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Sigue loco, después de todos estos años

Puede que Charlie Sheen ya no consuma sangre de tigre y esté de vuelta en la televisión, pero su caos existencial sigue intacto. Una semana al borde del abismo con el último salvaje de Hollywood

septiembre 3, 2020

Cortesía

EXTRAÍDO DE RS110, JULIO 2012

Charlie Sheen tiene más talento para meterse de diversas maneras en una gran cantidad de líos que la mayoría de los mortales. Tan sólo en los últimos 12 meses, él ha… bueno, sin duda ya lo sabes todo: las monsergas contra su antiguo jefe, Chuck Lorre, creador de Two and a Half Men (“ese psicópata abaratado y descerebrado”), los desfiles para ostentar a sus llamadas ‘diosas’ (una de ellas a una actriz porno, la otra a una antigua nana), la orden de la corte que le obligó a ser separado de sus hijos, la verborrea lunática (“Los magos asesinos del Vaticano”, “la sangre de tigre”, “¡ganando!”, “destrozando rocas de siete gramos”), la demanda por $100 millones de dólares a causa de un incumplimiento de contrato que presentó ante Warner Bros. y Lorre, las entidades detrás de Men, gracias a la cual pudo ganarse una suma inicial de $25 mdd, la gira de My Violent Torpedo/ Defeat is Not an Option (resultó que la derrota sí podía ser una opción; fue una mierda), etcétera. En junio del año pasado finalmente se agotó y no se escuchó una palabra más acerca de Sheen, quien sólo en ocasiones asomaba la cabeza para asestar un golpe a la gente de Men o para salir borracho o devastado de algún concierto de Guns N’ Roses. En otras palabras, recientemente se ha comportado como un buen chico.

Pero esta noche, justo en este preciso instante, el actor está a punto de armar un lío. Se encuentra en Boa, un restaurante de cortes finos en Hollywood, devorando con júbilo una tarta de atún asado. Una chica de veintitantos años se ha acercado a su mesa a fin de presentarse. Dice que su nombre es Erica y que acaba de hacer una prueba para interpretar a su hija de 15 años de edad en Anger Management, el programa nuevo de Sheen en FX pero que, tristemente, no ha sido aceptada. La chica hace pucheros. Cabello oscuro, minifalda, blusa realmente ajustada, se ve muy bien cuando hace esos pucheros. Gira un poco para poder ser vista de perfil. “Me dijeron: ‘Lo hiciste perfectamente, pero tu cuerpo no es el de una quinceañera’”. Charlie, estira el cuello, se limpia los labios con su servilleta y contesta: “Bien, no soy experto en fisiología, pero me parece que estoy de acuerdo con ellos”.

Y luego, como si nada, el asunto cobra fuerza. Pocos minutos después ya están dando una vuelta por el patio, fumando cigarrillos. Charlie le pregunta: “¿Estás casada, comprometida? ¿Cómo es posible que no nos hayamos topado sino hasta ahora? ¿Cómo haremos para que éste no sea nuestro último encuentro?”. Minutos más tarde, Charlie ha guardado el número de la chica en su celular. La manera como todo esto ocurre es realmente espectacular. Los ojos de Charlie echan chispas. Es impulsivo sin ser agresivo. Su voz carrasposa es como una pelea en una cantina, pero su manera de ser es afable, cálida, amistosa, divertida. ¿Quién podría objetarle algo?

Desde el primer día, su vida no ha sido otra cosa que un viaje sumamente salvaje: Hijo de Janet y Martin Sheen, nació el 3 de septiembre de 1965 en un hospital de Nueva York, y ni siquiera había logrado salir totalmente del canal cuando un primer incidente acaeció. El doctor Irwin Chabon vio que el cordón umbilical presionaba contra la nariz de Charlie, sofocándolo. “¡Espera!”, gritó Chabon y Janet dejó de pujar, lo que le permitió cortar el cordón. “Y entonces Charlie salió volando, un bebé azul, azul”, rememora Martin, quien por entonces no era más que un actor advenedizo. “No emitía ningún sonido, ni un sólo respiro, nada. Ahí estaba, inerte”. El doctor tomó al bebé y comenzó a soltarle bofetadas. Janet dijo: “¿Qué pasa?”. Martin respondió: “Chica, las cosas no pintan bien”. Su padre pensaba que Charlie estaba a punto de morir y pidió que el chico fuera bautizado en ese instante. Pero entonces, dice Martin: “Chabon le propinó otro golpe a Charlie y éste comenzó a gritar, y desde entonces no lo ha dejado de hacer”.

Luego, 19 años más tarde, Charlie obtuvo si primer papel coestelar en Red Dawn, una película acerca de unos adolescentes que luchan contra los comunistas, y dos años más tarde interpretó a un vago y malandrín en Ferris Bueller’s Day Off, y con esta cinta fue encasillado en un tipo de personaje, por primera vez en su carrera. El efecto en el plano cómico fue notable. Pero en realidad no alcanzó las ligas mayores sino hasta que Oliver Stone lo eligió para dos de las películas más incendiarias de la década: Como un fervoroso y desconcertado novato de la guerra de Vietnam en Platoon, lanzada en 1986 y merecedora de un premio Óscar y, en 1987, como el codicioso protegido de Goerdon Gekko en Wall Street.

“Cuando Charlie está sobrio, es dulce, generoso, amoroso”, dijo la estrella porno y antigua novia de Charlie, Ginger Lynn. “Pero cuando bebe o usa drogas pierde el control”. Sin embargo, en el 2000 pudo darle un giro a su carrera cuando reemplazó durante dos temporadas al cada vez más inconstante Michael J. Fox en Spin City, serie televisiva que el actor logró popularizar aún más. En 2003 siguió cosechando triunfos con Two and a Half Men; interpretando a Charlie Harper, una especie de álter ego al que nunca se le veía sin una camisa para jugar boliche, aliento alcohólico y una mujer fácil en la cama. Este programa le permitió romper récords con su sueldo: $2 millones de dólares por episodio. Y ahora intenta otro regreso exitoso a través de Anger Management, serie basada solamente en el nombre de la película estelarizada en 2003 por Adam Sandler y Jack Nicholson. En esta ocasión, Charlie interpreta a un antiguo beisbolista cuya problemática propensión al enojo termina por convertirlo en terapeuta. Si Anger Management se granjea un público seguramente se deberá más al atractivo y encanto de Charlie en la pantalla chica que a la calidad del programa. Tal y como ha quedado demostrado con Men, sin Charlie la cosa no resulta graciosa, independientemente de que su reemplazo, Ashton Kutcher, sea contratado para otro lúgubre año.

Pero a lo largo de todo este tiempo, Charlie no ha podido sujetar adecuadamente las riendas de su vida personal. A resultas de ello, el actor ha pasado varias temporadas en programas de rehabilitación, ha fracasado otras dos veces en el plano matrimonial (con Denise Richards estuvo casado de 2002 a 2005 y con la actriz Broock Mueller duró solamente dos años: de 2008 a 2010), se ha dado de bruces con la policía en numerosas ocasiones, los brujos han soltado encantamientos en su contra y todas esas cosas locas que suelen ocurrirle. Sin embargo, hoy día todo es silencio en los parajes de Charlie. La mayor parte del tiempo trabaja en el programa, cuyo éxito, extrañamente, le interesa; puede que su salario no iguale al que percibía en la época de Men, pero goza de equidad, y si las cosas salen bien –si la primera tanda de 10 episodios alcanza un cierto rating, FX tendrá que comprar otros 90 episodios, lo que garantizaría así una buena distribución, y esto se traduciría en unos $200 millones de dólares para él, una gran cantidad de energía para mover toda clase de cosas.

“Sí me meto una droga”, le dijo a Andrea Canning, de la cadena ABC. “Se llama Charlie Sheen y no es asequible, porque si la pruebas una vez, mueres. Tu cara se derretirá y tus hijos derramarán lágrimas sobre tu cuerpo abierto y devastado”.

¿Es bipolar?, esto a Charlie le parece una tontería. “¡Vaya! ¿Y eso qué significa? Y luego, ¿qué? ¿Cuál es la cura? ¿Tomar medicamento? ¿Ser como ellos? Eso jamás ocurrirá. Soy un biganador. Si fuese bipolar, tendría momentos de desplome en los que me tiraría en un rincón para quejarme: ‘Dios, ¡esto es culpa de mi madre!’, ¿no es cierto? Es mejor callarse. ¡Callarse! Y seguir moviéndose”.

Hace una pausa. Medita, quizá esperando que sus pensamientos se hagan más transparentes. Pero como la ofuscación permanece, él dice: “¿Cómo definir mi vida? No lo sé. Pero tengo buenas noticias. Ha sido emocionante, porque he estado en la cúspide de una ola en ascenso. Excitante. Pero, es cierto, al parecer algunos rizos de agua han alcanzado la costa”. Otra pausa. “Signifique lo que signifique”.

Y en ese momento abandona la explicación. No puede mejorar lo expuesto. Es verdad, él se siente tan perplejo como los demás. “Cuando veo grabaciones de mi persona en vivo, sencillamente no sé de dónde podían salir tantas cosas”, dice. “Es muy raro. Como si fuera un poema enorme, leído o interpretado por un personaje, acerca de cosas que no tienen mucho que ver con la realidad”.

Quizá sea un error, pero al parecer el episodio le debe algo, de manera muy específica en el caso de Charlie, al amor que siente por un par de películas, Apocalypse Now –estelarizada por su padre– y Jaws, en donde la estrella es un maldito y enorme tiburón. Las ha visto por lo menos 150 veces. Son su obsesión. Se las sabe de memoria. “Es un hombre extraordinario, pero con muchas fallas, como el resto de los humanos”, dice su padre. “Te diré algo. Nunca ha tenido que mentir para salir de algún problema. Acepta su responsabilidad. Y así ha sido toda su vida. Su honestidad me quita el aliento”.

Así es. En este preciso instante, por ejemplo, está intoxicado y no se arrepiente. “Vamos, esa mierda funciona. Lo siento, pero es la verdad. Y, sea como sea, ¿qué hay de malo con unos cuantos tragos? ¿Qué te gusta beber? ¿Tequila? Yo prefiero el vodka. Derecho, porque siempre he dicho que el hielo es para las heridas (risas)”. Y entonces se encamina a su bar y elije tequila para la noche, una botella de Don Ramón Platinum, prepara un caballito, lo acompaña con una Coca-Cola, pero antes dice: “Salud, por nosotros y los que se nos parecen”, un brindis guerrero, por lo general pronunciado en conmemoración de las batallas del pasado, lo que para Charlie, en esta época de su vida, es perfecto.

Las mujeres es la única droga que a Charlie le ha sido imposible dejar. “La gente piensa que soy un pillo, un mujeriego, un tipo inmerso en un mundo de rarezas eróticas, pero eso no es verdad”, dice más tarde. “Sencillamente, me encantan las mujeres. Las amo”.

Perdió su virginidad a los 15 años con una prostituta de Las Vegas llamada Candy, una pelirroja deliciosa, mientras su padre dormía en la habitación contigua. Tomó la tarjeta de crédito de su padre para pagar tanto por su experiencia como por la de su primo Joey, también de 15 años. “Le dije a Joey: ‘Mira, ésta es la tarjeta de mi padre, tú serás el segundo’. El estaba muy emocionado. No le importaba nada. Fue la noche más grande de toda mi vida. Luego, dos semanas después, mi padre quiso saber acerca de una cuenta pendiente con Friendly Introductions LLC, Las Vegas. Le expliqué. A él sólo le preocupaba que no confundiera aquello con amor”. Una pausa. “Creo que aún trato de procesar todo eso”.

Y así ha sido a lo largo de los años, chicas trabajadoras, nenas del cine porno y la chica ocasional con la que se le antoja casarse, cosa que hace, e incluso se atreve a procrear con la afortunada, antes de caer en la cuenta, una vez más, de que aún necesita procesar la información, que en realidad es un tipo de amores múltiples. “Mira, cada chica responde a una clase de sentimiento”, dice. “Con algunas chicas es agradable fumar hierba, con otras es mejor beber, con otras ver películas, algunas traerán con ellas a una amiguita; algunas, como las chicas porno, están un poco más locas y son peligrosas. Y no sé por qué me agrada todo esto. Creo que le confiere un tinte épico a las cosas. Pero el punto es que es posible sentir distintas cosas por diferentes chicas al mismo tiempo”.

Desafortunadamente, algunos sentimientos han inclinado la balanza hacia la violencia. Y Charlie ha tocado fondo de la peor manera. Se cuenta que alguna vez le dijo a Denise Richards: “Espero que mueras, perra”; al parecer amenazó a Brooke Mueller con un cuchillo y en 2010 al parecer intentó ahorcar a una actriz porno durante su célebre explosión en el Plaza Hotel de Nueva York. Pero el atractivo de Charlie es tal que ni siquiera estos incidentes le provocan daños a largo plazo. El público lo sigue amando y las chicas lo adoran tanto como antes. “Cuando él era mi cliente”, dice Heidi Fleiss, “cada una de las chicas que le enviaba se enamoraba de él. Todos hablaban maravillas de su persona, que era encantador y generoso, que estaba bien dotado, que era buen amante. Todo en él era grandioso”.

“Pero es gracioso”, dice Charlie. “Una chica debe tener mucha fuerza, pero a mí me gusta más la ternura que la belleza. Natalie Portman, hermosa. Mila Kunis, tierna. Demasiado tierna. No la conozco, pero soy su fan. Me gustan los pies femeninos. No he salido con algunas chicas a causa de sus pies, por el tamaño de sus dedos o el lugar equívoco que ciertas partes ocupan. Los juanetes son lo peor. Y si el segundo dedo es más largo me parece también que la cosa no funciona”.

Pero si intentas sostener una charla seria acerca de su vida interior, pronto notarás la imposibilidad de tu empresa.

¿Cuál será ese vacío que intentas llenar Charlie?

“No lo sé, no sé qué quieres decir”.

¿Alguna vez te has asomado a ese abismo?

“No. Son sólo… apetitos. A veces siento que el vacío está lleno, ¿me explico? Pero hay tantas reglas y no lo entiendo. ¿No podrías llenar el vacío con algo que no tenga que ver con confesionarios, peregrinaciones y vegetarianismos?”.

¿Con diversión?

“¡Claro!”.

¿No te parece que a veces estás en busca de algo?

“Claro, sí, seguro”, dice como de pasada. “Pero no sé qué podría hallar. Estoy seguro de que encontraré a un mago que me servirá de guía”.

Pero, por hoy, Charlie está solo y la única voz que escucha es la suya.

Mira el tráiler de Anger Management: