentos hace sonar los trucks de su patineta contra el borde de hierro y cae con las cuatro ruedas al mismo tiempo en el piso, un movimiento que no enseñan en las academias de danza clásica, pero que no dista demasiado de esos cánones estéticos.

Pala en mano, Monolo recibe los potentes rayos de sol de enero en la espalda mientras ayuda a sus amigos a sacar un montículo de arena que alguien había dejado en pleno spot (Foto: Segismundo Trivero)

La cerveza ayuda a combatir la temperatura y la charla siempre gira en torno a un mismo tópico: cómo optimizar cada rincón para volverlo patinable. “Lo que me gusta es que lo que construyo quede en armonía con el lugar, como que tú pasas por ahí y parece que la Municipalidad o el gobierno lo puso en ese sitio”, apunta Chente. Los Furtivos saben que lo que hacen no es del todo legal, pero encontraron una técnica que les permite seguir con su actividad sin que nadie los moleste. “Miky y yo nos camuflamos con ropa de trabajo, como si fuéramos de la Municipalidad, y nos ponemos a trabajar. Nadie nos dice nada, al contrario, mientras te vean trabajar está todo más que bien. Por ejemplo, en España, no podría hacer nada de esto. Porque ocupar un espacio público y ponerme a construir… ¿sabes cómo me sacan? Primero, salgo en la tele. Y luego me meten una multa que me dejan sentado, ya no hago más nada en la vida. Acá en Argentina descubrí eso, hay una zona gris que, mientras te vean trabajar, no pasa nada. Nos ponemos el casco y todo, una puesta en escena del disfraz de trabajador y a construir”.

La tarea no es sencilla. No solo hay que saber utilizar las herramientas y materiales, y arriesgarse a hacerlo en la vía pública, sino que además hay que contar con un vehículo para transportar todo y llevar un generador para conectar las máquinas. “Es toda una logística increíble, no es solo tener la idea y las ganas”, remarca Chente. Aunque el colectivo Furtivos trabaja específicamente en la Ciudad, los integrantes viven en la zona sur del Gran Buenos Aires y ya colaboraron con varios proyectos de skate DIY (las siglas para do it yourself, en castellano, hazlo tú mismo, una filosofía que impulsa a construir tus propios espacios) como el skatepark 14 de Agosto de Quilmes o los Barriers de Bernal. El propio Chente ideó y construyó otro punto clave para esa jurisdicción, el Slappy DIY, un spot que, en plena pandemia, se convirtió en el refugio para nuevos y viejos skaters. También colaboró con proyectos en La Plata, Lomas de Zamora y ayudó a reparar algunos skateparks de la ciudad de Buenos Aires. “Estuvimos en varios lugares activando y luego también capacitando a un montón de pibes que me preguntan cómo mejorar sus skateparks”, cuenta el español. Y dice que son muchos los que lo contactan a través de las redes sociales de Furtivos con ganas de aprender. Sin embargo, hay algunas actitudes de la escena skater que lo ponen de malhumor. “Nosotros terminamos de hacer un spot y al toque lo subimos a la página. A los pocos días ya están yendo las marcas grandes a filmar ahí con sus riders… y no te dan ni las gracias”, reclama Chente.

Martín, Fede, Monolo, Axel, Miky, Joaquín y Chente, el elenco estable de Furtivos, descansa en una de las barandas de “El pasillo” luego de una calurosa sesión (Foto: Segismundo Trivero)

La tarde parece agotada, pero todavía quedan algunos Furtivos en pie y la idea es seguir andando. “Vamos a ‘los bondis’”, dice Chente. Así le llaman al spot que armaron en las escalinatas que rodean un paso bajo nivel de colectivos bastante peligroso para la práctica de skateboarding, pero ni el calor, ni el tránsito podrá detener a este grupo de amigos. Chente tiene ganas de raspar los bordes con los que revistieron los escalones para facilitar el deslizamiento. Mira para ambos lados, para corroborar que no venga un colectivo a toda velocidad, y en un movimiento se monta sobre la parte delantera de su tabla. Alza los brazos para buscar equilibrio mientras su silueta recorta sobre la Casa Rosada. Cuando lo logra, se le dibuja una sonrisa en la cara y vuelve enseguida a verificar cómo quedó el registro en el teléfono de Miky. Parece satisfecho con la prueba, pero no duda en volver a intentarla. Y así va a seguir durante un buen rato. “Lo tengo en la cabeza y no puedo sacármelo hasta que no lo llevo a cabo. No descanso si no lo veo hecho”, dice.