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Webcamers colombianas en la pandemia, más allá de los estereotipos

La nueva normalidad por causa de la pandemia ha tenido efectos en todas las personas. En el caso de los servicios webcam algunas cosas han cambiado, otras permanecen y algunas más están por definirse

Por  LAURA VÁSQUEZ ROA

octubre 30, 2020

Ilustración por Alias Ce

Cuando inicié en esto no quería ser conocida como modelo webcam. Mi familia es super cristiana y eso fue muy duro. A mí me amenazaron y fue muy maluco, la gente es muy hijueputa, le mandaban videos a mi papá, a mi familia. Me tocó reunirme con todos, me dijeron que era una prostituta, que tenía que irme de la casa. Imagínate el dolor que tu familia te diga esas cosas. Ahorita yo los ayudo. Ese era mi miedo, ya ahorita no. Mi plan no era volverme una prostituta, sino este, yo me siento orgullosa de donde estoy. A mí nadie me toca un pelo.

Delettraa responde con contundencia, claridad y rapidez cada pregunta que recibe sobre su trabajo. Se dedica a ser webcamer[1]*, un oficio que consiste en vender servicios sexuales a través de video en internet: provocaciones, shows, baile, sexo en vivo, charlas eróticas. Ella lo hace desde su casa hace casi 4 años. Empezó en un estudio, como muchas, “porque no sabía nada”, dice. Ahora es modelo satélite, es decir que trabaja desde su casa transmitiendo para sus seguidores en un par de plataformas de internet. Delettraa es una de las más de 40.000 mujeres que se estima que se dedican a este trabajo en Colombia, un número difícil de dar con exactitud. Lo que sí se encuentra repetidamente en muchos sitios de internet es que Colombia es uno de los países top en la lista de origen de estas transmisiones web.

A los pocos días en que el mundo empezaba a vivir el confinamiento obligatorio para prevenir el contagio por COVID-19, muchas cosas cambiaron en nuestras vidas. Los despidos y la suspensión de contratos nos hicieron temer ya no solo por nuestra salud física, sino por nuestro futuro financiero. Varios meses después aún tememos ante la incertidumbre y para las webcamers esto no es muy diferente.

El encierro trajo especulaciones sobre las nuevas formas de relacionarnos, las conexiones a larga distancia, el contacto físico, el sexo y otras formas de sobrevivir. Y, en medio de todo esto, algunos se aventuraron a augurar un nuevo panorama para el trabajo sexual virtual. 

Sobre este oficio se dijeron muy rápido varias cosas. Por un lado, que habría un aumento en las personas que buscan trabajar en esta industria. Sin empleo, ni muchas opciones a futuro debido al nuevo coronavirus, entrar en una industria que promete muy buenos ingresos suena tentador. Por otra parte, se decía que con el incremento del dólar las ganancias de estas modelos eran muy altas y que los nuevos usuarios también iban en aumento porque tenían más tiempo libre en casa.

Pero no todo es tan simple como parece. El estigma sobre quienes trabajan en este medio crea tanto mitos morbosos, como fantasías que poco dicen sobre las vidas detrás de esos personajes web, sus motivaciones y desafíos.

Las modelos webcam existen desde finales de los años 90 y su reciente auge ha traído consigo múltiples debates que van desde las posturas que lo ven como otra forma de explotación sexual y quienes lo ven como empoderamiento por el tipo de ingresos que promete (y que para algunas cumple). Para muchos, y sobre todo muchas otras, el asunto tiene más tonos grises en el intermedio, casi los mismos que se reclaman desde el abolicionismo de la prostitución y el regulacionismo del trabajo sexual.

Otro tema álgido ha sido el de la formalización y cobro de impuestos sobre esta industria. En 2019 se anunció que las modelos webcam debían declarar impuestos de acuerdo con la ley de financiamiento de Iván Duque. Actualmente en Colombia la ley dice que “las personas jurídicas y naturales exportadoras de servicios de entretenimiento para adultos a través del sistema ‘webcam’” deben pagar retención en la fuente, al menos aquellas que trabajan en estudios, es decir, en instalaciones que hacen las veces de intermediarios entre las modelos webcam y los usuarios. Pagar impuestos y cotizar al sistema de seguridad social como trabajadoras sexuales es considerado desde algunas posturas como una forma de normalizar un oficio que debería ser abolido. La misma figura del estudio es otro de los puntos más cuestionados en este negocio, pues se encargan de las instalaciones y la administración de las transmisiones y, de paso, obtienen un jugoso porcentaje sobre el contenido que crean estas mujeres.

Los cambios por la pandemia

Tanto para las modelos webcam como para los usuarios de estos servicios, la pandemia trajo cambios. El hecho de estar en casa mucho tiempo, la necesidad de ocupar la mente para escapar un rato de la realidad, la búsqueda de placer y afecto así sea en la virtualidad, así como la recesión económica ha modificado prácticas a lado y lado de la pantalla. 

Popularmente se dice que cada quien cuenta la fiesta según cómo le va en ella. Para algunas la idea de trabajar en los denominados estudios es sinónimo de explotación, y para otras es la mejor forma de asegurarse un lugar en la web. En todo caso, en medio de una pandemia que ha puesto nuevas condiciones a todo, incluido el sexo por internet, vale preguntarse qué ha cambiado y qué ha permanecido para quienes se dedican a este trabajo en Colombia. Al menos cuatro temas resaltan bajo estas circunstancias: la llegada o no de más personas interesadas en trabajar como webcamer, la influencia del precio del dólar y la supuesta plata fácil en esta decisión, así como las nuevas dinámicas con los usuarios.

Para Ashlye Roberts, quien lleva casi 6 años en el medio y antes era cajera en un supermercado, el flujo de personas trabajando como webcamer ha aumentado, pero no solo ahora en la pandemia. “Uno va a cualquier restaurante, a una fiesta o simplemente al gimnasio y resulta que se encuentra personas del medio en todos lados. De un momento a otro ser webcam dejo de ser un tabú, cada vez somos más y se hace más normal trabajar en esto”, dice. Para ella tiene muchas ventajas, sobre todo ganar en dólares, algo que lo hace muy atractivo.

Marciana, artista feminista, entró al mundo webcam tan solo unos días antes de la pandemia, cansada de buscar trabajo infructuosamente. Al inicio vio que muchas modelos tuvieron que elegir entre seguir en el negocio internándose en el estudio para trabajar desde allí (como ella hizo) y las que tuvieron que dejarlo porque en sus casas no sabían que se dedicaban a esto. Un par de meses después sintió la llegada de nuevas modelos y una gran competencia porque mujeres de otras profesiones migraron al “webcameo”, como dice, ante la crisis laboral y el bombo que los medios de comunicación le dieron a este trabajo como una opción económica atractiva. 

Con el repunte del dólar en la mitad de marzo, justo cuando se ordenaba empezar el confinamiento y el precio llegó a pasar los 4 mil pesos colombianos, regresó la idea de la plata fácil. “El precio del dólar es súper llamativo y quizás muchas personas lo usan como motivación para convertirse en modelos webcam, pero hay un punto importante acá y es que si ingresas solo por dinero será más difícil generar esos dólares tan anhelados. Si el dinero es la única motivación para hacer este trabajo se vuelve complicado, aburrido y monótono”, dice Ashlye, quien coincide también en que esta crisis puede aumentar el número de personas en la webcam y ahora ve a algunas modelos conectarse de forma más constante.

Delettraa, por su parte, dice que cuando el dólar estuvo a 4.000, varias le preguntaban por Instagram cómo estaba el negocio, y que muchas se animaron a meterse. “Eso motiva a muchas, pero dicen que se quieren meter sin que nadie sepa, pero esto es internet, es muy difícil que no se sepa”, dice con la franqueza de quien conoce bien lo que hace.

Sobre si han aumentado las y los modelos webcam por la pandemia, no hay claridad. En lo que todas coinciden es que en este negocio entran muchas, pero se quedan pocas. Para Andrea, que no solo es modelo, sino que ha sido monitora y por eso se ha encargado de entrenar a las recién llegadas, no es una sorpresa ver nuevas caras, pero sabe que no todas van a quedarse. “Sí, se mete mucha chica, – dice- pero las que estamos y duramos somos muy pocas. Entran y salen. A una página pueden entrar 20 o 50 chicas nuevas hoy, [pero] a la semana está la mitad de eso y siempre va a ser así”.

Ashlye tiene sus dudas frente a las que lleguen por primera vez a este oficio, sobre todo si pensamos que estar en la casa implica estar con la familia en un espacio pequeño y debes contemplar el ruido, los tiempos, las interrupciones. A su vez, Salomé Acosta, una mujer trans que lleva cuatro años en el negocio, de los cuales dos los hace desde su casa, sí cree que es una realidad, y la entiende por el alivio económico que esto puede representar para muchas y para sus familias: “Sí han aumentado los modelos con esta crisis. Me parece lógico que las personas quieran apoyar a su familia, así como lo hago yo”.

Nuevos papeles, nuevas conversaciones

Muchas trabajadoras sexuales afirman que el sexo no es el único eje sobre el cual giran las interacciones con sus clientes. En el caso del sexo virtual ocurre algo similar y en la pandemia ha sobresalido más de lo usual, sobre todo por las afectaciones de la salud mental. La mayor parte de los usuarios de estos servicios son extranjeros, muchos son pensionados, tienen entre los 50 y 70 años. Muchos europeos dejaron de conectarse al inicio, pues la mayoría se encuentra en edad de riesgo, cuenta Andrea. Incluso tuvo usuarios que se enfermaron de COVID-19, mientras otros al pasar más tiempo en casa, estaban con su familia y por eso mismo era más difícil que se conectaran. La flexibilización de las medidas de confinamiento en esos países también cambió la dinámica.

Las angustias propias del confinamiento y el temor por el virus han hecho que los encuentros virtuales con los usuarios lleven más a conversaciones que a los tradicionales shows eróticos. No es que conversar sea algo nuevo, pero ahora se siente más fuerte. Las preocupaciones por la economía, el hacerse compañía a la distancia, escuchar la ansiedad de toda esta situación, ha sido más común en estos meses.

Pero no todos los usuarios son extranjeros y no todas las dinámicas ocurren a través de salas de video triple X. Andrea cuenta de peticiones inusuales que tuvo a raíz de la pandemia: “Quedé sorprendida con un médico en el Vaupés que me paga por hacer sexting. Él ya me venía comprando fotos y videos personalizados (un video que solo lo va a tener esa persona) y me dijo ‘¿podemos tener un chat?’. Le dije ‘sí, podemos hacer una videollamada por Skype’, y me decía que no, que el internet allá no aguanta para una videollamada. ‘¿Podemos tener una charla sucia por WhatsApp?’, me dijo. Yo me preguntaba si era en serio, y le dije que bueno y así seguimos”.

Este no es un trabajo fácil

Mucho se dice sobre el trabajo de webcamers y su supuesta forma de hacer dinero fácilmente. Por lo general estas ideas parten de la desinformación. Hay otra orilla que lo considera un trabajo miserable y comparable con la explotación, pero en un área intermedia entre ambos polos se encuentran cientos de miles de mujeres en el mundo que a través de la experiencia en primera persona tienen una perspectiva más amplia sobre pararse frente a una cámara a desnudarse o simplemente a seducir.

“Este no es un trabajo fácil” fue la frase común entre todas las mujeres entrevistadas y es recurrente en sitios web, foros y hasta en sus perfiles de Instagram donde ellas comparten sus experiencias frente a ávidas novatas que buscan ansiosas los consejos más detallados.

Ashlye Roberts insiste en que esto no es para todo el mundo: “A quienes estén pensando entrar en el mundo webcam les diría que lo hagan si se sienten seguras de dar todo por el todo. Que tengan claro que llegarán personas que querrán hacerte sentir mal por el hecho de que trabajes en esto, pero que siempre debes tener la cabeza en alto y saber que no está mal mostrar nuestro cuerpo y menos si es algo que nos gusta hacer y lo disfrutamos”.  

Esta idea, aunque con otras palabras, fue repetida por cada una de las entrevistadas. Lo dijeron con ejemplos, con consejos, con orgullo y también con hastío. No es fácil. Es retador. Requiere paciencia, preparación, creatividad y tiene consecuencias que van desde el estigma social, hasta lidiar con recurrentes infecciones vaginales. “Muchos piensan que es un trabajo fácil y a mí me da risa porque no lo es. Al principio es muy difícil y requiere mucho tiempo, esfuerzo físico y mental. No es como piensan que quizás es solo desnudarse frente a una cámara y esperar que te den dinero. Noooo, ojalá fuera así”, dice entre risas Ashlye, y continúa, “crear todos los días un show requiere una cantidad de cosas. En este trabajo no tenemos un ingreso fijo, todo depende de cuántas horas nos conectemos, qué actitud tengamos y cuán capaces seamos de aguantar y de tener mucha paciencia. En el momento en que le doy on a mi cámara soy Ashlyeroberts, una mujer alegre, comprensiva y complaciente. En ese lapso de tiempo no hay espacio para mis problemas personales. Es entender que si quieres llegar a ser de las mejores debes ser muy profesional y disciplinada”.

Delettraa lo dice a su modo: “La que piensa que uno está aquí por caribonita está muy equivocada. A menos que uno ya sea muy famosa. Cuando uno inicia y no es nadie, el reto es ser alguien y que todos tus clientes te amen. A las tops no les va bien por bonitas, sino por fidelizar sus clientes. Pero esto no es fácil. Que a mí me digan perra, puta, que mi papá sepa lo que hago y no se sienta orgulloso… pero yo les ayudo, tengo una empresa y sé que no me voy a quedar en esto toda la vida y a largo plazo eso dará frutos.


El lugar común sobre estas mujeres se enfoca en la hipersexualización casi como única faceta posible de sus vidas, quizás mezclada con su papel como terapeutas. Por el contrario, oírlas hablar con tanta propiedad sobre su trabajo demuestra la multiplicidad de aspectos que cubren y las habilidades que desarrollan. Manejan desde sus redes sociales hasta sus emociones, crean shows, administran su dinero, se promocionan; son fotógrafas, videógrafas, maquilladoras…

A la vez, las condiciones en que desarrollan su trabajo siguen siendo una preocupación para varias de ellas, así como el papel que cumplen los intermediarios en este negocio. Iniciar en un estudio es para muchas una forma de aprender cómo funciona ese mundo, es casi una escuela, dice Ashlye. Para Andrea en cambio la responsabilidad de los estudios debería ser mayor para dar mejores condiciones a las modelos, sobre todo si quieren tener “a las más top”. La rotación es común en este medio, en buena medida porque el estudio no cumple lo prometido. Ella agrega que hace falta dar más orientación porque es un medio volátil donde “muchas cogen el dinero y se enloquecen”.

Tras tantos meses de pandemia Andrea tiene claro lo que quiere que sea su futuro. No solo ha visto que los porcentajes para ellas han bajado y por eso deben buscar otros estudios, sino que piensa en el hecho de que la mayoría de estudios webcam en Colombia y el mundo sean administrados por hombres que nunca han estado frente a una cámara. Su plan es montar su propio estudio junto con su mejor amiga. Quiere hacer las cosas con transparencia.

Marciana apunta a algo similar. Aunque no habla de tener un estudio, ahora trabaja como independiente y cree que se necesita una regulación más clara y con garantías para las modelos webcam. “Pese a que el trabajo sexual virtual está más regulado, hay muchos vacíos en los que perdemos nosotras, las trabajadoras sexuales”, dice. Su reivindicación es porque este trabajo tenga garantías, sobre todo ante los estudios. Y lo llama trabajo como una postura política. Sabe que es difícil nombrarse feminista siendo trabajadora sexual: “siempre te van a llevar la contraria diciéndote que no puedes ser las dos cosas”, afirma, pero lo deja claro para explicar que son muchas las que están en el trabajo sexual por decisión y que no es lo mismo que la trata de personas o la explotación sexual. “Merecemos el derecho a elegir y a que se nos garanticen nuestros derechos. Todas las mujeres deben ser informadas de cómo funciona el negocio y así evitar que sean engañadas”.


[1] *Aunque en los servicios webcam hay mujeres, hombres y personas no binarias, el grueso de esta población lo componen mujeres cis y transgénero, por eso este artículo hablará en femenino. También se utiliza el término “webcamer” o “modelo webcam” porque es la forma en que ellas se nombran.

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