Roger Waters en Buenos Aires: de la tensión previa a una noche entre clásicos de Pink Floyd y proclamas sin simulacros

El músico británico repasó lo mejor de su repertorio y desplegó un arsenal de denuncias en el primero de los dos conciertos sold out en el Estadio River Plate

Por  MARTÍN SANZANO

noviembre 22, 2023

Gentileza @flow_ar

“Si eres de los que dicen: ‘Me encanta Pink Floyd, pero no soporto la política de Roger’, harías bien en irte a la mierda e ir al bar en este momento”. El mensaje, una suerte de advertencia que se pudo leer en castellano en las pantallas gigantes ubicadas en el escenario del Estadio River Plate, fue la declaración de principios con la que Roger Waters le dio comienzo al primero de los sus dos recitales en Buenos Aires.

El martes, cuando faltaban apenas diez horas para que empiece el show, la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) anunció a través de un comunicado que había presentado ante la Justicia un amparo con un pedido de medida cautelar solicitando la suspensión del show. La ONG, que meses atrás había advertido a las autoridades sobre la visita del músico británico y sus “discursos de odio”, insistió con su repudio y condena a “los mensajes antisemitas que el exlíder de la banda Pink Floyd viene repitiendo en sus presentaciones públicas”. Además, lo acusó de “poner en duda la masacre terrorista cometida por Hamas el 7 de octubre asegurando que fue un invento de Israel”, a raíz de una serie de declaraciones de Waters en una entrevista con el periodista Glenn Greenwald, en donde habló del ataque de Hamas como una posible “operación de bandera falsa” por parte de Israel.

En el comunicado, la DAIA reprochó también los dichos de Waters durante el show que dio en Uruguay el viernes pasado, antes de cruzar el charco a la Argentina. “Sé que no todos querían que viniera —dijo el músico en pleno recital en Montevideo—. Tengo que desearle unas buenas noches, en particular a Roby Schindler, quien es líder de una organización israelí acá [N. del E.: es el presidente del Comité Central Israelita del Uruguay] e hizo que me prohibieran alojarme en los hoteles de su hermosa ciudad. Así que, Roby, ¡vete al carajo!”, exclamó.

(Foto: Gentileza @flow_ar)

El dato es cierto: hoteles importantes, tanto de la capital de Uruguay, como de la de Argentina (tal como admitiría el propio Waters ante un River sold out), le negaron la estadía por sus opiniones sobre el conflicto entre Israel y Palestina, lo que le provocó varios dolores de cabeza a los organizadores de esta parte de la gira mundial This Is Not a Drill (Esto no es un simulacro), que llevó al músico británico de 80 años a tocar por toda Europa y América.

Con ese background en sus espaldas, después de la lluvia y en un marco de tensa calma por la transición política que protagonizan, por estas horas, el saliente gobierno de Alberto Fernández y el flamante presidente electo Javier Milei (algo de eso se pudo percibir en los cánticos espontáneos que surgieron en el intervalo), Waters arrancó el concierto alrededor de las 21:20 hs. El setlist no tuvo sorpresas, fue el mismo que ejecutó durante todo el tour. Y tiene sentido si tenemos en cuenta que, según se dice, esta su gira despedida. Además, el orden y la selección forman parte del hilo conductor del espectáculo: el propio Waters, su historia, sus opiniones de siempre y su mirada del mundo. Un mundo injusto, en los ojos del inglés. Un mundo que, al menos desde la década del 60 para acá, solo fue perfeccionando su empeoramiento.

Una seguidilla infalible compuesta por “Comfortably Numb”, “The Happiest Days of Our Lives”, “Another Brick in the Wall, Part 2” y “Another Brick in the Wall, Part 3”, cuatro de las mejores creaciones de Pink Floyd, ofició de puntapié inicial. Y, aunque hubo poco espacio para las canciones del Waters solista (sonaron, entre otras, “The Powers That Be”, “The Bravery of Being Out of Range” y la más nueva de todas, “The Bar”), sí se le dedicó bastante tiempo al repaso de las grandes obras que el público había ido a escuchar. Versiones aggiornadas, claro está, tanto a nivel sonoro como estético. Las pantallas, en esos casos, sirvieron para acompañar el refresh con paisajes postpandémicos, creaciones 3D y capturas de pantalla de las redes sociales. Algo parecido a The Wall, pero en tiempos de IA.

(Foto: Gentileza @flow_ar)

Con su clásico uniforme total black (remera de algodón negra bien ajustada al cuerpo y pantalones achupinados del mismo color), Waters pasó del micrófono a la guitarra eléctrica, al piano, al bajo y luego a la guitarra acústica. Mientras tanto, le daba unos tragos a una botella que parecía ser de vino blanco (en otro momento del show hizo que él y toda la banda tomen un shot de mezcal para brindar con el público) y ensayaba un español que, por momentos, se le iba para el italiano. 

La expectativa por lo que Waters podría llegar a decir respecto a todo ese background de polémica y cancelaciones se disipó bastante pronto. En la primera mitad del show, el músico tomó el micrófono y explicó su versión de los hechos: “La razón por la que no me permiten alojarme en los hoteles de Buenos Aires es porque creo en los derechos humanos”, sintetizó y así evitó seguir dándole vueltas al asunto. Sin embargo, no bajó el tono de denuncia que ya es parte constitutiva de todo su espectáculo. Las imágenes de ataques con drones, de ciudades derrumbadas a bombas, de presidentes estadounidenses a los que considera criminales de guerra y de niños ensangrentados en el horror de la guerra fueron el leitmotiv de un show que no apuntó a la experiencia pasatista de efectos especiales, fuegos artificiales y luces de colores. Si no más bien todo lo contrario.

Entre las referencias a la realidad local, junto al nombre de George Floyd, el último caso paradigmático de brutalidad policíaca en los Estados Unidos, apareció el recuerdo de Lucas González, el joven de 17 años que fue asesinado por una brigada de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires en 2021. Waters también habló de las Malvinas y las llamó así, por su nombre. Además, fue una buena excusa para viajar al pasado y repasar “Two Suns in the Sunset”, una de las canciones del último álbum que grabó con Pink Floyd, The Final Cut (1983).

Syd Barrett, ese hombre-mito de la primera época de la banda, también tuvo su momento de protagonismo. A través de las pantallas, Waters relató cómo fue aquel primer recital al que fueron juntos y en el que se comprometieron a armar un proyecto musical. Como no podía ser de otra manera, en ese tramo sonó “Wish You Were Here” y fue otro de los momentos más celebrados por el público junto con “Sheep” (reivindicación a George Orwell mediante), “In the Flesh” (con el cerdo volando alrededor del estadio) y las clásicas “Money” y “Us and Them”, dos temas que se hace cargo de cantar —y muy bien— el guitarrista Jonathan Wilson.

(Foto: Gentileza @flow_ar)

Para el final de su recorrido personal de historias y canciones, Waters se guardó la segunda y más lúgubre parte de “The Bar” y mencionó a tres pilares: Bob Dylan (admitió que se inspiró en algunas palabras suyas para escribir ese tema), su esposa Kamilah Chavis y su hermano mayor, John D Waters, que murió el año pasado. Luego presentó a toda la banda y, cerca de las 12 de la noche, cerró con “Outside the Wall” mientras el público comenzaba a desagotar poco a poco el estadio. Despejadas las incertidumbres iniciales, el ex Pink Floyd desplegó su arsenal de consignas y, aunque se cuidó un poco más que en otras ciudades, no bajó ninguna de sus banderas: en definitiva, las de toda la vida.

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