La cuarentena en una ciudad como Bogotá no es fácil. Muchos edificios tienen vista a una pared de ladrillo o la ventana del vecino. Un amigo se preguntaba por qué no hay muchos balcones en las construcciones de la ciudad; ahora esa cuestión viene a mí cabeza con frecuencia. Los pájaros cantando apenas se escuchan en las madrugadas (el horario en confinamiento también ha tenido una extraña metamorfosis). Es necesario escapar de tanto cemento, pero no es posible. Hay que encontrar otras formas para que la mente se mantenga conectada a la naturaleza.
Simón Mejía vive a las afueras de Bogotá. “Tengo verde para caminar, pero está duro”, dice desde su casa. La pandemia detuvo varios planes de Bomba Estéreo, que tenía una gira grande en septiembre, pero no ha hecho que el músico pare de trabajar. Tiene proyectos como productor y dos hijos que lo mantienen ocupado todo el tiempo. También ha aprovechado para presentar un nuevo trabajo que ha llamado Monte, en el que mezcla con electrónica los sonidos de la naturaleza que ha recogido a lo largo de sus viajes por Colombia. El próximo mes lanzará el disco, que funciona para perderse entre ríos, selvas y mares.
Usted gira y compone con Bomba, es DJ y también productor. En medio de todo esto, ¿cuándo nace Monte?
Venía desde el año pasado. El disco ya estaba listo hace rato, hasta ahora lo estamos sacando. Tenía música que no había usado, pistas que estaban archivadas. Las grabaciones de campo, de naturaleza, comencé a hacerlas en los viajes que hacía en Colombia para cosas documentales. Cuando tenía tiempo de Bomba, viajaba mucho dentro del país. Ahí comencé a hacer grabaciones en la selva, por el río Magdalena y fui acumulando material. Contacté a gente que tenía muchos archivos de grabaciones de cantos de pájaros. Una persona del Instituto Humboldt que es ‘pajarero’ y se la pasa grabando pájaros, tiene un archivo inmenso de Colombia y de otras partes del mundo, él me compartió cosas.
Fue algo en paralelo con todo el trabajo ambiental que veníamos haciendo con Bomba. Dije que sería chévere traducir eso a música, que no se quedara en solo las palabras, sino que tenga una expresión artística, que es realmente lo que sabemos hacer nosotros. Somos músicos, no activistas. Era una manera bacana de unir los dos mundos, y ahí salieron esos tracks.
¿Cómo era ese ejercicio de grabar en el campo?
Unas veces llegaba a lugares con ambientes especiales y me ponía a grabar. Yo tengo un micrófono pequeñito que uno conecta al teléfono, no es muy bueno, pero es súper portátil, entonces siempre lo cargo. Cuando oía cosas interesantes me paraba y grababa, me quedaba ahí un rato. Eso pasaba todo el tiempo en lugares más fuertes como el Amazonas, por donde uno vaya el sonido es una cosa impresionante.
Ya con los pájaros era más específico. Escuchaba un canto que me llamaba la atención y me iba a oído a buscar en qué palo estaba para tener la grabación más fiel. Me le ponía ahí abajo a grabarlo.
¿En qué parte de Colombia dijo, “El canto de este pájaro en este lugar fue genial”?
Uno fuerte, en el Amazonas. Un pájaro que se llamaba oropéndola, que es bien simbólico de Colombia. Ni siquiera era un canto, esa mierda parecía un sintetizador. Era de donde nos estábamos quedando, en el hostal que se llama Hábitat Sur, de hecho al track le puse así. Llegué, eso sonaba y pregunté qué era, porque parecía algo entre un pájaro y una rana, era una cosa muy rara. Y sonaba duro, con eco, como si tuviera un pedal de reverberación. Me puse a buscarlo y lo encontré. Pude grabarlo y le hice video. Ese fue el más fuerte. Y acá en mi casa grabar las mirlas, hay muchas. Eso sí, uno lo identifica de una porque melódicamente sobresalen por el resto de pájaros. Ahora hay muchos en Bogotá. Es una melodía súper avanzada.
El primer tema me llamó la atención desde el nombre, Haka Hyká, ¿de dónde viene ese título?
Eso lo cantó un amigo que es de una comunidad muisca. Eso es muisca y se dice como Cajicá, pero con otra “ca”. Eso traduce al español “abuela piedra”. Para ellos las piedras son muy simbólicas. El canto que él está haciendo ahí, es un canto a las piedras. Le pregunté cuál era la traducción de eso al muisca, me la buscó y salió Haka Hyká. Supongo que el nombre de Cajicá viene de eso, porque de ahí a Suesca está lleno de piedras. Seguramente, antiguamente tenía ese nombre.
Se siente como un mantra.
Sí, es mántrico. Esa canción no tenía voz, era instrumental. Yo soy bien amigo de este muchacho que cantó ahí, se llama Candil. Él es de una comunidad muisca en Sesquilé. A veces hacen temazcales, esos rituales que son como un sauna con piedras calientes, uno se mete y empieza a sudar. No se usan drogas ni sustancias, es puro calor, piedras y cantos. Él me invitó una vez a uno, se puso a cantar y no le conocía la voz ni esos mantras, entonces le dije que fuéramos al estudio e hiciéramos algo. Vino, comenzó a cantar, quedaban buenísimos en ese tema y los metimos a última hora.
Los nombres de otras canciones como Mar o Jungla, ¿vienen porque los grabó allá?
Sí. Con ese de Mar tenía unas grabaciones que hice en Antigua, una isla en el Caribe. El de Jungla creo que lo grabé en una ciénaga por el río Magdalena, por la depresión momposina.
Me parece buenísima esa parte natural, pero también uno escucha sonidos medio futuristas, como un láser disparando que se mezcla con lo natural. ¿Cómo fue el proceso de unir lo orgánico con la electrónica?
Justamente quería encontrar esos dos mundos, si no lo otro no iba a ser la música que me gusta. Quería traducir ese lenguaje al de la electrónica. Cuando estaba haciendo esas grabaciones identificaba el sonido de los grillos, por ejemplo, que suena como una high hat, o este otro sonido podía ser un sintetizador. Entonces editaba mucho y trataba de darle a ese lenguaje de la naturaleza un toque muy electrónico, pasarlo por el filtro de lo digital. De lo contrario iba a ser muy obvio, grabaciones de naturaleza y paisajes sonoros existen bastantes, uno las encuentra en esa música para meditar. Para no caer en ese lugar común, sino darle un twist sonoro a la vaina, y encontrar que finalmente toda la música viene de ahí, todos los sonidos y los instrumentos tratan de asimilar los sonidos de la naturaleza. Me parece muy interesante.
“Cuando uno va a la selva y escucha, siente que es una sinfonía sin director, todo está libre”.
¿Y mientras grababa ya pensaba en qué efecto podía meterle? Porque hubo bastante trabajo en el estudio.
Sí, fue mucho trabajo de estudio y de producción. Cuando estaba grabando sí, porque todas las cosas de la naturaleza tienen un ritmo, que es muy bacano porque es super aleatorio, porque el lenguaje de la electrónica es un ritmo más deluxe, más repetitivo; el de la naturaleza es esquizofrénico, no tiene un orden, es un caos muy bonito. Era imaginar cómo lograr ordenar esto en unos loops sin que pierda el caos, que es muy bello. Cuando uno va a la selva y escucha, siente que es una sinfonía sin director, todo está libre.
Era el ejercicio de darle un orden o un ritmo a unos sonidos totalmente aleatorios.
Son aleatorios pero tienen una cadencia, no tienen la rítmica que tenemos los humanos en la cabeza con la música, pero sí tienen un ritmo. Esa fue la parte más chévere del proceso, y todavía sigo aprendiendo de eso, porque esto fue un experimento y de ahí incorporé cosas en la música. Cada vez voy entendiendo más cómo son estos ritmos, las frecuencias y las melodías de los pájaros. Es una cosa que parece de otro mundo, no sé dónde aprenden eso. Es bien avanzado.
¿Fue muy jodido encontrarle ese ritmo?
Sí, le trabajé bastante porque, aparte del ritmo, también estaba el sonido como tal. Ver ese sonido dentro de las mezclas cómo se iba manifestando, porque tienen distintas frecuencias. La de un grillo, unas ranas, unos pájaros o el sonido del agua, todos tienen distintas frecuencias entonces entraban a ubicar distintos lugares dentro de la mezcla.
Ya para finalizar, en Mar termina diciendo algunas palabras como “coral”, “canción”, “vestido de seda”, “lágrimas de carbón”, ¿de dónde vino eso?
Una señora que conocí me escribió ese poema, no sé por qué. Justamente estaba haciendo esa canción y lo puse. Le metí un efecto robótico. Las voces que hay en el disco tienen efectos robóticos. El trabajo de explorar eso que es algo totalmente orgánico pero también futurista.