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The Cult: Bajo el sol de medianoche

No se trata de cualquier banda, su trayectoria –invaluable por sí sola– toca directamente la de gente como The Doors, Guns N’ Roses, Alice In Chains y Morrisey. Es una historia de dualidad y polos opuestos, capaces de crear música fascinante

Por  RICARDO DURÁN

octubre 10, 2022

FOTOGRAFÍA POR MICK PEEK

Un nombre puede significar muchas cosas, incluso hay algunos que no significan nada, pero en el caso de The Cult, su nombre describe perfectamente lo que representa el dúo como banda de culto. Aunque hace algunas décadas Ian Astbury y Billy Duffy triunfaron en el mainstream, el paso del tiempo les ha llevado a ser un grupo de nicho para amantes del rock que no suena en todas partes.

La primera vez que el guitarrista Billy Duffy vio a Ian Astbury, a comienzos de los 80, el cantante iba vestido como una especie de indio norteamericano: “Estaba peinado con una cresta, no como un punk, sino como alguien de El último de los mohicanos”

Duffy estaba en una banda llamada Theatre of Hate e iban a dar un show en el que Astbury sería telonero con Southern Death Cult. En el camino le pareció ver a un personaje del libro de James Fenimore Cooper.

“Lo vi caminar entre los árboles, y fue como una visión. ‘¿Realmente acabo de ver eso?’”, se preguntó Billy. La voz de Astbury impresionó bastante al guitarrista, en muchos aspectos se trataba de un personaje muy singular, su voz era única e inconfundible, y se hicieron amigos rápidamente.

Los pueblos ancestrales siempre le han interesado a Astbury, pero no habla de ellos como si tuvieran una historia aparte: “Estamos juntos en esto, todos nos relacionamos a diario con la Tierra; sin agua, sin oxígeno o sin sol, estamos acabados”. Sin embargo, reconoce que los indígenas sí entienden el vínculo que tenemos con el planeta y son conscientes del desequilibrio que hemos creado. Creció jugando entre bosques, campos y montañas, y todavía –probablemente con más fuerza que nunca– mantiene su conexión con la naturaleza; “Vivir en Los Ángeles es una experiencia profunda, aunque es una ciudad tan grande, estamos rodeados por halcones, serpientes, coyotes y venados, es increíble”.

Cuando Ian y Billy se conocieron corrían tiempos de post-punk, una movida en la que el guitarrista terminó involucrado porque el punk le había permitido “dejar de ver la música como un hobby y empezar a entenderla como una carrera posible”. Antes del punk era una fantasía que un chico británico pudiera estar en una banda y ganarse la vida con eso; “En Inglaterra parecía muy distante, había una especie de club al que no podías entrar si querías ser un rockstar. Sin embargo, si tenías talento, el punk te permitía tener una carrera sin necesidad de conocer a la gente correcta, no tenías que ser un virtuoso, y todo el mundo buscaba nuevos talentos e ideas”. El estallido de esa música le invitaba a participar activamente, no lo limitaba a ser parte de una audiencia.

Duffy había estado antes en varias bandas –una de ellas fue The Nosebleeds, con un joven llamado Steven Patrick Morrisey, que luego explotaría con The Smiths–, y junto a Astbury decidió formar Death Cult, pero a los pocos meses decidieron quitar el ‘Death’ del nombre porque eso podía vincularlos innecesariamente con lo gótico. Era una etiqueta útil, pero no querían encasillarse ahí. “Todo eso de los murciélagos y los vampiros nos parecía infantil, no nos sentíamos así”, señala el guitarrista.

EL SACERDOTE DEL SONIC TEMPLE: Mientras el cantante Ian Astbury es profundamente reflexivo y espiritual, el guitarrista Billy Duffy (pragmático y concreto) parece la contraparte perfecta, el polo opuesto con el que suele estar en desacuerdo. Algo que sí tienen en común es una fascinante y abrumadora locuacidad.
FOTOGRAFÍA POR LAURA RITZKO

Astbury se crio entre el Reino Unido y Canadá, en medio de ires y venires que siempre le hicieron sentir como un migrante, por eso, para él fue más fácil relacionarse con las minorías, los indígenas, las personas que llegaban de Turquía, Jamaica o Pakistán. Siempre se sintió como un outsider, y algo parecido ha pasado siempre con la obra de The Cult. Al comienzo sentían que el punk –a pesar de todas las puertas que abría– imponía demasiadas reglas, muchas de ellas dictadas por un círculo de periodistas que definían el gusto de la gente. “Al final también había un montón de malas bandas de punk”, sentencia Duffy.

“Siempre hemos querido ser una banda de rock, tenemos una visión muy sencilla de una banda rockera que se fundamenta en la guitarra”, confiesa. Sin embargo, no hay que dejarse engañar por esa aparente simplicidad, hay muchas cosas detrás de estos dos personajes y su música. “Ian tiene una voz de barítono única”, dice Billy, y sin querer entrar en comparaciones odiosas, comenta que inicialmente le recordaba a Ian McCulloch (Echo & the Bunnymen) o a Jim Morrison (The Doors). “Su voz suena muy fuerte por naturaleza; he tocado con cantantes de fama mundial, y no cantan con tanta potencia. Eso no es particularmente importante, pero es curioso, la voz de Ian es casi operática, muy poderosa”.

Ian se ríe cuando oye hablar de todas las etiquetas que les han endilgado, y dice que lo que hacen ahora es “post-todo”, porque piensa que, “ese apartheid entre los géneros ya ha sido erradicado”. Luego evoca los nombres de Kendrick Lamar, Kanye West, U2 o Greta Thunberg para describir la cultura actual, que entiende como un flujo cambiante. “Son muchas cosas, y tal vez David Bowie no está muerto”, dice para hacer más palpable el desconcierto de estos tiempos.

Tras haber conseguido un buen reconocimiento con Dreamtime, su álbum debut en 1984, un año más tarde lanzaron Love, el disco que los llevaría a los primeros lugares de las listas británicas con canciones como ‘She Sells Sanctuary’ y ‘Rain’.

A mediados de los 80, la banda se trasladó a la costa oeste de los Estados Unidos y allí se encontró con promotores y ejecutivos de disqueras que conectaron con ellos; “Tal vez encontraron en The Cult, y particularmente en Ian, algo que les recordaba la honestidad de los 60”, dice el guitarrista. Mientras tanto, la crítica inglesa los destrozaba en su tierra natal.

Cuando volaron más alto, durante la segunda mitad de los 80, Rick Rubin y Bob Rock produjeron dos de los discos más exitosos de The Cult, Electric (1987) y Sonic Temple (1989), respectivamente. A estos discos se suma lógicamente Love, y los tres vendieron varios millones de copias en todo el mundo. En esa época, bandas como Metallica, Aerosmith y Guns N’ Roses tuvieron a The Cult como teloneros en algunos de sus tours más importantes, y el entonces baterista Matt Sorum pasó a tocar con Axl Rose y compañía durante la era de Use Your Illusion; años más tarde haría parte de Velvet Revolver.

“Creo que la experiencia de estar en una banda cambia mucho cuando alcanzas el éxito”, asegura Duffy. “Al principio puede ser más fácil, porque solo estás luchando por darte a conocer, para lograr que la gente oiga tu música. El problema empieza cuando consigues la atención del público; ¿cómo la mantienes? ¿Cómo vas a relacionarte con tus compañeros cuando tengas dinero y sientas que ya no los necesitas tanto? Debes querer hacer esto porque ya no tienes la necesidad de estar a su lado”. Es una lección interesante que aprendió a lo largo de tantos años en los que ha visto la fama desde casi todos sus ángulos.

En los 90, con el surgimiento del movimiento grunge en Seattle, el hard rock que estaban haciendo Astbury y Duffy perdió gran parte de su clientela, a pesar de que The Cult fue un referente para muchas de las bandas que triunfaban vendiendo rock alternativo. De hecho, en Singles (1992), la emblemática película de Cameron Crowe que recrea la escena de Seattle a comienzos de esa década, ‘She Sells Sanctuary’ suena a todo volumen en un bar, mientras James Le Gros se acerca a Kyra Sedgwick para empezar una conversación. “Está bien odiar a esta gente”, le dice, mientras mira condescendientemente a quienes bailan el más grande éxito de The Cult. El sonido de esa época ignoraba las barreras que separaban al punk y el rock, algo que ellos venían haciendo con bastante anticipación.

Al comienzo de PJ20, el documental del mismo Cameron Crowe, que repasa los primeros 20 años de Pearl Jam, podemos ver a Jeff Ament, Stone Gossard y Andrew Wood entrando al backstage de un concierto de The Cult en Seattle, una de las primeras ciudades que acogió a la banda; en esa época Gossard, Ament y Wood todavía eran parte de Mother Love Bone. Entonces las radios universitarias ayudaban a crear nuevos hits, haciendo que el panorama no fuera tan homogéneo como hoy, y el disc jockey de una de esas emisoras confundió a The Cult con The Cure para presentar ‘She Sells Sanctuary’, eso aparentemente ayudó a empujar la canción en los listados.

A lo largo de su historia, Billy Duffy e Ian Astbury han crecido como pareja creativa desde sus diferencias, aprendiendo a respetarse y evitando el afán de protagonismo a partir del entendimiento y la tolerancia. Al principio, Duffy hacía la música (a pesar del temor que le producía componer) y Astbury empezaba a cantar aportando ideas, pero luego el vocalista empezó a traer su propia música, a pesar de no tocar con propiedad ningún instrumento. “Siempre ha sido una colaboración”, dice el guitarrista, aclarando que suelen estar en desacuerdo. “Yo preferiría que The Cult fuera más una banda de hard rock, pero Ian no se siente necesariamente cómodo cantando así, y no quiere fingirlo”, añade.

Duffy recuerda que el cantante no se mostró impresionado cuando escuchó las primeras ideas de ‘She Sells Sanctuary’. “Siempre se lo recuerdo cuando me pone de mal genio”, confiesa jocosamente, para luego sugerir que se considera un músico con mucho “oído comercial”, mientras Astbury tiende a enfocarse en el aspecto espiritual de sus creaciones.

VOLVIENDO A LA LUZ: “Honesto”, “psicodélico”, “vulnerable”, y “gótico-futurista”, son algunos de los términos que el dúo emplea para describir su nuevo álbum, Under the Midnight Sun, y declaran con certeza que no se trata de un disco perfecto.

Los fanáticos más tradicionalistas de Duffy y Astbury estarán en desacuerdo, pero en los 90, The Cult hizo dos álbumes muy interesantes que mostraron su profundidad, su diversidad y sensibilidad; hablamos de Ceremony (1991) y The Cult (1994), dos de sus piezas menos apreciadas por la prensa de la época. En ‘Sacred Life’, Astbury cantaba sobre Kurt Cobain, Andrew Wood, River Phoenix y Abbie Hoffman, reflexionaba sobre la muerte y nos preguntaba qué tantas cosas seguras, ciertas y sagradas había en nuestras vidas. Luego de esos discos vino un silencio de siete años.

Astbury piensa que, entonces, MTV la estaba pasando muy bien, ganando mucho dinero mientras toda una generación se destruía. “El ‘apartheid cultural de MTV’, esa es otra conversación”, dice con ganas de ir al ataque: “Rolling Stone nos vetó en los Estados Unidos porque no hice lo que querían, pero Nirvana estuvo allí. ¿Qué clase de declaración es estar en esa portada con una camiseta que dice, ‘Corporate magazines still suck [Las revistas corporativas todavía apestan]’? Nadie les puso una pistola en la cabeza, lo hicieron voluntariamente. No lo hagas, ahí habría una declaración de principios. No quise besar el anillo y me echaron a patadas, como en MTV”, sentencia. Lo dice sin mostrar el más mínimo rencor. Por momentos parece que Ian es profundamente sensible y visceral, mientras Billy es cerebral, analítico y diplomático, sin que eso le quite fortaleza a su carácter.

“No estoy interesado en vender nada, me interesa el espíritu, la conciencia y lo ritual”, asegura el cantante, que sonríe cuando le mencionamos que ha pagado un precio alto por esa filosofía y a cambio ha recibido el respeto de muchos de sus colegas y de miles de fanáticos que hoy siguen a The Cult, aunque no figure en las tendencias creadas y pagadas por la industria. “No estoy en esto para que me respeten, no necesito la aprobación de los demás, solo hago mi trabajo”, dice, y pocos minutos más tarde, en medio de sus reflexiones, añade: “Vamos, David Bowie me dio un abrazo, toqué con Robby Krieger y Ray Manzarek, vi morir a un anciano en las calles de Katmandú, besé a mi amigo en su ataúd, se había quitado la vida… mi madre murió cuando cumplí 17 años, en un apartamento pequeño y pobre en Glasgow, no teníamos nada. Cuatro años más tarde estaba teloneando a The Clash, a Bauhaus y New Order… encendiendo un cigarrillo para Nico con las manos temblorosas”.

No está ahogándose en su ego, está diciéndonos que todo esto ha valido la pena.

Hace tiempo ya que los 90 quedaron atrás, y entre idas y venidas de la banda, son casi 40 años de carrera dando miles de batallas en las que la integridad creativa y el honor han salido bien librados. A comienzos de este siglo, tras algunos años de separación, lanzaron Beyond Good and Evil (2001), pero la falta de apoyo de la disquera se sumó a las giras canceladas por los atentados del 11 de septiembre, y The Cult entró en un receso que duró varios años.

Mientras tanto, Ian Astbury fue invitado a encarnar a Jim Morrison en The Doors of the 21st Century, la reunión de Ray Manzarek y Robby Krieger; estuvo girando con ellos durante unos cinco años e hizo alrededor de 150 conciertos a su lado.  “Fue un gran honor, fueron mis maestros, mis mentores, mis amigos”, dice con enorme gratitud.

Duffy, por su parte, anduvo girando con Cardboard Vampyres, una súper banda de covers en la que estaban el guitarrista Jerry Cantrell (Alice In Chains), el cantante John Corabi (famoso por haber reemplazado a Vince Neil en Mötley Crüe), el baterista Josh Howser y el bajista Chris Wyse, que había trabajado con The Cult y Ozzy Osbourne.

A pesar de lo que parecía una separación definitiva, en 2006, Astbury y Duffy volvieron a reunirse y grabaron Born Into This, retomando su carrera consistentemente hasta la actualidad. The Cult ha continuado girando por el mundo, y después de seis años tras el lanzamiento de Hidden City (2016), ahora presentan Under the Midnight Sun, un álbum de ocho canciones en las que parecen combinar la psicodelia atmosférica de su emblemático Love y la potencia guitarrera de Electric o Sonic Temple. “Fue creado por las mismas personas, hay algo gótico-futurista, algo de romanticismo, realismo, y brutalidad”, concluye Astbury, con una sonrisa.

Como productor invitaron a Tom Dalgety (Pixies, Rammstein, Ghost, Royal Blood), porque querían cambiar un poco lo que habían hecho en Hidden City; “Ningún músico está totalmente conforme con sus discos, siempre hay algo que habrías hecho mejor si hubieras tenido más tiempo, más dinero, o cualquier cosa de esas”, asegura Duffy, quien no estuvo 100 % feliz con un par de canciones en Hidden City, por eso decidieron que Under the Midnight Sun solo tuviera ocho temas, la idea era entregar un disco sin rellenos.

El guitarrista estuvo muy complacido al poder grabar en lo que se conoce como un “estudio residencial”, donde los artistas pueden alojarse y trabajar durante unas semanas para alejarse de todas las distracciones que traen la vida doméstica y la necesidad de desplazarse diariamente. El lugar elegido estuvo en los Rockfield Studios, en Gales, por donde ha pasado gente como Rush, Oasis, Iggy Pop, Coldplay, Black Sabbath y Robert Plant. En 1975, acogió la grabación de ‘Bohemian Rhapsody’, y allí también se produjo Dreamtime, el primer álbum de The Cult.


Ian Astbury: “No estoy interesado en vender nada, me interesa el espíritu, la conciencia y lo ritual […] No estoy en esto para que me respeten, no necesito la aprobación de los demás, solo hago mi trabajo”.


Astbury siente que hoy el mundo vive un “renacimiento psicoactivo”, y considera que Under the Midnight Sun refleja su perspectiva frente a los últimos años que ha vivido la humanidad; “Es auténtico”, asegura. “Cada persona ha tenido una experiencia diferente en los últimos dos o tres años con la pandemia, con los cambios socioeconómicos y psicoespirituales. Billy habla desde su punto de vista, y yo lo hago desde el mío, es un disco de su tiempo”.

El cantante describe estos últimos años como “caóticos, con cambios sísmicos”. Confiesa que tuvo Covid en dos oportunidades, y que se despidió de varias personas queridas en distintas circunstancias. “Mi experiencia personal ha estado marcada por la pérdida”, dice, y agrega que el aspecto económico también fue difícil al no poder tocar y ver sus ingresos muy restringidos.

La tecnología jugó un papel muy importante en el nuevo disco al permitirles colaborar con una orquesta completa que grabó desde Praga. “Ese fue un buen uso de la tecnología”, dice Astbury. “Creo que estamos recuperando un poco el control, al menos yo estoy leyendo más”. Por otro lado, Duffy ve con preocupación que hoy a los músicos más jóvenes les cuesta muchísimo trabajo hacerse escuchar, le parece que demasiada gente que no debería hacer música, está poniendo canciones en circulación; “Es un entorno muy saturado para lograr la atención del público”, dice. Sin embargo, le gusta la comodidad de las plataformas de streaming, entiende que el Internet nos ha cambiado y que no tiene sentido tratar de meter al genio de nuevo en la botella. Pero sí cree que los músicos no reciben el dinero que merecen en este contexto de codicia corporativa. También le preocupa sentir que en el rock & roll hay muchas bandas que suenan como versiones modernas de agrupaciones más viejas; “Quisiera oír algo diferente, algo que deje ver un verdadero compromiso, porque no es suficiente con sonar como AC/DC, pero soy optimista porque la gente siempre tiene una historia para contar”, añade.

Por otra parte, Astbury recuerda cuando, junto al promotor Bill Graham, organizó el festival A Gathering of the Tribes, en el que se presentaron Soundgarden, Iggy Pop, Indigo Girls, Ice T, Public Enemy y Queen Latifah, entre otros; eso le da pie para ser muy crítico con los festivales actuales, pensando en aquel evento –considerado por muchos como precursor de Lollapalooza– que nació inspirado por “una comunidad, por el altruismo, hecho por la gente, para la gente, amando a la gente”, asegura. Hoy le parece que las cosas han cambiado para mal, y siente que ese espíritu se ha perdido por los intereses económicos. “La gente va a esos conciertos sin conciencia, sienten que están comprando autenticidad, que están comprando la revolución”.

La dualidad entre los dos integrantes es evidente; Ian es el hombre espiritual, el chamán interesado en las experiencias de la mente y el espíritu, es el tipo que sabe mucho de arte, literatura y culturas ancestrales; por otra parte, Billy es pragmático, directo, es el hombre de los riffs, un hincha furibundo del Manchester City. Asegura que en su tiempo libre no escucha la música de su banda, pero se siente privilegiado al disfrutar cada noche cuando toca canciones como ‘Rain’, ‘Fire Woman’ o ‘She Sells Sanctuary’, sintiendo el espíritu que ellas han evocado por más de tres décadas; “Ian y yo hemos sido dos tipos con mucha suerte al poder escribir cosas que han tenido ese efecto mágico”. Astbury asegura que su cabeza no está presente cuando tocan esas canciones en vivo; todo es profundidad, alma y corazón. “Todo se vuelve intuitivo, solo existe ese momento”.

En los últimos meses, The Cult ha estado de gira por Europa y los Estados Unidos, con una parte importante del tour como invitados especiales de Alice Cooper, presentando una banda supremamente sólida, con la batería de John Tempesta (Exodus, Testament, Rob Zombie) y el bajo de Charlie Jones (Page & Plant, Goldfrapp, Robert Plant), dos músicos que respaldan la historia de una banda que merecería mejor suerte. Pero así son las cosas, la vida no es justa, y lo es menos en la industria musical.

Entre las canciones del nuevo disco, Duffy disfruta mucho tocar ‘Vendetta X’, que puede recordar por momentos a Spirit\Light\Speed, el álbum en solitario que Astbury publicó (sin mayor promoción) en el año 2000. Es una verdadera rareza que deambuló algunos años en las bateas de promoción, y hace poco Ian pudo comprarlo finalmente en vinilo por unos 300 dólares, con un empaque en pésimas condiciones.

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El cantante continúa viviendo en Los Ángeles, una ciudad que escogió porque allí encontró un lugar en constante transformación; “Todos los grupos esotéricos vienen acá por alguna razón, neosofistas, budistas, cabalistas, los intelectuales europeos, los indígenas, y quienes encarnan las tradiciones orientales, todos han llegado a Los Ángeles”, asegura.

Para él, la palabra ‘rock’ ya parece agotada, dice que necesitamos un nuevo lenguaje, y siente que a cualquiera se le endilga el título de ‘rockstar’. “Para mí el rock es algo sexual, materialista, místico, táctil, tiene un espectro con muchos elementos y dualidades”, señala.

Al referirse al trabajo con su compañero, Astbury manifiesta: “Hay algo mágico en nuestra relación, una especie de alquimia, algo basado en el respeto y la tolerancia, porque somos muy diferentes. Billy puede llegar a ser materialista, y eso parece algo propio de quienes trabajan con un instrumento, si no pones los dedos correctamente en el momento indicado, las frecuencias no van a sonar bien. En cambio, yo soy mi instrumento, y vivo conmigo 24 horas al día, a veces puede ser demasiado”. Reconoce que Duffy trabaja muy duro en su oficio y que se encuentra en su mejor momento como guitarrista. “Hay una especie de danza entre nosotros, una divina tolerancia, un caos hermoso, hay contradicciones y algunas cosas que quisieras evitar, pero hay más honestidad porque al hacerte mayor aprendes a conocerte”, agrega.

Finalmente, Ian confiesa que Under the Midnight Sun no es un disco perfecto, “de ninguna manera”, pero resalta que parte de su valor subyace en la vulnerabilidad que hoy son capaces de mostrar, y se enorgullece al recordar que siguen vigentes a su manera; “No estamos haciendo una gira nostálgica, no vivimos hablando del pasado, estamos tocando Under the Midnight Sun”.

En medio de los triunfos históricos y las aparentes derrotas de una carrera tan larga, The Cult permanece en las tarimas, con un pie en los poderosos riffs de Billy Duffy y otro en la voz espiritual de Ian Astbury. Siguen aquí, con nosotros, aunque su música no haya llegado a todos los oídos que la necesitan. Siguen aquí, dándole algo de color a tantas cosas que palidecen, mientras intentamos encontrar nuestros caminos bajo el sol de medianoche.             

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