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Te mando flores: fragmento del libro Fonseca, canciones, historias y 20 años de memorias

El cantautor bogotano ha publicado recientemente un libro en un momento que conjuga dos décadas de historia y una nominación al Grammy Anglo por su disco Viajante como Mejor Álbum de Pop Latino

Por  JUAN FERNANDO FONSECA

noviembre 17, 2022

Cortesía pensa Fonseca

Esta canción me cambió la vida y su éxito fue una sorpresa para mí. Ha sido una llave mágica que me encontré en el camino y que desde entonces me ha abierto muchas puertas. Es un antes y un después que me llevó a pisar escenarios extranjeros, y que nació y tomó forma a lo largo de mi paso por distintos parajes rurales de Colombia, que de alguna forma también impregnaron su esencia: el campo tolimense y Valledupar. La compuse para Juliana, mi esposa, durante una experiencia que nunca pensé tener en mi vida, y el efecto que ha tenido en el público no ha dejado de sorprenderme durante estos años.

***

En medio de esos casi dos años difíciles (2002-2004) y con mi problema con el contrato de Líderes, Juan Esteban Sampedro, un gran amigo mío del canal de televisión colombiano Caracol, me invitó a participar en un reality nuevo que se iba a llevar a cabo en el campo. Juan ya me había invitado a participar en El desafío, y yo había declinado la invitación, pero más tarde me volvió a hablar de La granja. En un principio volví a decir que no, pero Juan me hizo notar que estaba en una situación difícil, sin disquera, y que el reality me iba a dar exposición. Me dijo que podía llevar mi guitarra y, en el tono sarcástico que lo caracteriza y con el que nos divierte a los amigos, me dijo: “¡De pronto hasta se inspira y escribe alguna canción!”. ¿Qué me iba yo a imaginar que allí nacería la canción más importante de mi carrera?

Otro punto que me hizo revaluar mi decisión inicial es que pagaban por participar en el reality, lo cual me venía muy bien en ese momento. Durante el tiempo del problema con mi primera disquera tuve que buscar ingresos alternos a la música, porque el teléfono ya no timbraba para contrataciones, entonces, trabajé como barman en Barfly, un bar en Bogotá de unos amigos caleños. Lo que ahí recibía no era mucho y se iba rápido, entonces mis finanzas no eran las mejores. Prácticamente, vivía de noche y dormía de día, parrandeaba mucho y en mi casa obviamente no estaban muy contentos con mi estilo de vida. Era incapaz de sostenerme económicamente y entre llamadas eternas de larga distancia a Juliana, que vivía en Barcelona, y mi tren de vida de la parranda capitalina, mis deudas con mis papás llegaron a tal punto que tuve que buscar alguien más a quien pedirle plata prestada. Fue ahí cuando acudí a mi abuela Zilia, que de la manera más cariñosa accedió a prestarme mientras salía de ese remolino en el que andaba. Con el tiempo pagué todas mis deudas.

Una temporada en el campo

Ante esta situación, finalmente acepté participar en La granja; todo por la música, siempre la música. Me tocaba meterme en el galpón de una finca con quince personas más, a cuidar animales y hacer tareas del campo. Nada más lejano de lo que estaba buscando en la vida, pero con Patricia, Felipe y Charlie, que me seguían representando, decidimos que nos traería seguramente buenas oportunidades, y así fue. La locación donde grababan el reality quedaba en el Tolima, un departamento de la zona Andina, a cuatro horas de Bogotá, y el paisaje era increíble: en las tardes podíamos ver el sol desaparecer entre las montañas de la cordillera Central. En la finca había avestruces, cerdos, caballos, vacas, gallinas, un búfalo, y todas las pruebas estaban basadas en actividades de la vida rural.

Aunque mi esencia es completamente urbana, el campo no era ajeno para mí y debo decir que me divertí y fue una gran experiencia; al contrario de lo que había imaginado. Durante un mes y medio estuve totalmente desconectado, sin teléfono y sin noticias del mundo exterior. No creo que vuelva a vivir ese tipo de desconexión jamás.

July se había ido para España hacía un poco más de cuatro años y en el aislamiento la pensaba mucho. La bendita melancolía. Mi historia con ella es larga; la conocí a los cinco años, cuando entramos a estudiar al mismo colegio. Además, crecimos viviendo muy cerca y después, durante varios años, en edificios pegados; desde mi cuarto yo podía ver el suyo. A los diez años, muy aventado, le mandé a decir con un amigo lo que sentía, más como un juego de niños, sin imaginarme que sería el amor de mi vida. A medida que fuimos creciendo nos hicimos, sobre todo, buenos amigos y ya en la adolescencia nos volvimos novios, hacia los 16 años, y prácticamente desde ahí hemos estado juntos, con algunas pausas en el camino, pero en el fondo siempre juntos.

Mientras estuvo en Barcelona —donde estudiaba psicología—, sabíamos que cada uno haría su vida, y aunque fue duro de aceptar, era lo normal y así sobrellevamos ese tiempo. Desde entonces, July ha sido una brújula constante en mi camino; aunque parezca despistada (y en ciertas cosas lo es), tiene el norte claro sobre las cosas realmente importantes de la vida. Para ese momento, ella ya estaba por regresar del todo a Colombia, y en el encierro del reality el amor se volvía cada vez más intenso. Y estando ahí, en plena granja, sentado una noche cerca del fogón que teníamos, empecé a escribirle una canción, una declaración de amor por telepatía: “Te mando flores que recojo en el camino / yo te las mando entre mis sueños / porque no puedo hablar contigo”.

Es una canción llena de imágenes de lo que ahí estaba viviendo y sintiendo. Las noches pasaban pensando en ella, en lo que vendría a partir de ese momento y de su regreso. En lo que traerían la música y la vida para los dos después de esa experiencia. El aire que ahí se respiraba me inspiraba. La luna llena y los sueños, ni hablar. Eso era lo más increíble, soñaba mucho con ella y me despertaba con el sentimiento de realmente haberla visto. Y aunque quería seguir en la competencia, también quería salir a estar con ella.

Te vuelves aire si de noche hay luna llena / si siento frío en la mañana tu recuerdo me calienta / y tu sonrisa cuando despiertas / mi niña linda yo te juro que cada día te veo más cerca. / Y entre mis sueños dormido / trato yo de hablar contigo y sentirte cerca de mí. / Quiero tenerte en mis brazos / poder salir y abrazarte / y nunca más dejarte ir”. Y así ha sido, desde entonces no nos hemos vuelto a separar.

Cuando salí del reality —luego de perder una prueba en la que había que cortar madera; que no era mi mayor talento, claramente—, era de noche, y no sabía la fecha ni en qué día de la semana estaba, hacía rato había perdido la cuenta. Todo era confuso, sentimientos encontrados, pero con un buen recuerdo que me llevaba y en mis manos la canción que me cambiaría la vida sin siquiera sospecharlo en ese momento. Me monté en una van de la producción, que llevaba una cinta pegante negra tapando el reloj y cuyo conductor tenía prohibido hablar, completamente aislado de la realidad. Yo pensaba que iba para Bogotá, pero la primera sorpresa de la noche fue que iba a otra finca cercana. Vendrían más sorpresas, ojalá hubieran sido todas tan sencillas como esta. Al llegar a esta finca oscura, salió el ‘Happy’ Lora (boxeador legendario colombiano) a recibirme. El Happy era otro concursante del reality que había salido del concurso hacía como un mes; segunda sorpresa. “¿Tu qué haces aquí?”, le pregunté y lo único que me dijo fue “Acá he estado desde que salí, compadre”. No entendía nada y la oscuridad, el dolor físico y la confusión hacían todo peor.

En medio de toda esa situación tan caótica, el Happy me dijo, así, sin más: “Se murió tu manager, compadre”. Recuerdo que sentí como si la tierra temblara. Yo solo preguntaba y preguntaba: que cómo así, que si estaba seguro, que cuándo había pasado, que dónde. Él me contestó que lo había visto en el noticiero, que estaba Shakira en la misa, y que allí mismo habían dicho que también era mi manager. Qué locura de momento, Dios mío, qué locura.

Patricia había fallecido hacía una semana, a los 47 años. Desafortunadamente, no tengo una foto con ella, pero la llevo grabada en la memoria y en el corazón. Su voz es algo que puedo repetir en mi mente como si tuviera un archivo guardado que pudiera reproducir. Su visión de esta industria era única. Comprometida hasta los huesos, muy reservada, frentera y muy especial cuando permitía, con dificultad, que alguien entrara en su corazón. Recuerdo con cariño las llamadas por teléfono hasta la madrugada en las que ojalá hubiera tomado apuntes, porque eran clases magistrales del show business. También recuerdo una tarde en la que me dijo que la acompañara a tomar un café y en medio de la conversación me contó que su padre estaba enfermo y que estaba devastada. Esto, para Patricia, era una prueba de confianza y afecto que en ese instante entendí y valoré muchísimo. La recuerdo siempre con mucho cariño, como un ángel llevado de su hermoso parecer, que se me apareció en el camino y me dio luz por unos años. Por siempre toda mi gratitud para Patricia.

Esa noche fue una pesadilla. No entendía por qué no me habían sacado del reality ante una situación tan delicada, cuando nos habían dicho que ante situaciones de fuerza mayor seríamos informados; y esta, sin duda, había sido una de ellas. Me salí de mis casillas, por lo que llamaron a Juan Esteban Sampedro y a Cristina Palacios, de Caracol. Ellos fueron a hablar conmigo, me pidieron excusas en nombre del canal y reconocieron el error; además, me dijeron que podía hacer dos llamadas para avisar que había salido: pedí hablar con Juliana y con mis padres. Me acosté fundido y con el corazón arrugado. Solo pensaba en Patricia. La mañana siguiente todo fue igual, pura confusión. Me pidieron que me quedara un tiempo en la finca porque el rating del reality iba muy bien y que la gente me viera en la calle iba a dañar toda la historia alrededor de lo que se estaba viendo en televisión; los programas salían con un tiempo de diferencia, así que había que esperar. Yo accedí, no sé cómo, pero accedí. Juan Esteban, en medio de la “negociación” para que me quedara, me dijo que Juliana, que justo había regresado al país por esos días, podía venir a visitarme, y así fue. Juliana se quedó conmigo en la finca unos días y yo luego tuve que quedarme casi un mes más.

Al volver a Bogotá me encontré con Charlie y Felipe Jaramillo; todos estábamos igual de tristes y golpeados por la noticia de Patricia. Charlie había perdido a su jefe de varios años, pero sobre todo a una amiga a la que quería mucho y de la que había aprendido todo lo que hasta el momento sabía de este mundo de la música. Felipe, por su parte, había perdido a su amiga y socia en mi proyecto. Ante esa situación, Charlie y Felipe decidieron comenzar a trabajar juntos, y me propusieron que siguiera con ellos, y obviamente acepté. Ya en los últimos años nos habíamos vuelto muy cercanos y era lo más lógico. Ahí empezaría una época muy bonita e importante de mi carrera, que estoy seguro de que los tres llevamos en el corazón. Mientras había estado lejos, en el reality, el proceso legal contra Líderes había ido avanzando y se había formado un tribunal de arbitramento para resolver el tema. Gabriel Devis, mi abogado, quería demostrar que Líderes me estaba limitando el trabajo de manera ilegal. Ahí ya se iba viendo que teníamos todas las de ganar, y que quien iba a recibir todo el peso de la ley era Ignacio Valera, por ser el representante legal de la compañía en Colombia. Cuando le llegó la comunicación legal del caso, nos llamó sorprendido a decirnos que cómo íbamos a hacerle eso. Le explicamos que el problema no era personal, pero que yo estaba demandado injustamente por su compañía y necesitaba liberarme. Entonces, así, sin más, sin la aprobación de Rodolfo Rodríguez, Ignacio accedió a darme la carta de libertad. Se fue para una notaría, con Charlie y Felipe, y le puso fin a esa pesadilla que había durado casi dos años.

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