Postales del pasado: cómo fue el show de Billy Idol en Buenos Aires

El ícono de la era MTV desplegó su historial de hits en el Luna Park. Y confesó cuál de todos es su favorito personal, ovacionado por los fans

Por  Daniel Flores

septiembre 14, 2022

Billy Idol, animando su fiesta en el Luna Park porteño

Gallo Bluguermann

Poco antes de las 21, el público alrededor del Luna Park daba señales claras de qué nos convocaba en la noche del martes: filas de espectadores de un promedio de 50 años, vestidos de negro, con remeras de bandas de los 80; abrazos de reencuentro; padres con hijos; caras de sobrevivientes de varias décadas; algunos músicos de bandas de rock conocidas.

Billy Idol, 66 años y toneladas de hits para toda la noche Foto: Gallo Bluguermann

Cuenta la leyenda que, en cuanto se anunció que Billy Idol acompañaría a Green Day en su cuarta visita a la argentina, cierta ola de clamor popular convenció a la producción de programar un concierto aparte para el músico británico. La apuesta, en tal caso, fue un acierto: dos días después de calentar Vélez para el trío californiano, Idol llenó el Luna Park de caras felices, incluida la suya y las de sus músicos.

Cada vez más se usa el término “show” como sinónimo de “concierto”. Y en este caso la palabra show es más oportuna que nunca. Porque eso es precisamente lo que ofreció Billy: un show, con mucho de concierto de rock, pero también de espectáculo musical de Las Vegas, de fiesta de la nostalgia, de puesta autocelebratoria, sin descuidar el repertorio ni el vestuario de cuero y cadenas de héroe moto-rocker (casi) eterno.

“Conocés mi vida. Te vamos a contar un secreto. El ayer es historia. Está a la vista de todos. Es como un recuerdo que perdurará. Como una postal del pasado”, dice “Postacard from the Past”, una canción del cantante de 66 años que no sonó en el Luna, pero que podría ser el título de lo que sí sonó. Postales del pasado, convincente e impecablemente ejecutadas, más allá de algunos momentos en que la voz del ídolo se pierde bajo la pared de guitarras, lideradas por su inseparable cómplice, el norteamericano Steve Stevens (virtuoso, gran apoyo escénico y ganador de un Grammy por su performance en el tema de la película Top Gun).

El guitarrista Steve Stevens, viejo socio de Billy Idol Foto: Gallo Bluguermann

Para estar activo desde 1976, Idol no tiene una discografía extensa. Pero acredita tantos hits de alcance global que puede darse el lujo de abrir su show con tres de ellos, sin parpadear y sin que eso signifique ningún déficit para el resto de la noche: “Dancing with Myself”, “Cradle of Love” y “Flesh for Fantasy”, nada menos, despejaron cualquier duda de que Billy pretendiera ninguna otra cosa que complacer a sus fans y dejarlos aullando por “más, más, más” a la medianoche.

Así que así siguió adelante, repasando su vida y, con ello, transportando al público a sus propias postales del pasado, con esos clásicos del video & roll industrial de la era MTV, como “Eyes Without a Face”, “Mony Mony” y “Rebel Yell” (“ahora vamos a hacer mi canción favorita”, confesó Idol), conocidos de principio a fin incluso por quien jamás se dispuso a escuchar un disco completo de Billy.

No obstante, William Michael Albert Broad aprovechó también para presentar un par de temas nuevos, esencialmente en línea con los viejos, justo antes de viajar incluso más atrás en el tiempo, hasta sus inicios punks con Generation X, su banda contemporánea a (pero siempre más pop que) los Sex Pistols, The Clash y The Damned. Raíces que volvería a reivindicar en los bises con una versión de “Born to Lose”, el himno lumpen de Johnny Thunders, antes de decir adiós con su propio “White Wedding”. En tiempos de Miley Cyrus y Machine Gun Kelly, la performance de Billy Idol tuvo algo de nostálgico, pero también de reconocimiento al rey del pop-punk mainstream.