La misa ricotera del samba se celebra en Pedra do Sal. Todos los lunes, religiosamente, los fieles se congregan en la catedral a cielo abierto del samba carioca. El templo afro-brasileño está erecto en el popular barrio de Saúde, cerca del centro histórico de Río de Janeiro, al pie de un morro, sobre la rua Silva Pinto. “Pequeña África”. Así bautizó hace añares a esta barriada el compositor Heitor dos Prazeres, santo patrono del género junto a Cartola, Nelson Cavaquinho, Adoniran Barbosa y Aniceto do Império. Viejo mercado de esclavos y escenario de ofrendas a los orishás. Territorio bello, plebeyo, memorioso de la historia silenciada de los negros esclavizados. También, trinchera de los militantes del Partido de los Trabajadores (PT). Desde hace algunas semanas, en sus ruas empedradas se baila samba por un voto.
El próximo 2 de octubre Brasil elige presidente. El inicio de la campaña adelantó la primavera electoral en la Ciudade Maravilhosa. El mano a mano entre Jair Messias Bolsonaro y Luiz Inácio Lula da Silva se palpita en los 160 barrios cariocas. Desde Flamengo hasta Cinelandia, con paradas en Catete y Gamboa, sube hasta el morro de Santa Teresa por los arcos de Lapa, gambetea el Maracaná, se pierde por las pesadas favelas de la zona norte y se achicharra en las praias de Copacabana, Ipanema, Leblón, la cheta Barra da Tijuca y más allá.
La morocha Thais Ferreira es candidata a diputada federal por el PSOL, el mayor partido de izquierdas brasileño, aliado al frente que capitanea el expresidente obrero metalúrgico. Cuando cae pesada la noche tropical del invierno, Thais hace campaña en Pedra do Sal. La muchacha tiene 34 años y una sonrisa luminosa. Se gana la vida como diseñadora en artes visuales. “Nosotros defendemos los derechos de las minorías. Lo digo como mujer, como trabajadora, como luchadora social. Bolsonaro no es solo un mal para Brasil, sino para toda la humanidad”, dice la piba de cabellos eléctricos y dibuja la “L” de Lula con los dedos. Después dispara: “Fora Bolsonaro y su gobierno para pocos. Deja hambre, violencia y miseria. La peor crisis en 30 años”.
Los guarismos le dan la razón a la joven candidata. El número de personas que pasan hambre en el gigante sudamericano se triplicó en los últimos cuatro años bolsonaristas. Según un estudio de la Red Brasileña de Pesquisa en Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional (Red Penssan), 33 millones de personas viven en la miseria: el 16% de una población total de 212 millones de habitantes.
Cuando faltan pocos minutos para las nueve de la noche, los músicos sueltan amarras y así comienza una larga travesía por un mar de sambas en Pedra do Sal. Desde los parlantes: guitarras, cavaquinhos y surdos hacen de las suyas. En la plaza y sobre la rocosa tribuna, los fanáticos mueven el esqueleto con dosis desparejas de elegancia y frenesí. Se consigue cerveja y maconha por 12 reales, menos de tres dólares. Precios cuidados.
Thiago es abogado y militante petista de base. Envalentonado, reparte calcos con la cara optimista de Lula. Asegura que no le teme a la campaña del miedo bolsonarista: “Ellos hablan del fantasma del comunismo, nosotros de la realidad de pobreza, violencia y miseria que trajo su gobierno para ricos”. Sugiere un samba con esperanza del eterno Cartola, capo del morro da Mangueira, para animar al próximo gobierno. Se llama “Alborada”, amanecer. Thiago recita las primeras líneas al despedirse: “Amanece en el morro / Qué belleza / Nadie llora / No hay más tristeza”. El regreso de la alegría es el combustible que alimenta la campaña del PT.
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Vinicius Martins patina en la Praça XV de Novembro, en el casco histórico de la ciudad. El skater es nacido y criado en el morro da Providência, la más antigua de las favelas cariocas. “Lula o Bolsonaro son lo mismo, porque el sistema entero es corrupto.” Al presente de Brasil, Vinicius lo resume con el título de un clásico punk de los paulistas Ratos de Porão: “Crucificados pelo sistema”. Entre ollie y ollie, el pibe cuenta que da una mano en su barriada. Es docente y ayudó a construir un skatepark en el postergado morro: “Puro trabajo de la comunidad, cero política. Somos negros, jóvenes, pobres, nos persigue la policía por vivir en la favela. Nos ayudamos entre nosotros.” Totalmente descreído, en octubre el skater va a ir a votar tapándose la nariz: “Prefiero a Lula, que es un corrupto que algo hizo por los pobres, como darles la posibilidad de estudiar. Bolsonaro es un fascista, un homofóbico, un negacionista de la pandemia, un militarista. Que se vaya ya.”
En el gremio textil trabaja Lilian. Tiene un local en el barrio de Saara, un popular Once carioca. La mujer es hija de sacrificados migrantes peruanos, diseñadora de modas y dealer de remeras rockeras: Sepultura, Angra y sigue el parnaso metalero. Confiesa que viene de tres años al hilo de una malaria letal: “Todavía pago las deudas de la pandemia que el presidente Bolsonaro negaba. Cerraron muchos locales y murieron muchos amigos por el coronavirus, una masacre.” Lilian cuenta que es adventista. Su fe la acercó al credo del cristiano Bolsonaro en las pasadas elecciones: “Creí en su discurso pro-vida, familiar, de valores. Pero me defraudó al poco tiempo. No puedo soportar la forma en que trata a las mujeres, con soberbia. Le perdí la fe.” Para describir al Brasil actual, Lilian se queda con el clásico de clásicos “Qué país é este?” de Legião Urbana, figuras rutilantes del tridente ofensivo del rock brasileño ochentoso junto a Os Paralamas do Sucesso y Titãs. Suenan los versos del fallecido Renato Russo: “En las favelas / En el Senado / Suciedad por todos lados / Nadie respeta la Constitución / Pero todos creen en el futuro de la nación”.
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El Centro comercial de Río de Janeiro está caliente, ardiente, quente. Como en las crónicas virtuosas del periodista João do Rio, el alma encantadora de las ruas late en marchas, banderazos, cánticos, propaganda y folletos. Mateo dos Santos labura cerca de la Praça Tiradentes, a pasitos del soberbio edifico del Real Gabinete Portugués de Lectura. El joven de 27 años se gana el pan en un sebo de libros de segunda mano, pero primerísima calidad. Por 15 reales, Dos Santos ofrece obras excelsas de Rubem Braga y Lima Barreto. El pibe puede dar cátedra sobre literatura brasileña. También analiza la historia contemporánea de su país: “Crisis, carencias, inseguridad. La gente no tienen ni para comer y este presidente no liga nada. Se ven pobres por todos lados”. Dos Santos debe volver al trabajo, pero deja una reflexión postrera: “Para entender los años de Bolsonaro le recomiendo leer a Orwell, vivimos una distopía.”
Nelson Esteves vende toallas cerca de la estación Uruguai del metro carioca. Creyente de la mano dura, está con Bolsonaro y las manos invisibles del mercado neoliberal: “No quedó nada de los gobiernos de Lula. La corrupción y la inseguridad fueron su legado.” Entre las mil y una toallas que ofrece a los distraídos pasajeros, se destaca una que muestra la cara del exmilitar. Lleva tatuada una consiga: “Brasil por encima de todo y Dios por encima de todos.” Esteves asegura que es la que más sale.
El tachero Wagner empieza a trabajar al amanecer. Pila de horas en un eterno retorno hasta las playas de Copacabana. Pese al cansancio, anda radiante por el presente exitoso de su equipo, el Flamengo. Para celebrar el triunfo ante el San Pablo, Wagner degusta bolinhos de camarón en un boteco popular de Ipanema. Dice que sin dudar votará al excapitán del Ejército: “No quiero ladrones en el gobierno. Eso es el PT.”
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Sérgio Rica es un poeta de Pernanbuco, la ciudad que vio nacer a Lula. Vende sus libros en bares del centro. Confiesa que apoya a su paisano nordestino: “No me gusta el país del impeachment, que Bolsonaro se vaya por el voto popular.” Si tiene que elegir a un colega para contar la realidad brasileña, sin dudar se queda con los versos de Caetano Veloso. Recomienda el tema “Podres poderes”, poderes podridos: “Nunca haremos más que confirmar / La incompetencia de la América católica / Que siempre necesitará tiranos ridículos / Lo es, ¿verdad? / ¿Qué será, que será? / Esta estúpida retórica mía / Tendrá que sonar, tendrá que ser escuchada”.
Hay fiesta en la Parada do Ouvidor. El funk carioca le pelea cuerpo a cuerpo al samba. Dida es productora musical y hace campaña por el PT: “Tiene que venir un cambio, así no podemos seguir. Los que trabajamos en la cultura somos vistos como enemigos por Bolsonaro, que es un conservador. Para él, la cultura es puro entretenimiento. La cultura es mucho más. Es trabajo, es inclusión, hace girar la economía.” Para Dida, los desafíos que deberá enfrentar el próximo gobierno serán colosales: “Estamos hundidos, pero Lula ya nos sacó a flote en el pasado. Confío en su experiencia.” Se despide cantando una canción de Chico Buarque. Se titula “A pesar de você. Chico la escribió en 1970 y estaba dedicada al general Garrastazu Médici, presidente de la dictadura militar brasileña que admira Bolsonaro. Es un himno contra el autoritarismo que suena demasiado actual: “Hoy es usted el que manda / Lo dijo, está dicho / Es sin discusión, ¿no? / Toda mi gente hoy anda / Hablando bajito / Mirando el rincón, ¿vio? / A pesar de usted / Mañana ha de ser / Otro día”.